50° Aniversario del golpe de Estado en Uruguay
Sin duda, las elecciones de 1971 marcaron la ruptura del bipartidismo tradicional que en Uruguay había predominado con los partidos Blanco y Colorado desde 1836, y el reacomodo político de los electores se dividiría en tres partes, gracias a pactos y alianzas de ese año. El mundo estaba cambiando y en plena Guerra Fría se calentaba con la previsible victoria del Tío Ho sobre los estadounidenses en Vietnam, con la exportación de la esperanza que venía desde Cuba y el ejemplo de Chile, donde Salvador Allende imponía el modelo electoral al socialismo.
En Argentina, milicos aperturistas y ultramontanos se disputaban el poder (que era seguido por los argentinos por la uruguaya Radio Colonia, donde brillaba la voz de Ariel Delgado) mientras el pueblo esperaba el retorno de Juan Domingo Perón, cuya figura se acrecentaba en (o por) su ausencia, y la dictadura castrense brasileña ya hacía sus planes de invadir Uruguay si la ganaba la izquierda: había financiado la construcción de las rutas 5 y 26 para el tránsito de sus tanques.
Quizá la de 1971 fue la campaña más virulenta en la historia electoral (moderna) del Uruguay (antes, cuentan, se dirimían “civilizadamente” a cuchilladas o balazos), desarrollada en el contexto de la persistente actividad de los grupos guerrilleros, notorios dirigentes políticos secuestrados, fuga de presos políticos de las cárceles, amenazas a granel, muertos en actos electorales, grupos de choque de jóvenes de la derecha, ataques a la caravana electoral del Frente Amplio. Y eso a pesar de las medidas prontas de seguridad impuestas por un gobierno cada vez más impopular que orquestaba la represión en las calles y las torturas en las comisarías.
Para completar el marco de estas primeras elecciones con voto obligatorio, las denuncias de los fraudes económicos, ministros interpelados e investigados por el Parlamento, marchas, manifestaciones de obreros y estudiantes (unidos y adelante), pedidos de juicio político al presidente Jorge Pacheco Areco, un boxeador frustrado que haciendo oídos sordos de la realidad intentó, incluso, su reelección.
Políticamente, dos novedades: el surgimiento de un líder carismático en el Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate, y el “milagro” de un Frente Amplio progresista que coqueteaba con la victoria con el general retirado Líber Seregni como candidato. En el otro extremo del partido blanco, el general Mario Aguerrondo, fundador de la logia de los Tenientes de Artigas, fungía de la pata ultraderechista, apoyo para el golpe que llegará meses después.
Pero ni Pacheco, ni Wilson, ni Seregni se llevaron la victoria, sino un desabrido exministro de Ganadería, peinado a la gomina, llamado Juan María Bordaberry, uno de los candidatos del gobernante partido Colorado: en Uruguay aún rige la ley de lemas, donde distintos candidatos de diferentes fracciones de un partido acumulan votos, y quien haya obtenido mayor número se adjudica la presidencia.
Fue un 1971 movidito. Apenas cuatro días después del majestuoso acto “inaugural” del Frente Amplio, los Tupamaros (del Movimiento de Liberación Naciona MLN-T) secuestraron por segunda vez a Ulysses Pereira Reverbel, presidente de Usinas y Teléfonos del Estado, terrateniente del norteño departamento de Artigas y uno de los funcionarios más allegados al presidente Pacheco. Pereira Reverbel se sumó a una serie de secuestros que conmovieron la campaña: el del embajador inglés Geoffrey Jackson, el del técnico en suelos estadounidense Claude Fly (liberado ese marzo) y el del ex ministro de Ganadería y Agricultura Carlos FrickDavie, apresado en mayo.
