La brutal desigualdad de Suecia
Suecia tiene mayor desigualdad que cualquiera de los grandes estados de la Unión Europea, incluido el Reino Unido. Una afirmación que conviene matizar. No sea que los partidarios del modelo nórdico se nos vengan abajo o que a los neoliberales les pegue el subidón y nos aturdan avivando esas patrañas que sustentan su Modelo de la Desigualdad Extrema y Creciente (MDEC). Vaya por delante que me incluyo entre los fans de Suecia. No porque piense que la socialdemocracia sea la solución al MDEC (sólo lo sería si se aplicara una limitación generalizada al patrimonio), sino porque los paliativos para el enfermo terminal que es la economía mundial siempre son bienvenidos. En el planeta de los ciegos ante la desigualdad, los tuertos países nórdicos son el rey.
El primer gráfico representa la distribución de la riqueza o patrimonio, lo que se posee, las propiedades, lo que proporciona independencia y poder económico, el más certero medidor de la desigualdad, por quintiles: tramos del 20% de la población, cinco partes iguales, una vez ordenada según patrimonio. He agregado los dos primeros quintiles porque las posesiones del primero, imprescindible para el análisis de la pobreza, complican el de la desigualdad, además de desmoralizar a cualquiera. Un ejemplo, el 20% de los alemanes que menos tiene, comparte una riqueza que asciende a... -0,6% ¡en negativo! del patrimonio global de su país. Tienen bastante menos que nada porque sus posesiones son sólo deudas.
Por arriba, en cambio, estamos de fiesta. Tanto que cuando el 1% que más tiene se lleva su porción deja la tarta temblando. Por eso he optado por representar el minúsculo último centil desgajado del último quintil.
Hay que advertir que los datos de ese primer gráfico y del segundo son poco oficiales, de un banco suizo que, aunque resulte chocante, es la fuente estadística mejor para el estudio de la desigualdad. Y que los datos recogidos son del penúltimo informe (Global Wealth Databook 2015) para mejor comparar con la distribución de la renta del tercer gráfico, está sí de fuente oficial con datos de 2015 (EUROSTAT).
Según ese primer gráfico, el título del artículo se justifica plenamente. La desigualdad patrimonial, el medidor de la desigualdad más apropiado, es efectivamente brutal en Suecia. El 1% de los suecos posee el 31,6% de la riqueza de su país, bastante más que en el resto de los países representados. Pero es que además los de abajo están claramente peor. Los cuatro primeros quintiles, el 80% de los suecos, comparten tan sólo el 15,1% de la riqueza de su país, mucho menos que en cualquiera de los otros cinco países.
Pero dejar la explicación hasta aquí sería un error. Cuando se mide la desigualdad mediante cuantiles (deciles, cuartiles, quintiles, centiles) -como cuando se hace por el Índice de Gini, un método más tosco y menos intuitivo- lo que se mide es la distribución dentro del país, el reparto porcentual de la tarta, pero no estamos teniendo en cuenta su magnitud. Por ello, he representado en un segundo gráfico la riqueza y el PIB por adulto (en dólares, por ser la fuente Credit Suisse) en los seis países. Y ahí empieza a notarse el matiz. La riqueza per cápita (teniendo sólo en cuenta a los adultos) es muy alta en Suecia, 2,8 veces mayor que en España, y su PIB por adulto es 2,1 veces mayor que el nuestro.
Además de saber que la tarta de la riqueza sueca es considerable (la segunda mayor después del Reino Unido) y que su PIB es destacadamente el mayor, todavía nos queda otro factor que analizar para ubicar a Suecia en el ranking de la desigualdad: la desigualdad de rentas. La renta es lo que se ingresa, lo que se gasta, lo que permite llegar a fin de mes. La riqueza es lo que distingue al poderoso, porque de ella deriva la posibilidad de dominar el flujo de rentas, pero las rentas son imprescindibles. Sin ellas es difícil siquiera sobrevivir.
