Asia central, directorio de ruta
En abril de 2019 los ministros de Asuntos Exteriores de Rusia y cuatro países de Asia central, antiguas repúblicas soviéticas (Kazajastán, Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán) se reunían en Moscú para examinar la situación en la región. Cuatro días después de la cita, el presidente kazajo, Tokáev, convocaba elecciones presidenciales en su país para el 9 de junio. En tres países se ha culminado la transición de los primeros presidentes desde la independencia a sus sucesores: en Turkmenistán, a la muerte del dictador Saparmyrat Nyýazow en 2006, le sucedió Gurbangulí Berdimujamédov, encabezando el partido del poder; en 2016, Shavkat Mirziyoyev sucedió al finado Islom Karímov en Uzbekistán, y, en 2019, Kasim Zhomart Tokáev sustituyó de manera provisional a Nursultán Nazarbáev en Kazajastán, donde todo está preparado para asegurar la continuidad del actual poder.
Desde la fragmentación de la Unión Soviética, el poder oligárquico en las cinco repúblicas de Asia central ha basculado entre la precaución y desconfianza ante Moscú y la necesidad de contar con su apoyo y protección. Precaución porque, sobre todo en Kazajastán, Uzbekistán y Turkmenistán, la nueva burguesía que se apoderó del poder sabe que el proyecto de reintegración que impulsa Moscú supondría, en su hipotética culminación, la pérdida de buena parte de su poder político que asegura la continuidad de sus negocios y del saqueo de los bienes públicos; necesidad, porque los peligros que acechan a su poder son muchos: EEUU trabaja para sabotear el proyecto ruso (que Putin tiene como objetivo principal) y, al mismo tiempo, intenta introducir su dispositivo militar en la región, con la excusa (y peligro real) del terrorismo yihadista que llega desde Afganistán y Pakistán, e incluso desde Iraq y Siria.
Pero EEUU no ofrece garantías ni seguridad para que las oligarquías de cada país tengan confianza de conservar su poder y patrimonio. Los actuales gobernantes temen la reintegración, el peligro terrorista y convertirse en unos náufragos sin apoyos en el complicado escenario internacional. Por eso, algunos optaron por un difícil equilibrio entre Moscú y Washington (Kazajastán y Uzbekistán); otros, por el aislamiento (Turkmenistán), y los más débiles (Kirguizistán y Tayikistán) por la protección de Rusia ante el terrorismo yihadista y en las guerras civiles y sangrientas luchas de poder que se sucedieron años atrás.
Pero las cinco repúblicas saben que la geografía impone y no pueden renunciar a la protección de Moscú. La más extensa de ellas, Kazajastán, es la que mantiene una mayor cercanía y alianza con Rusia, tanto en el plano político y económico (forma parte de la Unión Euroasiática), como en el militar y estratégico (participa también en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, OTSC). Por su parte, China defiende la soberanía de todas las repúblicas centroasiáticas, enfatizando su interés en la colaboración económica sin inmiscuirse en las cuestiones internas, rasgo que es apreciado por los grupos oligárquicos de cada país que quieren la benevolencia china para sus objetivos de consolidar definitivamente la independencia y su propio poder.
Pese a las tensiones y conflictos fruto de la disgregación soviética y de las guerras en Oriente Medio, han logrado mantener sus camarillas en el poder: en Kazajastán, con Nazarbáev, y ahora con Tokáev; en Uzbekistán, con Karímov, y después con Mirziyoyev; y en Turkmenistán con Niyazov y ahora con Berdimujamédov, y como en Tayikistán, donde Emomali Rahmon está en el poder desde 1994. En Kirguizistán, Sooronbay Jeenbekov, que fue elegido en 2017, es el quinto presidente desde la independencia; tras la “revolución de los tulipanes” en 2005, y después de la revuelta de abril de 2010 que derrocó a Kurmanbek Bakiyev, la situación es más estable.