Y como si todo eso fuera poco, se destapó la crisis bancaria con la quiebra del Banco Mercantil, uno de los más importantes, propiedad del canciller Jorge Peirano. Pacheco, en una polémica jugada, anunció que no dejaría caer ningún banco y que se intervendrían las instituciones fundidas: nacionalizó las pérdidas de los estafadores, lo que produjo una gran devaluación del peso uruguayo. Los blancos y el Frente Amplio asumieron una posición muy crítica. Wilson Ferreira denunció en el Senado que la caída del Mercantil era “la estafa más grande en la historia del país”, y en los primeros días de abril interpeló al ministro de Economía y Finanzas, César Charlone, por lo que la campaña pasó a jugarse dentro del Parlamento.
La prensa cuestionó al gobierno, y éste aplicó la censura como medida para disminuir una supuesta propaganda subversiva, como fue el caso del diario Ya, con el fin de “garantizar la libertad de prensa” durante la campaña electoral. A mediados de año, un informe parlamentario publicado en Ya advertía sobre la enorme fuga de cerebros que se producía en Uruguay por la emigración de profesionales, docentes y jóvenes capacitados, por falta de oportunidades y trabas burocráticas. Obviamente era un informe subversivo.
El 7 de noviembre, un fallido atentado con armas de fuego contra el ómnibus del Frente realizados por las bandas fascistas de la Juventud Uruguaya de Pie, con apoyo policial-militar, culminó con la muerte de una niña por un disparo en el cráneo, y luego hubo un intento de apuñalar a Seregni en el esteño departamento de Rocha.
En medio de este clima de suma tensión, el domingo 28 de noviembre de 1971 se realizaron las elecciones: fue la única vez que voté en mi vida. Los resultados que se dieron a conocer en los días posteriores, en medio de denuncias de fraude, despejaron tres incógnitas: la reforma constitucional había quedado por el camino, por lo que Pacheco no sería reelecto; el Frente Amplio había votado muy por debajo de lo esperado, sin superar el 20% de los votos, pero rompió el histórico bipartidismo, y las cifras primarias arrojaban una paridad casi absoluta entre colorados y blancos por el primer lugar.
En 2009, casi 40 años después, en un documento de 1971 desclasificado por la CIA el entonces presidente de EEUU Richard Nixon le confesaba al primer ministro inglés Edward Heath que el gobierno de Brasil “había ayudado a arreglar las elecciones en Uruguay”. Obviamente un resultado diferente hubiese podido cambiar el rumbo de la historia. Recién en febrero de 1972, a pocas semanas de la asunción oficial, la Corte Electoral le concedió la victoria a Juan María Bordaberry, quien a partir del 1º de marzo sería el presidente de Uruguay.
En Brasil gobernaban los militares, en Argentina, el 11 de marzo de 1973 había asumido Héctor Cámpora. El 27 de junio de 1973 Bordaberry daría el golpe de Estado en Uruguay -con el apoyo del estamento militar y la embajada de EEUU-, lo que significó la prisión del “viejo” Seregni y cientos de militantes y ciudadanos, y la salida del país de miles de uruguayas y uruguayos… Y el 11 de setiembre de 1973 se dio el golpe de Estado en Chile contra el gobierno democrático del socialista Salvador Allende.
La central sindical CNT resolvió en 1964 ir a una huelga si había una ruptura institucional, lo que sucedió en 1973. Los trabajadores la planificaron nueve años, allí se decidió cómo organizar los lugares de trabajo, quien iba a tener esa responsabilidad, como hacer movilizaciones en medio de tanques y caballos, eso fue posible hacerlo. La huelga fue derrotada, la dictadura se mantuvo durante doce años. Buena parte de la dirección del movimiento obrero fue “desaparecido” por los escuadrones de la muerte de la Operación Cóndor, en Uruguay y Argentina.
El golpe se fue gestando por dos años. Si bien el 27 de junio de 1973 marcó un antes y un después en la historia del país, tuvo un gran impacto en otros países que acogieron a cientos de personas exiliadas.
CLAE