Capitalismo negrero
El presidente de Argentina Javier Milei, actual abanderado de la política económica ultraliberal impuesta a las colonias del Sur desde el siglo XVIII y desde su púlpito X celebra, sin temor a repetirse como un bot, la caída de la inflación a un 2,5 por ciento.
Obviamente, la inflación de un país no explota y luego se desploma en solo seis meses por ningún plan económico de «austeridad responsable» (esa que nunca tienen los centros imperiales pero que le recomiendan a punta de cañón a sus colonias), menos por el éxito de ninguna fórmula mágica, ni siquiera por la inundación de millones de dólares que solía descargar Washington sobre las dictaduras amigas, sino por una profunda crisis social y económica que está destruyendo la trama social y productiva del país. Un fenómeno que en su última fase había comenzado con el gobierno de Mauricio Macri y los mismos economistas que hoy reinan sin restricciones. Ya no lo llaman «sinceramiento de la economía» pero recomiendan privarse de productos y servicios básicos como ocho años atrás recomendaban no usar agua, gas y electricidad para calentarse en invierno.
No es necesario aclarar que esas recomendaciones, como las políticas de ajuste, siempre se refiere a la clase trabajadora antes, durante o después de su vida productiva. Los ricos no caminan de rodillas para agradecerle a la Virgen ni se revuelcan en el suelo de una iglesia pentecostal para exorcizar a los demonios. La obligación de sufrir es siempre cosa de pobres.
Ahora se continúa desde los medios privados del oficialismo (los mismos medios, los mismos políticos, los mismos economistas, los mismos intereses) la recomendación a dejar de consumir café, chocolates, alfajores, agua en botella de medio litro y cualquier otro producto prescindible. A los capitalistas salvajes y sus caricaturas neoliberales nunca les importó las externalidades derivadas del consumismo irracional y suicida, pero ahora ni siquiera les importa destruir su propio principio de consumo irracional y hasta la base misma de la economía: la producción y el consumo de la clase trabajadora. En otras palabras, un retorno a la lógica de la esclavitud decimonónica: cuanto menos consuman los esclavos, mejor.
¿Cómo? Promoviendo la reducción del consumo de productos básicos de las clases media y baja (es decir, de la clase trabajadora) mientras, a un costo millonario, el presidente y la primera dama viajan una vez cada pocas semanas a los centros imperiales para que el Narcisista en jefe que pusieron los argentinos en la Casa Rosada reciba alguna medallita adulatoria o llore emocionado ante un gigantesco cuadro de sí mismo. Ahora ni siquiera les importa destruir su propio principio de consumo ilimitado como base de crecimiento del PIB ni les importa destruir la base misma de la economía llevando a la quiebra a los pequeños y medianos empresarios aniquilando la producción y el consumo de la clase trabajadora.
¿Por qué? Esta paradoja es una política «temporalmente anticapitalista» y se explica por la misma lógica el capitalismo depredador: las crisis cíclicas no son sólo parte de su naturaleza, parte de la lógica que ha divorciado primero producción de economía y, más recientemente, economía de finanzas, sino que es parte de la estrategia de acumulación capitalista, de la cual el imperialismo es su máxima expresión: cada vez que un país entra en crisis, quienes tienen dinero compran todo por nada y los centros financieros consolidan y expanden endeudados, es decir, esclavos modernos. Cuando la economía argentina inevitablemente se recupere para volver a producir para volver a pagar una nueva deuda faraónica, su pueblo será más dependiente que antes de la implantación del Plan Negrero–irónicamente, en el país más blanco de América después de Uruguay.
En otras palabras, están en fase de retorno a la lógica de la esclavitud decimonónica: cuanto menos consuman los esclavos, mejor. A los esclavistas no les importaba destruir la producción que no fuera la de sus propias haciendas porque siempre estaba la opción de importar productos de los centros industriales y éstos estaban felices de vender sus productos manufacturados caros y de comprar materias primas baratas gracias a la bestialización de los esclavos negros y de los esclavos asalariados. Cuanto menos educados, más dóciles, más fanáticos defensores del sistema que los explotaba y, por si fuese poco, más baratos.
Esta regresión incluso va más allá de 1833, año en que los británicos habían entendido que el sistema esclavista ya no les era un beneficio sino un estorbo a su nuevo producto de exportación, el dogma del libre mercado. Para decretar la abolición de la esclavitud de grilletes en sus posesiones de ultramar, comenzaron a promover un tipo de esclavitud deseada por los nuevos esclavos. El 10 de junio de 1833, un miembro del Parliament, Rigby Watson declaró: “Para hacerlos trabajar y crearles el gusto por los lujos y las comodidades, primero se les debe enseñar, poco a poco, a desear aquellos objetos que pueden alcanzarse mediante el trabajo. Existe un progreso que va desde la posesión de lo necesario hasta el deseo de los lujos; una vez alcanzados estos lujos, se volverán necesidades en todas las clases sociales. Este es el tipo de progreso por el que deben pasar los negros, y este es el tipo de educación al que deben estar sujetos”.
En Argentina han decidido volver aún más atrás en la historia, algo que, por otra parte, es una fascinación clásica del fascicmo y del mesianismo: el pasado.
La historia sigue rimando y en cada verso deja un tendal de víctimas listas para el olvido.