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Europa, EE.UU., Europa :: 04/06/2024

La nueva realidad geopolítica y los viejos imperialismos

Jagar46
EEUU no tiene ningún problema en tensar la situación. Las consecuencias de un conflicto a gran escala con Rusia las pagaría principalmente Europa

Desde hace bastante tiempo, países como China vienen hablando del mundo multipolar, en oposición a lo que hemos conocido desde la caída del campo socialista, con el dominio geopolítico incontestado de EEUU y del imperialismo europeo como comparsa.

Considero que la tesis China no es un proyecto o una perspectiva que se pueda materializar a medio-largo plazo. Es bastante más que eso: el mundo multipolar es ya una realidad, con sus contradicciones, con sus avances y retrocesos. EEUU ya no puede imponer su voluntad como lo ha venido haciendo desde hace casi 40 años. La debilidad de EEUU la ponen de manifiesto numerosos datos y realidades que podemos observar en diferentes partes del planeta. Su propia situación política interna es un buen ejemplo de ello. Que un país se vea en la tesitura de tener que elegir entre Biden o Trump, es verdaderamente el colmo de la decrepitud de un sistema político.

Pero hay otras cuestiones que llaman poderosamente la atención: desde hace meses, venimos observando cómo el régimen israelí se siente capaz de poner de rodillas a EEUU y de desconocer sin ninguna consideración (y hasta con una cierta prepotencia) las opiniones y directrices emanadas de la Administración Biden. Todos conocemos el peso económico y político del lobby sionista. Este lobby no ha dejado de actuar y de condicionar la política estadounidense desde los años 50. Pero una cosa es condicionar y otra muy diferente que un Estado (Israel), con un PIB de unos 500.000 millones de dólares y una población de 9,5 millones de personas, imponga su agenda y prácticamente ponga de rodillas a un gigante (EEUU), con un PIB de 25,4 billones de dólares y una población de más de 333 millones de habitantes. Con lobby sionista o sin él, Israel ha sido un país subalterno de EEUU, pero hoy podemos decir que, como consecuencia de la debilidad y decadencia de la otrora gran potencia, Israel parece tener la sartén por el mango en la relación bilateral con EEUU y hasta se permite arrearle algún sartenazo al mequetrefe Biden (no se ha conocido en toda la historia de EEUU un presidente más débil y pusilánime).

Asimismo, no pudo ser más patética la comparecencia de Blinken, en su visita a Israel, tras lo ocurrido el 7 de octubre: llegó a decir que estaba allí en calidad de Secretario de Estado y también en calidad de judío; quizá más de lo segundo que de lo primero a tenor de cómo viene actuando el actual gobierno estadounidense. Lo llamativo es que nadie en EEUU pidiera su cese con carácter inmediato, por cuanto su declaración contenía elementos que casi podrían calificarse de traición para un alto funcionario del Estado. Todo un Secretario de Estado de EEUU manifestaba abiertamente que su fidelidad política estaba dividida entre sus responsabilidades políticas con un Estado y su cercanía moral o étnica respecto a otro: ¿defiende Blinken la política estadounidense respecto a Israel o la política israelí respecto a EEUU? ¿Es parte del gobierno Biden o del régimen de Netanyahu?

La debilidad estadounidense también la observamos en que un Estado como el español, habitualmente sometido a EEUU en todo lo que tiene que ver con la política internacional, haya sacado los pies del tiesto (no demasiado) del guión otánico en lo referente a Palestina. Algo parecido hizo Zapatero en su día con la retirada de tropas de Irak. Mas aquella decisión era de todo punto inevitable tras los atentados del 11-M, que dislocaron por completo la política española, y el discurso con el que el PSOE se impuso en las elecciones ante un Aznar entregado en cuerpo y alma al belicismo estadounidense y a toda aquella farsa de las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía el gobierno de Sadam Hussein, con la que se justificó la agresión y ocupación de Irak. En cualquier caso, que el gobierno Sánchez se sienta capaz de contradecir al gigante norteamericano en una cuestión tan sensible como la de Palestina o que ahora ande a palos diplomáticos con los israelíes, no dejan de ser hechos extraordinariamente significativos. Muchas cosas están cambiando en la arena internacional para que ocurran tales fenómenos.

Hasta la UE, que ha seguido a EEUU como un perrito faldero en la cuestión ucraniana, empieza a hablar con voz propia (aunque muy bajito) en lo referente a Oriente Medio. Si bien, en el plano de los hechos, todo queda en agua de borrajas, ante la evidencia de que las 'cabezas tractoras' de la UE (Alemania y Francia) no terminan de hacer pie en ningún sentido en relación a la cuestión Palestina. No es de extrañar que la Comisión Europea ande en este terreno como pollo sin cabeza, cuando no con posturas enfrentadas entre unos y otros comisarios y 'altos representantes'.

