Desigualdad, cambio técnico y robots
Durante muchos años buena parte de la comunidad de economistas cultivó la teoría de que la creciente desigualdad en EEUU se debía a la presión que el cambio técnico ejercía sobre las remuneraciones de los trabajadores. Esta narrativa viene en varias envolturas, una más deficiente que otra, pero siempre le arregló muy bien a los poderes establecidos. De ahí su popularidad.
En una de sus presentaciones, el razonamiento es como sigue. El proceso de cambio técnico inherente al capitalismo hace que los trabajadores sean más productivos. Esto reduce la demanda de trabajadores, pero, como los trabajadores siguen teniendo necesidad de laborar, no les queda más remedio que moverse hacia sectores de baja productividad, menores salarios y peores condiciones en términos de precariedad.
Es decir, el cambio técnico termina por imprimir un sesgo regresivo en la escala de remuneraciones, porque aumenta la demanda de trabajadores más calificados al tiempo que se castiga a los empleos de menores remuneraciones. En un giro que recuerda las viejas discusiones sobre el cambio técnico inducido, esta historia también afirma que los bajos salarios en las ramas más castigadas eliminan los incentivos a introducir innovaciones intensivas en capital. Todo eso vendría a explicar la creciente desigualdad que ya es motivo de escándalo en la sociedad estadunidense desde hace años.
Esta narrativa sobre las causas de la desigualdad se aplica en estos días a la introducción y difusión de robots de todo tipo en la economía. Ahora la presencia de éstos en casi cualquier rama de la industria manufacturera es común. Pero también lo está siendo cada vez más en el sector servicios, desde los procesos especulativos en el sector financiero hasta los sectores de hotelería, restauración y salud. Nadie va a quedar a salvo de esta oleada de cambio técnico. ¡Quizás hasta un día estas líneas podrían ser escritas por un robot!
Pero si bien la difusión de este proceso de difusión de innovaciones (la robotización) mantiene su ritmo acelerado, hay importantes críticas a esta narrativa cuando se le quiere utilizar para explicar la desigualdad. La primera es que la presencia de robots no es privativa de la economía estadounidense. Economías de un grado de desarrollo tecnológico comparable, como Japón y Alemania [aún más China], tienen una presencia de robots en su economía similar o mayor que la que encontramos en EEUU.
Dicho sea de paso, la introducción de robots en esas economías es una respuesta al envejecimiento de la población y puede ayudar a mitigar su impacto sobre el crecimiento. En todo caso, esas economías no experimentaron el crecimiento en la desigualdad que hoy muestra la sociedad estadounidense. Esto indica que las causas de la desigualdad hay que buscarlas en otra parte.
La tasa de desigualdad en EEUU comienza a crecer de manera patológica en la década de 1970. En esos años culmina un proceso de desintegración del entramado institucional construido durante la Gran Depresión y bajo el mandato presidencial de Roosevelt.
Ese marco institucional (parte del New Deal rooseveltiano) había incluido legislación sobre condiciones de trabajo, negociaciones de contratos colectivos y remuneraciones. Por el lado fiscal, también introdujo esquemas impositivos progresivos (con altas tasas fiscales para los estratos de mayores ingresos). La reacción del capital en contra de ese marco institucional se manifestó desde los años 1930, en plena depresión, pero la fuerza de los sindicatos y su penetración en la economía estadunidense eran demasiado importantes.
En 1949 las tres grandes productoras automotrices y los sindicatos llegaron a un acuerdo (llamado por la revista Fortune el Tratado de Detroit) sobre mejores prestaciones y fondos para el retiro a cambio de una paz laboral. Ese acuerdo y la legislación laboral y fiscal explican la reducción de la desigualdad en la sociedad estadunidense durante la llamada época dorada del capitalismo.
Las cosas comenzaron a cambiar rápidamente cuando por fin el capital pudo lograr revertir estas conquistas laborales. Los trabajos de Tomas Piketty, Emanuel Sáez y Gabriel Zucman muestran cómo el proceso de creciente desigualdad está más relacionado con cambios institucionales que con la introducción de nuevas tecnologías, los patrones comerciales con China o el uso de computadoras.
El resultado de todo este análisis es que la desigualdad está relacionada con el conflicto distribucional que yace en el corazón del capitalismo. Ese conflicto está ligado a la explotación de la fuerza de trabajo por el capital. La retórica podrá disfrazar esta realidad de mil maneras posibles, pero la realidad no se cambia con argucias de retórica.
En países como México [y otros del tercer mundo] la desigualdad también proviene de este conflicto de clases que define al capital. Afirmar que la corrupción es culpable de la desigualdad puede ser un expediente útil para abordar un problema político. Pero al igual que la historia de los robots, esa narrativa no corresponde a la realidad.
@anadaloficial