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Cuba, Cuba :: 17/11/2023

Máximo Gómez, el Generalísimo

Armando Hart
Junto a Martí y Maceo, Máximo Gómez forma parte del núcleo esencial de la Revolución de 1895 en Cuba

Y es también una de las figuras descollantes de la Guerra de los Diez Años. El venerable patriota había nacido en Baní, pequeño pueblo de República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836 y desde muy joven estuvo vinculado a la vida militar. El padre Andrés Rosón, su padrino, fue quien le brindó instrucción durante la niñez, la cual completó de manera autodidacta hasta alcanzar cierto dominio de temas y acontecimientos de la historia, la literatura, la política y otras materias. De lo anterior dan fe su diario de campaña, proclamas, artículos sueltos y la abundante correspondencia que se conserva de él.

Los acontecimientos políticos en Santo Domingo lo llevaron a incorporarse al ejército español. Luego fue enviado a Santiago de Cuba como comandante de las tropas dominicanas. Sobre ese suceso, el propio Gómez escribió años más tarde: “Joven yo, ciego y sin discernimiento político para manejarme dentro de aquella situación, más que difícil oscura, porque la revolución se presentó más que defectuosa, enferma, fui arrastrado por la ola impetuosa de los sucesos, y me encontré de improviso en Cuba, a manera de un poco de materia inerte que lejos de su centro arrojan las furiosas explosiones volcánicas. Era la primera vez en mi vida que abandonaba el suelo natal, y muy pronto empecé a purgar la culpa cometida, con la pena más cruel que puede sufrir un hombre”.

En nuestro país entró en contacto con la cruel realidad de la sociedad esclavista, y muy pronto se sintió unido al que más sufría en Cuba y sobre el cual pesaba tan grande y triste desgracia. Al laborar y vivir junto a las masas de esclavos en las plantaciones de las zonas orientales, aquel corazón firme, pero sensible al dolor humano, lejos de su patria de origen, se vinculó primero a un pequeño círculo revolucionario que conspiraba en la región de Bayamo ayudando en la preparación militar y, tras el alzamiento de Céspedes en La Demajagua, se incorporó a la guerra de independencia en octubre de 1868 y se convirtió en maestro de guerreros.

En el transcurso de 10 años, Gómez se transformó en el más respetado de nuestros generales. Su ascenso a este alto grado militar está unido a la primera carga al machete; en esa batalla esta herramienta de trabajo se transformó en temible arma de lucha. Antonio Maceo, quien es, sin dudas, lo más puro y genuino de nuestro mambisado, se inclinó siempre respetuoso ante el valiente dominicano y le guardó en todo momento la debida disciplina cívica y militar. El rigor y sentido del deber de Gómez le permitieron imponer la disciplina entre los bravos soldados.

Como el general Maceo, se formó en la lucha armada y tuvo su basamento político y social en las masas de esclavos liberados, de campesinos y trabajadores del campo. Ambos se convirtieron en sus más altos representantes. Su prestigio dentro del sector más humilde y expoliado de la sociedad cubana, fue la clave de su autoridad moral, política e histórica. Los dos pasaron a simbolizar la más pura expresión del pueblo.

Su experiencia militar, sus dotes de estratega, su mano firme para conducir la tropa le ganaron muy pronto reconocido prestigio. Así, en 1871, dirigió la audaz invasión a Guantánamo y, en 1873, al caer Agramonte, fue designado por Céspedes como jefe del Camagüey, donde logró dos resonantes victorias militares: la de La Sacra, en la que con 300 jinetes camagüeyanos hizo retirarse a una columna española cinco veces mayor, y la de Palo Seco, donde obtuvo un éxito más rotundo aún, al enfrentarse a una columna española de 600 hombres, con la misma cantidad de combatientes. “Describir exactamente –relata Gómez– lo que pasó allí, eso es imposible. No hubo, no pudo haberlo, un espectador tranquilo reteniendo en su memoria los detalles de aquel remolino de hombres […]. Los Luaces disparando pecho a pecho; los Díaz, los Rodríguez, los Mola, los Roa […]; todos en frenética confusión; no había quien pudiera dar órdenes ni recibirlas ya; tampoco había órdenes que dar; no había para qué. El clarín guerrero no se hubiese oído, solo debía dejarse hacer y concluir”.

Al año siguiente, obtiene otro triunfo con las armas mambisas en el potrero Las Guásimas, la más larga y costosa batalla de la Guerra de los Diez Años, y en enero de 1875 cruza la trocha de Júcaro a Morón y realiza la invasión a Las Villas, logra incorporar más de mil hombres al ejército. Sin embargo, las acciones militares de Máximo Gómez en Las Villas son paralizadas por las disensiones internas que impidieron la llegada de los refuerzos para continuar la empresa invasora hacia occidente. Las sediciones y la desmoralización en las filas insurrectas condujeron, más tarde, al Pacto del Zanjón a comienzos de 1878.

Sus proezas militares, especialmente la Invasión de oriente a occidente, debían figurar entre las más destacadas de la historia militar universal del siglo XIX. Gómez fue, asimismo, un símbolo de la presencia internacionalista en nuestras luchas por la independencia.

La guerra de 1868 no se perdió para los cubanos por falta de talento y capacidad militar, sino por factores políticos derivados del quebrantamiento de la unidad entre los mandos civiles de la revolución. España había perdido sus colonias en la América continental y concentró todo su poder económico y militar en la Isla, por lo que Cuba tuvo que librar sola este combate desigual, casi medio siglo después de las luchas libertarias de Bolívar en nuestra América. De aquella epopeya, Máximo Gómez fue el gran maestro y estratega militar.

