Palestina, el papa
Rematar a un palestino
Sucedió en Hebrón el pasado mes de marzo. Un sargento sanitario israelí de 20 años de edad dio un tiro en la cabeza a sangre fría a un joven palestino de 21 años, malherido, indefenso y en el suelo tras un intento de apuñalamiento del último a un soldado de Israel. La escena fue grabada en vídeo y la fiscalía acusa ahora al primero de homicidio. Ya ha habido manifestaciones a favor del militar encausado, al que los sectores más rancios y ultraderechistas del gobierno y la sociedad judía ensalzan como héroe nacional. No es de extrañar esta postura extrema e irracional, a la que se ha sumado el primer ministro Netanyahu: contra los palestinos todo vale. De hecho, la teoría israelí del asesinato selectivo abona tales conductas.
Si los hechos hubieran tenido lugar en Venezuela (o Cuba o Bolivia o Ecuador o Corea del Norte, pongamos por caso) la noticia hubiera merecido honores de titular de portada y sobre sus responsables políticos habrían caído críticas severas e inmediatas de dictadores y sanguinarios hasta ser colgados en la picota mediática de manera unilateral y uniforme. Pero Isarel merece la consideración de aliado preferente del mundo occidental, de los poderosos de la globalización, siendo una pieza fundamental en la desestabilización y crisis permanente de los países árabes. El odio alimentado por los sionistas entre su juventud es colosal. Con la coartada antisemita por bandera usan y abusan de su enorme fuerza de represión para mantener confinados en bantustanes al pueblo palestino. Les han robado todo, con la connivencia y el silencio cómplice de EEUU y la Unión Europea: su pasado, sus hogares, sus tierras, su propia palabra y su futuro. Y nadie hace nada por solucionar de verdad el conflicto histórico. Los intereses en juego son muchos. La paz no interesa a las multinacionales energéticas. Mientras Oriente Medio sea un polvorín controlado, el petróleo está garantizado para Bruselas y Washington. Habrá más tiros cobardes en la cabeza a otros palestinos, haya por medio una acción agresiva o no por parte de éstos.
Palestina sobrevive en medio de unas condiciones cotidianas, sociales, económicas y políticas, insostenibles, agazapados en campos de concentración que los reducen a la mínima expresión vital. Sus conatos de tomar aire son obligados ante tanta humillación y odio lanzados en pleno rostro por Israel. Estamos asistiendo desde hace décadas a un robo sostenido y programado de la identidad palestina, de sus recursos y de sus medios de vida. Y nadie hace nada. Y se quiere, además, que las mujeres y hombres de Palestina se resignen a su suerte y se encojan de brazos ante la ocupación ilegal israelí. Se pretende también que entreguen mansamente hasta su dignidad, lo único que ahora mismo les queda. La guerra solapada y los asesinatos selectivos de Israel seguirán su curso. Y, por supuesto, las intifadas y la ira palestina irán en aumento. No les dan otra oportunidad.
El Vaticano no quiere diplomáticos gais.
Bergoglio tiene un discurso público de apariencia progresista o zurda y una práctica interna conservadora cuando no retrógrada. Vamos, lo de siempre. Se está demostrando que su papado será pura mercadotecnia populista para ganar adeptos entre la masa más proclive a comprar argumentos melosos o edulcorados. Daba la sensación de que el ínclito Francisco I acogía en su seno redentor a las personas de tendencia gay. Por cierto, ¿nada que decir de las mujeres lesbianas u otras sensibilidades fluidas del género o la práctica sexual? La percepción inicial se ha quedado en agua de borrajas.
Francia llevaba 15 meses esperando la aceptación por parte de la Roma vaticana del embajador propuesto por Hollande, un diplomático católico, gay y soltero. Dando la callada por respuesta ignominiosa e hipócrita, el gobierno galo ha tenido que plegar velas y nombrar a otro representante alternativo. Lo mismo le pasó a Sarkozy con un diplomático gay casado. Tuvo que retirar su nominación ante la intransigencia silenciosa del Vaticano. La palabra pública de Bergoglio va por un lado y los hechos por otro. A través del discurso engañoso sus proclamas suenan a beso celestial, tanto cuando se refiere a la pobreza, como a los refugiados, a las víctimas de los curas pederastas, a los gais o a otros asuntos sociales derivados del salvaje neoliberalismo imperante en nuestro tiempo. Su presunta cara izquierdista, bonachona y solemne se transforma en vacío de conciencia justo en el momento de tomar tierra en sus aposentos regios. Se está viendo bien a las claras que Francisco I está jugando un papel político internacional decisivo para curar las heridas del capitalismo actual.
Muchas gentes se sentirán reconfortadas en su verbo populista, ese que lanza diatribas genéricas contra las secuelas nocivas de los recortes y las guerras imperialistas. Su palabrería vacua y medida traslada la idea de que está con los pobres, los que sufren y los afligidos. En realidad, su discurso lo que pretende es exonerar de responsabilidad al sistema neoliberal, manteniendo el statu quo vigente y permitiendo, a la vez, que la culpabilidad no tenga nombres ni apellidos concretos ni causas políticas reconocibles. En este mar de amor absoluto, el catolicismo de Francisco invita a la resignación recogida y la oración colectiva. Francisco está con los gais de boquilla. La curia romana jamás aceptará traidores a sus dogmas más queridos. Muchas suciedades propias debe tapar el Vaticano cada día. Bergoglio no es más que un excelente publicista para que la podredumbre de la jerarquía católica pase desapercibida a la inmensa mayoría del mundo.
CALPU