Por un 1º de mayo proletario, internacionalista y revolucionario
Mientras algunos tratan de vendernos el cuento de las 35 horas, las jornadas laborales reales son cada vez más de 10, 12 y más horas diarias, camufladas como "horas extras", naturalmente obligatorias y que casi nunca se pagan.
Salarios ridículos, incluso cobrando horas extras; estas son para muchos proletarios la única posibilidad de sobrevivir: currando y cobrando 8 horas diarias, 5 días a la semana, los salarios serían incluso más mezquinos.
Contratos por meses, días, incluso por horas. Sin contrato. Trabajando sin cobrar, "en prácticas"; trabajando sin derecho alguno, "con beca". Eventualidad generalizada, sin seguridad alguna.
Despido libre de hecho: los contratos "de fin de obra", las tristemente célebres ETTs, lo permiten y alientan.
Paro galopante. El maquillaje estadístico trata de reducir esta realidad, que es la de millones de obreros. Paro mayoritariamente sin cobrar un duro. Las sucesivas reformas del INEM, promovidas por el progresista psoe en primer lugar, nos han llevado a esto. Dentro de poco será necesario trabajar seis años para cobrar un mes. Dentro de algo más, toda "prestación" desaparecerá por completo.
Las vacaciones pagadas desaparecen. A la calle cuando convenga, y cuando convenga te volvemos a coger. Eso de cobrar por no hacer nada perjudica la economía.
Los sectores más vulnerables del proletariado, jóvenes, mujeres, inmigrantes, sufren esta realidad con aún mayor dureza.
Pero esto no le basta al capital. La competitividad reclama más sacrificios. Despidos, regulaciones de empleo, "deslocalizaciones" de empresas hacia lugares donde la situación de nuestra clase es aún peor. Bajadas de salarios, intensificación de la explotación, bajo la amenaza de sobra conocida: o eso, o a la calle.
Los asesinatos en el tajo, los sangrientos sacrificios en los templos del beneficio, eso que los asesinos llaman "accidentes laborales", no paran de aumentar. Miles de muertos y mutilados son necesarios para que la economía vaya como debe.
Nos dicen que somos unos borregos "consumistas", mientras la barrera que separa el consumismo de la pura miseria se hace cada vez más ténue.
Las necesidades más elementales -techo, comida -son cada vez más caras e inasequibles. La inflación real es sistemáticamente ocultada; pero los cuatro duros que ganamos, si los ganamos, no se gastan en el maravilloso mundo de las estadísticas oficiales, y la realidad de escandalosas subidas en los alquileres, fruta, verdura, ¡pan!, la pagan nuestros bolsillos.
La experiencia nos enseña que toda "mejora" dentro del capitalismo dura menos que nada. Esas "mejoras", claro, no las regalan, hay que arrancarlas, con la lucha, para ver acto seguido como lo conseguido se escurre entre los dedos, bajo la presión de los imperativos económicos.
Y "nuestros representantes", los burócratas sindicales, ¿qué hacen? Mejor dicho ¿qué hacen entre comilona con Botín y reunioncita con los políticos en el poder? Hidalgo llama "integristas" a quienes dentro de su sindicato se niegan a aumentar el tiempo de cotización para las pensiones: la economía va por delante de la vida y los "derechos" de los trabajadores. Méndez celebra con pompa y boato "25 años de sindicalismo constitucional": 25 años de sindicalismo burgués (y si sólo fueran 25!!), al servicio de la economía nacional y de la patria.
Naturalmente no pueden hacer nada por nosotros, ni ellos ni el conjunto de sus organizaciones sindicales; no están para eso, sino para garantizar la buena marcha de los negocios, para asegurar la paz social que permita a la economía "desarrollarse" a nuestra costa, promoviendo las ilusiones imbéciles de una posible convivencia pacífica entre nuestros intereses de clase y los intereses del capital y sus gestores, entre los que los sindicatos se encuentran.
Y nosotros, proletarios, ¿qué hacemos? ¿somos capaces de luchar sin ellos? ¿sin esos "representantes" que sirven cada vez más a los intereses de los burgueses, de la economía, del Capital, que son cada vez más evidentemente un simple apéndice del Estado?
Pese a todo, somos capaces.
Los últimos años y meses están demostrando lo obvio: la lucha de clases no pude desaparecer, y los explotados somos capaces de organizarnos por nosotros mismos para llevarla adelante.
