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Europa :: 25/04/2024

50 años de la Revolución de los Claveles: ¡25 de Abril, sempre!

Valerio Arcary
El 25 de abril de 1974 cayó la dictadura más antigua del continente europeo. La rebelión militar y popular organizada por el Movimento das Forças Armadas (MFA) fue fulminante

«A la sombra de una encina que ya no sabía su edad,
juré tenerte como compañera, Grândola, tu voluntad»
Zeca Afonso, cantautor portugués, autor de Grândola, vila morena

Se dice que las revoluciones tardías son las más radicales. El 25 de abril de 1974 se derrumbó la dictadura más antigua del continente europeo. La rebelión militar organizada por el MFA, una conspiración dirigida por los rangos medios de las Fuerzas Armadas que evolucionó, en pocos meses, de la articulación corporativa a la insurrección, fue fulminante.

Maltrecha militarmente por una guerra interminable, agotada políticamente por la falta de una base social interna, exhausta económicamente por una pobreza que contrastaba con el estándar europeo y cansada culturalmente por el atraso oscurantista que había impuesto durante décadas, unas horas bastaron para una rendición incondicional. Fue en ese momento que comenzó el proceso revolucionario que conmovió a Portugal. La insurrección militar precipitó la revolución, no al revés.

Toda revolución tiene sus momentos pintorescos. Nunca sabremos con certeza si estos pequeños episodios son ciertos o no. Ma si non é vero, é bene trovato. A primera hora de la mañana, cuando una columna de vehículos militares bajaba por la Avenida da Liberdade en dirección del Terreiro do Paço, respetando los semáforos, las floristas del Parque Mayer les preguntaron qué pasaba, y los soldados les respondieron que venían a derrocar la dictadura. Ellas, las mujeres del pueblo más sufrido, se alegraron tanto que les regalaron claveles rojos y así, sin saberlo, bautizaron la revolución con el nombre de una flor.

La revolución tardía

A pesar de sus largos 48 años, la caída del régimen encabezado por Marcelo Caetano fue, paradójicamente, una sorpresa, sobre todo tras el fracaso de la sublevación de Caldas da Rainha el 16 de marzo, un mes antes del inesperado pero casi instantáneo triunfo de la insurrección del 25 de abril.

Los gobiernos de Londres, París o Berlín sabían que el pequeño país ibérico vivía desde hacía décadas una situación anacrónica: el último Estado europeo enterrado en una guerra colonial en tres frentes sin perspectivas de solución militar: un «Vietnam africano» condenado incluso por una resolución de la ONU, lo que no habría sido posible sin el consentimiento de Washington, que tomaba distancia del nacional-imperialismo portugués.

La dictadura, ya senil por tanta decadencia, seguía imponiendo un régimen implacable en la metrópolis. Mantenía una fuerza policial de 2.000 matones profesionales - la PIDE/DGS - que se apoyaba en decenas o quizás incluso cientos de miles de informadores, conocidos como los «bufos», y garantizaba una atmósfera social de represión asfixiante, encarcelamiento de militantes, especialmente los militantes del Partido Comunista, y de los dirigentes de la oposición en el exilio[1].

Controlaba todo tipo de opinión crítica hacia el gobierno mediante la censura, prohibía las actividades sindicales, reprimía el derecho de huelga y mantenía un ejército de reclutamiento obligatorio que resultaba extremadamente costoso económicamente y, socialmente, insostenible tras 13 años de una guerra colonial «interminable». Sin embargo, ni siquiera Washington había previsto el peligro de una revolución. La explicación histórica más estructural de la estabilidad del régimen de Salazar se encuentra en la supervivencia tardía, una generación después del final de la Segunda Guerra Mundial, de un inmenso imperio en África y Asia, formado en los albores de la época moderna.

El régimen de Salazar constituía un anacronismo histórico, una aberración social y una monstruosidad política. El 28 de mayo de 1926, un golpe de Estado protofascista derrocó a la primera república de Portugal, instaurando una dictadura militar dirigida por el general Gomes da Costa, al que sucedió el general Carmona. Los jefes militares invitaron a Antonio de Oliveira Salazar, hasta entonces profesor de economía en Coimbra, a ocupar el cargo de ministro de Finanzas, cargo que no asumiría hasta 1928, cuando tenía 39 años. Se convirtió en primer ministro en 1932.