Por otro lado, en África, en Asia y en Latinoamérica, no pocos países se ven con fuerzas para, cuando menos, desobedecer al Tío Sam, a Francia y a cualquier otra decrépita potencia imperialista. Los gobiernos más o menos progresistas (unos lo son más que otros) en Latinoamérica empiezan a plantarse ante el amo yanqui. Brasil, México, Colombia, Nicaragua, Venezuela y otros empiezan a perder el respeto (cuando no lo han perdido por completo) a quienes les dominaron, expoliaron y asesinaron durante décadas. No podemos decir que Latinoamérica ha dejado de ser de una vez para siempre el 'patio trasero' de EEUU, aún sigue siéndolo en buena medida, y aún más en aquellos países donde puede contar con la solícita colaboración de personajes como Milei (al que, por otra parte, no le auguro una presidencia ni tranquila ni demasiado prolongada). Pero las cosas están cambiando y lo harán cada vez en mayor medida.

En África, los diferentes movimientos militares que han tenido lugar en varios países, especialmente en el ámbito de la llamada 'francophonie', apuntan en la misma dirección. No calificaremos a tales movimientos de progresistas (aún está por ver su alcance), pero son, sin duda, movimientos con un profundo carácter 'soberanista' y que están colocando a las viejas potencias imperialistas en una situación verdaderamente comprometida. La victoria electoral del panafricanista de izquierda Faye en Senegal es parte también de la misma tendencia.

Quienes partimos de posiciones marxistas, si analizamos todas estas realidades desde una óptica esquemática o desde un marco ideológico demasiado rígido o estrecho, podríamos caer en el error de minusvalorar o incluso negar su carácter transformador. Pero tienen ese carácter, incluso a pesar del reformismo socialdemócrata que podamos imputarle a ciertos gobiernos latinoamericanos o al reaccionarismo latente que pueda existir en las castas militares africanas.

La historia, por desgracia, no se ha desarrollado, ni podía desarrollarse (así lo ponen de manifiesto los hechos), según lo que podía esperarse a partir del ciclo iniciado por la revolución de octubre de 1917 en Rusia. Pero avanza, y lo hace, paradójicamente, como consecuencia del desarrollo del propio capitalismo y de su extensión a todo el planeta. El mercado capitalista, que necesita crecer e incorporar a cada vez más países (no sólo como proveedores de materias primas, sino también como productores y consumidores), va imponiendo nuevas realidades hasta entre los pueblos más atrasados. Destruye muchas cosas, qué duda cabe. Pero también construye otras, a su pesar. Crea mercados y los mercados crean naciones, Estados, instituciones, tecnología, clase obrera (en oposición al trabajador semifeudal), cultura, etc. De alguna manera, en un contexto de retroceso de los movimientos revolucionarios que se movían en una órbita marxista, los países en situación neocolonial (y semifeudal en lo económico) necesitan entrar en la fase capitalista para despertar como naciones, para superar realidades como el tribalismo, los conflictos étnicos y religiosos, el aislamiento, para cohesionarse como pueblos y para acometer lo que en términos teoréticos siempre se ha calificado de 'revoluciones burguesas'. Esto en lo que se refiere principalmente a África. En Latinoamérica hay otras realidades que también debían ser superadas y que, poco a poco, se van superando. El avance de los pueblos tiene como consecuencia que éstos estén en disposición de defender su dignidad, y no sólo de defenderla, sino de materializarla en lo político, económico, en las relaciones internacionales, etc.

A muchos nos hubiera gustado que estos pueblos hubieran podido, de un salto, pasar al socialismo (algunos lo intentaron, incluso en Afganistán hubo un intento de construir un régimen socialista). Pero, insisto, la historia tiene sus propias leyes de desarrollo, y aunque el comunismo quizá se ha acercado a la comprensión de esas leyes, debemos reconocer que esa comprensión ha sido incompleta y que es necesario reevaluar no pocas posiciones que se daban por sentadas. Aunque no cabe duda de que, a largo plazo, no hay más camino para el progreso de los pueblos que un proyecto declaradamente socialista y, tarde más o tarde menos, los acontecimientos se irán desarrollando en ese sentido.

Regresando al análisis en el que estábamos, para que estos pueblos hayan podido empezar a jugar un papel más activo en su propia construcción como naciones o Estados o en lo que se refiere a la configuración de las actuales relaciones geopolíticas, han sido necesarios otros factores añadidos a sus transformaciones internas. Las viejas potencias imperialistas se han debilitado y esto ha abierto una 'ventana de oportunidad' para los pueblos. Pero también ha sido necesario el surgimiento de nuevas potencias, que ejerzan de contrapeso a aquéllas, y que permitan, en ese nuevo equilibrio, una cierta libertad de movimientos o la creación de espacios en los que empezar a trazar nuevos caminos.