En Argentina miles de proletarios de toda condición llevan años luchando duramente contra la explotación y la miseria impuesta por el capital, tomando la lucha en sus propias manos, organizándose fuera de todas las estructuras anteriores en las que la posibilidad de combate quedaba ahogada, sobrepasando y rompiendo las divisiones creadas para aislar y vencer cada lucha por separado (parados y activos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, de este o aquel sector, empresa), utilizando todos los medios de lucha a su alcance, y sobre todo anteponiendo sus propios intereses de clase a los intereses de la economía nacional.
Pero, se nos dirá, Argentina está muy lejos, como están lejos Bolivia (donde el proletariado viene protagonizando admirables revueltas e insurrecciones), Perú (donde los métodos puestos en práctica por los proletarios argentinos están echando a andar también allí), Brasil (donde las primeras respuestas a la política del amigo del FMI Lula, el progresista, están dando ya serios dolores de cabeza a los explotadores). Dejando al margen que el capitalismo es explotador por igual en cualquier parte del mundo, y que la crisis histórica del capital tiende a homogeneizar las condiciones de supervivencia del proletariado en todas partes, y que por tanto lo que hoy ocurre en Argentina volverá a ocurrir, con más fuerza, aquí; dejando al margen todo eso, también acá, en la próspera y maravillosamente democrática Europa, el proletariado está echando a andar.
Durante todo 2003 diferentes luchas en diferentes países y sectores (Inglaterra, carteros y bomberos; en Francia, maestros; en el Estado español, metal -Asturies -y Repsol -Puertollano), iniciadas por diferentes motivos (salariales, seguridad en el trabajo, rechazo del aumento del ritmo de trabajo) debieron hacer frente no sólo a la patronal, sino sobre todo a los sindicatos y sus maniobras para romper la lucha. Los proletarios se vieron obligados a prescindir por completo de la legalidad que encadena las luchas y las hace impotentes, a tomar, siquiera por un fugaz momento, la lucha en sus propias manos. Se vieron obligados a romper la paz social, fundamentada en el consenso, la representatividad de los sindicatos y el respeto a unas leyes diseñadas para contrarrestar el peligro real que toda huelga, por pequeña que sea y circunscrita que esté a tal sector o empresa, representa para la totalidad de la economía, y por tanto para la totalidad del sistema capitalista.
Aquí y allá los medios de propaganda del capital constataban, estremecidos, el retorno de la huelga salvaje, esto es, ilegal y autoorganizada, a la par que se establecía un cerco de silencio para que estas luchas no salieran del marco geográfico en que se desarrollaban. Para que los proletarios de Cuenca no supieran lo que ocurría en Asturies, para que los de Asturies no supieran lo que ocurría en París. Este cerco de silencio es la mejor prueba que los explotadores nos pueden dar del verdadero contenido de clase de estas luchas, y la mejor demostración de lo que les preocupa que los explotados se organicen ellos mismos para luchar, y que lo hagan sin respetar sus normas.
Aún en diciembre y enero el proletariado volvía a saltar en Europa. En Italia, los trabajadores de los tranvías iniciaban una serie de huelgas ilegales, sin previo aviso, sin servicios mínimos, por aumentos salariales y contra los acuerdos firmados por los sindicatos "representativos". Los explotados supieron organizar y extender su lucha, recibiendo a la par toda la bilis de los representantes del capital (periodistas, políticos, sindicalistas) y numerosas muestras de solidaridad de proletarios de todas partes de Italia y de todos los sectores. Estas huelgas, que colapsaron las ciudades más importantes del país, recibieron el mismo tratamiento "informativo": hacia dentro, toda la mala baba para desacreditarlas y deslegitimarlas; hacia fuera, el más rotundo silencio.
Los explotados que últimamente han luchado por sus propios intereses y con sus propios medios han demostrado que es posible luchar. La necesidad está ahí, todo el mundo la siente. La posibilidad de hacerlo, tras años de sometimiento y resignación, de ser simples marionetas en las maniobras sindicales, ha de volver a ser sentida y comprendida, tomando como ejemplo las experiencias de lucha de nuestros hermanos de clase, comprendiendo a la par sus errores para superarlos en la práctica.
nuestra salida o la suya.