Conocido como el «Estado Novo», el régimen no parecía muy excepcional en la década de 1930, cuando una fracción de la clase dominante europea abrazó un exaltado discurso nacionalista y recurrió a gran escala, incluso en las sociedades más urbanizadas y económicamente desarrolladas, a los métodos de la contrarrevolución para evitar revoluciones sociales como la del Octubre ruso. La dictadura de Portugal fue, sin embargo, sorprendente por su longevidad.

El fascismo «defensivo» de este imperio desproporcionado y semi autártico sobrevivirá a Salazar, incapacitado por motivos de salud desde 1966, permaneciendo en el poder, increíblemente, 48 años. La burguesía de este pequeño país resistirá durante un cuarto de siglo a la ola de descolonización de los años cincuenta. A partir de los años 60, encontró fuerzas para hacer frente a una guerra de guerrillas en África, en Guinea-Bissau, Angola y Mozambique, aunque, durante la mayor parte de esos largos años, se tratara más de una guerra de movimientos que de una guerra de posiciones, aun así, sin solución militar posible.

Pero la guerra interminable acabó por destruir la unidad de las Fuerzas Armadas. La ironía de la historia quiso que fuera el mismo ejército que dio origen a la dictadura que destruyó la Primera República el que derrocara al salazarismo para garantizar el fin de la guerra.

La reforma desde arriba, a través de los cambios internos del propio salazarismo, la transición negociada, la democratización pactada, tantas veces esperada, no llegó. Las dislocaciones de las clases medias expresaban su desesperación ante el carácter obtuso de la dictadura. El oscurantismo asfixiaba a la nación. Tras la insurrección militar, se abrió una ventana de oportunidad histórica, y lo que las clases poseedoras de tierras habían evitado hacer en términos de reformas, las masas populares se lanzaron a conquistarlo con la revolución. El salazarismo obsoleto de Caetano acabó encendiendo la chispa del proceso revolucionario más profundo de Europa Occidental después de la Guerra Civil española de 1939.

La revolución colonial

En 1972, el general Antônio Spínola publicó el libro Portugal y el futuro. El gobierno de Marcelo Caetano autorizó la publicación del libro. El dictamen favorable fue emitido nada menos que por el general Costa Gomes[2]. La guerra en las colonias sumió a Portugal en una crisis crónica. Un país de diez millones de habitantes, fuertemente desfasado respecto a la prosperidad europea de los años sesenta, desangrado por la emigración de jóvenes que huían del servicio militar y de la pobreza, no podía seguir manteniendo indefinidamente un ejército de ocupación de decenas de miles de hombres en una guerra africana. Lo que no se sabía, entonces, era que el libro de Spínola no era más que la punta de un iceberg y que, clandestinamente, los mandos intermedios del ejército ya estaban organizando el Movimiento de las Fuerzas Armadas, o MFA. La flaqueza del gobierno de Marcelo Caetano era tan grande que caería como fruta podrida en cuestión de horas. La nación estaba exhausta por la guerra. Por la puerta abierta por la revolución antiimperialista en las colonias, entraría la revolución política y social en la metrópolis.

El servicio militar obligatorio duraba la friolera de cuatro años, dos de los cuales, como mínimo, debían efectuarse en ultramar. Murieron más de diez mil personas, sin contar a los heridos y mutilados, que se contaban por decenas de miles. De este ejército de reclutamiento obligatorio surgió uno de los actores políticos decisivos del proceso revolucionario, el MFA. Respondiendo a la radicalización de las clases medias de la metrópoli y también a la presión de la clase obrera, en la que una parte de la clase media tenía sus orígenes de clase, cansados de la guerra y ansiosos de libertades, rompieron con el régimen.