Esas potencias son, fundamentalmente, Rusia y China. Y aquí, de nuevo, se nos caen una buena cantidad de esquemas. Putin y los estratos sociales que representa, son, desde el punto de vista ideológico, unos reaccionarios de tomo y lomo. Sin embargo, por cuanto defienden la soberanía de Rusia y, al hacerlo, se oponen a las potencias tradicionales, en el ámbito internacional, se convierten en un apoyo para los movimientos más o menos antiimperialistas en todo el mundo.

En cuanto a China, su régimen político enarbola la bandera roja, pero lo que encontramos en el país asiático en la actualidad es, principalmente, una forma de capitalismo de Estado. Desde una posición infantilmente 'izquierdista', deberíamos echar pestes sobre China (reconozco haberlo hecho en el pasado). Pero esto no tendría ningún sentido, entre otras cosas porque China, desde el capitalismo de Estado, tiene buena parte del recorrido hecho hacia el socialismo; y, por otra parte, en el terreno internacional, igual que Rusia, juega un papel indudablemente positivo.

Bien saben todo esto los viejos imperialistas. Por eso están haciendo todo lo posible por debilitar ese eje y, especialmente, al elemento más débil del mismo, que es Rusia. La guerra de Ucrania no tiene otro sentido que éste. El pueblo ucraniano está siendo sacrificado en el altar de los intereses de las viejas potencias imperialistas. Hasta el Papa Francisco dijo que la guerra de Ucrania había sido "de algún modo provocada".

El conflicto entre Ucrania y Rusia no era inevitable. Se arrastró a ambos pueblos a ese conflicto. ¿Y quién lo hizo? EEUU, en primer lugar; y la UE, en segundo, y bien caro que nos está saliendo a los europeos: inflación, encarecimiento de los combustibles, inestabilidad política y, lo que es aún más peligroso, riesgo cierto de un conflicto a gran escala si en algún momento las cosas se descontrolan o alguien (EEUU) decide descontrolarlas. EEUU no tiene ningún problema en tensar la situación. Las consecuencias de un conflicto a gran escala con Rusia las pagaría principalmente Europa. Pero a la UE parece importarle muy poco esto, algo verdaderamente incomprensible, lo que nos lleva a plantearnos quién manda en Europa: ¿la Comisión Europea, la OTAN, los lobbys que trabajan para el bloque imperialista anglosajón?

Cualquier política inteligente implicaría entenderse necesariamente con Rusia, por motivos económicos, políticos, culturales (Rusia mantiene estrechos lazos culturales con los países eslavos que hoy forman parte de la UE) y en interés de la paz en Europa. Y, en cualquier caso, la UE no debería permitir que EEUU utilizara el Viejo Continente como el tablero de juego o plataforma para la agresión contra Rusia, y a los ciudadanos europeos como sus peones a sacrificar en cada jugada.

En todo caso, lo que deberían hacer las viejas potencias es asumir que el mundo ha cambiado y que no tiene marcha atrás por mucho que se empeñen, que la no asunción de esta realidad nos conducirá inevitablemente a la catástrofe. Los pueblos, de todos los continentes, lo que debemos defender es la coexistencia pacífica, el libre desarrollo de las naciones y de los Estados, las relaciones en pie de igualdad entre todas las naciones, grandes o pequeñas, y el apoyo mutuo entre los pueblos (que no la injerencia).

Hay que poner fin, ya, de manera inmediata, al genocidio en Palestina. Hay que aislar a Israel en todos los ámbitos (en lo comercial, diplomático, armamentístico, etc.) para que cese en su agresión terrorista.

En vez de enviar armas, hay que trabajar por el fin de la guerra y el acuerdo entre Rusia y Ucrania, sin humillaciones para ninguna de las partes. Para esto último, quizá haga falta un gobierno soberano en Ucrania, que defienda los intereses de los ucranianos, y no el régimen de Zelensky, que parece estar dispuesto a sacrificar hasta el último ucraniano en aras de los intereses de EEUU. Veremos, por cierto, qué opinan los ucranianos el día que puedan hablar con cierta libertad sobre el 'héroe' Zelensky o sobre enviar a morir a miles de personas al frente, mientras que otros (sus generalotes y ministros), en la comodidad de sus despachos, se dedican a la corrupción a gran escala y a asegurarse el mejor de los futuros a cuenta de las 'ayudas' que reciben desde EEUU o Europa.

El mundo está patas arriba. Hay quien quiere sumirlo en el caos y el desastre. En la mano de los pueblos está impedirlo. Nos va la vida en ello. Literalmente.

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