Afganistán: la "democracia" que nunca existió y el uso del opio contra el ascenso de Oriente
Los talibanes controlan Afganistán. Se está escribiendo tanto sobre ello que casi da vergüenza convertirse en uno más. No obstante, mucho de lo escrito es superficial y enfocando más hacia el pasado que hacia el presente o el futuro. Y en ese pasado, desgraciadamente, ni siquiera ha habido referencias a la etapa revolucionaria de 1978-1992, antes de la primera llegada de los talibanes al poder de la mano de EEUU. Pareciese que Afganistán solo ha sido “democrático” (estilo occidental) con EEUU y sus vasallos, pero la “democracia estilo occidental” nunca existió en Afganistán y sí una democracia popular mucho, pero que mucho más avanzada que la que supuestamente proponían los occidentales, aunque no es el objetivo de este análisis.
Nada da más asco que la narrativa occidental sobre una "democracia" que nunca existió y sobre un oscurantismo medieval que regresa de la mano de los talibanes. Una narrativa que se ha sustentado básicamente en dos cosas: las mujeres y los colaboracionistas. Que a estas alturas de la historia haya habido gente supuestamente progresista que se haya tragado tanta sandez causa pasmo. Sobre todo porque la cuestión de la mujer fue uno de los argumentos esgrimidos por la CIA en 2001 para arropar la invasión del país y, así, “contrarrestar la oposición a la invasión”, como en su momento recogieron los documentos filtrados por WikiLeaks. Nadie se ha hecho una pregunta muy sencilla: ¿representan realmente a Afganistán un puñado de elegantes mujeres que hablan inglés? Sobre todo, porque los muy democráticos occidentales, militares y civiles, cooperantes o no, nunca se han preocupado del grueso de mujeres, esas que viven en el mundo rural y que todavía hoy suponen el 80% del país. Pequeñas minucias sin importancia para el grueso del relato.
Causa pasmo la poca memoria que tenemos al creer a los mismos que adornaron la masacre de Irak en 1991 con la historia de que el ejército de Sadam Husein sacaba de las incubadoras a los bebés kuwaitíes solo para que se muriesen y que ahora montan otro espectáculo que ha sido acogido tan acríticamente y con tanto entusiasmo como lo anterior lo fue en su momento. Los mismos que impulsaron la invasión y ocupación neocolonial de Irak en 2003 con las "armas de destrucción masiva", lo han vuelto a hacer y con iguales resultados. Y así hasta la náusea.
Hemos asistido, y aún sigue coleando, a un espectáculo de la burguesía afgana, de las mujeres (pocas) que estudiaron, de los escritores que escribían para ellos y los occidentales, de los activistas que han tenido 20 años para construir algo que no dependiese de sus patronos occidentales, de…; todos aquellos (pocos) que son una selecta minoría afgana porque el 87% de la población del país siguió como estaba antes de la invasión de 2001 (cifras de la ONU). Lo único que no ha sido una minoría occidental ha sido el cultivo del opio, muy reducido durante los talibanes y muy acrecentado durante la ocupación.
Ahora bien, si lo que se intenta es hacer ver que Occidente se preocupa por su minoría, los colaboracionistas, se ha acertado de plano. Esa exquisita minoría que ha venido colaborando con los invasores durante 20 años es la única que ha gozado de "derechos" mientras ha durado la ocupación. "Derechos" al mismo tiempo que privilegios. Es lo que tiene el estar bien apegados al poder, que cuando este termina, termina todo lo demás y han tenido que salir corriendo. Porque es gente que ha demostrado que Afganistán no les preocupaba en absoluto. No ha habido ni un logro colectivo en Afganistán de la mano de los ocupantes occidentales, no ha habido ningún movimiento real emancipatorio, nada. Quien diga lo contrario vuelve a la ficción occidental.
Lo (poquísimo) que ha habido no tenía otra base material que la avalancha de dólares de los ocupantes. No ha habido, por no haber, ni una revolución burguesa que se preocupase por cambiar las estructuras de la sociedad, esa "retrógrada y medieval" que ahora parece que les preocupa porque les ha quitado su chiringuito, por imponer nuevos valores y nuevas relaciones sociales. Esos colaboracionistas nunca han tenido el menor interés por el resto de compatriotas, por eso el rápido avance talibán y el desmoronamiento del ejército, de la policía y de todo este engranaje de cartón piedra que era el Afganistán “democrático” (estilo occidental). Cientos de miles de millones para militares, policías, contratistas, dádivas, regalos, corrupción del que se han beneficiado tanto los colaboracionistas como, sobre todo, los propios occidentales.
