Las otras muertes de Rodrigo
LA MUERTE COMO CATEGORÍA Y CONCEPTO
¿Cuántas veces puede morir un ser humano? ¿Cuántas veces puede la muerte acosarlo? Dicho de otro modo, ¿puede morir, una vez más, quien ha ya fallecido? ¿Pueden seguir muriendo los que ya perdieron la vida?
La muerte es una categoría que se encuentra normalmente referida al término de la vida biológica del individuo, a la desaparición física del mundo de los seres animados. Sin embargo, la muerte puede adoptar otras formas, porque también es un concepto que admite acepciones, metáforas, analogías, significados varios. Así, pueden existir muertes de toda índole: intelectual, moral, histórica, social, política, económica, jurídica, en fin. Puede tratarse, incluso, de una muerte que implique la desaparición de la vida activa de un sujeto (fisiológicamente vivo o muerto, lo mismo da) en algunas de esas áreas. Y puede implicar, también, la desaparición de sus ideas, de sus luchas, de su obra, de su contribución a formar la historia de una nación.
Tengo a la mano, una frase bellísima que pronunciara alguna vez ese gran poeta persa que fue Firdussi y cuyo verdadero nombre era Hakim Abul-Qasim Firdawsi Tusi :
“Yo no partiré cuando concluya mi vida”.
En efecto, hay quienes no mueren cuando sus existencias finalizan, sino siguen viviendo y perseverando (o muriendo, también) en la vida de una sociedad. Sin embargo, hay otros que mueren a pesar de continuar con vida.
Hablaremos, en esta oportunidad, de los primeros, de quienes mueren fisiológicamente pero siguen vivos, pues trascienden la existencia de los demás, acompañan a los que transitan por la vida, constituyen modelos a seguir y son testimonio de ese pasado que, permanentemente, se convierte en historia. Y es que son estos seres quienes pueden experimentar, a menudo, muertes sucesivas no por fruto de la casualidad, sino por obra de un sujeto, un individuo. O de varios o muchos sujetos o individuos.
Como sucede con todo crimen o delito, siempre hay dos elementos esenciales en las muertes sucesivas: víctima y ejecutor. Y como también ocurre en el ámbito jurídico, corresponde en esos casos descubrir a los trasgresores o victimarios para recuperar la memoria perdida, esa memoria que insufla nueva vida a quien se ha pretendido matar una vez más.
LOS QUE EXPERIMENTAN MUERTES SUCESIVAS
No es difícil volver a matar a un muerto. En toda sociedad existe siempre alguien que está intentando dar muerte a quien ya no está presente. No siempre ese objetivo se consuma. El ejecutor es incapaz de derribar una figura consagrada culturalmente dentro de una sociedad; para ello hay que echar abajo las barreras culturales, lo que no es tarea fácil.
En la sociedad chilena es el presidente Salvador Allende una persona a quien constantemente se intenta derribar como figura señera sin que ese objetivo se consiga siempre. Y es que la mejor arma para conseguir ese propósito no se encuentra en manos de sus contradictores históricos, del enemigo externo, sino viene de los propios sostenedores de su imagen, del amigo, del compañero. Pienso que Salvador Allende murió una vez más cuando Michelle Bachelet hizo una inexcusable asociación de ideas para comparar al ex presidente con Camilo Escalona, hoy presidente del Senado.
“Me siento orgullosa de que asumas en la actualidad la Presidencia del Senado, como lo hiciera el Presidente Allende, años atrás” [1].
Es probable que Salvador Allende haya muerto, una vez más, en otras oportunidades, como cuando el que fuera Secretario General del partido Socialista abrazara ideas contrarias a sus principios. Es posible que sus redes de contacto le hiciera morir de nuevo. Es posible.
José Rodrigo Ambrosio Brieva, constructor del Movimiento de Acción Popular Unitaria MAPU, tercera fuerza política de la Unidad Popular, es otro de esos personajes también destinado a morir en múltiples oportunidades.
