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Mundo :: 22/06/2020

Andreas Malm: "Para detener el cambio climático, necesitamos un leninismo ecológico"

Revista Jacobin
Entrevista con Andreas Malm, profesor de Ecología de la Universidad de Lund. "El capitalismo tiene que ser combatido para poder hacer una verdadera transición ecológica"

¿Existe una relación entre la actual pandemia y el cambio climático?

Desde el comienzo los analistas han hecho paralelos entre la COVID-19 y la crisis climática. Creo que hacer comparaciones directas es un error porque esta pandemia constituye un evento específico, mientras que el calentamiento global es una tendencia secular. Sin embargo, no se puede entender el brote de COVID-19 si no reconocemos que es una manifestación de otra tendencia secular: el aumento de las enfermedades infecciosas que pasan de los animales silvestres a las poblaciones humanas.

Esta tendencia ha aumentado en las últimas décadas y se prevé que se acelere en el futuro. La fuerza motriz que impulsa las pandemias es muy clara en todos los estudios científicos: la masiva deforestación de bosques y selvas es el segundo factor que más contribuye al cambio climático.

Donde se encuentra la mayor biodiversidad es en los bosques tropicales, y esta biodiversidad incluye a los virus patógenos. Estos patógenos no deberían ser un problema para la humanidad siempre y cuando los humanos nos mantengamos alejados de ellos.

Sin embargo, el problema surge cuando economía capitalista incursiona en esos hábitats. La tala de bosques para la explotación forestal, la agroindustria, la minería, la construcción de carreteras crea las condiciones para que tomemos contacto con esos patógenos, estos virus mutan y saltar a los humanos a través de un proceso llamado “desbordamiento zoonótico”.

El calentamiento global acelera esta tendencia. Con el aumento de la temperatura, ciertos animales ( incluyendo los murciélagos) se ven forzados a migrar en busca de un clima más benigno. Entonces las poblaciones de animales silvestres entran en contacto con las poblaciones humanas, aumentando la tasa de transmisión.

Hay más de 1.200 especies diferentes de murciélagos y todos comparten un rasgo común: tienen capacidad de realizar vuelos sostenidos en el tiempo. Esta característica los hace muy móviles y, por lo tanto, susceptibles a las migraciones inducida por el cambio climático.

La cantidad prodigiosa de energía que necesitan los murciélagos les llega a un temperaturas corporales superiores a los 40ºC, un nivel que la mayoría de los demás mamíferos experimentarían como fiebre.

Este proceso es la razón principal del porqué los murciélagos son los principales portadores de patógenos como los coronavirus. Estos virus se adaptan a temperaturas corporales febriles y no afectan al sistema inmunológico de los murciélagos, pero si dañan el sistema inmunológico de otros animales, como los humanos.

En todo el mundo, los murciélagos están siendo desplazados por la deforestación y China no es una excepción. Las poblaciones de murciélagos se han instalado en el norte y el centro de China acercándose a ciudades de alta densidad, de esta manera se puede producir el llamado desbordamiento zoonótico.

Estos son sólo algunos de los vínculos causales entre la crisis de COVID-19 y la crisis climática. Si bien el calentamiento global y las epidemias globales están entrelazadas por factores causales diferentes, en realidad ambas tendencias constituyen dos dimensiones de una misma catástrofe ecológica.

Sin embargo, el cambio climático se ha enfrentado con pasividad y el brote de la COVID-19 ha provocado una intervención económica no vista desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo explica este contraste?

Hubo un momento, en marzo de 2020, en que muchos de los que formamos parte del movimiento de justicia climática nos sentimos sorprendidos al comprobar que los gobiernos de Europa y de otros lugares estaban dispuestos a cerrar la economía en un esfuerzo por contener la pandemia.

Esto es sorprendente, dado que estos mismos estados nunca han contemplado ningún tipo de intervención para luchar contra la crisis climática.

Ahora bien, en general, la pandemia se ha desarrollado de manera similar a la del calentamiento global en el sentido que los que más sufren y los que tienen más probabilidades de morir son de la clase trabajadora, en particular la clase obrera de color y los que viven en el Sur global. Los ricos han podido autoaislarse con facilidad. Se han escapado a sus casas veraniegas y tienen atención médica privada.

