Argentina: Crónica del anochecer de un día agitado
(En una esquina de Buenos Aires, el 24 de enero a las 20:00)
El ruido metálico y acompasado retumba desde la esquina como un corazón tratando de acertar el ritmo. De vez en cuando, un latido singular se mete en contratiempo, como si alguien quisiera asegurarse de que su propio corazón está presente ahí, distinguible entre los otros. Cuando el semáforo autoriza, las cacerolas se desplazan en lo alto arrastrando a las personas que las golpean. Pasa un auto y otro. Algunos bocinan al compás de los latidos, y un rebullicio de alegría se escucha entre las cacerolas.
Después de unos diez minutos, se arma una rueda en la esquina de la plaza. Vecinos de todas las edades. Chicos impacientes, porque esa quietud de la rueda aún no los convence. Adolescentes solemnes. Muchas mujeres, cansadas, pero convictas. Viejos de andar un poco más lento, se acomodan y se les ofrecen los mejores lugares.
Una mujer propone la distribución de las tareas: “fulano, ¿podés coordinar?; sultano, ¿hacés el acta?; y vos ¿hacés la lista de oradores?”. Todo muy tranquilo, sin apuro por anotarse. Un hombre más viejo levanta un poco la mano. Todos ya lo miraban y sabían que hablaría primero. El único impaciente es uno del grupo que vive en la calle, en esa misma esquina de la plaza. El señor viejo abre la conversación, antes que nadie formule la pauta de la reunión: “Quiero agradecer a todos ustedes, que han ido a la manifestación. Yo ya no puedo andar, iba a ser un estorbo. Sólo quiero dejar un mensaje para los más jóvenes: muy bien que la CeGeTé haya llamado al paro, pero no confíen en ellos. Son unos traidores y van a negociar”. Nadie estaba pensando lo contrario, ni para los adolescentes lo que dijo es novedad, pero todos le agradecen que esté ahí y lo aplauden para que se dé cuenta.
El ahora coordinador propone: “La pauta es evaluación de la jornada de hoy, cómo seguimos esto de la ‘ley ómnibus’ y las cuestiones del barrio. ¿Algún otro asunto?”. Todos mueven la cabeza asintiendo mientras murmuran algo indistinguible.
Un joven pide la palabra. Está contento de que hayan conseguido ir con una pancarta del barrio y feliz con el tamaño de la columna de las asambleas de la capital. Pero reclama de la comisión de seguridad que integró a todas las asambleas: “al final, en lugar de defendernos de la policía, el cordón nos defendía de nosotros mismos, no nos dejaba pasar”. Otro que ya se había inscripto responde y pide disculpas por lo que le cabe en esa desorganización de la seguridad de la columna.
“Por suerte”, no hubo provocadores y el “protocolo de la [ministra de Seguridad Patricia] Bullrich” fracasó. Amenazó con represión si los manifestantes bajaban de la vereda a la calle, interrumpiendo el tránsito. Pero eran cientos de miles de personas que ocupaban cuadras y más cuadras de la Avenida de Mayo y la Plaza de los dos Congresos apretadísimos. Columnas ocupaban las calles adyacentes sin conseguir entrar a la plaza.
“Yo sé que este es el punto siguiente, pero tiene que ver con el fracaso del ‘protocolo’ de la Bullrich: creo que tenemos que ir probando de cortar la calle con o sin semáforo”. Cuchicheos y voces se sobreponen. “Inscripciones… hay que inscribirse”. Otra señora: “Está bien, pero pongamos un número de gente, tiene que haber un mínimo para cortar la calle…”. “Lo llevamos para el próximo punto”. No importa lo que digan: todas y todos, indistintamente, son aplaudidos. No es una cuestión de estar de acuerdo, sino de agradecer a los que están ahí y se animan a hablar.
Todo el mundo está atento a lo que los otros dicen. Nadie repite, pero algunos manifiestan acuerdo con lo que dijo la vecina o el vecino. O afina la puntería de una propuesta. El único que atraviesa la lista de inscripciones es uno de los hombres que viven en esa esquina, está borracho y quiere ser oído… “al final, yo vivo aquí”. Lo contienen. Al final concede en inscribirse. Y cuando habla, lo único que se le entiende es que está de acuerdo con la asamblea. Viene otro de su grupo y se inscribe para pedir disculpas por la falta de educación de su colega. “Estamos de acuerdo con la reunión y no queremos molestar”. “No molestan”, le responden varios inmediatamente.