Falleció el 19 de mayo de 1972 en un accidente automovilístico. Aunque su muerte, en ese momento, fue igualmente fisiológica anunciaba, sin embargo y desde ya, los acontecimientos que se desencadenarían, luego de esa partida, para borrar su emblemática figura en fechas no muy lejanas. Porque el día 19 de mayo había sido acordado para celebrar la fundación del MAPU. Si Rodrigo y el MAPU, constituyeron, desde un comienzo, una unidad indisoluble, también la fundación de esa colectividad y la muerte de su constructor quedaron, así, ligadas indivisiblemente en la historia. Los hechos posteriores confirmarían trágicamente esa circunstancia. No es posible, sin embargo, hablar de las otras muertes de Rodrigo Ambrosio sin referirnos a otros hechos.
COMPOSICIÓN SOCIAL DE UN MOVIMIENTO
El MAPU jamás fue un partido proletario como era el deseo de su constructor. Integrado en su gran mayoría por sectores ligados a la burocracia estatal y ciertos estamentos de la aristocracia castellano vasco empobrecida, pero con grandes apetencias, de todas maneras logró incorporar a su redil a sectores de obreros y campesinos. Predominaron, sin embargo, en su composición de clase, los hijos de funcionarios públicos (embajadores, cónsules, jefes de servicios) y ex alumnos de colegios particulares que se rebelaron contra la sociedad de ese entonces, sujetos seguros de sí mismos y preparados para enfrentar con éxito los avatares del mercado. Guardaban en su interior, por consiguiente, tendencias mercantilistas, receptivas, acumulativas y explotadoras. No debía sorprender que fuesen autoritarios en el estricto sentido de la palabra, es decir, individuos que gustaban tanto de mandar como de ser sometidos. Porque la sumisión marcha inextricablemente unida al autoritarismo, como lo hace el sadismo con el masoquismo. La sumisión es otra de las caras que presenta el autoritarismo. Desde ese punto de vista, la dirigencia mapucista podía definirse como ‘rebelde’. Pero, como bien Fromm lo señala:
“El carácter autoritario no es nunca revolucionario; preferiría llamarlo rebelde. Hay muchos individuos y numerosos movimientos políticos que confunden al observador superficial a causa de lo que pareciera un camino inexplicable desde el izquierdismo a una forma extrema de autoritarismo. Desde el punto de vista psicológico, se trata de ‘rebeldes’ típicos” [2].
Y, como muy bien lo expresa Fromm, el rebelde jamás es revolucionario. Y es que el rebelde es autoritario, en tanto el revolucionario no lo es. Digamos, entonces, que la juventud dirigente mapucista jamás fue revolucionaria; posiblemente las bases lo fueran, pero no sus mentores espirituales.
Esa juventud dirigente se nucleó en torno a Rodrigo. Dicho de otra forma: Ambrosio representó en su figura lo que cada uno de ellos quería ser y, sin embargo, era incapaz de realizar. Por lo mismo, Rodrigo fue el factor de unidad del MAPU, su ‘atractor extraño’, el punto de congruencia de toda la militancia de un partido. Su personalidad tremendamente productiva (y estamos empleando aquí las categorías de Fromm para definir sus rasgos) opacó a sus colaboradores, los subsumió en su persona y, al hacerlo, los subordinó a su mando. Esta situación podría explicar una trágica consecuencia: al hacerse presente su muerte fisiológica, el partido creado por él se atomizó.