A la cita de Moscú, faltó Kirguizistán, aunque Vladímir Putin había visitado el país el mes anterior, firmando con el presidente kirguís, Sooronbay Jeenbekov, inversiones y contratos con ocasión de la conferencia regional en Biskek, además de acordar una posición común ante la OTAN, que mantiene un importante dispositivo en el vecino Afganistán, país que aunque no comparte fronteras con Kirguizistán sí las tiene con Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán. Moscú tiene una base militar en Kirguizistán (en Kant, con aviones Su-25 y helicópteros Mi-8) desde 2003, como parte de las fuerzas conjuntas de reacción rápida de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC, cuyos miembros son Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kazajastán, Kirguizistán y Tayikistán), y una base naval en Karakol, en el lago Issyk-Kul, así como una estación de comunicaciones en Chaldavar y una sismológica en Mailuu-Suu, cuyos acuerdos fueron suscritos en 2009 para un período de medio siglo. También suministra armamento al país y forma a sus militares.
Tanto Moscú como Biskek consideran que la base de Kant desempeña un papel importante para la estabilidad y seguridad de Asia central. Además, las actividades terroristas de grupos islamistas (los autóctonos, y Daesh y los talibán, aunque no exclusivamente), muy activos en la región, son objeto de constante seguimiento conjunto: en enero de 2019, el viceministro del Interior ruso, Ígor Zúbov, denunció que terroristas de Daesh se trasladan desde Pakistán a la frontera de Tayikistán (ambos países solo están separados por una estrecha franja de territorio afgano), para penetrar después en Rusia, en helicópteros anónimos, en una clara alusión a la actividad de los servicios secretos de países interesados en atizar la tensión en el Asia central ex soviética: EEUU y, subsidiariamente, Arabia y Pakistán, que cuentan con grupos armados dependientes de sus servicios secretos.
En Asia central, el objetivo prioritario de Moscú es favorecer a medio plazo el proceso de reintegración de las repúblicas con Rusia, con cautela pero sin desmayo: en ello reside el proyecto estratégico de Putin, que no olvida tampoco el Cáucaso y las repúblicas europeas. Para EEUU, su propósito principal es impedir ese proyecto ruso y disputarle áreas de influencia en toda Asia central, y, al mismo tiempo, dificultar el aumento de la presencia china; subsidiariamente, Washington persigue el control de las redes terroristas del yihadismo y estabilizar la situación en Afganistán, que se ha convertido en su guerra más prolongada: casi veinte años de contienda. Washington juega la carta de la colaboración antiterrorista con los países del área para aumentar su influencia, sin renunciar por ello a la captación de islamistas para enviarlos a Oriente Medio (de hecho, han contribuido a la guerra contra el gobierno de Bashar al-Asad en Siria), y sin abandonar las operaciones especiales en la región que organiza la larga mano de sus servicios secretos en Iraq, en Irán, en el Cáucaso e incluso en Libia.
Los milicianos yihadistas llegaron a alquilar helicópteros a los militares pakistaníes, y de los ejércitos de algunos países de Asia central han surgido relevantes dirigentes islamistas: el coronel Gulmurod Jalímov, jefe de OMON, las fuerzas especiales de Tayikistán, que había sido entrenado por EEUU, desertó del ejército en 2015 y se incorporó a Daesh, convirtiéndose en el jefe militar yihadista en Siria e Iraq, según la agencia oficial iraní. El ministerio de Defensa ruso anunció su muerte en septiembre de 2017 tras bombardear un puesto de mando subterráneo en Deir er Zor, Siria. En junio de 2016, Nikolái Bordiuzha, secretario general de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, OTSC, declaró que Daesh contaba con unos diez mil yihadistas originarios de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central y de Rusia.
Hoy, una parte de esos combatientes han vuelto a sus lugares de origen y suponen un serio riesgo para diversos países: solo en la prisión de Juyand, en Tayikistán, se encuentran centenares de islamistas presos. A su vez, China está interesada, sobre todo, en la colaboración económica y en el desarrollo de la nueva ruta de la seda, que pasa por Asia central, y en contrarrestar la actividad norteamericana en Asia que busca configurar un bloque antichino, y, en segundo plano, por la actividad de las redes yihadistas, para impedir que contaminen su región de Xinjiang.