Todos coinciden en que hay que hacer una vigilia en la Plaza de los dos Congresos el día de la votación. Algunos advierten que no van a convencer a los diputados, pero hay que hacer la vigilia y no depender de si la CGT convoca a paro o no. Nadie argumenta sobre los motivos de, aun sabiendo que no convencerán a los diputados, es necesario ir. Parecen razones más bien propias, que no precisan ser explicadas. Y esto es raro, porque, todo lo demás, los oradores se esfuerzan por explicar en sus mínimos detalles. Pero hay que entender eso del corazón que late al mismo tiempo, como las cacerolas, y que hay convicciones que ya están circulando en las arterias de esa gente.
Nadie se preocupa en develar cómo son las negociaciones para modificar el texto que será votado. No les cabe. Lo que importa es cómo seguir organizándose, “porque la lucha será larga”. Importa, sí, mandar representantes a la “asamblea de asambleas” del sábado, con el mandato de proponer la vigilia. “Pueden ir los que quieran, pero quien habla en nombre de la asamblea tiene que ser un hombre y una mujer”. Todos de acuerdo.
El último punto es el que tiene más inscriptos. Se refiere a las cosas del barrio. Ya están organizando una olla popular junto a unos vecinos amenazados de desalojo de la asamblea de al lado. Proponen un encuentro con las cuatro asambleas de los barrios vecinos. Un cortejo por el barrio para llamar a los que están en sus casas “viendo la vida pasar por televisión o en el celular”. Un joven que dice militar en un partido, propone una nueva comisión: la de cultura.
Al final, se delibera. Algunos piden la palabra nuevamente, para retirar lo que dijo o mejorarlo después de haber oído a los demás. El coordinador, ducho en su tarea, va leyendo las propuestas y sugiere que lo interrumpan si no hay acuerdo. Trata de sintetizar, de juntar propuestas. Al final todo es aprobado. Una mujer recuerda que las decisiones se toman en la reunión presencial semanal, y no por la red social.
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Las asambleas barriales se habían reactivado hacía no mucho más que un mes antes de ese 24 de enero. Algunas fueron creadas de la nada, a partir de la noche del 20 de diciembre de 2023, en que el presidente Javier Milei, acompañado por sus ministros, divulgó, en cadena nacional, el Decreto de Necesidad y Urgencia, anunciando un ajuste brutal y la demolición de cualquier marco legal regulatorio que contenga la voracidad del capital. Sin preparación previa, mucha gente salió a las esquinas a golpear sus cacerolas y, como en automático, se dirigió a la Plaza de los dos Congresos. Tal vez recordando la noche del 19 de diciembre de 2001, cuando el entonces presidente Fernando de la Rua, también en cadena nacional, anunció el ‘corralito bancario’ y el estado de sitio. Como 22 años antes, de ese encuentro en las esquinas y de esa marcha surgieron las asambleas. Ellas habían sido muy activas hasta por lo menos 2003, cuando un casi desconocido presidente Néstor Kirchner, electo en el vacío creado por el “que se vayan todos”, fue desarmando las organizaciones de base y recuperando alguna confianza en las instituciones del Estado. Pero muchas permanecieron en torno de reivindicaciones locales o feministas, o creando centros culturales y comedores y radios comunitarios.
En ese mes y cuatro días (de 20/12/2023 a 24/01/2024), muchas de las antiguas asambleas se reactivaron, se crearon otras. No sólo en los barrios de las grandes ciudades, sino en los del llamado “conurbano” y en las ciudades menores del interior. La composición no tiene la masividad inaugural de 2001. Parecen más bien aquella herramienta guardada en un cajón, a la que se recurre en medio de algún desastre doméstico. Sólo los más viejos testimoniaron su nacimiento 22 años atrás. Para los más jóvenes, las asambleas brillan con fulgor mítico. No es todo el mundo que participa de ellas. Son vecinas y vecinos, gente común, algunos militantes de organizaciones populares… pero se trata de aquel ‘resto’ de humanidad que resiste… que ya participó de varias luchas y se niega a entregarse aun en la adversidad. La gente que se opone a la soledad y al abandono de los otros que parece moneda corriente en la sociabilidad de nuestros días.
Ahora, la negociación a puertas cerradas de la Ley “Ómnibus” llegó al congreso prendida con alfileres y fracasó en la votación. Y que retorna en forma de decretos, de amenazas y nuevos acuerdos… porque “todos quieren que los otros se ajusten, pero no quieren ajustarse”. El simulacro de república allá se autodestruye allá arriba. Mientras tanto, esas gentes que viven de su trabajo se niegan a ver en el prójimo al peor enemigo. Retejen con mucha paciencia, y palabras y gestos y acciones la solidaridad necesaria para afinar el ritmo del corazón de todos.
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