Jean Wyllys, primer exiliado del régimen de Bolsonaro
El Partido Socialismo y Libertad (Psol) tiene diez diputados federales y 53 concejales en todo Brasil. Marcelo Freixo es diputado federal por el estado de Rio de Janeiro y una de las voces más activas contra las milicias que asolan el estado. Hace diez años que lleva escolta. Marielle Franco, concejala de la ciudad de Rio de Janeiro, negra, de la periferia, lesbiana, fue ejecutada el 14 de marzo de 2018. Su crimen todavía está impune, pero la principal sospecha recae sobre las milicias que denunciaba. Para darle un matiz más siniestro al caso, hace pocos días los periódicos brasileños informaron que Flavio Bolsonaro, hijo del presidente y actualmente senador por Rio de Janeiro, está conectado con el caso. En sus tiempos de diputado trabajaron en su gabinete la esposa y la madre de Adriano Magalhaes, uno de los capos milicianos y ex capitán de la Policía Militar, presunto autor de varios asesinatos y que actualmente es buscado por la policía. Jean Wyllys, diputado federal por el estado de Rio de Janeiro, gay, es otra de las voces más activas por los derechos Lgbt en Brasil. Renunció a su cargo y se convirtió en la primera figura política exiliada del gobierno de Bolsonaro. El Psol, con sus escasos diputados, es uno de los partidos que luchan con mayor contundencia contra la truculencia y los varios fascismos del Estado brasileño. Lo está pagando con la vida de sus militantes.
El primero
Jean Wyllys hizo público el 23 de enero que renunciaría a su escaño de diputado federal y saldría de Brasil. Wyllys ha sido uno de los objetivos predilectos de Bolsonaro durante los últimos años, porque el nuevo presidente brasileño hizo de la "Lgbtfobia" un eficaz instrumento electoral durante toda su trayectoria política. Wyllys ha sido insultado, humillado, agredido por Bolsonaro y sus seguidores en incontables ocasiones. Desde marzo del año pasado vivía con escolta policial y recibía continuas amenazas de muerte por parte de bolsonaristas. Era la víctima fácil del fascismo social instaurado en Brasil, porque los fascismos y los odios cotidianos se legitiman cuando alguien como Bolsonaro llega a la presidencia. En una entrevista con el periódico Folha de São Paulo, Wyllys explicó que no quería sacrificarse, que tenía que cuidar de su vida para volver a la lucha política en mejores condiciones: "Me aterra saber que el hijo del presidente contrató en su gabinete a la hija y la madre de un sicario. El presidente, que siempre me difamó, que siempre me insultó de manera abierta, utilizando su homofobia contra mí... Este ambiente no es seguro para mí", declaró al periódico. Entre las amenazas que ha recibido, todas online, porque los cobardes se esconden muy bien detrás de la pantalla de un ordenador, se leen frases brutales, como "te voy a matar con explosivos", "voy a romper tu cuello". La Policía Federal, que abrió investigaciones en 2017 y 2018, ya tiene a un sospechoso: Marcelo Valle Silveira Mello, que integra el grupo Hombres Santos. Hombres santos que destilan odio.
Durante sus 28 años como diputado y a lo largo de la campaña electoral de 2018 Bolsonaro repitió, en numerosas ocasiones, frases hirientes y repulsivas contra la población Lgbt, pavoneándose con una típica postura de macho asqueroso: "Al hijo que empieza a verse, así, un poco gay, hay que darle una buena paliza para cambiar su comportamiento", "No podría amar a un hijo homosexual, prefiero que muera en un accidente", "El 90 por ciento de los hijos de parejas homosexuales van a ser homosexuales y se van a prostituir, con seguridad", "No voy a combatir ni discriminar, pero si veo dos hombres besándose en la calle, los voy a golpear". Ahora, ya en el poder, el horror aumenta. El caso más llamativo del ultraconservadurismo del nuevo gobierno es el de la ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, una pastora fundamentalista que dijo en su discurso de asunción que Brasil podía ser laico, pero que ella era terriblemente cristiana y que iba a luchar incansablemente por recuperar los valores de la familia tradicional. La familia tradicional es una de las obsesiones del nuevo gabinete, pero en la familia tradicional cabe poca gente, es patriarcal y heteronormativa. Las personas Lgbt no caben en este modelo y, por tanto, tienen que ser políticamente exterminadas. Muy preocupante fue una de las primeras medidas de este ministerio: retirar a la población Lgbt de las direcciones de los organismos de derechos humanos. En la estructura del ministerio habrá secretarías para mujeres, adolescentes, promoción de la igualdad racial, indígenas, pero no para personas Lgbt. En un país donde en 2017 hubo 445 homicidios por fobias de género no habrá un organismo dentro del Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos que se encargue de gestionar políticas públicas para la población Lgbt.
Reconocer al opresor
Desde que anunció su decisión públicamente, Jean Wyllys está recibiendo una multitud de mensajes de apoyo en las redes sociales, pero también de odio. Los más trágicos son los que vienen de miembros también Lgbt. Uno de ellos, Alan, 22 años, de San Pablo, me dice que no soporta la figura de Wyllys y que ojalá nunca vuelva a Brasil: "Yo soy gay de derecha. Odio a Jean Wyllys. Qué cosa folclórica, ridícula, exagerada. A mí me dan vergüenza los gays como él, siempre haciéndose los pobrecitos, siempre con el victimismo. Consiguen todo porque siempre lloran y lloran como si el mundo fuese contra ellos. Que se vaya y no vuelva".
Es quizá un tanto obvio, pero la izquierda muchas veces comete el error de pensar que las identidades subalternas deben, automáticamente, identificarse con el campo progresista. Si eres pobre, tienes que ser de izquierda. Si eres mujer, no puedes votar a un candidato ostensivamente machista, que alardea de su machismo, tienes que votar alternativas políticas feministas. Pues no. La realidad nunca es tan simple. El hecho de pertenecer a un grupo pauperizado, oprimido, no significa que se tenga la percepción de este hecho ni que la persona se encuadre instintivamente en esta categoría. Las relaciones de poder son tan sofisticadas y enrevesadas que tomar conciencia de la propia opresión es un acto que nada tiene de evidente. Reconocerse como oprimido y reconocer a tu opresor ya es un enorme paso para la emancipación. Por otro lado, la lógica con que opera la operativa de comunicación de Bolsonaro contra los movimientos feminista, negro y Lgbt es contundente: ellos tienen la culpa de las diferencias entre los brasileños. Las feministas, una locas e histéricas, son las culpables de aumentar la diferencia entre hombres y mujeres. El movimiento negro tiene la culpa de que aumente el racismo porque, según repetía su campaña: "Somos todos iguales, no hay razas, el verde-amarillo es nuestro color". Los gays son unos pederastas que quieren sexualizar a nuestros hijos. Es como si nos estuvieran diciendo que los negros, las mujeres y las personas Lgbt son los culpables de morir.
Pero el fascismo no vence siempre. El odio no vence siempre. Quien va a substituir a Jean Wyllys es David Miranda, negro, gay, padre de dos hijos y originario de una región periférica de Rio de Janeiro. Como él mismo escribió en un tuit: "Sale un Lgbt pero entra otro", o, como repetimos estos días en Brasil, "ellos acordaron matarnos, pero nosotros acordamos no morir".
Brecha