Apuntes sobre la crisis de la izquierda independiente
Que responsabilizan de sus limitaciones a la permanencia de hilos de continuidad con un pasado fracasado
La crisis de la izquierda independiente, que ha venido profundizándose en los últimos años y que se expresa en múltiples fragmentaciones y en sucesivas oleadas de emigración hacia apuestas políticas neodesarrollistas, puede explicarse en las dificultades de sostener políticas independientes, de clase, estando casi exclusivamente asentados en un sujeto social que en los últimos 18 años reforzó su dependencia estatal.
El movimiento piquetero después de años de haber sido marginalizado, demonizado y reprimido, consiguió hacer visibles a lxs desocupados/as y ser reconocido como “movimiento social”, un interlocutor legitimado de la política. Pero ese triunfo llevaba, en si mismo, las semillas de su posterior neutralización como actor dinámico del conflicto social.
Las políticas estatales de contención y subordinación, hicieron foco en ese sector social. Así, los movimientos reconocidos fueron sometidos a un feroz proceso de metabolización por parte del capitalismo y los partidos gobernantes. La actitud conservadora de lxs trabajadores/as formales, amenazados/as por la posibilidad del desempleo, reforzada por las burocracias sindicales y el declive del movimiento estudiantil, favorecieron el aislamiento de los movimientos sociales territoriales.
Lxs piqueterxs, identificadxs como un peligro potencial para el sistema, se convirtieron en el blanco de políticas de Estado que, después de la Masacre de Avellaneda (2002), centraron su estrategia más en la neutralización o cooptación, que en la represión abierta. La estrategia dominante fue limar la autonomía de las organizaciones, ahogándolas con planes sociales, micro-proyectos y transferencia de trabajos burocráticos que anteriormente hacía el Estado.
Si en la primera época del kirchnerismo existió una línea con alguna vocación productiva como fueron los Planes ”Manos a la obra”, con posterioridad se impuso una línea que privilegió exclusivamente lo asistencial. Esta estrategia se profundizó con el macrismo que promovió los Entes Ejecutores y se continúa con el actual gobierno.
La síntesis de los primeros años de lucha piquetera había promovido que distintos movimientos apostaran a la multisectorialidad, a la creación de una base productiva donde sustentar su autonomía y al desarrollo de estructuras organizativas con áreas que apuntaban a completar un proyecto estratégico, como eran las de prensa, formación, finanzas (autogestivas) y relaciones internacionales.
Pero estos intentos de crear una base material y organizativa donde sustentar la autonomía política, fueron desbordados por la avalancha de planes y recursos que ingresaron a las organizaciones. Estas políticas de Estado provocaron un desbalance que favoreció la expansión cuantitativa del sector territorial, desdibujó lo productivo y, en lo organizativo, promovió el engorde de instancias administrativas, favoreciendo el descuido de otras áreas y tareas. Estas instancias administrativas canalizaron un enorme caudal de papeleo estatal que obligó a aumentar las horas de trabajo, y quienes las asumieron pudieron acceder a ingresos superiores.
Todos estos cambios que generan las políticas estatales en desmedro de la autonomía de las organizaciones, comienzan a expresarse en los poderes internos dentro de las propias organizaciones. En esas circunstancias las conducciones multisectoriales se hacen menos frecuentes, la multisectorialidad se debilita o desaparece.
Tareas estratégicas, que aportan a lo cualitativo de una organización y con resultados de mediano y largo plazo, quedan postergadas. La imagen de Darío Santillán, que era dirigente, luchador, interesado en la formación política y, a la vez, trabajador en una bloquera comunitaria, se desdibuja.
El recorrido de compañeras y compañeros activistas que, tratando de resolver cuestiones de supervivencia, privilegian apostar a tareas administrativas de los recursos estatales ingresados, dejando de lado esfuerzos que destinaban a lo productivo, o incluso dejando un empleo en blanco, que les permitía insertarse en las luchas de lxs trabajadores formales, ejemplifican el proceso de organizaciones que más allá de sus declaraciones políticas, transitan un proceso de estatización y de pérdida de autonomía.
El "pasado fracasado"
La crisis de la izquierda independiente no puede explicarse solamente por cuestiones del reforzamiento de la dependencia estatal, sino también por el ingreso de nuevos aires ideológicos que responsabilizan de sus limitaciones a la permanencia de hilos de continuidad con un pasado fracasado.
