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México, México :: 20/05/2024

El nuevo orden político mexicano creado por López Obrador

Alberto Saavedra
México está viviendo un proceso inédito. Por vez primera la izquierda estará cerca de gobernar por 12 años al país

Una hazaña que parecía imposible incluso poco antes de la pandemia. ¿Qué fue lo que cambió en la percepción de los mexicanos como para que Morena, el partido en el poder, no tenga un verdadero rival electoral para 2024-2030? Entender este proceso remite a las promesas de campaña del presidente López Obrador y a algo que apenas se menciona en México, un inevitable cambio del orden político que se gestó en su presidencia.

Entre el paquete de iniciativas de izquierda del obradorismo se encontraban apoyos sociales casi fantasiosos para la realidad neoliberal del mexicano: prometía no incrementar los impuestos, pensión vitalicia para adultos mayores, apoyos a discapacitados, becas para jóvenes sin estudios, incrementos bestiales del salario mínimo, obra público con tendencias nacionalistas y un largo número de acciones de carácter soberanista y antineoliberal en cuestión energética, hacendaria y diplomática. Con esta agenda en mente, Obrador logró ganar de forma aplastante (53% de los votos) en su tercer intento por la presidencia; luego, con un Congreso a modo, logró asentar varias de estas promesas directamente en la Constitución, a manera de derechos.

La contundencia de estas acciones logró modificar en México el orden político, sin duda. De repente la lógica neoliberal sonaba añeja, incompleta y claramente injusta. Vamos a entender bien el concepto. Un orden político, de acuerdo con el historiador Gary Gerstle, "es una constelación de instituciones respaldadas por un partido, en la que participan redes de responsables políticos y personas que tratan de definir la buena vida". Digamos que es la forma en la que se entiende la práctica política, más allá del partido en el poder. Esto significa que, para vencer a Morena en México, sus rivales neoliberales deberán atender a los cambios del nuevo orden político mexicano incluyendo intereses del obradorismo en su propia agenda de derecha.

Las campañas electorales del 2024 (que incluyen cambio de presidencia y gobernadores en estados clave del país, incluído todo un nuevo Congreso) han mostrado estos cambios de ideología política en sus candidatos. Hoy, la tendencia de quienes buscan un cargo popular es ofrecer apoyos nacionalistas, que mejoren la calidad de vida, que no peguen a la economía del mexicano y, sobre todo, que eviten lo más posible recordar a esa oferta política de los gobiernos neoliberales y de ultraderecha del PAN (Vicente Fox y Felipe Calderón) y del PRI (Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Enrique Peña). En 2018 quedó claro que las propuestas neoliberales de Ricardo Anaya (PAN) y de Antonio Meade (PRI) eran todo menos atractivas: el panista sufrió la derrota presidencial más dura de su partido (22%) y el priísta ni siquiera pudo rascar un segundo sitio (16%).

Un artículo de la revista Jacobin lanza esta pregunta a Gerstle, ¿qué es lo que obliga a un partido de la oposición a seguir las reglas del partido dominante? Para participar, señala, es necesario que las oposiciones hablen el mismo idioma que el grupo en el poder. Esto significa que, si desean participar en las elecciones de forma seria y tener alguna posibilidad de triunfo, los partidos políticos neoliberales deberán acoplarse a la política del grupo dominante. Pero nunca había dominado realmente una izquierda en el país. Esto es algo inédito en México. Un ejemplo claro de esta aparente inmortalidad del neoliberalismo en México es el PRI, un partido político que al hablar hoy pestes de los gobiernos del pasado automáticamente termina por dispararse en un pie (ellos gobernaron por 70 años a México). Morena cimbró el tablero electoral mexicano, claramente.

El obradorismo mexicano ha logrado blindar las pensiones a adultos mayores en la Constitución, ante el voto contrario de los partidos opositores. El tema de apoyar a la ciudadanía con subsidios no solamente revienta las manías neoliberales que gestó la derecha durante 36 años (con presidencias de los partidos PRI y PAN), sino que también les dicta ahora mismo la agenda política a seguir durante las siguientes décadas. Aunque no quieran, los partidos neoliberales mexicanos han tenido que promocionar la permanencia de muchas iniciativas de Morena para poder seducir a los votantes.

Un ejemplo histórico de cómo han funcionado los candidatos que entienden los cambios en el orden político es la victoria del primer presidente republicano en Estados Unidos, el militar Dwight D. Eisenhower, en 1952. A pesar de ser contrario a la oferta política de los demócratas, los tiempos habían cambiado y Eisenhower decidió mantener vivas las políticas sociales del New Deal demócrata, desde derechos laborales, impuestos a la riqueza, hasta la seguridad social.

Vamos ahora al ejemplo mexicano: la candidata presidencial neoliberal, Xóchitl Gálvez, y el candidato del mismo corte a gobernar la Ciudad de México, Santiago Taboada, se esfuerzan por convencer al pueblo de que van a defender la permanencia de apoyos obradoristas en la Constitución. Buscan, desesperadamente, no ser percibidos como candidatos del neoliberalismo, quieren ser vistos prácticamente como agentes del pueblo, como espejos del obradorismo pero desde otras plataformas políticas y vestidos con otros colores. La marca Morena está implícita ahora mismo en al menos una de las promesas de campaña de cualquier candidato a nivel nacional. Ofrecer lo contrario sería ir en contra del nuevo orden político mexicano.

La candidata de ultraderecha, Xóchitl Gálvez, incluso presionó a la autoridad electoral mexicana para que le dijera a los mexicanos que ella no pretende quitar las pensiones a adultos mayores que están en la Constitución. Incluso su equipo de comunicación plagió el logo del Instituto Nacional Electoral (INE) para hacerse pasar por el árbitro y proteger su imagen política de mujer indígena y cercana al pueblo.

La derecha mexicana ya no puede venderse como neoliberal al 100%. El cambio drástico en el orden político ha brindado a los mexicanos fenómenos casi cómicos, como el ver a los candidatos de la ultraderecha vestidos como si fueran indígenas, prometiendo eliminar los impuestos a las clases medias, impulsando obras públicas del obradorismo, entre otra sarta de escenarios indignantes para un neoliberal hecho y derecho. Los partidos de derecha PAN, PRI y PRD saben que las cosas cambiaron y que prometer más privatizaciones y libre mercado no es más que experimentar una derrota anticipada.

Las encuestas hasta abril del 2024, a un mes de las elecciones, posicionan a la candidata de Morena, Claudia Sheimbaum, como la primera y próxima presidenta del país, con un 53% de apoyos. Su rival neoliberal, Xóchitl Gálvez, no puede simpatizar ni con un tercio de la nación, según estas mismas encuestas, arañando apenas un 31% de las preferencias. Sin duda, México tendrá su primera presidenta y esta deberá anclarse al nuevo orden político nacional. Es inevitable que un país tan extenso y diverso como México mute a otra dirección política en el Siglo XXI. "El espíritu de los tiempos ha cambiado", como dijera el Premio Nobel mexicano, Alfredo Jalife-Rahme.

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