ROL DEL MAPU EN LA UNIDAD POPULAR
El MAPU ingresó a la vida política de la nación en una época en que el control del planeta estaba siendo disputado por dos superpoderes que eran Estados Unidos (Occidente) y la Unión Soviética (Oriente). El MAPU miró con simpatía a la URSS no porque estuviese de acuerdo con su sistema político sino porque representaba el más exitoso desafío al capitalismo encarnado en Estados Unidos, cuya presencia dominaba al continente. Analizó, sí, los variados modelos que ofrecían los distintos tipos de ‘socialismo’ sin entrar a definirse por uno en especial. De hecho, el viaje realizado por Rodrigo a los países socialistas le hizo admirar el régimen de Kim-Il-Sung, el vietnamita, en fin. En esos años no se sospechaba que el régimen instaurado en la nación coreana terminaría consagrando la existencia de una dinastía hereditaria que, al igual de las monarquías europeas, entronizaría al primogénito del gobernante en el mando de la nación. Tampoco lo podía suponer Rodrigo, que admiraba tan sólo el extraordinario avance experimentado por los sectores populares en la conquista de sus derechos, y no la forma política que empezaba a establecerse a espaldas de las grandes mayorías. La bandera misma del partido fue una adaptación de aquella que empleaba el partido Comunista de Corea.
El MAPU fue una organización que se formó para ganar un espacio junto al partido Comunista y al partido Socialista; adoptó, en consecuencia, las tesis de Karl Marx. Su meta era transformarse en un partido proletario. Una posición como aquella resultaba incómoda para una Unidad Popular a la que le bastaba contar con dos partidos marxistas y cuyo único anhelo era tener junto a ella a un MAPU católico, apostólico y romano, y ampliar, de esa manera, la base de la alianza. Fácil resulta comprender por qué, al producirse la primera división del MAPU, el gobierno de Salvador Allende apoyó sin reservas la creación de una Izquierda Cristiana.
Rodrigo, estando vivo, no murió en esa oportunidad, pero sí fue afectado, porque las separaciones provocan tristeza, congoja: duelen. Sobre todo, cuando quienes las provocan poseen peso político suficiente como para producir una segregació. En otras palabras: se trata de personajes que poseen ‘poder’, que ponen de manifiesto una intención inequívoca de imponer su voluntad aprovechando esa cuota de mando que, como ‘personalidad’, detentan; y Rodrigo, en esos años, no era, aún, un hombre con gran peso político.
El primer síntoma de esa ruptura fueron las discrepancias; luego, los encuentros furtivos; finalmente, la migración. Un hecho notable, sin embargo, haría historia: las ‘personalidades’ se fueron solas.
LA SEGUNDA MUERTE DE RODRIGO
La muerte física de Rodrigo, ocurrida el 19 de mayo de 1972, fue, sin lugar a dudas, un golpe que nadie de la militancia MAPU esperaba. Fue, al mismo tiempo, esa desaparición suya de la arena política un hecho que demarcó fronteras en el futuro de la organización. Porque esa ausencia liberó a muchos espíritus encadenados a su figura. ‘Veritas liberabit vos’ (‘La verdad os hará libres’), dice un refrán latino; en este caso, la sentencia puede resumirse en un ‘Mortis liberabit vos’ (‘La muerte os hará libres’), si nos referimos a la liberación que experimentó la dirigencia mapucista a la muerte de Rodrigo. Sueltos todos sus integrantes, sin cadenas, sin sujeción a esa personalidad vigorosa que los absorbía o subsumía las suyas, gran parte de quienes componían esa dirigencia ?en su mayoría, sujetos autoritarios? tomó el camino que le pareció mejor. La aparición de tendencias que luego devinieron en fracciones fue el resultado de esa liberación. Los caracteres individuales de los dirigentes afloraron, los caudillos proliferaron. Y, también, los métodos gangsteriles. Pero el pretexto para la atomización lo dio el Segundo Congreso Nacional.