El exilio que siguió al Zanjón fue muy duro para Máximo Gómez y su familia por las penurias económicas, la frustración y la incomprensión de muchos que le exigían haber tenido un protagonismo mayor para haber puesto coto a las luchas intestinas que condujeron al fracaso de la guerra. En su prolongado peregrinar por Jamaica, Honduras, Panamá y al final su tierra natal, se mantuvo en contacto con los viejos compañeros de armas que trataban de reiniciar la lucha en Cuba, entre quienes gozaba de admiración y enorme respeto.

A Montecristi fue a visitarlo José Martí en septiembre de 1892. El Apóstol quedó impresionado por el contacto con la familia Gómez-Toro; con Bernarda, la generosa, compañera de la guerra a quien todos llaman cariñosamente Manana; con su hija Clemencia, en cuyos ojos pudorosos brillaba la patria cubana; con Francisco, el hijo mayor que cayera años más tarde junto a Maceo en Punta Brava; con Máximo, que prefiere el Quijote entre todas las lecturas, y con Urbano, el más pequeño. En esa visita, que se prolongó tres días, le pidió que ayudara a la revolución como encargado supremo del ramo de la guerra. Todavía resuenan, con su fuerza original, las palabras de Martí al general Gómez, poco después de la entrevista. En carta desde Santiago de los Caballeros el 13 de septiembre de 1892, dijo al Generalísimo:

“Yo ofrezco a Ud., sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres [...] Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios, y yo vengo confiado a pedir a Ud. que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera abandonada la fortuna que les está levantando con rudo trabajo, para ayudar a Cuba a conquistar su libertad, con riesgo de la muerte. Vengo a pedirle que cambie el orgullo de su bienestar y la paz gloriosa de su descanso por los azares de la revolución, y la amargura de la vida consagrada al servicio de los hombres”.

En una hermosa carta de respuesta, Gómez concluye con un abrazo definitivo. Dice el gran dominicano-cubano: “Para la parte que me toca, para la cantidad de trabajo y de labor en la grande obra que vamos a recomenzar, desde ahora puede usted contar con mis servicios”. Llegado el momento de convocar la guerra que ambos habían preparado con total dedicación y entrega, acuerdan el texto del documento suscrito por el Apóstol cubano y el Generalísimo Máximo Gómez y que se conoce como el Manifiesto de Montecristi.

El patriotismo cubano se halla insertado desde su raíz misma en un sentimiento y una aspiración universal. Así fue ayer, lo es hoy y lo será mañana. La felicidad y el progreso de Cuba han dependido siempre de la forma en que se inserta en el mundo y no hay manera de hacerlo si nuestra patria no es independiente. Cuba es parte sustantiva de las Antillas, de América y del mundo; en ella se integran los valores propios de la nación con los de carácter universal.

Así eran Gómez y Martí, los dos hombres que se encontraron en Montecristi y que suscribieron el histórico manifiesto... La importancia de ellos está en que fueron síntesis de una historia y en que ambos, dotados de diferentes caracteres y distinta formación, supieron encontrar las vías para desarrollar una amistad y colaboración fraternal en la lucha por la independencia de Cuba. Y lo pudieron hacer sobre los fundamentos de que respondían a una misma base social de naturaleza profundamente popular, y porque sentían vibrar en sus pechos los mismos sentimientos políticos y objetivos nacionales e internacionales.

En Cuba, sobre la base de largas y cruentas luchas como fueron las guerras de independencia, se forjaron sentimientos de hermandad que sirvieron de catalizador a la primera y más importante manifestación de solidaridad: el hecho histórico de la identificación entre blancos y negros y entre criollos e inmigrantes como componentes de la nación, con igualdad de derechos, lo que está en la médula de nuestro ideario cultural. Tal identificación fue punto de arranque de la unidad del país y de su moral renovadora.

Gómez, como general en jefe del Ejército Libertador y con sus 60 años, desembarcó con Martí en Playitas de Cajobabo en abril de 1895 para reiniciar la lucha por la independencia. Gómez planeó y llevó a cabo junto con Maceo la invasión de oriente a occidente y mantuvo en jaque a las poderosas fuerzas españolas durante más de tres años hasta que se produjo la intervención norteamericana que frustró los ideales de independencia y justicia por los cuales el pueblo cubano había luchado durante más de 30 años.

En su diario de campaña, Gómez dejó constancia de aquel sentimiento de frustración de todo un pueblo provocado por las condiciones impuestas a Cuba por Estados Unidos: “Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz de España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla; pero la palabra paz y libertad no debía inspirar más que amor y fraternidad, en la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes de la víspera. Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores, y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación, pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía”.

Consciente de los peligros que la nueva situación entrañaba para el destino de Cuba y de la necesidad de un genio político para hacer frente a aquel desafío, señala que esa hubiera sido la hora de Martí. Con su proverbial desinterés, rehusó aspirar a la presidencia e involucrarse en la política. Gómez sabía dirigir y organizar un ejército, pero confesó con infinita honestidad que esos métodos que dominaba a la perfección no eran útiles e incluso podían ser perjudiciales para dirigir la política de un Estado. La sinceridad y el patriotismo estaban en la esencia de este planteamiento (no se encuentra fácilmente un guerrero victorioso que muestre esa modestia). Rodeado de la veneración del pueblo cubano, dejó de existir el 17 de junio de 1905.

Este insigne revolucionario, por los servicios que prestó a la república, fue declarado ciudadano cubano por nacimiento. Los cubanos de hoy nos sentimos los genuinos herederos de este grande de nuestra historia. Su amor por nuestra patria y su lucha ininterrumpida de cerca de medio siglo lo colocaron en el corazón de nuestro pueblo como una de las grandes figuras de la historia de Cuba.

Cubadebate

 

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