Trelew: la memoria y la lucha siguen encendidas en los desafíos del presente
La lucha de la clase trabajadora y de las organizaciones revolucionarias tiene innumerables momentos memorables. Muchos victoriosos y heroicos, y dentro de estos, algunos que también se combinan con la tragedia y la infamia.
Lo paradigmático es que estos episodios se nos presentan hoy como lejanos, como una memoria latente, pero que pertenece a otro tiempo y que cuesta tomar como insumo para pensar la acción desde el hoy, bajo las condiciones en las que intervenimos en, y por la forma que asume, la lucha de clases en la actualidad.
Entre estos sucesos, la fuga del penal de Rawson, se ubica entre uno de los actos más osados de la militancia revolucionaria de la década de 1970. La posterior masacre de 16 de los fugados en la base Almirante Zar en la ciudad de Trelew ha opacado el propio acto de escape. Recuperamos aquí esa historia, y compartimos algunos elementos de valoración sobre dicho suceso.
La década de 1960 estuvo atravesada por el ascenso de la lucha de clases en nuestro país. La resistencia peronista; las primeras experiencias guerrilleras, las movilizaciones estudiantiles, el surgimiento del sindicalismo clasista, los curas del tercer mundo, fueron parte y expresión de ese proceso de incremento de la crítica social y cuestionamiento abierto al régimen que abarcó incluso diferentes esferas de la vida cotidiana.
La emergencia de alzamientos populares hacia el final de la década y comienzos de la siguiente, conocidos como los "azos", fueron el signo más destacado de la época. El "tucumanazo", el "rosariazo", el "mendozazo", y el más recordado de estos, el Cordobazo, con la figura de Agustín Tosco como principal referencia, fueron la expresión de una radicalización de la sociedad en su enfrentamiento con la dictadura.
La rebeldía y la resistencia frente a la dominación adquirieron formas de profundo arraigo popular y fuerte disconformidad con el orden establecido. Las ideas del socialismo y la revolución iban ganando adhesión en un sector importante de la sociedad, teniendo como faro de América Latina a la revolución cubana de Fidel y el Che.
En ese marco se da el surgimiento de las organizaciones político militares de identidad peronista o marxista. Estas organizaciones llevaron adelante múltiples acciones de expropiación, de confrontación, de apoyo a las luchas obreras y de propaganda armada que desafiaron el monopolio de la fuerza y pusieron en cuestión la capacidad de los militares de mantener el orden capitalista.
La persecución y la represión del régimen de facto sobre el conjunto del pueblo, pero en particular hacia las organizaciones armadas, llevó a que un número importante de los cuadros dirigentes de éstas se encontraran en prisión en el año 1972. De los presos y presas, varios eran miembros de las direcciones políticas de dichas organizaciones. En referencia al régimen, en aquel año gobernaba la Argentina en representación de las fuerzas armadas el general Alejandro Agustín Lanusse.
En el Penal de Rawson, ubicado en la provincia de Chubut, sobre la costa del Atlántico, estaban detenidos y detenidas alrededor de doscientos reclusos, miembros de las organizaciones político militares del Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros. La llegada de varios dirigentes importantes, entre estos Mario Roberto Santucho, el Robi, al presidio, contribuyó a que las diferentes corrientes revolucionarias se pusieran de acuerdo para organizar conjuntamente una fuga. También había en la penitenciaría otra cantidad importante de presos por otras causas y delitos.
El establecimiento penal se consideraba de máxima seguridad y contaba con una custodia de unos 70 guardiacárceles y una compañía antiguerrillera de alrededor de 120 hombres, ubicada a trescientos metros. A esas fuerzas se sumaba la base aeronaval ubicada en Trelew, a 20 km, que contaba con dos batallones con un total de 1200 soldados. El otro aspecto a tener en cuenta respecto de la factibilidad de la salida era el geográfico.
El envío al sur del país tenía la intención de alejar a los y las guerrilleras de las grandes zonas urbanas, donde se consideraba más fácil la posibilidad de recibir ayuda para un intento de escape. El territorio desértico, con condiciones climáticas muy inhóspitas, hacía pensar que era bastante improbable que cualquier intento de atacar el lugar desde afuera pudiese pasar desapercibido. Centralmente, la preocupación militar estaba puesta en una tentativa de rescate desde el exterior. Pero no pensaron que el plan se organizaría y ejecutaría desde las propias celdas del penal.