El MAPU fue siempre fiel al Programa de la Unidad Popular que contemplaba un camino democrático hacia el socialismo. Privilegiaba el robustecimiento del ‘poder popular’ frente al avance incontenible de las fuerzas reaccionarias y rechazaba las vacilaciones que conducían a la celebración de pactos con esos sectores por considerar que esa política llevaba al fracaso. Sabía que, en ciertos momentos, algunas situaciones habían de resolverse de modo poco democrático; pero eso no significaba que optara por el camino de las armas, tarea que había tomado para sí el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR. Estos principios habían sido consagrados en el Segundo Congreso Nacional, refrendando una tendencia que se iba manifestando en forma creciente.
La segunda división del MAPU logró provocar, a mi entender, la segunda muerte de Rodrigo; algo que no alcanzó a hacer la primera. Porque esa división, si bien enfrentó a dos posiciones que bien pudieron seguir coexistiendo dentro de la organización, pudo resolverse de una manera diferente a como lo hizo, es decir, por una vía más racional y no exclusivamente emocional como sucedió. La división de la organización, así, fue inevitable; también, la elección de un Secretario General que, no estando de acuerdo con la posición de unos frente a otros con quienes sí estaba, optó por apoyarlos en sus ideas ante lo que consideró falta de lealtad hacia su persona. La tendencia a la que pertenecía hizo público el contenido de una carta privada suya enviada a otro militante. Entonces, los absurdos se hicieron presentes con la fuerza de la verdad y una minoría militante, con la anuencia del presidente Allende y de los grandes partidos de la Unidad Popular, que nada querían saber con Asambleas del Pueblo ni cosa parecida, con el apoyo de todo el aparato propagandístico del Estado, procedió a expulsar a la mayoría, calificándola como ‘fracción pequeño-burguesa’. ¡Como si los que aplicaban esas medidas hubieren sido ‘proletarios’! ¡Como si los métodos empleados hubieren sido los métodos de la clase obrera para resolver sus controversias! Se daba así la paradoja que magistralmente describiese Daniel Moore parodiando ciertas expresiones de Bertold Brecht:
“No contando el pueblo con la confianza del partido, su Comité Central, en pleno, ha acordado disolver al pueblo y elegir otro en su reemplazo”.
LA TERCERA MUERTE DE RODRIGO
Estimo que la tercera muerte de Rodrigo se produjo luego del golpe de Estado de 1973, cuando el flamante Secretario General del partido debió salir al exilio y, usando facultades que nadie le había conferido, dejó en manos de ciertas personas el destino de la organización. En ese momento, Rodrigo murió por tercera vez. Y es que el Secretario General actuó frente a esa situación con el criterio del patrón de fundo, con la facultad de quien posee un feudo, una propiedad suya inalienable, un espacio político que le pertenece y donde él puede actuar como señor y dueño. En primer lugar. Sin embargo, aquello no era todo: su elección no había sido hecha al azar. Las personas elegidas, bajo pretexto de estar aplicando ‘medidas de seguridad’, procedieron a ‘descolgar’ a todos aquellos que habían defendido las tesis del ‘poder popular’ en el Segundo Congreso; más exactamente, a la generalidad de los dirigentes penquistas y a sus aliados. No puede, por consiguiente, acusarse de divisionismo a quienes optaron por organizarse en lo que pasó a denominarse ‘MAPU Partido de los Trabajadores’, ni a los que, leales a los principios estatuidos en el Segundo Congreso Nacional, decidimos llamarnos ‘MAPU Comité Central’.
Y murió Rodrigo, por tercera vez, porque la mentalidad que orientaba esos cambios en la dirección del MAPU contenía toda la carga ideológica del mismo sistema que se pretendía abolir; el partido que había pretendido ser revolucionario asumía en plenitud la herencia conservadora del sistema capitalista.
