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Mundo, Mundo, Madrid :: 12/06/2024

El carácter antisocial del mercado

Jan Lust
La prohibición al Estado de intervenir en los procesos productivos de las empresas privadas, ha hecho impotente al Estado

Los últimos datos del INEI nos dicen que la pobreza está aumentando nuevamente en el Perú. La desigualdad económica no disminuye y ya suenan las alarmas en el sector sanitario porque nada ha mejorado desde el periodo del coronavirus. El sistema de salud sigue colapsado y el dengue se está expandiendo. ¿Cómo se puede explicar todo esto?
Es muy fácil reducir rápidamente la pobreza y la desigualdad económica.
Muchos académicos dirán que es necesario redistribuir más ingresos. En otras palabras, las políticas asistencialistas pueden disminuir la pobreza y la desigualdad. Otros estudiosos dirán que sólo cuando el Producto Bruto Interno (PBI) aumente más de un 5%, la pobreza podrá reducirse. Sin embargo, los subsidios y las transferencias fiscales no erradican la pobreza ni reducen estructuralmente la desigualdad. La redistribución de los ingresos no resuelve los problemas, sino que los tapan.
Para comprender la persistencia de graves problemas sociales en el Perú, debemos echar una mirada al papel del Perú en la división internacional del trabajo y sus consecuencias políticas, económicas y sociales.
También debemos analizar los objetivos del actual modelo de subdesarrollo económico vigente y los poderes políticos y económicos nacionales e internacionales detrás de este modelo. Como recordamos, el modelo de desarrollo se basa en la exportación de los abundantes recursos minerales y la desregulación de los mercados, acompañado por, entre otros, proyectos de infraestructura para un flujo más eficiente de estos recursos y la redistribución fiscal de la riqueza hacia los estratos sociales más afectados por este modelo. Además, se supone que el país proporciona mano de obra barata en el contexto de su participación en las llamadas cadenas de valor globales.
Un elemento clave de nuestro modelo económico es el papel dominante de los mercados o la reducida presencia productiva del Estado en la economía. De hecho, en la constitución de 1993 se consagra que el Estado no podrá desarrollar actividades económicas productivas cuando éstas puedan ser atendidas por el sector privado. Además, no se permite la regulación de precios. En concreto, si el desarrollo de determinadas actividades económicas puede generar ganancias, estas deberían ser atendidas por las empresas privadas. En caso de pérdidas, estas mercancías no serán proporcionados.
Si bien la reducida presencia del Estado en la economía no significa que éste carezca de cualquier forma de planificación económica, sí reduce las discusiones sobre planes que ayudarían a orientar las decisiones del sector privado en el contexto de los objetivos económicos y sociales predeterminados por la sociedad a través del Estado. Como argumentó el marxista David Harvey, el neoliberalismo “es una teoría de las prácticas políticas y económicas que se centra en la maximización de las libertades empresariales dentro de un marco institucional caracterizado por los derechos de propiedad privada, la libertad individual, los mercados sin trabas y el libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar un marco institucional apropiado para tales prácticas”. Es el funcionamiento del mecanismo del mercado lo que se considera que ha reemplazado la planificación de las actividades económicas productivas por parte del Estado.
La firme creencia en los efectos reguladores del mercado y la prohibición del Estado de intervenir en los procesos productivos que pueden realizar las empresas privadas, ha hecho impotente al Estado. Es el mercado (léase: ganancias) el que decide qué bienes y servicios se producirán. En el caso de la educación, por ejemplo, son principalmente las organizaciones privadas, con y sin fines de lucro, las que determinan qué programas educativos se ofrecerán y con qué contenidos. Los intereses económicos y sociales del país no influyen en las decisiones económicas de estas empresas.
Desde la implementación del neoliberalismo, el sector privado ha asumido cada vez más el papel social del Estado. Como consecuencia, la sociedad se transforma a la imagen del mercado y el Estado mismo se ha “mercadizado”. Eso es exactamente lo que significa cuando se hace referencia a la ideología de mercado. Todo y todos están a la venta. Lo que importa son los intereses individuales en lugar de los intereses sociales. Todo el mundo espera conseguir un “buen precio” o sacarle el “máximo” provecho con poco esfuerzo. Los mercados implican exclusión porque para ser incluido es necesario ofrecer dinero y la mayoría de las veces mucho dinero. Un mercado no es un lugar donde muchos individuos (empresas) se reúnen para ofrecer mercancías, sino un lugar donde las grandes empresas determinan los precios. La ideología del mercado nos lleva a una mentalidad darwinista: la supervivencia del más fuerte.
El predominio de los mercados como principal mecanismo de distribución y la presencia generalizada de la ideología del mercado en la sociedad, impiden que el Estado proporcione liderazgo y orientación que puedan encaminar al país hacia procesos que ayuden a superar su subdesarrollo, es decir, a eliminar la pobreza y la desigualdad económica, y a solucionar los graves problemas en el sector de salud. El poder del capital transnacional y la confluencia de los intereses de la burocracia estatal con los de los principales grupos de capital, no sólo reducen los procesos democráticos a sus rasgos formales, sino que también convierten al mercado en el punto de partida de cualquier iniciativa política y social encaminada al progreso social. De ahí que el papel del Estado como protector de los intereses de la sociedad se haya vuelto obsoleto.

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