Estas presiones sociales también explican los límites políticos del propio MFA y nos ayudan a entender por qué, después de derrocar a Caetano, entregaron el poder a Spínola. El propio Otelo, defensor, a partir del 11 de marzo, del proyecto de transformar el MFA en un movimiento de liberación nacional, a la manera de los movimientos militares de los países periféricos, como en el Perú a principios de los años 70, hizo que la balanza se inclinara con una franqueza desconcertante: «Este sentimiento arraigado de subordinación a la jerarquía, de necesidad de un jefe que, por encima de nosotros, nos guiara por el 'buen' camino, nos perseguiría hasta el final»[3].

Esta confesión sigue siendo una de las claves para interpretar lo que se conoció como el PREC (proceso revolucionario en curso), es decir, los doce meses durante los cuales Vasco Gonçalves estuvo al frente de los gobiernos provisionales II, III, IV y V. Irónicamente, así como muchos capitanes se inclinaban por depositar una confianza excesiva en los generales, un sector de la izquierda entregó a los capitanes, o a la fórmula de unidad del pueblo con el MFA, defendida por el PCP, la dirección del proceso.

Se dice que en situaciones revolucionarias, los seres humanos van más allá, dando lo mejor de sí mismos. Sale a relucir lo mejor y lo peor de sí mismos. Spínola, enérgico y perspicaz, era un reaccionario pomposo, con pose de general germanófilo, con su increíble monóculo del siglo XIX. Costa Gomes, sutil y astuto, era, como un camaleón, un hombre de oportunidades. Del MFA surgieron los líderes de Salgueiro Maia o Dinis de Almeida, valientes y honestos, pero sin formación política; de Otelo, el jefe del COPCON, una personalidad entre un Chávez y un capitán Lamarca, es decir, entre el heroísmo de la organización del levantamiento y el disparate de las relaciones posteriores con Libia y el FP-25 de abril; de Vasco Lourenço, de origen social popular, como Otelo, audaz y arrogante, pero retorcido; de Melo Antunes, culto y sinuoso, el hombre clave del grupo de los nueve, el hechicero que acabó prisionero de sus manipulaciones; de Varela Gomes, el hombre de la izquierda militar, discreto y digno; de Vasco Gonçalves, menos trágico que Allende, y también menos bufón que Daniel Ortega. De los militares surgió también el «Bonaparte», Ramalho Eanes, el hombre siniestro que enterró el MFA.

Tres etapas en el proceso

La caída del régimen fue el acto inaugural de una etapa política de radicalización popular más profunda -una situación prerrevolucionaria- en la que se fueron construyendo experiencias de autoorganización. Podemos dividir el proceso en tres coyunturas cada vez más radicalizadas en la izquierda:

(a) de abril de 1974 al 11 de marzo de 1975: se abrió una situación prerrevolucionaria similar a la del febrero ruso[4] en la que se garantizaron las libertades democráticas y el alto el fuego en África, derrotando dos golpes de Estado y el proyecto de Spínola de consolidar un régimen presidencialista;

(b) entre el 11 de marzo y julio de 1975: una situación revolucionaria similar a la que precedió al Octubre ruso, con una gran huida de la burguesía, la nacionalización de una parte de las mayores empresas, el reconocimiento de la independencia -excepto a Angola- y la generalización de la autoorganización de las masas, especialmente en el Ejército, pero sin que la dualidad de poderes lograra centralizarse;

(c) por último, la crisis revolucionaria, entre julio y noviembre de 1975, con la escisión del MFA, la independencia de Angola, la radicalización anticapitalista, la desvinculación de las bases de masas de la influencia del Partido Socialista (PS) y del Partido Comunista Portugués (PCP), la formación de los Soldados Unidos Venceremos (SUV), la autoorganización de soldados y marinos y las manifestaciones armadas, anticipo de una revolución social en la que una dislocación del Estado o un golpe contrarrevolucionario se volvían inevitables[5].

La burguesía prepara el golpe

El primer intento de golpe de Estado fracasó el 28 de septiembre, un llamamiento público de Spínola a la «mayoría silenciosa». Ciento cincuenta conspiradores fueron detenidos ese mismo día. Obligado a renunciar, pero ileso, Spínola entregó la presidencia al general Costa Gomes. Éste se hizo cargo del III Gobierno Provisional, pero Vasco Gonçalves siguió siendo primer ministro. Sin embargo, las energías del proyecto de neocolonialismo «a la inglesa» no se habían agotado. De nuevo, el 11 de marzo trataron de dar el golpe «korniloviano», con el intento de bombardeo de Lisboa.