LA CUARTA MUERTE DE RODRIGO
Personalmente, estoy convencido que Rodrigo murió por cuarta vez cuando la dirigencia exterior, convencida de las bondades de la sociedad de bienestar europea, acordó reunirse en sucesivos encuentros en los más conspicuos balnearios de la costa mediterránea (Ariccia, por ejemplo), y los Secretarios Generales de los dos MAPU (MAPU oficial y MAPU Obrero y Campesino) sellaron esos encuentros con un fuerte abrazo. Aquello no era casualidad: las tesis de la socialdemocracia habían sido asumidas en su plenitud por la dirigencia mapucista y, en bloque, fueron trasladadas a la militancia del interior, subordinada al peso político de las ‘personalidades’ externas y a la creencia en la excelsitud de los dirigentes.
A partir de ese momento, el objetivo de la política no sería ‘servir’, sino ‘aspirar a’. Entonces, a semejanza de la práctica ejercida por la socialdemocracia europea, lo primero que debía hacer la militancia mapucista del interior sería ganar una elección y asegurarse cargos en la administración estatal elevando las rentas de los altos funcionarios públicos bajo el pretexto de ‘evitar un éxodo de buenos profesionales a la empresa privada’. Así se justificaría entrar a ‘saco’ al Estado en cada elección. Los técnicos tomarían a su cargo la conducción de la sociedad dado que el ‘pueblo’ (menor de edad, como decía Pinochet) estaría incapacitado para gobernarse por sí mismo. La tesis del partido vanguardia, rechazada en teoría, triunfaba en la práctica de mano de los ‘demócratas’. El MAPU, a esas alturas, era ya una caricatura del partido que intentara construir Rodrigo Ambrosio.
LA QUINTA MUERTE DE RODRIGO
Tal vez, la quinta muerte de Rodrigo se produjo cuando la dirección del MAPU, ya en democracia, comenzó a poner en duda su vigencia, hecho que se puso de manifiesto en el documento emanado de la dirección del partido y leído por su Secretario General en el Tercer Congreso Nacional:
“En todo caso, independiente de los avatares y desventuras de cada partido, una nueva realidad se fue abriendo paso en el país bajo la dictadura. Al comienzo se prolongaron lógicas y temas de antes del golpe. Se sucedieron las inculpaciones mutuas y, afuera, la enorme solidaridad forzaba a una borrachera de activismo que inhibía la reflexión. Costó captar la magnitud de la derrota. Pero al final la historia es más porfiada; la izquierda debió encararse consigo misma.
Así terminó todo un ciclo histórico de la izquierda chilena y de cada uno de sus partidos. Entre ellos, del MAPU” [3].
Aquello fue el principio; luego, vino el final, el decreto de su extinción y la recomendación a su militancia subordinada a incorporarse al recién creado Partido Por la Democracia PPD.
“El MAPU está en el PPD no sólo por justas necesidades electorales tan importantes en el proceso de transición que debe vivir la sociedad chilena como se demostró el 5 de octubre.
El MAPU está en el PPD, además, porque él es un escenario privilegiado del desarrollo de la unidad socialista y constituye el instrumento más eficaz, en las actuales condiciones, para dar dirección democrática y popular verdaderamente transformadora y no simplemente contestataria” [4].
Y, por si aquello fuere poco o quedase alguna duda acerca del rol que habían de cumplir los ex militantes del MAPU en esa nueva colectividad, el mensaje continuaba:
“No basta la crítica. El PPD es un espacio abierto a la actividad de los mapucistas. Y el PPD debe constituirse, otra vez, en la fuerza política más dinámica, activa y creadora de la Concertación por la Democracia” [5].
LAS OTRAS MUERTES DE RODRIGO
Rodrigo murió muchas otras veces. Y lo ha seguido haciendo en estos últimos años. Estoy seguro que murió cuando Pinochet alabó las excelencias de un Secretario General de Gobierno, ex mapucista, señalando que, de haber conocido sus cualidades, le hubiere llamado para que trabajase con él. Murió, también, Rodrigo cuando otras personas comenzaron a administrar la miseria de la población nacional y entraron a saco al Estado sin preocuparse de establecer un camino hacia una sociedad mejor. Murió Rodrigo cuando el presidente del Banco del Estado, un ex mapucista (consagrado en dos anteriores ministerios), concedió al Grupo Luksic un crédito que le permitió comprar el Banco de Chile y recabar para sí un lugar en la administración del banco recién adquirido.
