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Argentina, Argentina :: 29/06/2023

26 de junio: la represión que no cesa, la dignidad que no se apaga

Matías Gianfelice
Hace 21 años el gobierno peronista reprimía en Avellaneda y asesinaba a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán

Las dos caras de diferentes continuidades que nos llevan una y otra vez a trepar el puente.

Eduardo Duhalde, Felipe Solá, Jorge Vanossi, Luís Genoud, Carlos Soria, Aníbal Fernández, Alfredo Atanasoff, Juan José Álvarez y Jorge Matzkin, hasta ahí los responsables políticos impunes de la Masacre de Avellaneda.

El hambre, el frío, la desocupación, la corrupción, la desigualdad, las operaciones mediáticas y la bronca. La persistencia popular a no aislarse, la organización por abajo, la solidaridad de clase, la conciencia de ir a luchar para recuperar derechos. Hasta ahí el contexto social y económico que precedió y condujo al 26 de junio del 2002.

Los trenes, las últimas asambleas en el andén, los bombos, las banderas, los palos, la autodefensa popular, las capuchas, la multitud, la claridad política de salir a conquistar lo que nos robaron. La coordinación de mandos en las fuerzas, las órdenes políticas explícitas, la difamación previa, los servicios infiltrados, las balas de plomo, los gases, la cacería, los cartuchos levantados. Pero también las fotos, también los testimonios del pueblo presente que vencieron el silencio miedoso. Hasta ahí lo que pasó la jornada del 26 de junio de 2002.

Explicar en detalle todo lo que pasó previamente aquel día y mucho tiempo después en torno a lo que se conoce como la Masacre de Avellanada, nos llevaría libros enteros; no hay en esta nota ni ego ni pretensión de querer abarcar esa tarea. Pero pasaron 21 años, nuestros compañeros nos siguen doliendo, su sangre derramada no puede quedar impune y algunas reflexiones se nos hacen necesarias.

El movimiento de trabajadorxs desocupadxs que se fue gestando en el ocaso de la infame década del neoliberalismo peronista y en el asesino gobierno de la Alianza, puso en los ojos del pueblo un actor social silenciado, vapuleado, denostado, pero recontra organizado y consciente de rol que debía jugar: lxs piqueterxs. Ese mundo de organizaciones, merenderos, bloqueras, espacios culturales, tomas de tierras, cooperativas y espacios autogestivos, irrumpía para parir una rebelión popular que tuvo entre diciembre del 2001 y junio del 2002 atisbos fuertemente insurreccionales.

Tuvo también los picos más feroces de respuesta represiva de la burguesía argentina. Por primera vez en décadas ellos tuvieron miedo, miedo real de que les “voltiemos” su sistema y empecemos a crear otra cosa, que no tenía forma cerrada ni la pre existencia escrita en ninguna verdad revelada; pero que si tenía deseos, pasiones y convicciones como hacía mucho no se veían (ni se volvieron a ver) en estas tierras. En ambas cosas, en la organización política y popular por abajo y en la respuesta represiva yacen quizás las dos continuidades más evidente entre aquel 26 de junio de 2002 y este 26 de junio del 2023.

Palo estatal, violencia legal

Es una obviedad que la represión estatal no empieza un 26 de junio de hace 21 años, tan obvio como que no terminó en aquella jornada. Si buceamos la historia del estado nacional, se nos haría largo y abrumador contabilizar su hambre de sangre obrera saciada a los golpes. Para hacer un corte bastante difundido vamos a situar que el aparato represivo legal e ilegal que montó la Triple A y el último gobierno de Perón y que expendió a niveles nazis la última dictadura, jamás desapareció. Quizás se le recortó una enorme parte a la estructura ilegal y se limaron algunas puntas de la represión legal. Pero estuvo ahí vigente, constante.