Una vez más, las barricadas y muchos miles de personas en las calles. Al día siguiente, ante el pánico burgués, fueron nacionalizados los principales bancos. El segundo golpe fue el último y desesperado intento de la facción burguesa opuesta a la independencia inmediata de las colonias e incluyó la participación de la Guardia Nacional Republicana (GNR), el equivalente de las PMs en Brasil. El Regimiento de Artillería Ligera de Lisboa (Rali) fue bombardeado y rodeado por paracaidistas. Murió un soldado, pero el golpe fue frustrado.

Spínola y otros oficiales cómplices huyeron a España, donde recibieron la protección de Franco. Muchos llegaron más tarde a Brasil, donde los recibió Geisel. Los trabajadores bancarios iniciaron entonces una huelga política y tomaron el control del sistema financiero. El MFA creó el Consejo de la Revolución y decretó la nacionalización de los siete grupos bancarios portugueses más importantes. Siguieron otros, en los seguros, la siderurgia, el cemento, etc... Muchas empresas fueron ocupadas por los trabajadores. Gran parte de la burguesía fue presa del pánico y, ante lo imponderable, abandonó el país.

El Cuarto Gobierno Provisional se instaló el 26 de marzo. África estaba perdida. La burguesía empezó a temer lo peor, también en la metrópoli. Se reorientó apresuradamente hacia el proyecto europeo. La reconstrucción de la autoridad del Estado, empezando por las Fuerzas Armadas, seguía siendo la prioridad. Sin embargo, la cuestión más compleja seguía sin resolverse: tenía que improvisar una representación política, atraer a la mayoría de las clases medias y derrotar a los trabajadores.

Ya sin Spínola como carta en la manga -y con el Partido Popular Democrático (PPD) y el Centro Democrático Social (CDS) debilitados por sus vínculos con Spínola-, la burguesía no disponía de instrumentos directos -aparte de una parte de la prensa y de su peso en las altas esferas de las Fuerzas Armadas- y tuvo que recurrir a la presión de la burguesía europea y estadounidense sobre la socialdemocracia y sobre la Unión Soviética para que disciplinaran al Partido Socialista (PS) y, sobre todo, al Partido Comunista Portugués (PCP).

La hora del vértigo

Después del 11 de marzo llegó la segunda primavera de las utopías. Lisboa era la capital más libre del mundo. Los trabajadores exigían la independencia de las colonias, el regreso de los soldados, la libertad en las empresas, salarios, trabajo, tierra, educación, sanidad y seguridad social. En el fragor de la lucha aprendieron que sin expropiación no podrían conquistarlos. Fue el comienzo de lo que se denunció como «asambleísmo», es decir, la dualidad de poder.

En oleadas de luchas sucesivas, surgieron comités obreros en todas las grandes y medianas empresas como la Companhia União Fabril (CUF) -que, por sí sola, contaba con 186 fábricas-, la mayoría de ellas concentradas en Barreiro, la ciudad industrial situada al otro lado del Tajo. Champalimaud, uno de los dirigentes más influyentes de la burguesía, reaccionó declarando que «los obreros son actualmente demasiado libres»[6].

El muralismo político -murales a la mexicana, grafitis a la americana, «dazibaos» a la china, así como simples pintadas- hizo de las calles de Lisboa una expresión estética y cultural del «universo diverso» de la revolución. Había de todo, desde lo más solemne a lo más irreverente. En las puertas de los cementerios, el impagable «Abajo los muertos, la tierra para los que la trabajan». En las grandes avenidas, el dramático «Ni un soldado más para las colonias». En la zona de las Nuevas Avenidas -barrios privilegiados-, «Que la crisis la paguen los ricos», firmado por la Unión Democrática Popular (UDP) y, al lado, «Que la crisis la pague la UDP», firmado «Los ricos»

La Iglesia no escapó a la furia del proceso revolucionario. En Lisboa, los jóvenes abandonaron las iglesias. Asociada durante décadas al salazarismo - cuando el cardenal Cerejeira era la mano derecha del régimen - la Iglesia estaba flagrantemente desautorizada, sobre todo en el sur del país, para amplios sectores sociales. Las ocupaciones se extendieron a los medios de comunicación. El 27 de mayo, los trabajadores de Rádio Renascença ocuparon los estudios y el centro de transmisión. Abandonaron el nombre de «Emisora Católica». La emisora comenzó a emitir programas de apoyo a las luchas obreras.