Pienso hoy que Rodrigo muere a cada instante en las palabras y comportamientos de quienes juraron y rejuraron estar con él en todas las circunstancias de la vida y, sin embargo, han hecho del mercado el ídolo ante el que doblan la cerviz. Rodrigo muere a diario en la acciones de los más exitosos lobbystas de la sociedad chilena (ex mapucistas) y en las palabras de los que controlan la Confederación de la Producción y del Comercio. Rodrigo muere a cada instante en la ex militancia MAPU que es incapaz de entender el mensaje que aún hoy sigue enviando desde el pasado y que, día a día, silencia su nombre para no sentir vergüenza del pasado.
RODRIGO AMBROSIO HOY
¿Quién es hoy, Rodrigo Ambrosio?
En 2012, cuando se cumplen 30 años de la muerte del constructor del MAPU, cuando se conocen los logros mercantiles de todos aquellos que se sentían MAPU, cuando pocos de quienes lo conocieron más que unirse en torno a sus ideas lo hacen a su nombre, a unas pocas palabras, a cuatro letras apenas que sólo hablan de un origen común y nada dicen en cuanto a tesis, pensamientos, vocación, es dable preguntar qué hubiere sucedido, de triunfar la Unidad Popular y de haberse establecido en Chile el socialismo. Entonces surge la pregunta del millón. Aquellos que pensábamos diferente, ¿hubiésemos sido exterminados por nuestros propios compañeros por el simple delito de disentir? ¿Hubiésemos sido expulsados del partido y de nuestros empleos, y condenados a morir de hambre con nuestras familias o partir hacia un exilio como el que experimentamos con la dictadura pinochetista? Ya tuvimos oportunidad de vivir una situación similar cuando, ‘descolgados’ por nuestra dirigencia, fuimos marginados de las ayudas que provenían de la solidaridad internacional de la que ella se apropió. También esas ayudas fueron repartidas bajo los principios del nepotismo y del amiguismo por los herederos de Rodrigo Ambrosio.
En este nuevo aniversario de la muerte de nuestro buen amigo Rodrigo, cuando se cumplen cuarenta años de ese aciago acontecimiento, pienso cuán lejos están los años aquellos en que Rodrigo y yo viajamos a Santiago, en una gira de estudios y decidimos visitar a un ex compañero nuestro de colegio cuya familia había decidido radicarse en la capital.
“¿Dónde vive…..?”, nos preguntó el sacerdote jesuita a cargo del curso nuestro.
“En Bernal del Mercado”, respondí.
El sacerdote hizo un gesto de desagrado ante la respuesta.
“Bernal del Mercado es un barrio ‘rustication’, por si no lo saben”, comentó.
Rodrigo levantó los ojos al cielo en un evidente gesto de resignación y, moviendo hacia abajo su mano con la palma extendida, me pidió que guardara silencio. Pobre Rodrigo. Después de su muerte no he vuelto a ver ese gesto. Nada ni nadie me impide, por consiguiente, escribir este artículo.
Notas
[1] Anónimo: “Bachelet ‘orgullosa’ por la asunción de Escalona”, ‘El Mercurio’, 20 de marzo de 2012, pág. C-2.
[2] Fromm, Erich: “El miedo a la libertad”, Ediciones Paidós Ibérica S.A., Barcelona, 1993, pág. 170.
[3] Valenzuela,Esteban: “Mapu Fuerza Socialista”, recopilación de textos, s/pie de imprenta ni ciudad de impresión, septiembre de 1987, pág.30.
[4] Anónimo:”El MAPU y el PPD”, Revista Fragua, mayo de 1989, pág. 15.
[5] Id. (3), pág. 16.
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