Años atrás, tanto Tayikistán como Uzbekistán ayudaron a grupos armados contrarios a los talibán afganos, porque el peligro islamista es real: en 1992, en plena ruptura del espacio soviético, las milicias islamistas llegaron a controlar Dusambé, la capital tayika, que fueron expulsadas después gracias a la ayuda rusa. La situación en Afganistán ha llevado también al gobierno de Biskek a sugerir que Moscú construya una nueva base militar en el sur del país, probablemente en Manas. Rusia también dispone de bases militares en Tayikistán: a juicio de Moscú y de Dusambé, la base 201 (cuya vigencia, que puede renovarse, llega hasta 2042 y es la más importante de las que Rusia dispone en el exterior, casi todas en antiguas repúblicas soviéticas), que se encuentra cerca de Qurghonteppa y del río Panj, frontera natural con Afganistán, desempeña una función decisiva para asegurar la estabilidad en Asia central.
Tayikistán mantiene una política laica frente al islamismo, y soporta duras tensiones con presos yihadistas a quienes trata con extrema dureza: en noviembre de 2018, un motín en Juyand, la segunda ciudad del país, terminó con más de veinticinco muertos, y en mayo de 2019, una nueva sublevación de prisioneros de Daesh encerrados en la cárcel de Vajdat acabó con treinta y dos muertos.
Entre los objetivos del terrorismo yihadista se encuentran Uzbekistán y Turkmenistán, que no cuentan con la protección militar de Moscú al no ser miembros de la OTSC; Turkmenistán, además, tiene una extensa frontera con Irán, objetivo tanto del Pentágono y del gobierno israelí, como de Arabia y de los grupos yihadistas sunníes, y Uzbekistán limita con Afganistán, de donde llegan grupos armados. En mayo de 2019, el ejército afgano eliminó a Mufti Uzbek, el responsable de finanzas de Daesh (Estado Islámico) para Asia central.
La guerra de Afganistán es otro de los enfrentamientos entre Washington y Moscú: el Pentágono ha llegado a filtrar la acusación de que Rusia “colabora” con los talibán, imputación rechazada por la portavoz del ministerio de Exteriores ruso, María Zajárova, recordando a su vez la “financiación indirecta” de Washington a los talibán por la vía de la “ayuda militar” enviada a Kabul y realizada sin control, una parte de la cual es robada por los talibán: centenares de miles de armas ligeras y decenas de miles de vehículos, según fuentes del propio Pentágono. Kirguizistán forzó en 2014 la salida de EEUU de su base en Manas, en el sur del país, donde se estableció con la Operación Libertad Duradera para intervenir en Afganistán; Washington también contó con otra base militar en Uzbekistán, la base aérea de Karshi-Janabad, K-2, de donde salieron tras los disturbios en Andiyán y el enfrentamiento con Karímov.
Hoy, la ausencia de bases militares estadounidenses en toda Asia central ilustra su retroceso en la región, aunque, desde 2014, Washington intenta conseguir la aceptación de Tashkent para abrir una nueva base en Termez (donde, hasta 2015, hubo una base aérea alemana, similar a la francesa de Dusambé, Tayikistán, cerrada en 2014; ambas de la OTAN), y, en 2016, Obama y Kerry iniciaron un plan (el llamado C5+1, por Kazajastán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tayikistán más EEUU) para influir en los cinco países de Asia central ex soviética: Washington hizo propuestas de colaboración antiterrorista, de desarrollo económico, y de construcción de nuevas vías de transporte, aunque a ninguna cancillería se le escapaba el objetivo real: desplazar a Moscú y Pekín de la zona.