Los trabajadores de Lisnave dieron el ejemplo -fueron los «Putilov» de la revolución portuguesa- organizando piquetes para ocupar su sindicato. En Amadora -el «Vyborg» o el «ABC» lisboeta, una de las grandes concentraciones de trabajadores-, y también en la Sorefame, una de las mayores industrias metalúrgicas del país, fueron a la huelga, al igual que Toyota, Firestone, Renault, Carris (conductores de autobús), TAP y CP (ferroviarios), pero también en el interior, como entre los obreros textiles de Covilhã, o en las minas de Panasqueira. La oleada de autoorganización -la formación de comités obreros en las empresas-, que profundizó la dinámica revolucionaria de la situación, produjo reacciones. «Los sindicalistas del PCP se quejaron amargamente: 'Los huelguistas hacen tablar rasa de las formas tradicionales de lucha, ni siquiera intentan negociar y a veces deciden parar incluso antes de haber elaborado la lista de reivindicaciones. En muchos casos, los trabajadores no se limitan a exigir más dinero, sino que emprenden acciones directas, tratan de tomar el poder de decisión y de establecer una cogestión sin estar preparados para ello»'[7].

Pese que el PCP utilizaba toda su inmensa autoridad para frenar las huelgas, las invasiones de latifundios en el Alentejo se generalizaron, mientras se extendían las ocupaciones de casas deshabitadas en Lisboa y Oporto; los «saneamientos» -eufemismo para referirse a la expulsión de fascistas- llevaron a cabo purgas en la mayoría de las empresas, empezando por la función pública, y la presión estudiantil en las universidades impuso asambleas deliberativas. Todo el viejo orden parecía derrumbarse. «La creación del salario mínimo nacional abarca a más del 50% de los asalariados no agrícolas. Son los trabajadores menos calificados, las mujeres, los más oprimidos, los que están a la vanguardia de la conquista del poder adquisitivo y de los derechos sociales. El poder adquisitivo de los asalariados aumenta un 25,4% en 1974 y 75; los salarios, que en 1974 ya representaban el 48% de la renta nacional, pasan al 56,9% en 1975. La estructura de la propiedad se modifica: 117 empresas son nacionalizadas, otras 219 tienen una participación estatal superior al 50%, 206 son intervenidas, lo que implica a 55.000 trabajadores; 700 empresas pasan a la autogestión, con 30.000 trabajadores»[8].

Cada revolución tiene su propio vocabulario. Como el péndulo de la política se inclinó hacia la extrema izquierda, el discurso de la derecha se inclinó hacia el centro, y el del centro hacia la izquierda. El travestismo político -el desajuste entre las palabras y los hechos- hizo que el discurso de los partidos electorales resultara irreconocible. Pero en Portugal, las fuerzas burguesas superaron lo inimaginable. Desde el PPD de Sá Carneiro, hoy el PSD de Durão Barroso, hasta el Partido Popular Monárquico (PPM), todos reivindicaron alguna forma de socialismo, lo que explica la retórica de la Constitución que aún hoy provoca asombro.

Las elecciones para la Constituyente

La situación abierta con la caída de Spínola trajo consigo mayores y más peligrosos desafíos. La burguesía exigía orden y, sobre todo, respeto a la propiedad privada. Ante las presiones, el PS y el PCP, las únicas fuerzas políticas -y de lejos mayoritarias- con autoridad en la dirección de los Gobiernos Provisionales -además del MFA-, se dividieron y provocaron una escisión irremediable entre los trabajadores.

