Las falacias del sionismo
La primera y más conocida falacia del sionismo es la de acusar por principio de antisemita a cualquiera que se oponga a las políticas de Israel. El sionismo, que no es más que un movimiento político, pretende identificarse con el conjunto de la comunidad judía, apropiarse de ella o ser su único y exclusivo representante.
Sin embargo, a pesar de que el sionismo ha conseguido atraerse la simpatía o el apoyo de una gran parte o quizá de la mayoría de la población judía en todo el mundo (aunque desconozco cuál es la opinión en este sentido de los más de 13 millones de judíos que hay en el mundo, de los que solo 7 millones habitan en Israel), no es menos cierto que hay sectores importantes de la comunidad judía, también dentro del propio Israel, que no comulgan con el sionismo o que se oponen frontalmente a él. De modo que, quien escribe, y la inmensa mayoría de los que denunciamos o estamos en contra el movimiento sionista, no albergamos el menor prejuicio hacia la población judía, porque rechazamos toda identificación entre población judía y sionismo.
El judaísmo es una realidad cultural y religiosa milenaria. El sionismo, en cambio, no es más que una concepción político-ideológica nacida a finales del siglo XIX. Aquellos que mantenemos un posicionamiento antisionista desde una perspectiva progresista y de izquierda, nos movemos en parámetros profundamente antirracistas y de respeto a las diferentes culturas, religiones, etc.
De todos modos, habría que señalar que son los sionistas los que necesitan el antisemitismo tanto como el aire que respiran. Cuanto más fuerte sea el antisemitismo, más fuerte y cohesionado estará el sionismo, más sectores del pueblo judío atraerá hacia sí, hacia su exclusivismo etnicista, que necesita del aislamiento y del rechazo de la ‘etnia’ en cuestión para situarla en una posición de defensa y de temor respecto a los “no-judíos”. Nada fue más útil al fortalecimiento del movimiento sionista que las políticas genocidas de los nazis alemanes. Es más, el movimiento sionista y el movimiento nazi guardan no pocas similitudes, por no decir que se parecen como dos gotas de agua: el mismo rechazo que profesaban los nazis a los judíos es el que profesan los sionistas hacia los árabes.
Algunas de estas tesis son desarrolladas con mayor profundidad en el libro “El sionismo, una forma del imperialismo”, de Joaquín Bollo Muro, publicado en 1982 por la editorial Akal (desconozco si ha sido reeditado posteriormente) y que animo a leer a quien pueda tener acceso a él.
Otra falacia es la de considerar la creación del Estado de Israel como una consecuencia del genocidio judío durante la II guerra mundial. El movimiento sionista empezó a establecer colonias judías importantes en Palestina a principios del siglo XX. Por entonces, el movimiento nazi no existía, y Hitler no era más que un semivagabundo intentando darle algún sentido a su vida. Por supuesto que se produjeron persecuciones religiosas hacia los judíos en la Rusia zarista o en la España de los reyes católicos siglos atrás. Pero lo que movía a los sionistas era el exclusivismo racial o religioso y establecer un Estado sobre esa base. El Estado de Israel se define como ‘Estado judío’, lo que, ya de por sí, debería causar un profundo rechazo a cualquier conciencia progresista y democrática. Que un Estado defina su naturaleza a partir de un grupo étnico o religioso dice bastante sobre la naturaleza (nazi) del movimiento sionista.
Debe quedar claro que la emigración judía hacia Palestina nunca se hizo con la pretensión de convivir con la población que ya habitaba aquel territorio. Nada se podría achacar a que un pueblo o una parte de él quisiera regresar al territorio que considera la cuna de su cultura. Pero lo que es criminal es hacerlo destruyendo la vida de quienes vivían allí desde hacía cientos o miles de años. Y no pueden argumentar que la población árabe-musulmana les rechazara. Musulmanes y judíos han convivido durante cientos de años en Oriente medio, con cierta conflictividad, sí, pero no mayor que la que pudiera existir en cualquier región del planeta entre comunidades con tradiciones, idiomas y creencias diferentes.