Todo ha sido ficción, circunscrita a Kabul y muy pocos otros lugares. Sitios donde todos los colaboracionistas no han sido otra cosa que figurantes de la gran película occidental. Y, como buenos extras, cobraban por ello. Y bien, para los parámetros afganos. Todos ellos no se han preocupado ni un poco por desarrollar un país que ahora dicen que nada en la abundancia de minerales y riquezas y que tanto preocupa caigan en manos chinas. Todo estos colaboracionistas tan aterrorizados y que tanto han preocupado y preocupan en Occidente mostraron muy poco interés por el desarrollo del país y si como muestra valen dos botones, ahí están los magníficos ejemplos del ex presidente pro-occidental huyendo con dinero (nada menos que 169 millones de dólares que robó) y de su primer ministro, ese que se refugió en el valle de Panshir y que occidente glorificó como “la resistencia antitalibán” (que también resultó ser un simple globo) y del que se le han encontrado casi 7 millones de dólares, además de lingotes de oro, que tuvo que abandonar al huir del valle ante el avance talibán.
Porque hay hechos incontestables: en 20 años el gobierno pro-occidental hizo muy poco por el desarrollo del país, por construir escuelas y hospitales, por construir carreteras. Las escuelas, los hospitales en su gran mayoría fueron construidos por las ONG y se mantuvieron y mantienen con las limosnas (alguien dirá que solidaridad) occidental. Esa era la "democracia" afgana (estilo occidental) y eso es lo que defendían los colaboracionistas que tanta simpatía han tenido y tienen en Occidente. Eran, a fin de cuentas, “uno de los nuestros”, por utilizar una frase clásica de la mafia. Su "democracia" no era otra cosa que salario seguro y beneficios para quienes colaboraban con la ocupación.
Convencidos de la superioridad de Occidente, llegaron a creerse a pies juntillas el acuerdo firmado en 2012 por el que EEUU convertía a Afganistán en “importante aliado no perteneciente a la OTAN” (dejando patente lo que es la OTAN, un instrumento de la política exterior de EEUU y donde los europeos son simples comparsas) y por el que, por supuesto, el país iba a lograr importantes beneficios. La población nunca los vio, aunque sí los colaboracionistas.
Pero la realidad ha sido otra: la caída de Afganistán y la huida del Occidente neoliberal es más gráfica que mil palabras. Occidente no es invencible, ni siquiera con su superioridad técnica ni tecnológica (que tampoco la tiene), ni sus bases de datos, ni sus sistemas de control, cada vez más sofisticados. Occidente tiene cada vez más dificultades para respirar. Es, sin duda, capaz de cualquier locura, pero no tiene futuro alguno.
Las escenas de Saigón en 1975 están ahí, se han repetido casi fotografía a fotografía, fotograma a fotograma. Igual. Para EEUU, y sus vasallos, es la derrota más candente desde el final de la guerra de Vietnam. Pero hay diferencias: entonces era la derrota del capitalismo imperialista y ahora es la certificación empírica de que los "valores democráticos del mundo libre" -y su acompañamiento de drones, bombardeos, especialistas, ejércitos, cooperantes y demás- no son más que una fórmula verbal que sigue encandilando a quienes siguen empeñados en decir que el “sistema liberal” es lo mejor de lo mejor.
El uso del opio como arma contra Oriente
No es una novedad, pero sí su constatación empírica: Occidente se deshace como el azúcar en una taza de café. La velocidad de su derrumbe va en sintonía con la velocidad con que se remueve el azúcar. Y en Afganistán es muy rápido.
Tras la derrota se ha dicho de todo, de forma especial que EEUU no se va de la zona y que el triunfo de los talibanes es una amenaza potencial para sus vecinos, que no son pocos: Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, China y Pakistán. Pero, como siempre, todo ello se dice desde el punto de vista occidental y sin tener en cuenta otras perspectivas. Por ejemplo, que ya desde mucho antes del triunfo talibán los países vecinos lo habían percibido y estaban haciendo movimientos geopolíticos que les han situado donde ahora están. Es el caso de China, Rusia e Irán.