La planificación y la conspiración como instrumentos de la fuga
El jefe del operativo de fuga fue Mario Santucho, líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP). El grupo que elaboró el plan estaba integrado por Fernando Vaca Narvaja (Montoneros), Marcos Osatinsky (FAR), Roberto Quieto (FAR), Enrique Gorriarán Merlo (ERP) y Domingo Menna (ERP). Entre los presos políticos se encontraba el propio Agustín Tosco, referente del sindicalismo de liberación y encarcelado hacía más de un año, quien decidió no participar de la fuga, pero brindó su apoyo y se puso a disposición.
La evaluación de la mejor opción para lograr la libertad tomo su tiempo. Incluso hubo otras alternativas que se barajaron, como la realización de un túnel, pero se consideró que lo más oportuno era copar el penal desde dentro. Finalmente, con la decisión tomada, se empezó a organizar el esquema de toma del lugar. Se estableció la comunicación con las organizaciones que desde el exterior debían dar apoyo y se empezó a reunir los recursos necesarios.
La planificación llevó varios meses. Se realizó un estudio minucioso del funcionamiento de la cárcel. Horarios de cambios de guardia, caracterización de los carceleros, toma de distancias para realizar los desplazamientos, ubicación del depósito de armamento. Se elaboraron armas falsas con jabón y piezas de madera pintadas. Se proyectaron los movimientos y se distribuyeron roles y tareas entre la militancia de las organizaciones.
Además de esto, se construyó una cotidianeidad de acciones que permitieron ocultar y disimular las reales intenciones. Una de estas maniobras de distracción consistió en organizar bailes regulares, en los que participaban los detenidos desde diferentes pabellones. El propósito oculto consistía en que, al momento de iniciar la operación, el ruido y la algarabía fueran tomados de manera natural por la vigilancia.
Todo se planificó de manera minuciosa. Aunque el reto mayor se encontraba en la coordinación con el exterior. Esto se realizó mediante el envío de mensajes, hacia adentro y hacia afuera, a través de las visitas de los familiares y abogados de los presos y las presas. Desde afuera se debían organizar dos aspectos fundamentales.
El primero era garantizar el transporte para los reclusos que serían trasladados desde el penal hasta el aeropuerto de Trelew. El segundo, consistía en conseguir un avión para que subieran los guerrilleros y las guerrilleras, y escapar hacia Chile. El aeroplano sería un vuelo de línea aérea comercial, el cual sería abordado en Comodoro Rivadavia y mediante un grupo comando se tomaría el control una vez llegado al aeropuerto de Trelew.
Desarrollo del plan y un error inesperado
La operación se inició el 15 de agosto a las 18:05. El objetivo era lograr la fuga de 110 detenidos y detenidas en 3 camiones. El plan se siguió paso a paso. El factor sorpresa jugó a favor de los militantes.
Primero se tomó una guardia interna. Luego se fueron ocupando el resto de las garitas desde donde se controlaba el patio, y a continuación las diferentes dependencias hasta llegar a la última sala anterior a la puerta de salida. En ese trayecto se redujeron paulatinamente a los guardiacárceles y se los encerró en un calabozo. El plan contaba con la ayuda de uno de ellos que colaboraba con los presxs.
Todo transcurrió sin problemas exceptuando un incidente donde el miembro del servicio penitenciario apostado en la salida se resistió y fue abatido. Luego de esto, el control del penal se logró en su totalidad, quedando en poder de los reclusos. Sólo faltaba la conexión con los camiones que estaban apostados esperando a unas cuadras.
Este es el hecho más paradigmático de toda la historia. Lo que la hace más angustiante y trágica a la vez. Como mencionaron varios sobrevivientes y quienes fueron parte del copamiento de la prisión, quienes estaban convencidos de que se podía realizar el objetivo eran los de adentro, y las dudas estaban en los de afuera.
El momento más sensible de toda la maniobra fue que quien estaba a cargo de dirigir los camiones hacia el penal confundió una señal, y pensó que la operación había fracasado. Así es que los camiones se retiraron del lugar sin esperar a la salida del contingente que esperaba con disciplina en el pasillo de acceso de la cárcel.
Esto llevó a tener que reorganizar la salida hacia el aeropuerto en taxis que se llamaron por teléfono. En el primer auto salió el primer grupo con el comité de fuga. Apenas pocos minutos después, llegó otra tanda de autos en los que se fue un segundo grupo con 19 integrantes. El resto de los casi 100 presos y presas que quedaban, debieron acuartelarse y resistir en la prisión.
Desde afuera, el operativo de asalto del avión se había logrado, estando detenido en la pista de aterrizaje en Trelew. El primer auto llegó al aeropuerto sin obstáculos y el grupo con los 6 fugados fue recibido por los guerrilleros que controlaban el aparato que estaba listo para salir.