Sin embargo, en una etapa temprana la COVID-19 también afectó a los ricos. Se enfermaron capitalistas, celebridades y líderes políticos. A diferencia del calentamiento global, inicialmente la transmisión por los coronavirus se produjo por el transporte aéreo, para decirlo de otra manera, los ricos viajan más en aviones que los pobres.

Si bien la pandemia se propagó por distintos canales en diferentes países, la aviación fue el principal punto de entrada del virus. En el Brasil, por ejemplo, fue el sector acomodado el que introdujo el virus, pero ahora es la clase obrera la que muere en masa. Esto es un factor que explica la reacción de muchos gobiernos.

Normalmente, desde la percepción del Norte Global, los desastres no ocurren en sus países, ocurren en Haití, en Somalia, o en algún otro lugar pobre y lejano donde la gente vive en la miseria. Estas naciones serían las que sufren los terremotos, el Ebola o el SIDA. Esta idea es parte del ruido de fondo de la vida acomodada.

La pandemia, sin embargo, golpeó a los países ricos en una muy etapa temprana, y cómo constituyó una amenaza al centro del capitalismo mundial el Estado intervino.

Hacerlo era también una cuestión de supervivencia política para los gobiernos. Esto explica, por ejemplo, el brusco giro en la política del gobierno conservador en el Reino Unido. Después de aprobar una estrategia de "inmunidad de manada», pasaron al cierre y a otras medidas intervencionistas. Se dieron cuenta de que si dejaban morir a cientos de miles de personas, pagarían un alto precio en las urnas.

Parece que la izquierda se ha sorprendido por la intervención estatal. Políticas que hace sólo unos meses habrían sido ridiculizadas ahora se dan por sentadas en muchos países. ¿Estas políticas son una sentencia de muerte del capitalismo neoliberal?

Creo, en términos generales, que los gobiernos están aplicando estas políticas con la esperanza que la crisis termine pronto y que podamos volver a la “antigua” normalidad. Hasta el momento, no veo que ninguna de estas iniciativas vayan más allá de mantener al sistema vivo.

No obstante, ha sido interesante constatar los efectos del cese temporal de muchas actividades perjudiciales para el medio ambiente; se ha suspendido la aviación de masas, las emisiones de carbono han disminuido y los combustibles fósiles permanecen en el subsuelo, etc.

Este es el momento en el que debemos decir a los gobiernos: "Si pudieron intervenir para protegernos del virus, pueden intervenir también para protegernos de la crisis climática, cuyas implicaciones son mucho peores».

Por lo tanto, la coyuntura actual nos brinda la oportunidad de oponernos a la vuelta a la vieja normalidad. Es un momento para impulsar la transformación de la economía. Pero lamentablemente , la COVID-19 ha provocado una desaparición del movimiento por la justicia climática, se ha paralizado el avance del movimiento ambientalista.

Antes de la pandemia, había un movimiento que presionaba por terminar con el calentamiento global. Ahora no hay manera de ejercer el mismo tipo de presión a través de medios digitales.

No se puede sustituir la acción directa y la organización por la colocación de fotos y avisos en Instagram. En mi opinión, la digitalización de la política ha sido perjudicial para la izquierda radical y beneficiosa para la extrema derecha, por lo que una mayor digitalización no traerá nada bueno para nosotros.

También está la correlación de fuerzas. Aunque en parte del mundo ha crecido la extrema derecha un “momento conflictivo” puede estar llegando, ya que las restricciones por el confinamiento se están suavizado. Se va a producir un deshielo político. La crisis de la salud pública se puede transformar en una crisis económica.

Andreas Malm

La pregunta entonces es ¿qué fuerzas estarán mejor posicionadas en esta situación? Tal vez sea demasiado pesimista, pero puede que la extrema derecha este en una posición más fuerte porque la pandemia ha reforzado ciertos paradigmas nativistas, como cerrar fronteras, poner a la nación en primer lugar o sospechar de los extranjeros.

Esto plantea un grave problema para el movimiento ecologista. Las fuerzas de la extrema derecha – en particular en Europa, EEUU y Brasil – son defensores a ultranza del capital fósil. Niegan la ciencia del clima, promueven la deforestación.

Por lo tanto, si en Alemania se quiere cerrar las minas de carbón antes será necesario derrotar políticamente a la extrema derecha y en Brasil si se quiere evitar la devastación de la selva amazónica, será necesario derrotar a Jair Bolsonaro.