Solo tras la derrota Occidente se ha querido dar cuenta de la importancia que tiene y de ahí el intento de asustar (“Afganistán en manos chinas”, es uno de los más recurrentes) especialmente desde que el 28 de julio, medio mes antes de la entrada de los talibanes en Kabul, el ministro de Asuntos Exteriores chino recibió con todos los honores al representante talibán. Ese movimiento fue seguido después, el 8 de agosto, por Rusia haciendo lo mismo. Y antes, aunque de forma menos pública, lo había hecho Irán. Y los movimientos de estos países son determinantes para el futuro de la zona -no solo de Afganistán, aunque está en el corazón de Asia Central-y hay que hacer una breve mención de ellos.
Lo primero que hay que decir es que los talibanes han cambiado mucho durante estos 20 años de ocupación occidental: ahora son mucho más pragmáticos en sus relaciones geopolíticas aunque se mantienen inflexibles en la cuestión religiosa, y esto también hay que matizarlo un poco.
Lo segundo, que para EEUU la razón de la invasión y posterior permanencia en Afganistán era la desestabilización del concepto de Eurasia como eje del siglo XXI que se venía apuntando desde la gran crisis capitalista de 2008. Dificultar los dos grandes proyectos de esta Eurasia, la Nueva Ruta de la Seda china y la Unión Económica Euroasiática que preconiza Rusia, era, y es, vital para que EEUU continuase siendo la potencia hegemónica. Por no hablar de otro país, Irán, que juega en los dos proyectos, el chino y el ruso, un importante papel.
Uno de los instrumentos que EEUU utilizó antes de la invasión y sobre todo tras la invasión fue la droga, el cultivo del opio y el comercio de heroína. Aquí hay que remontarse un poco a la historia porque si bien es cierto que el movimiento islámico fue en sus orígenes uno de los principales enemigos del gobierno revolucionario (1978-1992), esto se debió principalmente a la financiación que recibió de los cultivadores de opio, terratenientes que se oponían a la reforma agraria puesta en marcha por ese gobierno revolucionario. Pero cuando los talibanes se hicieron con el poder aplicaron de forma estricta la sharía y, entre ello, la erradicación del cultivo de opio. La ONU reconoció que en el momento del derrocamiento del gobierno talibán en 2001 por la invasión y ocupación neocolonial del país por EEUU y sus vasallos de la OTAN, solo unas 8.000 hectáreas se habían contabilizado como cultivadas de opio. Un año más tarde ya eran 80.000, en diez años eran de 123.000 y en el 2021, antes de la derrota, eran 224.000 hectáreas. Es decir, casi 30 veces más que cuando gobernaban los talibanes en 2001.
¿Cómo se explica eso? Occidente, por supuesto, lo atribuye a los talibanes y dice que durante años se han beneficiado del comercio del opio y con ello se financiaban. Eso es válida esta opinión hasta cierto punto porque solo menciona los últimos años, cuando ya los talibanes controlaban una parte importante del territorio rural. Pero solo en los últimos cuatro años; el resto del tiempo el cultivo del opio y el comercio de heroina ha estado exclusivamente en manos occidentales porque, de no ser así, indicaría cómo Occidente ha estado mintiendo durante todos estos años sobre Afganistán porque en caso contrario ¿cómo explicar que ya en el primer año de la invasión y ocupación occidental fuesen 80.000 las hectáreas sembradas, según reconoce la propia ONU?
Ni qué decir tiene que a medida que los talibanes iban ganando terreno llegaban a estos cultivos y los mantuvieron porque no tenían el poder y no querían echarse encima a sus bases campesinas. Porque esta es otra parte de la realidad de Afganistán tapada: durante los 20 años de ocupación ha habido casi 10 millones de afganos que han vuelto al campo, donde en el momento de la derrota vivía el 80% de la población. Era gente que había abandonado previamente el campo con la invasión, llegado a las ciudades, viviendo en guetos, malviviendo y volvieron al campo a hacer algo de dinero con lo fácil, el opio, y que, además era si no alentado al menos no perseguido por los ocupantes. Es de suponer que una vez en el poder los talibanes repitan lo mismo que hace 20 años y erradiquen su cultivo.