El tiempo de espera del resto del contingente se hizo eterno con la expectativa puesta en que llegaran más compañeros y compañeras liberados, pero la necesidad de despegar se volvió urgente debido al posible fracaso de la totalidad de la operación. El retraso de uno de los autos del segundo grupo hizo que llegaran apenas unos minutos tarde, luego de que la máquina levantara vuelo.
Los 19 guerrilleros que no pudieron llegar al avión, decidieron ocupar las instalaciones aeroportuarias de Trelew, en la que se encontraban unos pocos pasajeros y el personal del lugar. Frustradas las posibilidades de fuga y luego de dar una conferencia de prensa a cargo de Rubén Pedro Bonnet, se entregaron a los efectivos de la Armada que rodearon la zona, solicitando y recibiendo públicas garantías para sus vidas, pidiendo retornar al penal de Rawson en presencia de periodistas y autoridades judiciales.
Los marinos asumieron este último compromiso pero no cumplirían su palabra, llevando a los y las 19 detenidas a la base Almirante Zar. Allí los prisioneros pasarían encarceladxs los siguientes días siendo sometidos a amenazas, maltratos y simulacros de fusilamiento.
La madrugada del 22 de agosto, una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Sosa y del teniente Roberto Bravo, los obligó a salir de las celdas y los ametralló estando desarmados y sin posibilidad de reaccionar. La mayoría de ellos fallecería en el acto. Algunos heridos fueron rematados en el piso. Otros permanecieron con vida y fueron llevados a la enfermería, pero morirían al poco tiempo debido a heridas que no recibieron atención. Sólo tres de ellos sobrevivirían para contar lo sucedido.
Los compañeros que alcanzaron el avión fueron asilados por el gobierno de Salvador Allende en Chile, y serían enviados a Cuba poco tiempo después, para luego retornar al país y sumarse de nuevo a la lucha revolucionaria.
Necesidad de revalorizar y recuperar la experiencia del pasado
Efectivamente, la fuga más espectacular de la historia argentina tuvo como consecuencia uno de los actos más indignos e infames que carga la Marina en su historial. El fusilamiento a sangre fría de militantes revolucionarios reducidos y sin posibilidad de escapar, con el único motivo de descargar su venganza y pretender recuperar su autoridad mancillada.
Pese a este evento recordado tristemente por la ejecución de los 16 mártires, no puede empañarse la otra parte de la historia, que también da cuenta de la capacidad de la militancia revolucionaria para enfrentar, engañar y sortear los desafíos de la fuga de un penal de máxima seguridad controlado por un enemigo más poderoso.
Varios aspectos de estos sucesos se volvieron objeto de interpretación y valoración en la militancia popular, y destacados como parte de las luchas que nos precedieron. Y como es necesario recuperar estas experiencias para pensar la continuidad de la lucha en el presente, volver a ese pasado siempre tiene un objetivo importante, que es el de permitirnos reflexionar.
En este caso, asumimos la responsabilidad de elaborar algunas posibles aristas de análisis. No es nuestra intención juzgar desde el hoy, y con bastante tiempo a nuestro favor, los errores o desajustes, o señalar acciones inconvenientes o indebidas. Tampoco idealizar personas ni experiencias militantes, o tomarlas como infalibles.
Menos, creer que la tarea actual es "reconstruir" esas experiencias como si viviéramos en el mismo tiempo histórico. A cada generación revolucionaria le tocan sus propios desafíos, sus propias batallas, y sus particulares condiciones. Pero, insistimos, la historia está ahí, para servirnos de insumo a la hora de orientar y nutrir nuestra propia acción de lucha.
El primer aspecto que me gustaría señalar es en relación a la convicción y decisión de aquella generación militante. Una vocación de lucha, de entrega que pareciera interpelarnos en nuestra capacidad de compromiso, en nuestra disposición a relegar nuestra zona de confort militante, para pensar cómo asumimos desafíos más radicales, más urgentes.
Cuánto cuesta proyectar esas ganas de querer cambiar el mundo, creyendo que es posible, y que depende de nosotres. Es necesario reconstruir una perspectiva militante, una subjetividad que crea y reconozca que podemos vencer, que no es imposible derrotar al enemigo, y que lo que hagamos marcará la diferencia entre un resultado o el otro.
La fuga del penal de Rawson muestra en gran parte ese sentido de disposición a creer en que, pese al tamaño de la adversidad, se puede encontrar una salida frente a lo que parece imposible.