El sucesor de Karímov en Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev, mantiene vínculos estables con EEUU, y el país ha basculado entre las buenas relaciones con Moscú y el acercamiento ocasional a EEUU: de la serpenteante política exterior uzbeka da idea el hecho de que fue miembro de la OTSC, Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (creada en 1994 y cuyos miembros son Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajastán, Kirguizistán y Tayikistán) desde su creación hasta 1999, en que salió; volvió a ingresar en 2006, y de nuevo la abandonó en 2012, y su gobierno decidió vetar la presencia de bases extranjeras en el país. Las relaciones con EEUU se enfriaron mucho tras los sucesos de Andiyán, y Rusia es el principal inversor, con más del sesenta por ciento del total de las inversiones extranjeras.
En abril de 2019, Putin se entrevistó también con el presidente tayiko, Emomali Rahmon, para examinar la situación en Asia central y Afganistán, y para reforzar el proceso de integración y la colaboración militar en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. En Tayikistán, con difíciles relaciones con Uzbekistán, se puso en funcionamiento a finales de 2018 la mayor presa hidroeléctrica de Asia central, en Rogún, que permitirá abastecer a toda la población del país.
En los años soviéticos, la electricidad llegaba desde Uzbekistán, pero la ruptura de los lazos fraternos terminó con ese abastecimiento, y sus centrales hidroeléctricas no disponían de agua suficiente durante todo el año porque los glaciares no se deshielan en invierno, provocando escasez, hasta el punto de que en muchas ciudades tayikas el suministro eléctrico era de apenas unas horas al día. El desastre de la ruptura de los lazos soviéticos se constató también en Asia central: mientras Uzbekistán dispone de hidrocarburos pero padece gran escasez de agua, Tayikistán tiene agua de sobra pero no tiene petróleo ni gas.
Tanto Tayikistán como Kirguizistán pretenden construir presas en el curso del Amu Daria y del Sir Daria, ríos que son la fuente de agua para Uzbekistán. Karímov se oponía a la construcción de la presa de Rogún alegando que provocaría escasez de agua en Uzbekistán, pero el nuevo gobierno de Mirziyoyev ha dejado de oponerse e incluso se ha abierto a la colaboración con Tayikistán. Sin embargo, el cambio climático en el planeta afecta también a los glaciares tayikos, que dejan escapar menos agua que en el pasado: a Uzbekistán, un país seco, no le queda más remedio que mirar a Rusia, uno de los países con más agua, y que dispone por sí sola de la cuarta parte del agua dulce del planeta.
La cita de abril en Moscú, preparada por la cancillería rusa, tenía tres objetivos principales: examinar la seguridad en Asia central, analizar la dinámica de integración entre los distintos países, y tratar de conseguir respuestas conjuntas a las cuestiones internacionales que más preocupan a las repúblicas centroasiáticas: las guerras de Oriente Medio y el terrorismo yihadista, la actuación norteamericana en la región y la relación con Rusia y China: no en vano todas son miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS, y por ellas transcurre la nueva ruta de la seda que impulsa Pekín. En abril de 2019, el kazajo Nazarbáev, tras su renuncia formal, viajó a Pekín para entrevistarse con Xi Jinping, y en mayo el viceprimer ministro chino Han Zheng se entrevistaba en Astaná con el nuevo presidente en el Foro de Cooperación China-Kazajastán: Tokáev, como había hecho su antecesor, mostró su disposición para trabajar con China en el desarrollo de la nueva ruta de la seda.
China, que mantiene una pragmática política exterior centrada en la cooperación económica, defiende la soberanía de todos los países de Asia central y se ha convertido en un protagonista decisivo en la región, y su gran demanda de energía, para sustituir el carbón por energías más limpias, le convierte en un apreciado socio: Rusia le suministra petróleo y gas; y en diciembre de 2019 entrará en servicio el gasoducto Sila Sibiri (Fuerza de Siberia), que llevará casi 40.000 millones de metros cúbicos anuales de gas ruso a China, con un contrato de treinta años. China también participa en el proyecto Arctic SPG-2, que se iniciará en 2023 y tiene previsto explotar dieciocho millones de toneladas de gas licuado de la península de Guidán, en el Mar de Kara, en el Ártico. Importa también de Kazajastán y de Turkmenistán.
