Argentina: Fernando Carrera en libertad
¿Qué hace el encierro en el hombre? ¿Cómo se vuelve de la condena?
La noche entera sin dormir. En su primer día de libertad, ni Fernando Carrera, ni su esposa Guadalupe, ni sus hijos pegaron un ojo. La emoción de caminar en la calle, de abrazarse con los suyos, de no esperar que alguien abra una reja para entrar o salir. En estos años, Fernando cambió muchísimo. Tiene el rostro afilado, los ojos hundidos en los pómulos y habla con seguridad. Está curtido. Dice que hizo todo lo posible para que la cárcel no se le quede pegada: al cuerpo, a la cabeza, al lenguaje. Pero si alguien, que lo vio al principio de todo, lo ve, enseguida descubre las marcas de la prisión.
Siete años atrás, cuando todo comenzó, estaba sentado en una sala de visitas de la cárcel de Marcos Paz. Usaba una camisa Lacoste –aún no era la marca de los Wachiturros: resultaba extraño ver algo así en un penal– y cuando hablaba se ahogaba de ansiedad. Necesitaba ser escuchado, contarle a alguien que él era inocente, que todo era un error. Pesaba unos diez kilos más, las cicatrices de los nueve disparos policiales todavía le dolían mucho, y a veces no encontraba argumentos para explicar que era inocente: que él no había robado nada en su vida, y mucho menos disparado, y que si había escapado a la voz de alto policial, era porque ésta nunca había existido. Lo que había visto, decía, era un hombre grandote y de barba que asomaba de un auto destartalado con un arma en la mano y le apuntaba. Luego, el silencio, la ambulancia, los insultos, algún enfermero que le metía los dedos en la llaga, la condena mediática, y todo el mundo acusándolo de haber matado un niño y a dos mujeres.
Ese 25 de enero, el día en el que la vida de Carrera cambió para siempre, quedó en su memoria en fragmentos: desde el primer disparo en la cara que lo dejó nock out, todo fueron fragmentos. Todo lo que vino después, dice, lo vivió minuto a minuto, tratando de no pensar en perspectiva, de mantener la cabeza ocupada para no desesperar. Pensar que uno va a estar ahí adentro durante treinta años puede hundirte. Un tribunal lo condenó a cumplir esa pena, sus abogados apelaron y el caso llegó a hasta la Corte Suprema. En el medio hubo unos pocos periodistas que escribieron sobre el caso, dos productores de televisión –Francisco Rosso y Pablo Galfre– que siguieron el juicio desde el primer día y un director –Enrique Piñeyro– que tomó el guante y convirtió ese trabajo en una película: "The Rati Horror Show". Quizás, piensa Carrera ahora, si no fuera por todo ese movimiento –y por Guadalupe, la mujer, y sus hijos, que crecieron de golpe para defenderlo– el suyo hubiese sido un caso más, uno de los tantos otros.
–El martes falló la Corte Suprema y ordenó revisar la causa. El miércoles, ¿cómo te enteraste de que salías?
–A las doce del mediodía, yo pensé que no me excarcelaban, pensé que iban a decir que no podían, que íbamos a tener que ir a presentar un habeas corpus, ir a un tribunal, apelar a casación. Yo sabía que la libertad era inminente, pero no pensé que era así, de un día para el otro. Y cuando llamé y hablé con Guada y me contó que estaba la excarcelación firmada, no lo podía creer. Yo estaba en el pabellón trabajando. Pedí permiso para hablar por teléfono, me bañé, me cambié, salí de vuelta. El guardía me dijo, pero Carrera, estás excarcelado, estamos viendo en la tele que estás excarcelado. Bueno, dejame ir, le respondí yo. Todavía no llegó nada, me dijo. Aguantá que ya va a llegar. Y al rato llegó.
–¿Ya pudiste reflexionar algo sobre lo que pasó?
–Yo creo que ahora empieza la lucha. Se terminó lo más duro desde el punto de vista de mi condición humana, pero ahora empieza lo más pesado que es la lucha para llegar a la verdad. No va a ser fácil, pero tenemos el respaldo de la Corte Suprema de Justicia que anuló este fallo payasesco que habían hecho. Estuve siete años y medio preso. Gracias a Dios, nos abrieron la instancia y, bueno, acá estamos.
–Vos en algún momento te habías resignado.
–Resignarme nunca me resigné. Sí, en un momento, pensé que iba a tener que pasar veinte años preso. Tuvimos un apoyo muy grande de todos los organismos de derechos humanos. Si me pongo a nombrarlos me olvido de todos, pero estuvieron con nosotros y nos dieron una mano enorme. Después, así y todo me dieron con un hacha. Me dieron 30 años sin tener absolutamente nada que ver, fundando los fallos en cualquier cosa, en mentiras. Porque una cosa es tergiversar un dicho, pero ya decir que tal testigo dijo tal cosa, cuando dijo todo lo contrario, es un delito de parte de ellos, y no les importó nada. Después del fallo de la Corte yo pensé que se iban a excusar, que iban a decir: no, nosotros ya tenemos opinión formada respecto de este caso, no podemos dar marcha atrás con lo que dijimos, nos excusamos. Gracias a Dios no fue así y me excarcelaron. Ellos fueron los que me condenaron y los que me excarcelaron.
–¿Qué es estar preso?
–Yo te puedo contar lo que estar preso sin tener absolutamente nada que ver y es lo más desgarrador que te puede pasar desde todo punto de vista. ¿Sabés lo que es estar adentro y no tener absolutamente nada? Es ir a ver a un conocido y a las dos horas estar tirado arriba de una ambulancia con ocho tiros encima. Y después, siete años y medio preso. A mí no me mató la cárcel por una cuestión de que yo me apoyé en mi familia, traté siempre de llevarla para adelante. Terminé el secundario, terminé el CBC, casi termino primer año de abogacía. Siempre traté de hacer algo, había un mundo para hacer, mantenerme ocupado para que la cabeza se quede quieta, que se ocupe de otra cosa, porque sino es para ahorcarte.
–¿En qué trabajabas?
–En un mini emprendimiento de animales de granja. Básicamente eso, nunca quedarte quieto y siempre tratar de darle para adelante, de vivir el encierro día a día, minuto a minuto, porque si te ponés a proyectar “me falta tanto”, te morís. Y yo sabía que me faltaba mucho. Incluso, hasta dos días antes de irme, yo tenía 30 años de prisión en la cabeza. El martes se expidió la Corte, ya teníamos un rumor de que el fallo era positivo, pero no que era la salida. Porque de cualquier otra forma, no me cabía la excarcelación, pero al anular la sentencia, pasé a ser un procesado con siete años y medio de prisión encima.
–¿Qué sigue ahora?
–La lucha por la justicia. En cuanto a mí, estuve hablando con un par de conocidos para que me den laburo. Todavía no puedo salir de este ámbito –Capital y Gran Buenos Aires– por una decisión judicial. Mis hijos tienen que comer todos los días. Mientras yo estuve en cana no se qué comieron, ni se si comieron. Pero a partir de hoy tienen que comer todos los días, no es que yo puedo parar. Mi hija conoce la causa mejor que yo. Ayer lloró de alegría ocho horas seguidas.