Duque debe irse
El sueño de los colombianos de tener un buen gobierno, no cesa, y cada vez se manifiesta con mayor fuerza, como una necesidad que reclama con urgencia la conciencia pública.
Este cuatrienio de Duque a nombre de Uribe, es una maldición que está dañando nuestro futuro de la manera más irracional y absurda. Cuando nos ilusionamos con la posibilidad de inaugurar una nueva era de paz, el gobierno Duque-Uribe convirtió la destrucción del más hermoso sueño de los colombianos en el principal objetivo de su estrategia. Un par de locos sueltos actuando contra el sentido común, que ya no solamente están incendiando al país, sino que buscan también, bajo el apremio de Washington, incendiar el vecindario.
Esta guerra que vivimos es una guerra impuesta por mentes criminales que creen que, desviando la atención de la gente hacia sus horrores, podrán hundir definitivamente en el foso de la impunidad y el olvido, la responsabilidad que le cabe a Álvaro Uribe Vélez, por décadas de violencia paramilitar desde el Estado, y eclipsar simultáneamente la verdad de sus alianzas con el narcotráfico. Narcotráfico y paramilitarismo para llegar al gobierno, para obstruir la justicia, para robar el erario, darle rienda suelta a la corrupción, al despojo violento de tierras, y a la desfachatez de gobernar sólo en beneficio de los poderosos. Uribe debe tener encendidas en el altar de su corazón velas de agradecimiento a Pablo Escobar, a los Ochoa Vásquez y al Chapo Guzmán… y al gobierno de los Estados Unidos que lo protege.
El país sabe muy bien, que Iván Duque fue elegido presidente de la República gracias al dinero proveniente del tráfico de cocaína recolectado por el mafioso y lavador de activos «El Ñeñe Hernández», amigo de Uribe y amigo de Duque, de generales antinarcóticos y de otros que ponían a su disposición aviones de la fuerza aérea para sus desplazamientos seguros… Persiguen con saña al campesino cocalero y pobre, pero al mismo tiempo se abrazan con el capo, cantan y bailan con él y lo invitan al Palacio. El actual gobierno tiene el alma contagiada de narcotráfico, de fraude electoral y compra de votos, y sus manos manchadas de sangre.
Duque debe irse anticipadamente de la presidencia de la república, porque es un mandatario ilegítimo, porque le quedó grande el más elevado cargo de la nación, porque quiere generalizar el caos destruyendo el equilibrio de poderes al incurrir en desacato y cuestionamiento público a decisiones de la Corte Suprema de Justicia, porque quiere borrar a plomo las movilizaciones sociales que hoy estremecen al país, y porque Colombia no quiere la dictadura.
No más tolerancia con Iván Duque. Tenemos que cerrarle el paso a la tiranía, a la ineptitud y al mal gobierno. El coronavirus que lo había salvado de la ira y la indignación popular volcada en las calles, ya no sirve para apaciguar el descontento popular, y mucho menos, sus aburridas e insulsas comparecencias diarias por televisión. De nada sirven sus palabras hipócritas cuando el gobierno, en lugar de ayudar a los pobres en confinamiento y sin comida, ayudó fue a los empresarios que todo lo tienen. Ni siquiera repartió tapabocas gratuitos en los barrios populares.
Ahora quiere que muera Sansón y mueran todos los filisteos con tal de salvar de la cárcel y del castigo judicial a su jefe político Álvaro Uribe, no tanto por su condición de zar de los testigos falsos, sino por sus crímenes de lesa humanidad. Por eso está tan obstinado en dinamitar con desacatos a la Corte y quiere una reforma judicial que le permita construir una rama institucional garante de la impunidad de su capo político y rendida a su bufete de abogados del diablo.
La verdad, Colombia no quiere un gobierno facho, sino verdaderamente democrático, incluyente, del pueblo y para el pueblo; un nuevo gobierno de coalición democrática, que garantice la paz completa sin traiciones, la titulación de tierras a los campesinos, la reforma política, y una cancillería de paz y hermandad con América Latina y el Caribe; un gobierno de manos limpias que empiece a extirpar el cáncer de la corrupción, que escuche a los estudiantes, a las mujeres, a los indígenas, a los negros, a la población LGTBI y demás sectores discriminados, que le devuelva la salud al pueblo y que implemente medidas de choque social orientadas a liberar a la gente de la pobreza.
Saliendo ya de la mala hora de la pandemia debemos volver a las calles con marchas, plantones y cacerolazos para gritar la inconformidad de todo un pueblo contra el mal gobierno. Exijamos el fin de la represión, el respeto constitucional a la protesta social, castigo para los altos cargos determinadores de la masacre de ciudadanos inermes en Bogotá el pasado 9 de septiembre, punto final al exterminio de líderes, lideresas sociales y de excombatientes que ya superan los mil muertos luego de la firma del acuerdo de paz. Reclamemos esclarecimiento pleno de la trama de la «Ñeñe-política», exigiendo la renuncia de Duque a la presidencia por el financiamiento de su campaña con dineros de la mafia. Revocatoria a todos los corrompidos por los dineros malhabidos del Ñeñe Hernández hoy vinculados al ejecutivo, al legislativo y al poder judicial, empezando por la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, por sus nexos con el paramilitarismo y con el mafioso y lavador de activos, el «Memo Fantasma». No más impunidad para Álvaro Uribe, despojador violento de tierras y autor de los más horrorosos crímenes de lesa humanidad, como masacres y falsos positivos.
Reclamemos también el fin de la impunidad con castigo judicial ejemplar para los Char, los Gerlein y a todos los delincuentes que se han mantenido en la política a través del fraude electoral y la compra de votos. Cárcel y pérdida de derechos políticos para los denunciados por Aída Merlano.
Unidad, unidad, unidad de todos los colombianos por un nuevo gobierno y por el florecimiento de la paz con justicia social.
Edinson Romaña, Oscar Montero, Aldinever Morantes, Walter Mendoza, Jesús Santrich, Iván Márquez
Septiembre 28 de 2020