Además, Rusia, China y la India estudian la creación de un centro militar de consulta entre los tres países como respuesta a las agresivas decisiones norteamericanas (desde el abandono del INF a la salida unilateral del tratado 5+1 con Irán, pasando por el reforzamiento del dispositivo militar de la OTAN en Europa del Este y en el Mar Negro, entre otras) para acordar respuestas conjuntas a situaciones de crisis, con la vista puesta en el polvorín de Cachemira (que se disputan India y Pakistán y que se encuentra muy cerca de Tayikistán), pero también en la evolución en Oriente Medio y el golfo Pérsico, y en Asia central, donde persisten los problemas nacionalistas entre uzbekos, tayikos y kirguises.
Gobernada Tayikistán con mano de hierro, y estabilizado Kirguizistán, los tres países más extensos del Asia central viven situaciones diversas. Los dos más importantes y más poblados son Kazajastán y Uzbekistán; mientras que Turkmenistán, de una extensión similar a la de España, cuenta con menos de seis millones de habitantes, y se encuentra en un difícil momento. Moscú, que quiere reforzar los vínculos con todas las antiguas repúblicas soviéticas, firmó un acuerdo de cooperación estratégica con Masjabad que entró en vigor en 2018, y permanece muy atento a la actividad de Turquía, país que mantiene excelentes relaciones con Turkmenistán e intenta ampliar la actividad de las empresas turcas. El actual presidente, Berdimujamédov, cumplió dos mandatos en 2017 y no podía volver a presentarse por los límites a la permanencia en el cargo previstos en la constitución: dos períodos de cinco años. Una oportuna reforma constitucional eliminó el límite de mandatos, y Berdimujamédov pudo volver a presentarse, consiguiendo en febrero de 2017 un ridículo 98 % de los votos. Todas las “elecciones” celebradas desde la independencia han tenido las mismas características.
En el plano internacional, tanto Niyazov como Berdimujamédov impulsaron una política de “neutralidad”, hasta el punto de que Turkmenistán abandonó la Comunidad de Estados Independientes, CEI, en la cumbre de Kazán de 2005. Pese a ello, su estructura económica y sus necesidades de exportación dependen en buena parte de Moscú. A finales de 2018, Izvestia informaba de la situación en el país: a la represión impuesta por la dictadura, se une el fin de la gratuidad de la electricidad, el gas, el agua y la gasolina, y el aumento de los precios de productos de primera necesidad, harina, carne y otros alimentos, con una escasez generalizada, con problemas en el pago de las pensiones, y una altísima tasa de desempleo que, según algunas fuentes, llega al cincuenta por ciento y ha provocado protestas y disturbios, además de una enorme emigración hacia Rusia.
Sus exportaciones de gas se han reducido: si tenían como destinos principales a Rusia, China e Irán, Moscú dejó de comprar a causa de un accidente en un gasoducto turcomano e Irán limitó también sus compras por el impago de la deuda de Turkmenistán. El presupuesto del país se resiente por la combinación de menores ingresos y el aumento de los gastos en grandes obras de infraestructura. El régimen prohibió el partido comunista y ha perseguido cualquier expresión de la izquierda.
Uzbekistán culminó la sucesión de Karímov en diciembre de 2016 con un proceso electoral completamente teledirigido por el partido del poder, el Democrático Liberal, que designó a un miembro del clan de Samarcanda (como Karímov) Shavkat Mirziyoyev. El ex fiscal general Rashitjon Kadirov, que había acusado de corrupción y blanqueo de dinero a la hija de Karímov, Gulnara Karimova, fue destituido de su función en 2015 y detenido en 2018, en espera de juicio. Karimova (ya muerto su padre, con quien se había enemistado en 2013), se ha visto envuelta en acusaciones por negocios sucios de centenares de millones de dólares, y fue también detenida en 2017, condenada a cinco años de prisión y encarcelada. El régimen corrupto configurado por Karímov aspira a perdurar.