No detendremos el calentamiento global sin una contundente derrota de la extrema derecha en los países capitalistas avanzados y en las naciones “emergentes”. Una estrategia exitosa para abordar la crisis climática tiene que entrelazar la justicia ambiental con la lucha de la clase trabajadora y una firme oposición a la extrema derecha.

Para salir de la crisis sanitaria y económica tendremos que construir un movimiento capaz de lograr una transición rápida que termine con los combustibles fósiles. No son suficientes los keynesianismos verdes, ni las nuevas inversiones en energías renovables porque en realidad ambas medidas se suman a la economía de los combustibles fósiles. Hay que terminar con el capitalismo fósil, entre otras medidas debemos cerrar las minas de carbón y acabar la aviación de masas.

Esto sólo puede ocurrir a través de una inversión pública intensiva y de un control estatal sobre grandes sectores de la economía. Las crisis son una oportunidad para la Izquierda, pero en Europa hemos demostrado desperdiciar estas oportunidades en el pasado.

¿Qué tipo de intervención es necesaria para lograr una transición verde sostenible?

El nivel de intervención es similar al que se ha aplicado para combatir la pandemia. Nadie está pidiendo un cierre total de la industria para abordar el cambio climático, nadie está pidiendo el arresto domiciliario de poblaciones enteras o que la economía se detenga de un día para otro.

Lo que se requiere es una transformación del sistema energético y de producción. No simplemente un paréntesis temporal. Para estabilizar el aumento de las temperaturas mundiales a 1,5°C, las emisiones tendrán que reducirse en un 8% anual hasta que se alcance el cero.

Este tipo de cambio es totalmente imposible de hacer con los mecanismos de mercado o introduciendo algunos impuestos sobre el carbono; al contrario, se requiere una fuerte expansión de la propiedad estatal y una planificación económica integral.

¿Cómo responde a quienes afirman que los servicios públicos estatales son también importantes fuentes de emisiones de carbono?

La propiedad pública no es una panacea en sí misma, pero facilita considerablemente la tarea de des-carbonización. La ventaja de tener los servicios públicos bajo propiedad del Estado es que los gobiernos pueden reorientarlos rápidamente.

El brote de COVID-19 parece haber revivido un cierto maltusianismo. Tanto es así que algunos ecologistas han afirmado que “los seres humanos somos la enfermedad y el virus es la cura” ¿Qué responde a esa afirmación?

El argumento que afirma que “la humanidad es el problema” es un mala sombra que acecha el discurso ambiental. En un reciente documental de Michael Moore hay una retórica cercana a la extrema derecha, un discurso ambientalista de carácter liberal. Este tipo de discurso no sólo es pernicioso, es también profundamente erróneo y políticamente peligroso.

La humanidad no tiene la responsabilidad de la deforestación, del calentamiento global y de una agro-empresa que destruye los hábitat silvestres.. Según los científicos estos los principales factores que impulsan el desbordamiento zoonótico; Es el capital el responsable.

Hasta ahora las políticas empleadas para hacer frente al virus han abordado la enfermedad pero no han afrontado las causas que provocaron el brote epidémico.

Para contener la propagación del contagio se ha hecho caer la responsabilidad en la gente común.Es un error hacer frente a las pandemias sólo apelando a la responsabilidad ciudadana, del mismo modo que no se puede hacer frente al cambio climático alterando las pautas de consumo de manera individual

Tomemos, por ejemplo, el aceite de palma. Este cultivo es el primer impulsor de la deforestación de los trópicos, sobre todo en el sudeste asiático, donde los murciélagos y otros animales sufren la invasión de sus hábitats por las plantaciones de aceite de palma.

Si, en Suecia, quiero comer un trozo de tarta, es casi imposible encontrar una que no contenga aceite de palma. No hay nada que yo, como consumidor, pueda hacer al respecto. La responsabilidad es del productor. Además, la mayor parte del aceite de palma no se destina a productos de consumo del hombre, sino que se utiliza en procesos industriales que no se pueden cambiar con una hipotética variación en los hábitos de consumo.

Entonces, ¿el Estado debería restringir ciertas formas de consumo perjudiciales para el medio ambiente?