Un dato que seguramente muchos ignoran es que, a día de hoy, en la República Islámica de Irán existe una comunidad judía conformada por varias decenas de miles de personas, que, además, cuentan por ley (en un país de más de 88 millones de habitantes), con representación parlamentaria. No haré yo, siendo ateo, ninguna apología de un gobierno religioso. Pero aporto el dato para evidenciar que el conflicto palestino-israelí no tiene su causa en una presunta imposibilidad de establecer relaciones normales de convivencia entre judíos y musulmanes.
Los judíos han vivido en Irán desde la época premusulmana. Si algo ha distorsionado la relación y la convivencia entre judíos y musulmanes ha sido el sionismo, que pretende algo absolutamente imposible: vivir en paz en Oriente Medio odiando, despreciando, arrebatando tierras y asesinando a los pueblos con los que debería convivir y entenderse.
De manera que los sionistas no pueden aducir persecución ni argumento similar para construir un Estado sobre el exclusivismo racial. La persecución la sufrió la población árabe-musulmana desde prácticamente el minuto uno de la llegada a Palestina de los sionistas, y, de manera creciente, según éstos fueron articulando toda una serie de organizaciones terroristas como la Haganá, Irgún o la llamada “Banda Stern”, y posteriormente organizaciones militares más amplias y profesionalizadas. Los palestinos no contaron con nada similar, más allá de algunas milicias de autodefensa que no tuvieron ninguna oportunidad ante los sionistas, como la historia ha demostrado.
Por cierto, merece la pena hacer una breve mención a la llamada “Banda Stern”, pues es bien conocido que estableció contacto e intentó conformar una alianza con los nazis para combatir a los británicos cuando Palestina estaba bajo mandato del Reino Unido. En las publicaciones de este grupo se hablaba explícitamente de la superioridad racial de los judíos respecto a los árabes, a los que se consideraba como una “nación de esclavos”. El parentesco ideológico entre nazis y sionistas no es, en ningún caso, un capricho de algunos analistas. Es una evidencia.
Otra falacia que los sionistas sacan a relucir de manera recurrente (cada vez que Israel necesita apretar las tuercas a los palestinos y convencerles de que su lugar está lejos de Palestina, como ocurre en estos momentos) es que las ofensivas genocidas que desencadenan son siempre una respuesta a los ataques palestinos, que, por supuesto, son los malos de la película.
Hasta las personas más ignorantes saben sumar y restar, y si ponemos en una tablilla los muertos que los sionistas han ocasionado a los palestinos y los muertos que los palestinos han ocasionado a los sionistas o a la población israelí en general, es bastante fácil determinar quién es el agresor y quién el agredido.
Para que ningún inquisidor me acuse de estar haciendo algún tipo de ‘apología del terrorismo’, manifestaré que mi deseo más ferviente es que no haya en Oriente Medio ni una sola muerte más ni por una parte ni por la otra; y que considero que, a estas alturas la historia, la guerra debería estar excluida como instrumento para alcanzar cualquier objetivo.
No obstante, también soy consciente de que esto no es más que un utópico y romántico deseo que, por supuesto, no tendrá ninguna aplicación práctica mientras el mundo funcione como lo hace. Podríamos hablar de la relación del capitalismo monopolista y del imperialismo con la violencia que observamos en muchas partes del mundo. Pero como no es la cuestión que nos ocupa en esta ocasión, soslayaremos este análisis.
Estábamos hablando de números. Sé que cada uno de esos números es una persona. No pretendo hacer un análisis deshumanizado. Pero recurrir a la aritmética puede ayudarnos a ver las cosas con una mayor objetividad: las milicias palestinas (según los datos que conocemos por los medios) ocasionaron el pasado 7 de octubre de 2023 unas 1200 muertes y el apresamiento de decenas de rehenes. Desde entonces, y a fecha de hoy (mayo de 2024), la ofensiva sionista ha producido más de 35.000 muertes, el arrasamiento de miles de edificios (incluidos varios hospitales de los pocos con los que cuenta la Franja de Gaza), fosas comunes con cientos de cuerpos de personas torturadas y ejecutadas a sangre fría, miles de niños muertos, el hambre y la enfermedad para casi dos millones de personas.
¿Hay alguien, en su sano juicio (es decir, que no sea Feijoo, Milei, Abascal o Biden), que encuentre alguna dificultad para entender lo que está pasando en Palestina y quién es el agresor y quién el agredido? Hay que ser un ceporro o un auténtico fascista para no llegar a la única conclusión posible.