Desde distintas argumentaciones se fundamentó que si queríamos avanzar en nuevas perspectivas transformadoras, había necesariamente que romper con ese pasado y esa historia escrita por hombres, blancos, heterosexuales, colonizadores, etc., sin advertir [por ignorancia o por mala fe] que ese pasado también incluía toda las conclusiones de las luchas y la experiencia revolucionaria de nuestros pueblos.
Estos nuevos aires ingresaron por distintas ventanas e identificando a distintos sujetos como responsables del fracaso, no aportaron demasiados novedades teóricas, salvo en los aportes que hizo el feminismo.
Los vacíos generados fueron ocupados: en lo histórico por versiones remozadas del mitrismo, en lo ideológico por la reivindicación del espontaneísmo, la antipolítica y las redes difusas a contrapelo de la mejor tradición marxista [y peronista], y en lo político por posiciones sin ninguna vocación de empatía o diálogo con el pueblo, sus tradiciones y sus apuestas coyunturales, combinadas con un marcado pragmatismo a la hora de negociar recursos.
Así se fue cumpliendo lo que predijo tempranamente una compañera: ”Van a tirar el agua sucia y el chico”. El alejamiento de los y las mismxs intelectuales que a principios de la década del 2000 se habían acercado a los movimientos piqueteros, convencidos de que allí podrían gestarse valiosos proyectos de poder, es también un síntoma de las limitaciones expuestas.
Pensando en hacer algún aporte que ayude a remontar esta crisis, me parece que la acción más valiosa de nuestra izquierda independiente en los últimos años ha sido no abandonar las calles. Esta conducta ha permitido sobrevivir a un puñado de organizaciones del espacio y sostener una postura crítica a las políticas neoliberales en los últimos 20 años.
La lucha no es ninguna novedad en la historia de nuestro pueblo. Desde las primeras resistencias originarias y las batallas independentistas, hasta las jornadas memorables del movimiento obrero y la rebelión del 2001, lo que hizo nuestro pueblo siempre fue luchar. La sola lucha alcanza para resistir, para avanzar es necesario sacar conclusiones de esas luchas para gestar proyectos revolucionarios. Ese fue el mérito de las experiencia de los '70: sacar conclusiones de las luchas, hacer síntesis política, y enhebrar esas conclusiones y esas síntesis en un proyecto de poder.
Esa osadía la pagamos con un genocidio. Es evidente que la lucha, mantenerse en las calles aún en tiempos de pandemia, ha evitado que la crisis fuera mas profunda. Haciendo un análisis de esas mismas luchas, creo que lo sucedido en el Bolsón tiene un carácter simbólico. Asambleístas abuchearon y le tiraron piedras a un Presidente cuya respuesta en la conferencia de prensa fue decirles a quien reclamaban contra la megaminería, que otorgaría créditos y subsidios para reconstruir sus casas.
Quienes son víctimas directas del extractivismo, la megaminería y el avance del negocio inmobiliario, los expoliados por desposesión, tienen menos respuestas desde el gobierno y el Estado que las doñas que sostienen comedores comunitarios, que son las actuales bases de los movimientos territoriales. Por eso sus acciones son más radicales.
Pero, aprendiendo de la experiencia reciente, creo que nuestra gran preocupación como izquierda independiente no debería ser salir corriendo detrás de los nuevos sujetos sociales disruptivos, peor aún si se los califica como “esencialmente disruptivos”, sino mas bien se debería trabajar para tratar de aglutinar esfuerzos y voluntades de quienes aspiran a construir un proyecto de poder con la capacidad de ser parte de todas las luchas y con vocación de hacer un aporte revolucionario.
El problema de la creación de una institucionalidad con vocación revolucionaria, que a mediados de la primera década del 2000 era una preocupación común de buena parte de los movimientos sociales, ha quedado desplazado de la mayoría de ellos que invierten sus mejores esfuerzos en disputar recursos con el Estado y disputar en su interior por temas alejados de cualquier proyección estratégica.
Que los movimientos sociales no se hagan cargo no significa que estos problemas no queden pendientes. Quizás una de las formas de aglutinamiento de esfuerzos y militancia sea abordar estas tareas. Más que pensar en aglutinar voluntades dispersas hay que pensar en conectar archipiélagos que contienen militancia, trabajo de base, inserción sindical, iniciativas productivas autogestionadas y aporte intelectual y que provienen de la deriva de proyectos políticos que quedaron empantanados.