Gano Massa
Resulta evidente que la gran apuesta de Javier Milei para enfrentar el debate presidencial fue no desbordarse y poner en evidencia los rasgos más desquiciados de su personalidad. Y debe reconocerse que consiguió ese objetivo. No levantó la voz, no puteó, no salió a perseguir a su contrincante con la motosierra por todo el estudio. El problema de los chalecos de fuerza farmacológicos es que no aportan lucidez y en este caso lo dejaron expuesto frente a un político hábil que se dedicó a mostrar sus debilidades.
Muy mal andaremos en la Argentina si votamos como presidente a un político que escribe en su plataforma electoral una cosa y después la cambia sobre la marcha para conseguir más votos. Si elegimos a quien admira a Margaret Thatcher, plantea que las grandes luminarias mundiales son Estado Unidos e Israel, quiere eliminar las indemnizaciones por despido, reivindica las AFJP [jubilaciones privadas], propone que nos quedemos sin moneda, y afirma que la justicia social y la igualdad de oportunidades son una aberración.
La Argentina cada vez se parece más a una mujer que durante años ha venido aguantando a un marido juerguista, poco afecto al trabajo, y que le mete los cuernos con la vecina de enfrente, y que, resuelta a dejarlo por otro, se topa con ofertas que no la convencen. Un vecino con mucha mosca y pocos escrúpulos, ladrón de guante blanco y prácticas mafiosas. Otro, que es golpeador y blande una motosierra dejando la sospecha que puede ponerla en la nómina de los que va cortar en pedazos.
Massa, un pícaro que juega a la mancha con las liebres, salió mucho mejor parado en el debate. Pero también mostró que es más de lo mismo que ha gobernado a la Argentina en los 40 años de democracia formal. Más parecido a Menem que a Néstor Kirchner.
Como en los tiempos que acompañaba a De Narváez y coqueteaba con Macri, se sigue enorgulleciendo de su amistad con Rudi Giuliani, el ex alcalde de Nueva York, apóstol de la mano dura contra los pobres, afrodescendientes y latinos en un país donde los índices de criminalidad son muy superiores a los de la Argentina. Se hace el distraído con sus responsabilidades por el arreglo con el FMI, la pérdida del valor de los salarios y jubilaciones, los ajustes en las partidas de salud y educación y el avance de las prácticas extractivistas. Siendo uno de los responsables del cajoneo de la Ley de Humedales, ahora dice que va a meter presos a quienes los afecten.
Si la cuestión es elegir entre seguir con una pareja infiel y chanta, o arriesgar con el loco de la motosierra, desde el más estricto pragmatismo es una decisión entendible que se siga aguantando lo malo conocido.
La decisión correcta sería sacarse de encima a esos plomos y eligir libremente qué hacer de su vida. Pero en la Argentina, en este ballotage 2023, esa opción no está sobre la mesa.