Perder el avión
El juez federal Federico Villena decidió ordenar el decomiso por parte de EEUU del avión de Emtrasur, ilegalmente secuestrado en Ezeiza, desde junio de 2022.
Lo ocurrido con el avión de Emtrasur tiene un carácter fuertemente simbólico. Fue secuestrado durante el gobierno de Alberto Fernández, que aceptó las presiones de EEUU. Será robado y enviado al país del Norte durante la presidencia de Milei. El papel jugado por el Juez Villlena es meramente decorativo. Es un magistrado sobre el que pesan distintas denuncias, entre ellas una imputación por lavado de dinero, por lo que no tiene ninguna autonomía para tomar decisiones propias.
El robo del avión venezolano será un escándalo internacional y creará nuevas dificultades a nuestro país, con el bloque de países emergentes liderados por los BRICS, una asociación en la que el gobierno de Milei se negó a ingresar. Ocurre que Venezuela tiene un acuerdo con China de “asociación estratégica a todo prueba y todo tiempo”, un status que Beijing solo comparte con Bielorrusia, Pakistán y Rusia. Este acuerdo incluye, por ejemplo, compartir proyectos aeroespaciales.
Mojarle la oreja al gigante chino puede resultar especialmente grave para un país como el nuestro, donde China es el principal destino de las exportaciones de soja y carnes, y es el segundo socio comercial después de Brasil.
La alineación con EEUU e Israel tiene la misma concepción de “relaciones carnales” que tuvo durante el gobierno de Menem, pero la situación internacional no es la misma. En la década del 90 EEUU era, sin duda, la gran potencia hegemónica y se pronosticaba un largo período de vigencia. En la actualidad las fuerzas de la OTAN están perdiendo la guerra de Ucrania, los BRICS han superado la producción del G7, y la zona de intercambios comerciales más dinámicos del mundo (Eurasia), ha quedado fuera del control de EEUU.
El país del Norte ha perdido influencia no solo allí, también en la región Asia Pacífico y África. El genocidio provocado en Gaza no significa un paso adelante de la hegemonía de Israel y su socio norteamericano en el cercano Oriente, por el contrario pasará a la historia como el antecedente de su declive definitivo.
La imagen pintoresca del presidente Milei, custodiado permanentemente por un supuesto agente del Mossad, tiene su correlativo histórico con los oligarcas criollos de Lima que rindieron pleitesía hasta el final al Virrey de la Serna. Su lealtad al colonialismo español, que fue desalojado por las tropas de José de San Martín y después de Simón Bolivar, fueron una expresión de la peor versión de la alcahuetería: la alcahuetería a destiempo.
Lo que Milei todavía no advirtió es que dentro del círculo rojo de grandes empresarios locales que se le acercaron para hacer negocios, hay unos cuantos que sí entienden para dónde va el mundo. Son los que se preguntan cómo es posible que países como Arabia Saudita, los Emiratos Arabes y Turquía hayan cambiado de bando y se acerquen al “eje del mal”. Allí no hay ideología, sino la búsqueda de mejores oportunidades de negocios. Esos mismos empresarios lo van a dejar solo, ni bien adviertan que la embestida del León empiece a deshilacharse.
Pero Milei no es el único confundido con los tiempos en que vive. También lo está Alberto Fernández, que ha elegido a Madrid para retirarse de la política, o rosquear a la distancia, emulando a Perón. Pero ocurre que, en la segunda década del 2000, ni España ni Europa dirigen nada, ni lo harán en el futuro.
Los vuelos donde viajan los gobernantes actualizados y los empresarios ambiciosos tienen como destino Beijing.