Con la vuelta en la democracia en el 83 comenzó un genocidio por goteo, ya no solo orientado a los sectores obreros/asalariados, sino y especialmente a las juventudes de barrios marginales, de condiciones de vida precarias, donde la connivencia de las policías locales con el delito es absoluta. Esa represión de las causas armadas, los asesinatos de gatillo fácil, empezó a encontrar mano de obra calificada y deseosa de elevar su estatus de mercenarios del poder. La crisis social que fue calentandose desde mediados de los 90′, permitió que tuvieran luz verde para fuertes represiones y asesinatos en los cortes de ruta bien al sur y al norte del país; en los saqueos y cacerolazos de los últimos 15 días de diciembre del 2001, en los piquetes y movilizaciones del primer semestre del 2002. Y en la ya mencionada jornada del 26 de junio del 2002.

Aquel día actuaron casi todas las fuerzas represivas a disposición, los servicios y en especial la corrupta policía bonaerense de Avellaneda. Las manos que ejecutaron los asesinatos fueron las de los policías Acosta y Fanchiotti, ambos presos luego de que la maniobra político mediática para encubrirlos fuera desenmascarada. Sus jefes verdaderos: los ministros, gobernador y presidente, quedaron libres e impunes. Después de aquella jornada la modalidad represora del estado (y la para estatal al servicio de los grandes negocios) siguió intacta; tristemente lo demuestran: lxs trabajadorxs de Bruckman, Fuentealba, Arruga, Mariano Ferreyra, las familias del Indoamericano, Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, lxs manifestantes de diciembre del 2017 frente al Congreso, las familias desalojadas en Guernica, etc, etc, etc, etc…Mucha bala para andar hablando tan libremente de democracia.

La complicidad judicial y la impunidad imperante en la mayoría de los casos dan un golpe certero a las ilusiones de justicia y verdad que reclamamos como pueblo. El remate final lo suelen montar las mentiras mediáticas y los silencios cómplices y ensordecedores de quienes denuncian o callan según el gobierno que reprima. Un halo de plomo nos sigue uniendo a aquel 26 de junio de hace 21 años.

Luchar, crear poder popular

La consigna es más vieja que los acontecimientos que relatamos, tampoco caeremos en la obviedad de contar que la organización popular, de clase, solidaria y por abajo no empezó con los movimientos piqueteros ni se agota en estos espacios. Nuestro pueblo, nuestra clase tiene en su historia y en su presente muchas experiencias valiosas sobre las que apoyarse para re pensarse, para re crearse, para re construirse, para revolucionar nuestra vida social. Aquel periodo parió formas, sujetos y metodologías que fueron creativas y disruptivas, no porque jamás se hayan utilizado, sino porque se resignificaron y se volvieron carne en el accionar de grandes sectores en lucha. También porque se volvieron deseo, horizonte, fantasía en la conciencia de enormes sectores que miraban expectantes y empezaban a romper barreras, prejuicios y limitaciones para conocer aquello que se tejía por lo bajo.

Las masacres nos duelen, nuestros muertxs nos faltan cada día y esos golpes los asimilamos como podemos. Nuestro pueblo no se llevó de arriba tanta rebelde osadía y la sangre de diciembre y de Avellaneda nos marcó las dos décadas que vinieron. Nos marcó con dolor, pero también dejó convicciones claras que muchxs no estamos dispuestos a negociar.

De Maxi se ha dicho bastante, de su juventud arrojada a querer ser y entender ese mundo hostil y desigual que este sistema le ofrecía. De su valentía por estar al frente. También bastante se dijo de su arte que era la mejor forma que tenía para hablarle al mundo; tenía 23 años y de todo eso nos privaron.

De Darío hemos dicho un montón y nos falta conocer y entender, comprender y comprometer otro tanto. Fue militante, referente, compañero, primera línea, manos y cerebro. Tenía 21 años y todo ese mundo nos quitaron. Un halo de dignidad nos sigue uniendo a aquel 26 de junio que fue hace tanto y tan poco.

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