Adiós a Sinéad O'Connor, una artista perseguida por sus convicciones
“Los medios me hacían pasar por loca porque no estaba actuando como se suponía que debía actuar una estrella del pop. Me parece que ser una estrella del pop es casi como estar en una especie de prisión. Tenés que ser una buena chica. Y esa no soy yo”, dijo Sinéad O’Connor en una nota casi al principio de la pandemia. A pesar de que en ese momento vivía básicamente aislada en un pequeño pueblo de su Irlanda natal, ni siquiera de esa forma pudo escapar de esa cárcel que arrastró consigo, como si se tratara de un grillete.
Su desesperación por salir de ese estereotipo era tal que en 2017 cambió su nombre a Magda Davitt, y un año más tarde, tras convertirse al islam, pasó a llamarse Shuhada Sadaqat. Cuando parecía que había encontrado la liberación o al menos algo de paz, en la tarde del miércoles se supo que finalmente ya era una mujer libre. A los 56 años, la cantante y compositora falleció por razones que aún se desconocen. Sólo se supo que trabajaba en un disco nuevo.
El anuncio lo hizo su familia a través de un comunicado: “Es con gran tristeza que anunciamos el fallecimiento de nuestra querida Sinéad. Su familia y amigos están devastados y han solicitado privacidad en este momento tan difícil”. Su muerte se produjo a un año de la de su hijo Shane, de 17 años, quien en enero de 2022 decidió ahorcarse. Lo hizo luego de escaparse del hospital en el que se encontraba. Fue la propia artista la que compartió en sus redes sociales lo que sucedió. Al tiempo que añadió: “Identifiqué formalmente los restos de mi hijo, Shane. Que Dios perdone al Estado irlandés porque yo nunca lo haré”.
Alegaba que hubo negligencia de parte de la policía y la Agencia de menores. O’Connor, que tenía otros tres hijos, perdió la custodia de su vástago cuando este tenía 13 años. Eso la llevó a postear mensajes en los que sugería la idea del suicidio. Aunque encendió las alarmas tras publicar un video en Facebook donde ahondaba en el asunto.
“Sé que soy una de las millones de personas en el mundo que están exactamente igual que yo”, explicaba en el video, grabado en 2017, la nacida en Dublín. “Otros no tienen necesariamente los recursos que yo tengo, en el corazón o en el bolso. La enfermedad mental es como las drogas, no le importa nada quién seas”.
Un mes más tarde, apareció en el programa televisivo estadounidense El show de Dr. Phil, conducido por el psicólogo Phil McGraw, para “desestigmatizar” la enfermedad mental. En ese entonces, se atrevió a advertir la prevalencia de los problemas de salud mental entre los músicos. Lo que la convirtió en una de las primeras artistas que sentó conciencia sobre el tema, por más que en la historia del pop y el rock abundan los casos: desde Elvis Presley hasta Charly García, pasando por Brian Wilson, Kurt Cobain, Mrc Miller o Britney Spears. Si bien nadie la escuchó, luego de la pandemia otros colegas suyos se animaron a exponer su fragilidad psíquica.
En 2003, a Sinéad O’Connor se le diagnosticó un trastorno bipolar y de estrés, en tanto que en los últimos tiempos estuvo lidiando con la depresión (anduvo seis años entrando y saliendo de centros de salud mental). Pero, lamentablemente, no sólo se le recuerda por eso. También cargó con la cruz de ser la intérprete de “Nothing Compares 2 You”, cuando en realidad se trataba de un cover, y de haber retado al Vaticano, en vivo y directo, en uno de los programas más vistos de la televisión norteamericana.
Sinead tenía ocho años cuando sus padres se divorciaron. Los tres hijos mayores fueron a vivir con su madre, donde los O'Connor fueron objeto de frecuentes abusos físicos. Su canción "Fire on Babylon" es acerca de los efectos de su propio abuso. En 1979, Sinéad dejó a su madre y se fue a vivir con su padre y su nueva esposa. Sin embargo, su rechazo a las conservadoras normas escolares llevó a que fuera internada en una escuela-reformatorio a los quince años, dirigida por las tristemente célebres Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad, sobre cuyos maltratos, torturas y abusos sexuales se han hecho varias películas.