En segundo lugar, esa convicción y voluntad no podría haber tenido la capacidad de amenazar y poner en aprietos al enemigo sin una planificación a la altura de las circunstancias. Si mencionamos en este breve relato que la operación pudo ser organizada en las narices de la propia represión, que tomó meses organizarla y prepararla, para poder ser ejecutada y llevada adelante con éxito, esto implica que necesitamos algo más, o mucho más que las simples ganas y la voluntad.
En ese sentido, el espontaneísmo y la improvisación atentan contra nuestros propios deseos, y nuestras propias posibilidades de victoria. Necesitamos construir los procedimientos, los planes y la organización necesaria para plasmar objetivos concretos, logrando que la voluntad colectiva encuentre su cauce de desarrollo y su máxima potencialidad.
Nuestra sociedad tan proclive e incentivada a vivir el momento efímero, se contrapone con una mirada de mediano y largo plazo. Por lo tanto, con un proyecto estratégico de largo aliento, que necesita a su vez, definir las tareas inmediatas para que el tiempo no pase en vano.
Vivimos en una época condicionada por el rol de la publicidad de lo que hacemos. Hay una generación política formada en una necesidad de exhibicionismo militante. La conspiración, como parte de cualquier acción que se pretenda subversiva, debe tener un lugar relevante.
Como contrapartida, la permanente visibilización y falta de discreción para poner en práctica nuestras intenciones, quizás se debe a que no tenemos nada que ocultar. Algo que también es profundamente preocupante, y nos pone en desventaja. Quien pretende disuadirnos de lo que hacemos conspira permanentemente contra nosotrxs, y no nos dice de frente todo lo que pretende hacer.
Como siguiente aspecto, el problema de la organización es central. La generación del 70 supo construir organizaciones políticas de miles, con capacidad de llevar adelante acciones de diferente índole y dimensión. Como lo demuestra la acción en el penal de Rawson.
En la actualidad, la noción de organización tiene interpretaciones diversas, alejadas de modelos clásicos, más por rechazo y prejuicio que por análisis de las necesidades concretas de formas posibles de organizar un proyecto político. Prolifera en mucho del activismo político un rechazo hacia un compromiso profundo y riguroso con lo colectivo. Cualquier criterio organizativo de carácter medianamente rígido se considera burocrático.
La palabra partido, clásica propuesta leninista, es considerada por gran parte de la militancia un tabú o herejía. Proliferan las concepciones donde los contornos organizativos se vuelven laxos e indiferenciados, donde no se distinguen las funciones ni las tareas.
La individualización de la vida, y la manera de responsabilizarnos por nuestras acciones se liberalizó, e influyó también en el activismo político. La palabra disciplina está bastardeada. Se entiende a la disciplina como pura verticalidad, o subordinación. Son manifestaciones complejas y pasibles de revisión, pero que tienen como contraparte la reivindicación de la voluntad y el deseo individual por sobre lo grupal o lo colectivo.
Cuando en realidad disciplina tiene que ver con la forma en la que hacemos las cosas, con la rigurosidad y la efectividad con la que realizamos nuestras tareas, y con el asumir un compromiso frente a otres que esperan de cada persona una respuesta y una garantía de la palabra y la acción.
Organización y disciplina son puntos a problematizar en nuestras construcciones actuales. Necesitamos recuperar y revalorizar esas dimensiones para la puesta en pie de un proyecto revolucionario como el que supo crear la generación de los setenta.
Por último, la fuga del penal de Rawson, no podría haber sido llevada adelante sin un profundo sentido y necesidad de búsqueda de unidad y solidaridad entre la militancia revolucionaria. La unidad de las organizaciones hizo posible lo que parecía imposible.
Cuanta unidad nos falta hoy en el campo popular y de la izquierda. Cuanta fragmentación y dispersión que prevalece. Y cuanto nos cuesta revertir esa tendencia. Miremos el ejemplo de aquella época, y comprenderemos la necesidad que tenemos de hacer todos los esfuerzos posibles por romper el cerco que nos separa.
La solidaridad es clave a la vez como parte indispensable de esa unidad. Sentir por el otro, con las diferencias que tengamos, que es un compañero o compañera. Ya sea con la organización hermana, próxima o diferente, una afinidad para acompañar y ofrecer la ayuda y la entrega que permite superar el sectarismo y dejar atrás la preocupación por la "quinta" propia.
Ojalá la sangre derramada en Trelew, sirva como experiencia valiosa para nutrir a las generaciones presentes y futuras de los atributos que necesitamos para enfrentar los desafíos actuales.
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