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Cuba, Cuba :: 01/12/2016

Plaza desbordada, pero nadie nos movilizó; fuimos por mandato del corazón

Marta O. Carreras Rivery
Cuando bajaron las estrellas

Anoche regresé a la plaza de Fidel. Llena, plena, pero en silencio. Nadie nos movilizó; no fueron casa por casa recogiendo compromisos ni hubo listado de participación. Fuimos por mandato del corazón.

Con mi hijo menor caminé hacia la cita del alma. Los accesos a la Plaza estaban repletos. Allí estábamos los de cualquier edad, algunos hasta con muletas y sillas de ruedas. Regresé a mi infancia y juventud. Mi hijo emocionado, fue testigo de mis anecdotarios y entendió mejor mi devoción. “Yo soy Fidel”, fue creciente exclamación común.

Escuchamos con atención los discursos de los que desde cualquier parte y de disímil afiliación política e ideológica acudieron también a acompañarnos en este minuto de dolor. “A los grandes se les admira y respeta. Fidel fue –digo, es- eso: un gigante. Nadie podrá apagarlo”, comentó mi asombrado hijo.

Y cuando Raúl habló, instintivamente, un mar de jóvenes encendió cual velas los flashes de sus celulares. Los más añosos los seguimos. Qué manera de repartirse y redimensionarse Fidel en nosotros; qué lección vívida de pueblo deja al joven relevo. Desde el puente de Paseo miré a lo lejos en todas direcciones y tuve la impresión por unos instantes de que anoche en la Plaza de la Revolución las estrellas bajaron hasta el pueblo a rendir tributo a Fidel.

 

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