El poder estatal debería utilizarse para evitar el consumo de lujo; los jets privados deberían prohibirse de plano, al igual que los SUV y otros vehículos que consumen enormes cantidades de combustible. Hay que terminar con las fuentes de emisiones que NO son necesarias socialmente.

La situación es completamente diferente, por ejemplo, con el uso de metano en los arrozales en la India. Esas emisiones tienen que sopesarse porque si en la India no se producen alimentos la población moriría de hambre.

Dejar de utilizar combustibles fósiles no debe implicar una planificación completa de la economía y el racionamiento del consumo individual, ni mucho menos. Sin embargo, algunas formas de consumo tendrán que limitarse o suprimirse. Esto no puede hacerse a través del mercado o apelando al consumo ético. Este tipo de medidas sólo serán eficientes a través de la regulación estatal.

Es cierto que el aumento del poder estatal puede traer consigo burocratización y autoritarismo. No obstante, si se produce una transición energética dirigida por fuerzas populares y movimientos sociales que tengan poder sobre los órganos estales este peligro puede mantenerse a raya.

En su reciente libro “Coronavirus, clima y emergencia crónica: comunismo de guerra en el siglo XXI” usted plantea una suerte de "comunismo de guerra ecológica” ¿De que trata esa idea?

Encuentro que la perspectivas tecno-utópicas de cierta izquierda son infantiles y están fuera de la realidad. La noción de que estamos al borde de un reino de abundancia material es algo que no se sostiene racionalmente…la triste verdad es que se está agotando el suelo cultivable, se han acortado los ciclos de agua dulce y está creciendo el nivel del mar. Incluso si en este mismo momento, acabáramos con todas las emisiones de CO2 nos enfrentaríamos a graves repercusiones climáticas durante mucho tiempo.

La idea de “comunismo de guerra ecológica” es una contrapartida al actual modelo a capitalista. Para hacer frente a la crisis climática – y evitar los efectos de la zoonosis- es necesario adoptar medidas de emergencia que vayan en contra de los intereses creados de las facciones más poderosas de las clases dominantes, facilitando de esta manera una urgente y rápida transformación ecológica .

Con la idea del comunismo de guerra no estamos hablando de una guerra en el sentido clásico, lo que queremos representar es que necesitamos una transformación ecológica rápida, impulsada por el Estado. Una organización de la economía y de la producción que enfrente decididamente la oposición de las clases dominantes.

Una transición verde posiblemente requerirá cierto grado de autoridad coercitiva sobre las empresas de combustibles fósiles que hasta ahora han hecho todo lo posible por obstruir medidas que aminoren el calentamiento global.

En el libro habla de "leninismo ecológico». ¿ Que quieres decir con ese término?

El capitalismo tiene que ser combatido para que se produzca una verdadera transición ecológica. El problema está en que la socialdemocracia no tiene un concepto de revolución, sus políticas se basan en la premisa opuesta. Los socialdemócratas históricos – y no los actuales social-liberales -creían que tenemos todo el tiempo a nuestra disposición, lo que significa que llegaríamos gradualmente a una sociedad socialista.

Esto no es posible en la actualidad. Nos encontramos en una situación de emergencia crónica, con crisis que se producen a ritmos acelerado y que imponen un calendario completamente diferente al que afrontaba, por ejemplo, la socialdemocracia sueca en los decenios de 1950 y 1960.

Por lo tanto, es necesario mirar la parte de la tradición socialista que tiene una idea de revolución. El anarquismo no es suficiente para esta tarea, dado que, por definición, es contrario al Estado. Es totalmente imposible hacer la transición ecológica sin el Estado. Será necesario ejercer algún tipo de una autoridad coercitiva contra aquellos que quieren mantener el statu quo.

Usar el poder del estado en una situación de emergencia crónica es parte de la tradición leninista. Pero también es una idea anti-estalinista porque nos alerta ante el peligro que surge con el ejercicio indiscriminado del poder estatal.

Toda la dirección estratégica de Lenin después de 1914 fue dar un golpe mortal al capitalismo en medio de la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial. Esta es precisamente la misma orientación estratégica que debemos adoptar hoy en día. Esto es lo que quiero decir con el leninismo ecológico. Debemos encontrar la manera de convertir la crisis ambiental en una crisis mortal para el capitalismo fósil.

www.observatoriocrisis.com

 

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