La explicación al aumento significativo del cultivo del opio y la heroína durante los años de la ocupación occidental es muy sencilla: la política talibán contra la droga no gustaba a EEUU y rápidamente dio el visto bueno al surgimiento del cultivo del opio y al tráfico de heroína para debilitar a sus enemigos en Asia: China, Rusia e Irán. El consumo de heroína fue muy fuerte en los países vecinos de Afganistán; Tayikistán y Uzbekistán sobre todo. Rusia temió que llegase a su territorio. China lo mismo. Y ambos crearon (2003) la Organización para la Cooperación de Shanghai que, como gran medida, tuvo el combatir el tráfico de drogas por la zona de los países que la componen.
Así se puede entender ahora mejor por qué tanto China como Rusia e Irán tienen mucho interés en que el gobierno talibán se asiente y continúe con su política de erradicación del cultivo de opio, entre otras cosas. Sobre todo porque, en paralelo con todo esto, el 11 de agosto la OCS anunció que los países que forman parte habían llegado a un consenso sobre la admisión de Irán como miembro de pleno derecho. Si se tiene en cuenta lo dicho antes, que China recibió a los talibanes el 28 de julio y que Rusia hizo lo mismo el 8 de agosto, se tiene un cuadro más claro de lo que está pasando y del por qué estos países no ven con malos ojos a los talibanes.
Unos acuerdos que se concretan
Son claros síntomas de por dónde van a ir las cosas, guste o no a Occidente. Y los talibanes ya están dando pasos en esa dirección, hablando de forma clara de acuerdos con China, Rusia e Irán, países con los que ya antes de su triunfo habían llegado a acuerdos significativos.
Con China, por ejemplo. Afganistán tiene frontera con Xinjiang, el nuevo mantra occidental de acusaciones de genocidio contra China, y es ruta casi obligada para la Nueva Ruta de la Seda hacia Irán. De ahí que China haya estado coqueteando con los talibanes desde hace un tiempo, hasta el punto de recibir un par de delegaciones de los talibanes en Beijing antes del 28 de julio, aunque no de forma tan solemne como en esa fecha.
Eso significa que, a diferencia de lo que ocurrió cuando los talibanes estaban en el poder antes de la invasión del 2001 por EEUU y sus vasallos, ahora China está dispuesta a reconocer al gobierno talibán. La contrapartida es clara: se cierra cualquier hipotético apoyo islámico a los militantes de Xinjiang (sobre todo si los talibanes combaten contra el llamado Estado Islámico, y alguna vez lo han hecho estos últimos meses) y se cimenta la Nueva Ruta de la Seda. Si se tienen en cuenta las excelentes relaciones entre China y Pakistán, que siempre ha apoyado a los talibanes y que recientemente se ha negado a que las tropas retiradas de EEUU se mantuviesen en su territorio, tenemos el cuadro más claro.
Algo parecido ha sucedido con Rusia, alarmada ante la posible desestabilización de países como Tayikistán, con quien tiene excelentes relaciones, a donde ya ha enviado tropas para “proteger las fronteras” y recordando que Tayikistán es miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. Un claro aviso a los talibanes para que no se pasen porque Rusia aplicaría los estatutos de la OCTS para ir más allá con sus tropas. Es, además, un recordatorio a EEUU de que si tiene la intención de aprovechar el tema para desestabilizar a las repúblicas ex-soviéticas de Asia Central, Rusia va a hacerle frente. Y, al igual que China, Rusia viene manteniendo desde hace años contactos directos con los talibanes hasta el punto de que Moscú ha sido la sede de unas cuantas reuniones entre los talibanes y el gobierno afgano en un intento de arreglo pacífico.
Lo de Irán es otra cosa, aunque en el mismo sentido. Fue el asesinado, por EEUU, Soleimani quien ya en el lejano 2018 abrió cauces de interlocución y ayuda a los talibanes, como se puso de manifiesto con el avión que estos derribaron en enero de 2020, dos semanas después del asesinato de Soleimani, en el que iba un significado agente de la CIA en la zona y en cuya operación se utilizó armamento iraní. La contrapartida era clara: dejar de molestar a los hazaras, el tercer pueblo en número de integrantes en Afganistán y de religión shií.
Con Irán se ha pasado del enfrentamiento casi abierto antes de la invasión de EEUU en 2001 a una colaboración encubierta y ahora a una colaboración abierta: las fronteras con Irán están abiertas, los talibanes han pedido combustible al país persa y en un gesto que trasciende el simbolismo han reanudado el suministro de agua a Irán abriendo las esclusas del río Helmand para permitir que el agua fluya hacia la provincia iraní de Sistán, muy afectada por la sequía y que habían sido cerradas desde hace dos años por el gobierno pro-occidental cumpliendo obediente las órdenes estadounidenses sobre las sanciones a Irán.
