Chile: El baile de los que sobran
Les comparto este escrito sobre nuestra historia escondida, la de mi Población en Chile,escrito por una Joven que no dejo detalle por resaltar. Víctor Toro
Cuando miro por la ventana de mi casa, no puedo evitar recordar cuando las calles eran todas de tierra, lo terrible que era cuando se hacía un remolino, porque mi abuela gritaba que estaba el demonio en ese lugar o cuando pasaba un auto como quien anduviera en la mejor autopista y quedábamos todos llenos de polvo.
Las navidades ya no son lo mismo, hasta el año 2005 era una gran celebración
comunitaria que se preparaba a finales de noviembre, se comenzaba a pensar en quien participaría activamente de la celebración y que es lo que se haría. La organizadora principal era la señora Rosalba, mi vecina la que pasaba casa por casa invitando, luego se fijaba un día de la reunión y se discutía primero como sería la once de navidad, lo principal eran los queques de pascua, la bebida y las papas fritas, todos mi vecinos se anotaban con algo, con lo que fuera.
Posteriormente se comenzaba a ver la ornamentación, esa era mi parte favorita
me imaginaba la calle llena de papel crepé de colores rojos, verdes y azules. Cuando pasaba por ahí sentía el olor a papel, lo único que anhelaba era que llegara el 24 en la tarde para compartir con mis vecinos en la gran mesa de noche buena, para cantar “ El camino que lleva a Belén” mientras nosotros, los niños, llevábamos en nuestras manos un vela encendida hasta el pesebre, mientras los adultos a las orillas de la calle ponían petardos y tiraban algo parecido a los fuegos artificiales, mi mamá con sus ojitos brillosos me esperaba al final de ese camino iluminado por fuego y me daba mi abrazo de feliz navidad.
Una media hora después del camino que llevaba a Belén, comenzábamos a corear la canción del momento que todo niño esperaba, con un “viejito pascuero, acuérdate de mí, me porto bien en casa y también en el jardín” aparecía mi vecino
“el cata” que si bien todos sabíamos de sus serios problemas con el alcohol, el permanente color rojo que tenía en sus mejillas y nariz hacían de él un viejito pascuero ideal, ya que ese día no bebía, sumándole a eso que era muy chistoso siempre.
El tema de los regalos, era bien complicado, puesto que muchas familias no tenían dinero, al pasar el tiempo mi mamá me contó que se hacía una cuota por cada vecino y con eso se compraba un regalo para los niños de dichas familias, y los nuestros los compraban y también se los pasaban al viejito pascuero, así todos teníamos en ese momento nuestro regalo. A la una de la mañana de esa noche, mi población estaba más viva que nunca, nos juntábamos a jugar con nuestros regalos en la popular “canchita” que era el espacio pavimentado que teníamos y como era de forma circular le pusimos ese nombre.
Vuelvo al presente y son las doce del día, a tres cuadras de mi casa suena la popular canción del grupo chileno Los Prisioneros, "El baile de los que sobran ", los jóvenes de los setentas y ochentas, antiguamente jóvenes combatientes, organizados algunos en milicias populares, en contra la dictadura de Pinochet, se fuman unos cuantos pitos de marihuana o se toman una cerveza hasta el emborrachamiento, unos lo hacen porque no tienen nada que hacer y otros porque llegan cansados de la construcción.
Andrés, siempre saluda a todos los vecinos que pasan, con su rostro de caricatura y su pelo cual coliflor, rara vez da una mala impresión aunque quienes no lo conocen de verdad, lo consideran una persona peligrosa por sus antecedentes familiares y una primo muerto en un ajuste de cuentas, siempre señala que a la gente de la población no le hace nada y que él prefiere robarles a los ladrones, a los grandes.
Casas sencillas y departamentos de cuatro pisos conocidos como "blocks" forman parte de población La Bandera, esta nació en el año 1968 al alero de una serie de tomas de terreno que se dieron en Santiago por lo llamados comités de "Los sin casas", de aquellos que no podían y tampoco tenían esperanza en tener una vivienda propia. En su mayoría estos comités estaban conformados por personas pobres de la capital y campesinos en busca de oportunidades. No es casual que cuando vino en 1987 Juan Pablo ll a nuestro país, se haya denominado su visita a La Bandera como "El encuentro con lo más pobres".
Mi casa queda al frente del lugar donde estuvo el Papa, en su lugar hay una cruz de metal de alrededor de cinco metros que conmemora dicho episodio de la historia, que conjuega muy bien con el gran parque que lleva el nombre de la población, sin duda es uno de los lugares de encuentro predilecto por todos los vecinos, especialmente los días domingos, muchos de ellos se juntan a hacer pic-nic con sus familias, a jugar a la pelota o sencillamente a tomar helado y conversar.
Mi abuela me contaba que ella vivía al otro lado de la población, más allá de la copa de agua, junto con mi abuelo y otras personas en un terreno cerrado, con varias casas hasta que un día poco antes de que anocheciera, llegó un mirista que
se llamaba Víctor Toro y le dijo que apenas amaneciera debía irse a La Bandera, aunque sea poner un palo, que significaría que el terreno estaba tomado y pertenecía a alguien. Represiones por parte de carabineros y luchas constantes le dieron la victoria a la población, hasta que la dictadura con negro espíritu y su salvajismo indomable, hizo desaparecer a vecinos, miristas, moros y cristianos. El desempleo y la falta de oportunidades era la tónica de todos los días, especialmente para los jóvenes, pensar en entrar a la universidad, era impensado. Según me relataba mi abuela, algunos entraron, pero a los meses desertaron, porque no tenían plata ni para la locomoción.
La mayoría de los vecinos son gente de mucho esfuerzo, son comerciantes, trabajadores de la construcción, trabajadores textiles entre otros, la venta de comida rápida es muy común. La señora Elvira conocida como la reina de las empanadas y que ha vivido toda su vida en La Bandera dice que es un buen negocio, porque tiene de clientela casi a los mismo vecinos de cuando llegó a la toma o sino a sus hijos, “La mamita” como le dice Andrés sin tener ningún vínculo con él, todos los días le pasa dinero para la locomoción, “Es una pena ver a este cabro, que fue amigo de mis hijos tan metido en la marihuana”.
Los amigos de Andrés, como todas las tardes se sientan afuera de la animita que le hicieron a uno de sus amigos muertos en una balacera, le prenden velas, se ríen y se toman unas cervezas, vuelven a sonar Los Prisioneros como si fueran los invitados especiales de todas sus veladas.