Si el segundo gráfico nos daba buena idea del tamaño de las rentas a repartir (su magnitud está íntimamente relacionada con el PIB) fijémonos ahora en el reparto de la renta del último gráfico. Con esos datos termina de construirse el matiz. En Suecia las rentas son destacadamente mayores que en los otros cinco países (datos de PIB del segundo gráfico) y además se reparten mejor que en el resto (tercer gráfico), así que los suecos no necesitan patrimonio para vivir mejor que la mayoría de los europeos. Si a esto se suma su desarrollado estado del bienestar, donde el pago de mayores impuestos les garantiza todo lo que puedan necesitar, no sorprende que los suecos sostengan sin conflictividad un reparto de la riqueza tan desigual.
Suecia es, según OXFAM Intermon, el país mejor situado en el indicador C.R.I., que mide el Compromiso con la Reducción de la Desigualdad. Alemania es el número 5 del ranking, Francia el nº 8, Italia el 16, Reino Unido el 17 y España, entre Argentina y Hungría, ocupa el puesto 27. A la vista de los datos de los gráficos anteriores, el gobierno español debería estar empeñado en una cruzada sin cuartel contra la desigualdad de rentas, pero no es así. En España, el tercio de la población con menos renta, que vendría a coincidir con lo que se conoce como el precariado, viene trasvasando rentas a los de más arriba desde el comienzo de la crisis y sigue haciéndolo durante la recuperación.
En Suecia es otra historia. Allí el mantra de que hay que bajar los impuestos pone la mosca detrás de la oreja a muchos ciudadanos que, con un patrimonio exiguo, saben que es necesario financiar unos servicios públicos que son el complemento imprescindible de su renta. Para los suecos, la cuestión de la desigualdad sigue estando en el centro del debate y de la práctica política. Por eso Suecia da sopas con honda en cuanto a desarrollo y bienestar a los grandes estados europeos.
Pero, a riesgo de ser aguafiestas, el modelo sueco no es la solución al modelo de la desigualdad extrema y creciente global. La acumulación de patrimonio está desbocada en Suecia como en cualquier otro país del mundo, lo que tiene un alto precio: un pulso tenso y continuo entre una élite, inmensamente rica pero siempre insatisfecha, y una gran mayoría de ciudadanos, dependiente de los designios de esa élite, que sólo dispone de su voto y su activismo, pequeñas parcelas de poder político y social, que sumadas pueden apenas contrapesar el agudo desequilibrio de poder económico. La eterna lucha por el poder económico, político y social, hoy día por ese orden.
Según otra estadística oficiosa, en 2017 hay 112.00 suecos con un patrimonio neto (excluida la primera vivienda) por encima del millón de dólares, 3.300 suecos con más de 10 millones de dólares y 1.430 suecos con propiedades por un valor superior a los 30 millones de dólares. Hay también 188 personas en Suecia con un patrimonio superior a los 100 millones de dólares y 21 con propiedades por encima de los 1.000 millones. Todos ellos tendrán un alto nivel de consumo y bienestar, seguro, pero eso no significa que todos tengan poder de decisión, porque no es lo mismo tener que controlar. Con unos pocos millones de dólares se vive muy bien, pero de controlar la economía, poca cosa.
Quienes cortan el bacalao del poder económico en Suecia no son el 1% del famoso eslogan -que viene a coincidir, aproximadamente, con los suecos que tienen un patrimonio de más de un millón de dólares además de su vivienda- sino más bien el pequeño grupo de cienmillonarios suecos, que apenas suponen el 0,0019% de la población. Y entre ellos, más activos, una veintena de milmillonarios, una pequeña cuadrilla comprometida en la lucha por el poder global pugnando, entre otros, con pesos pesados como Putin y Trump, por una fracción mayor de poder, frecuentemente a cualquier precio.
Los multimillonarios suecos, acostumbrados a un fuerte contrapeso político y social, probablemente sean más civilizados y sensatos que el resto de los 2.024 milmillonarios o los 23.893 cienmillonarios del mundo, pero para ellos será siempre demasiado tentador sacrificar el bienestar de los suecos y la conservación del medio ambiente a la apasionada y exclusiva aventura personal de conseguir más riquezas que nadie. Por eso los suecos, como los demás ciudadanos del mundo, deberían empeñarse en establecer un límite al patrimonio. Una llamada a la sensatez frente al ansia irresponsable de poder económico que empuja al capitalismo hacia un colapso social y medioambiental por la desigualdad patrimonial extrema y creciente. También en Suecia.
Luis Molina Temboury es economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC
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