El 3 de octubre de 1992, en el auge de su carrera musical, la irlandesa fue invitada a actuar en el semillero humorístico Saturday Night Live. Mientras cantaba a capela “War”, de Bob Marley, y a manera de protesta contra los abusos sexuales de los sacerdotes, cambió la palabra “racismo” por “abuso de menores”. Y no sólo eso: mostró una foto del papa Juan Pablo II, miró fijamente a la cámara y la rompió a pedazos.
El programa y la televisora se desmarcaron de inmediato de la iniciativa de O'Connor, que provocó indignación entre los creyentes conservadores y la llevó, en los meses posteriores, a enfrentar violentas reacciones, desde protestas y amenazas de muerte hasta la cancelación de conciertos. Así, en Times Square, Nueva York, se utilizó maquinaria pesada de construcción para aplastar una gran cantidad de discos con sus canciones. A pesar de ello, la cantante siguió exigiendo durante muchos años una investigación completa sobre el alcance del papel de la iglesia en el ocultamiento del abuso infantil por parte del clero.
Había que tener ovarios para protestar así. El mundo occidental nunca se lo perdonó. Mucho menos en la isla de Eire, protegida por San Patricio y en la que persiste el catolicismo más retrógrado. Días más tarde, cuando Bob Dylan la invitó a ser parte de sus 30 años en la música, todo el Madison Square Garden (Nueva York) le impidió que empezara a cantar “I Believe in You”, a partir de un abucheo ensordecedor. Indignado, el cantautor Kris Kristofferson se le acercó y le dijo: “No dejes que estos bastardos te depriman”. A lo que ella respondió: “No lo harán”.
Sin embargo, esa noche el boicot fue tan fuerte que les dijo a sus músicos que pararan de tocar, e hizo señas para que le subieran el volumen del micrófono. En vez de cantarla, gritó “War”, el tema de Marley que encendió la mecha. Al terminar, se paró al borde del escenario, miró al aforo y corrió llorando hacia los camarines. Kristofferson fue detrás de ella para consolarla.
El 8 de enero de 1990, ese mismo trozo de planeta que luego le hizo la vida imposible había caído rendido a sus pies. Ese día apareció el single “Nothing Compares 2 U”, sucedido por el videoclip. Esa voz profunda, penetrante y dulce, que no daba margen para el escape, ahora tenía rostro. Pero casi no ostentaba cabello.
Si el look de Grace Jones espoleaba con su androginia y el de Annie Lennox provocaba a la heteronormatividad, el de O’Connor reflejaba su temor al patriarcado. “No quería ser abusada. No quería vestirme como una chica. No quería ser linda”, justificó sobre las razones que desde niña la llevaron a tener el cabello corto. Sólo una vez intentó dejárselo crecer, pero, apenas aparecieron las comparaciones con Enya, se lo rapó de vuelta.
Cuando el tema se convirtió en un gran éxito comercial, Prince, autor del clásico, la invitó a su mansión. El encuentro fue tan violento que, según la cantante, ella salió literalmente huyendo del lugar.
Ese hit está en el segundo álbum de la compositora, I Do Not Want What I Haven’t Got (1990). Ahí alterna su veta de cantautora con la de intérprete, al mismo tiempo que revela una paleta de estilos que involucran al folk, el pop, la electrónica y al reggae. Si en Sean-Nós Nua (2002) se metió con la música celta, en su último disco, I'm Not Bossy, I’m the Boss (de 2014, lo iba a presentar el año siguiente en su debut en Argentina, pero la gira se canceló) puso sus fichas en el rock.
O’Connor lanzó 10 álbumes en calidad de solista, aunque su primera grabación sucedió poco luego de iniciar su carrera, a mediados de los ochenta, cuando con el ignoto David Howell Evans (más conocido como The Edge, de U2) compuso el tema “Heroine” para una película. Nunca se arrepintió de nada: ni de su música, ni de romper la foto del Papa, ni de rechazar un Grammy en 1991, por la Guerra del Golfo. “Fue traumático”, evocó. “Era una temporada abierta para tratarme como una loca”.
Página 12 / La Haine