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México, México :: 29/04/2019

Agricultura del bien común

Silvia Ribeiro

A finales de marzo de 2019 se presentó públicamente la asociación de agricultoras, educadores y comercializadores agroecológicos Agricultura del Bien Común (ABC), red de grupos de varios estados del centro de México. Trabajan juntos desde hace varios años en un proceso que los llevó a formar un sello aval de confianza, que se llama justamente ABC. Este sello es una garantía que ofrecen de que sus productos, tanto frescos como procesados, son resultado de producir sin químicos y con cuidado del medio ambiente y la salud de productores y consumidores.

Aunque la asociación conoce bien el concepto de agricultura orgánica y las actividades de los miembros se pueden definir como tal, el sello ABC quiere reflejar más que eso. Se trata de una agricultura que se inserta armónicamente en los ciclos naturales de cada lugar, conservando sanos los ecosistemas donde se ejerce, comprometida con la salud de productores y consumidores, así como en garantizar la fertilidad del suelo y la protección de la biodiversidad vegetal y animal. Además, que contribuye al florecimiento de las culturas agrarias, la eficiencia energética, a robustecer la economía local y regional, la justicia social e intergeneracional y la autonomía de agricultoras y agricultores.

Es una forma de apoyarse para una mejor comercialización, sobre todo en las ciudades, e informar a los que consumen sus productos. Lo plantean como alternativa frente a los sellos de certificación orgánica, que es muy costosa para productores y consumidores, pues exige gran cantidad de trámites e incluso hay megaempresas que hacen de esto su negocio. Ese tipo de certificación es prohibitiva para la mayoría de quienes producen agroecológicamente, porque no pueden pagar los costos y cubrir los trámites necesarios, incluso las muchas formalidades demandadas que no se adaptan a la agricultura tradicional y local, porque en general están basadas en condiciones de países del Norte global. Existen propuestas alternativas de certificación, como por ejemplo la participativa, donde grupos de productores fiscalizan mutuamente la calidad de su producción, pero en el caso de ABC aclaran que para ellos este sello aval de confianza no es una transición para posteriormente obtener una certificación orgánica, sino una propuesta de una relación diferente entre productores, consumidores, comercializadores, educadores.

Se basa en recuperar la confianza entre consumidores y productores de campo y ciudad sin tener que pagar por ello, como sucede con la certificación. Los productores y distribuidores que participan garantizan la calidad de los productos, porque todos suscriben los principios acordados (www.agriculturadelbiencomun.org ) y conocen personalmente las formas de producción de cada integrante de la asociación, además de que sus lugares de trabajo están abiertos a visitas de los consumidores para que las puedan apreciar también. En realidad, esta es la única forma de garantizar que la producción realmente es agroecológica, porque solamente las y los propios productores saben todo lo que aplican en todo el proceso de producción.

Por ahora, quienes participan en el sello ABC son algunas productoras y productores agrícolas y pecuarios, así como pequeñas empresas y cooperativas que producen conservas, dulces, productos de cuidado personal, varios con más de dos décadas de experiencia, entre ellos el Rancho Agua Escondida (Manantial de las Flores), el Rancho Ecológico El Amate, la Granja Cocotla, Frutos de Tlayacapan, el Centro Ceres. También es miembro de esta asociación la tienda de productos orgánicos Green Corner y una asociación que se dedica a la formación de jóvenes en agroecología. Están abiertos a integrar nuevos miembros, en un proceso de conocimiento mutuo.

Además de esta experiencia van creciendo otras, como tianguis orgánicos, varios organizados por campesinas y campesinos directamente, y las llamadas Redes Alimentarias Alternativas en México, que proponen compartir los riesgos y parte del trabajo de producción entre productores y consumidores. Se trata de iniciativas autogestivas para avanzar en el camino de reapropiarnos de nuestra alimentación y, por tanto, de nuestra salud por parte de quienes vivimos en ciudades y en relación directa con quienes trabajan en el campo, que practican formas sanas y campesinas de producción pero que tienen dificultad para llegar a las ciudades porque a menudo deben pasar por costosos intermediarios comerciales y corporativos.

La semana pasada las fundaciones Heinrich Böll y Rosa Luxemburgo de México presentaron el Atlas de la Agroindustria, que muestra cómo una veintena de corporaciones trasnacionales dominan el sistema agroalimentario industrial, con enormes daños a nuestra salud, medio ambiente y economías (https://tinyurl.com/y6cvqy7u).

Pese a ello, 70 por ciento de la humanidad se alimenta de lo que producen los y las pequeñas: redes campesinas, huertas urbanas, pesca y cría de animales artesanal, pero que generalmente trabajan en condiciones duras. Para afirmar esta vía, por nuestra salud y medio ambiente, estas experiencias de volver a tejer redes de solidaridad y confianza son fundamentales.

La Jornada

 

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