Paro Nacional en Colombia: frente a la barbarie, poca esperanza
Del dolor a la rabia, de la indignación a la lucha. Los tránsitos por los que caminamos las mujeres están cada vez más llenos de razones para salir a la calle. Hoy escribo estas palabras con un nudo en la garganta, con la sensación de una pérdida cercana, con la esperanza viva y el fuego ardiendo en el corazón. Me quito la máscara de periodista neutral y objetiva para seguir personificando el periodismo popular, desde abajo, el que construye y no le teme a la censura. Hoy escribo para reivindicar a Alison, la última víctima conocida de violencia sexual por parte de la Policía en Popayán.
Muchas recibimos esa noticia con profundo dolor: una mujer, menor de edad, es abusada por agentes del Esmad y luego se suicida como resultado de esa barbarie, en el marco de las protestas sociales que hoy avivan el fuego del paro nacional en Popayán. Tal vez muchas nos preguntamos en qué momento puede ser mi turno, por qué nuestros cuerpos siguen siendo un territorio para la guerra, en qué contexto podemos estar seguras y qué debemos hacer para dejar de ser víctimas de sus abusos.
Las cifras son alarmantes. Entre el 28 de abril y 18 de mayo Temblores ONG registró 27 denuncias de violencia sexual y de género en el marco del Paro Nacional. Más que cifras, lo que hay detrás de cada violencia son vidas humanas destrozadas por un enemigo de clase, por un monstruo voraz que devora nuestros cuerpos como carne fresca y nos tira a la basura para que muramos de hambre o de dolor. No es un secreto para nadie que la fuerza pública defiende los intereses del capital, le interesa conservar el establecimiento y además encarna lo peor del patriarcado: se fundamenta en la superioridad masculina, en la violencia y en la represión, para mantener un orden que solo beneficia a un puñado de hombres ricos.
Fueron cuatro agentes del Esmad los que el 12 de mayo abusaron de Alison en medio de la represión durante las manifestaciones en Popayán; cuatro que representan los valores de su institución, porque no son solo esos cuatro que además la arrastraron a una patrulla y la internaron en la Unidad de Respuesta Inmediata -URI- en donde la violaron, sino que son cientos de ellos que disparan sin misericordia contra jóvenes desarmados, cientos que se satisfacen del dolor ajeno porque, sino no son ellos quienes se ensañan contra el pueblo y sobre los cuerpos de las mujeres, son testigos de docenas de abusos y callan.
Alison no pudo contener el dolor de esa infamia y se quitó la vida. Seguramente experimentó mucho dolor, mucho asco, mucha impotencia y profunda decepción. Su padre hace parte de la policía y seguramente desde niña le enseñó sobre el honor de su institución, la misma que hoy sabemos está manchada de sangre.
Su padre, quien resultó diciendo que debe esperar el resultado de las investigaciones, no es más que otro patriarca incapaz de tomar una postura contundente frente a los abusos de sus compañeros. Sin embargo, y a pesar de su incompetencia, hoy las mujeres rodeamos a Alison, reivindicamos su muerte como otra razón más para seguir inundando las calles de indignación, para seguir construyendo desde el amor entre nosotras, para seguir tejiendo pedagogías populares que no solo nos enseñen a defendernos o a cuidarnos, sino que además profundice en la autocrítica masculina para reconocer cualquier expresión de violencia.
Termino este texto reivindicando la lucha popular, las barricadas en las calles, las y los jóvenes con la esperanza viva y el corazón ardiendo queriendo quemar los muros de la ignominia. Son ellas y ellos quienes han inspirado esta lucha que hoy nos tiene gritando al unísono ¡que viva el paro nacional!, son ellas y ellos quienes han asumido como propia la transformación de la sociedad por una más justa y digna para todas. Hoy la esperanza se sobrepone a la barbarie.
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