En cualquier caso, lo que debemos entender es que el genocidio que hoy está teniendo lugar en Palestina (como cualquiera de las anteriores ofensivas llevadas a cabo por Israel) no es una respuesta al ataque del 7 de octubre. Todas las matanzas sionistas, desde hace más de 80 años, siempre se han justificado del mismo modo: “nos estamos defendiendo”, dicen los sionistas. Pero lo cierto es que esas matanzas no tienen un carácter ‘reactivo’, sino que son parte del proyecto sionista desde antes de la creación del Estado de Israel.
En fecha tan temprana como 1917, Leo Motzkin, un intelectual sionista (que se contaba entre los “moderados” del movimiento), dijo: “Nuestra idea es que la colonización de Palestina debe proceder en dos direcciones: el asentamiento de judíos en Eretz Israel y el reasentamiento de los árabes (…) en áreas fuera del país”. Por su parte, David Ben Gurion, todo un “héroe” sionista, defendía, allá por los años 40 del pasado siglo, que “el futuro Estado judío no tiene fronteras territoriales” y que estas fronteras se determinarían “por la fuerza y no por la Resolución de Partición [de la ONU]”. Es decir, que el Estado de Israel sería tan grande como lo permitiera la capacidad de los sionistas de asesinar y desplazar palestinos. Y hoy, en Gaza, continúan en eso.
Los extractos anteriores, y otros datos y testimonios muy clarificadores sobre la naturaleza del sionismo, vienen recogidos en el libro “La limpieza étnica de Palestina”, del historiador judío-israelí Ilan Pappé, lectura muy recomendable, por los datos que ofrece y por quién lo escribe, por cuanto resulta difícil calificar de antisemita a alguien que es “semita” e israelí, pero que no duda en oponerse a la limpieza étnica que viene teniendo lugar desde hace décadas.
De manera que lo que los sionistas (con el criminal Netanyahu a la cabeza, convencido de ser la reencarnación del mencionado Ben Gurion, y dispuesto a pasar a la historia cubierto de sangre de los pies a la cabeza, como todo buen “héroe” sionista) buscan con la actual masacre de palestinos es que éstos abandonen de una vez para siempre lo poco que les queda de su territorio histórico. La matanza sirve para sumirles en el mayor terror y que se vayan para no volver. La destrucción masiva de edificios e infraestructuras, hasta convertir Gaza en una escombrera, no tiene otro objetivo que el de transformar la Franja en un lugar inhabitable, para así realizar el sueño dorado sionista de ocupar todo el territorio de Palestina. Para mayor abundamiento, varios ministros del gabinete de Netanyahu han hablado abiertamente de trasladarse a vivir a Gaza, en tono jocoso, mientras dan órdenes para asesinar niños por miles.
El que tenga dudas sobre lo que está ocurriendo en Palestina, que se lo haga mirar. Y no, no es suficiente con reconocer a Palestina como Estado; es necesario, además, denunciar y reconocer también a Israel como lo que es: un Estado terrorista y genocida, y romper relaciones a todos los niveles con este Estado para parar en seco las pretensiones criminales de los sionistas.
Y como último apunte, no se propone en este texto que el Estado de Israel deba desaparecer. La historia no da marcha atrás. Pero si quiere vivir en paz y que su sociedad se desarrolle de manera armónica -y no de la forma patológica en que lo ha venido haciendo hasta hoy, bajo el influjo del racismo, el militarismo y el odio hacia los pueblos que le rodean- debería buscar y encontrar la forma de integrarse de manera real en Oriente Medio, estableciendo relaciones normales con sus vecinos, permitiendo que los palestinos puedan construir un Estado viable, replegando asentamientos y devolviendo los territorios que, según acuerdos internacionales, pertenecen a Palestina.
De la misma forma que los sionistas siempre se han opuesto a la integración de las comunidades judías en los diferentes países en los que están presentes, se oponen igualmente a la integración en Oriente Medio del Estado de Israel. Pretenden permanecer en una ‘especificidad’ tóxica y carente, de hecho, de todo sentido común: quieren vivir en una región mayoritariamente islámica, considerando al mundo musulmán como su peor enemigo. Algo no encaja en este esquema.