Un año después del 25 de abril, las elecciones a la Asamblea Constituyente fueron una sorpresa. El PS fue el gran vencedor con un espectacular 37,87%. El PCP decepcionó con solamente un 12,53%. Se abrió un abismo entre su fuerza de movilización social y su fuerza electoral. El PPD, ahora conocido como PSD, de Sá Carneiro, un líder liberal dentro de las estructuras del régimen de Salazar, quedó en segundo lugar con un 26,38%. El CDS (de extrema derecha, liderado por Freitas do Amaral), el Movimiento Democrático Portugués (MDP) -una formación colateral del PCP que venía de la época de las elecciones bajo Caetano- y la UDP, de inspiración «albanesa», también lograron representación parlamentaria.

Tres proyectos y tres legitimidades se enfrentaron. Esta división también atravesó el MFA. Surgieron tres campos: el gobierno de Vasco Gonçalves con el PCP, que contaba con el apoyo de la mayoría del MFA; el de Soares, que reivindicaba la autoridad del voto en las umas y contaba con el apoyo de Estados Unidos y Europa; y el más débil, subjetivamente, pero el más temido por su carácter anticapitalista, el que nacía de los embriones del poder popular.

El 25 de noviembre de 1975 estalló una rebelión militar en los cuarteles de los paracaidistas, que no aceptaron una provocación del VI Gobierno provisorio, dirigido por el almirante Pinheiro de Azevedo, que había sustituido al coronel Vasco Gonçalves en agosto, e impuso la disolución de su unidad militar. Esta fue la señal para un contragolpe militar dirigido por Ramalho Eanes, con el apoyo de todas las fuerzas reaccionarias y contrarrevolucionarias. En abril de 1976, con el apoyo del PS de Soares, Eanes fue elegido Presidente de la República. La situación revolucionaria había terminado.

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Notas

[1] Aún hoy «no se sabe cuántos informadores tenía la DGS en 1974». El Serviço de Coordenação da Extinção da PIDE/DGS e Legião Portuguesa (que pasó a denominarse «Comissão de Extinção») los estimó en 20.000. Kenneth Maxweel, historiador, citando un «documento encontrado en Caxias», dio la siguiente cuenta: 1 de cada 4.000 portugueses «habría recibido (...) pagos de la PIDE/DGS por informaciones proporcionadas».

[2] Marcelo Caetano, Depoimento, Rio de Janeiro, Record, 1974, p.194.

[3] CARVALHO, Otelo Saraiva de, Memórias de Abril, Los preparativos y el estallido de la revolución portuguesa vistos por su principal protagonista, Barcelona, Iniciativas Editoriales El Viejo Topo, s/data, p.163.

[4] Las discusiones sobre los tiempos de la revolución y los criterios para medir las relaciones sociales de fuerza pueden encontrarse en mi libro As esquinas perigosas da História. Situações revolucionárias em perspectiva marxista. São Paulo: Xamã, 2004.

[5] Una tesis apasionante sobre el Veinticinco de Abril, inspirada en la sugerencia de larga duración de Braudel, atribuye la explicación de sus resultados a las presiones de una situación internacional interpretada como adversa y al atraso material, cultural y político del país: «Portugal no revolucionó las estructuras profundas de su organización socioeconómica (...). La democracia liberal que, de hecho, Portugal nunca había conocido se afianzó, y el liberalismo y el republicanismo del siglo XIX necesitaron paradójicamente de la retórica socialista para implantarse.» Lincoln Secco. La revolución de los claveles. São Paulo: Alameda, 2004, p. 153.

[6] Champalimaud, en una declaración al periódico Diário de Notícias, Lisboa, 25 de junio de 1974 apud LOUÇÃ, Francisco. 25 de abril, dez anos de lições. Ensaio para uma revolução. Lisboa: Cadernos Marxistas, 1984, p. 36.

[7] Canais Rocha al Diário de Lisboa, el 24-6-1974, apud LOUÇÃ, Francisco. 25 de abril, dez anos de lições. Ensaio para uma revolução. Lisboa: Cadernos Marxistas, 1984, p. 36.

[8] LOUÇÃ, Francisco. 25 de abril, dez anos de lições. Ensaio para uma revolução. Lisboa: Cadernos Marxistas, 1984, p. 35.

* Valerio Arcary fue dirigente estudiantil en la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa entre 1975/78.
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