Junto a ello, también han publicado una circular en la que apelan a respetar a los “hermanos chíitas”. Muy relevante este punto porque rompen con todo un pasado de persecución a los hazaras y muestra su voluntad de una normalización con Irán, la otra gran bicha occidental. Al mismo tiempo, desaparece una importante base, por proximidad, para cualquier ataque a Irán si no se avanza en las conversaciones para restablecer el acuerdo nuclear.
Los talibanes se están moviendo, hasta ahora, con mucha cautela y pragmatismo. No obstante hay que recordar que no son un movimiento monolítico nada más que en la cuestión religiosa. Fuera de eso, hay varias corrientes en su seno y dependerá de cuál de ellas prevalezca el que se avance en la línea de normalización de relaciones con los vecinos. Pero, por ahora, ya comienzan bien. Dicen que no amenazan a nadie ni que se enemistarán con nadie, que quieren reconocimiento internacional y que no van a permitir que su territorio se convierta en “refugio seguro para los terroristas internacionales”, lo que suena a campanas para Rusia, China e Irán que, incluso, puede gustar a EEUU y sus vasallos. Si lo cumplen, serán mucho más moderados que Arabia Saudita, por ejemplo. Pero estamos en la etapa de declaraciones que se tienen que ver refrendadas por los hechos.
Inversión de roles
Afganistán está trastocando la geopolítica, hasta el punto que se está viendo una inversión de roles: es ahora EEUU quien pide ayuda… a China. Los días 16 y 29 de agosto el Secretario de Estado de EEUU llamó a su homólogo chino para pedirle, por favor, que le ayudase en el tema afgano para convencer a los talibanes que permitiesen la salida de los colaboracionistas. Dos llamadas en menos de 15 días. Una llamada por semana.
Los chinos, lógicamente, no se dieron por aludidos y respondieron con sus propias exigencias. Que EEUU necesita desesperadamente ayuda es evidente. Que está en una situación débil, también. Que los chinos tienen sus propias condiciones para la ayuda es evidente. Que esas condiciones son previas, también.
EEUU ha venido trasladando, durante años, a combatientes del llamado Estado Islámico desde Siria a Afganistán. Que han sido trasladados allí porque se intuía el triunfo talibán es hoy poco cuestionable. Que el llamado Estado Islámico es la baza que juega EEUU -y sus vasallos europeos- para desestabilizar a los talibanes y, de rebote, la influencia de China, Rusia e Irán en Afganistán es tan claro como que hay noche y que hay día. Y que todo eso lo saben chinos, rusos, iraníes y talibanes, también.
Por eso China respondió con nones:"Los hechos han demostrado una vez más que copiar mecánicamente un modelo extranjero importado no se puede adaptar fácilmente al uso en un país con una historia, cultura y condiciones nacionales completamente diferentes y, en última instancia, es poco probable que se establezca", respondió a EEUU (nota del Gobierno chino del 17 de agosto relatando la llamada de Blinken). Una gran verdad. Y dijo algo más en la reunión posterior: "la parte estadounidense debe respetar la soberanía e independencia de Afganistán, tomar acciones concretas para ayudar a Afganistán a combatir el terrorismo y la violencia, en lugar de practicar un doble rasero o combatir el terrorismo de manera selectiva (...) La parte estadounidense conoce claramente las causas de la actual situación caótica en Afganistán, cualquier acción que tome el CSNU debería contribuir a aliviar las tensiones en lugar de intensificarlas, y contribuir a una transición sin problemas de la situación en Afganistán".
Pero China no se quedó ahí en su reprimenda: "Si la parte estadounidense también espera que las relaciones bilaterales vuelvan al camino correcto, debería dejar de difamar y atacar ciegamente a China, y dejar de socavar la soberanía, la seguridad y los intereses de desarrollo de China" porque "la parte estadounidense no puede, por un lado, contener y reprimir deliberadamente a China y socavar los derechos e intereses legítimos de China, y por otro lado, esperar el apoyo y la cooperación de China, porque esa lógica nunca existe en los intercambios internacionales".
Afganistán va a suponer un antes y un después para muchas cosas. Entre otras, porque señala de forma nítida el declive de Occidente y el reforzamiento de Oriente, de esa Eurasia que es ya el eje sobre el que pivota irrevocablemente el siglo XXI.