La situación social y laboral que hemos tratado de describir brevemente, y que de todas formas cualquier explotado conoce de primerísima mano, no es, sobra decirlo, responsabilidad de ningún gobierno, y ningún gobierno puede resolverla. Es la manifestación externa de la crisis histórica del capitalismo, que nosotros sufrimos en primer lugar y en muchos países con mayor dureza que aquí. No es necesario esperar a ver suicidarse a los ricos en masa para ver la crisis de frente: despidos, intensificación de la explotación, reconversiones, bajada real de los salarios, "deslocalizaciones", en suma el agravamiento constante de nuestras condiciones de supervivencia tratan de asegurar el beneficio. Esta es una cara.
La otra es la intensificación de la competencia entre facciones capitalistas -todas imperialistas. Esto, en definitiva, significa una sola cosa: la guerra. A la par que cada facción trata de asegurar su trozo de pastel y de arrebatar el suyo a sus rivales, el capitalismo como totalidad necesita la destrucción masiva como salida provisional a su propia crisis. Barbarie.
La lucha que se opone a la explotación aquí, la lucha dirigida contra "nuestra" burguesía y su Estado, la lucha de clases, por nuestros propios intereses, es a la par lo único capaz de oponerse realmente a la lógica imperialista, a la lógica de guerra. La negativa a sacrificar nuestros intereses a favor de los intereses de "la patria", la "nación", la economía nacional, la anteposición de nuestros intereses a los intereses "generales" (que son siempre los de la clase enemiga) es la única posibilidad de detener la barbarie bélica y de acabar definitivamente con ella.
Sólo mediante el rechazo a detener nuestra lucha contra la explotación, sólo mediante la voluntad de llevar esa lucha hacia delante hasta sus últimas consecuencias -la abolición de la explotación y el sistema basado en ella -puede perfilarse en el horizonte otra salida, distinta y opuesta, antagónica, a la única salida que es capaz de ofrecer la burguesía. Esta salida no es otra que la imposición de nuestras necesidades humanas, aboliendo para siempre la imposición de las necesidades económicas -aboliendo definitivamente la economía. A esa salida, a esa perspectiva, es a lo que llamamos comunismo. Esta perspectiva no nace de nuestras "brillantes" cabecitas, sino del movimiento real de lucha de los explotados.
Proletario, internacionalista y revolucionario.
El 1º de mayo se ha convertido en una fiesta burguesa en la que nos restriegan lo bien que marchan los negocios a nuestra costa.
A costa de nuestra explotación y miseria, a costa de nuestros muertos en Bagdad, en Madrid, en Kabul o en "accidente laboral".
Pensamos que es tiempo no sólo de recuperar el primero de mayo, sino toda la historia de lucha de nuestra clase. Porque es a partir de la comprensión de la experiencia que podemos llevar hacia delante la lucha, no sólo por objetivos inmediatos -mejoras que a la primera de cambio desaparecen- sino por la destrucción total y definitiva del capitalismo.
Pensamos asimismo que es necesario barrer todo localismo, todo nacionalismo, toda barrera que nos separa de nuestros hermanos de clase en cualquier lugar del mundo; las luchas que ocurren lejos, no sólo no es cierto que "no tienen nada que ver con nosotros", sino que son nuestras luchas, las luchas de nuestra clase, el proletariado, que es una clase mundial que necesita luchar como clase mundial para alcanzar sus objetivos últimos.
Hay qye romper las ataduras que nos ligan a la sociedad de la explotación, la mercancía y el dinero, sociedad que sólo nos puede ofrecer miseria y muerte; hay que romper las ataduras de la legalidad que imposibilitan nuestra lucha, las de las organizaciones que nos hacen luchar por objetivos e intereses que no son los nuestros, las de la ideología que nos amarran a los intereses de los amos.
Hoy es quizá más difícil que nunca luchar, y sin embargo la lucha es el único camino, camino que ha sido señalado -todavía tímida y débilmente -por nuestros hermanos de clase en muchas partes del mundo. Por ese camino señalado deberemos transitar todos, inevitablemente, estamos obligados a ello o a perecer masacrados en los altares del beneficio capitalista.
por la guerra de clases, por el comunismo
por la ruptura definitiva de la paz social
por la autoorganización del proletariado
ni partidos ni sindicatos
UHP ¡Uníos Hermanos Proletarios!
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