En Asia central, Kazajastán es el segundo productor de hidrocarburos, tras Rusia, y es el país más desarrollado de la región. Nazarbáev visitó EEUU en febrero de 2018 para entrevistarse con Trump. Antes de su llegada, el gobierno norteamericano congeló activos kazajos por valor de 22.000 millones de dólares, decisión anulada después, tras haber enviado un claro mensaje a Astaná (ahora, rebautizada Nursultán, en honor de Nazarbáev). Pese a ese gesto de advertencia, EEUU quiere reforzar su relación con Kazajastán porque en los últimos diez años Pekín se ha convertido en el principal comprador del gas y petróleo kazajo y ha aumentado sus inversiones en el país, y es también el principal comprador del gas turkmeno; para su objetivo de “contener a China”, EEUU necesita debilitar su área de influencia, política que aplica también en el fomento de disputas entre Pekín y los países de la ASEAN en el Mar de la China del sur.
Por su parte, Putin, consciente de la importancia de Kazajastán para el proyecto ruso de Unión Euroasiática, se reunió en Moscú con Tokáev el 3 de abril de 2019, en su primer viaje al exterior, para abordar la relación entre los dos países y el proceso de integración en la Unión Euroasiática; se encontraron de nuevo en mayo, con ocasión de la cumbre de la Comunidad Económica Eurasiática, celebrada en Astaná. El país tiene también dificultades: las protestas por las condiciones de vida llevaron a Nazarbáev a cambiar el gobierno en febrero de 2019, y Kazajastán celebra sus elecciones en junio de 2019, tras la salida voluntaria y formal de Nazarbáev en marzo de 2019. El presidente en funciones, Tokáev, designado por la oligarquía que ha gobernado el país desde la división de la URSS como nuevo presidente, ha nombrado, además, a Dariga Nazarbáeva, hija de Nazarbáev, presidenta del Senado. El partido Nur Otan (Patria radiante), nacionalista y conservador, es el instrumento de su dominio, del que Nazarbáev se ha reservado la presidencia vitalicia, además del Consejo de Seguridad kazajo. Tokáev guarda el poder de la familia Nazarbáev, a la espera de Dariga Nazarbáeva.
En todas las repúblicas, con diferentes grados de dureza, se prohibió a los partidos comunistas, como en Turkmenistán, o se impuso el cambio de nombre para construir partidos liberales y conservadores como instrumentos políticos personales de los nuevos déspotas, como el Partido Democrático Popular de Karímov en Uzbekistán, o el Partido Socialista de Nazarbáev en Kazajastán, mutado después en el partido Nur Otan; y se procedió desde el poder a comprar voluntades y estimular escisiones. Pese a las dificultades, en Tayikistán y Kirguizistán, los partidos comunistas han conseguido resultados electorales apreciables.
A las elecciones presidenciales de Kazajastán, celebradas en junio de 2019, optaban Tokáev; un escritor, Sadibek Tugel; un sindicalista, Amangeldi Taspijov; una diputada, Daniya Espaeva; el director del Centro Nacional Científico de Agricultura, Toleutay Rajimbekov; el diputado comunista Zhambil Ajmetbekov (que fundó un nuevo partido que se muestra benévolo con Nazarbáev, escindido del Partido Comunista de Kazajastán); un periodista, Amirzhan Kosanov; el presidente de la Unión de Empresas Constructoras, Talgat Ergalíev; y Zhumatay Alíev, del movimiento Demografía Nacional, mientras la izquierda llamaba al boicot, segura de que Tokáev es un hombre de transición para retener el poder en manos de la familia Nazarbáev mientras preparan a Dariga Nazarbáeva para la presidencia. El 10 de junio, la Comisión Electoral central proclamaba los resultados oficiales: Tokáev había ganado las elecciones con el 70,76 por ciento de los votos. Amirzhan Kosanov, obtenía el 16,02; Daniya Espaeva, el 5,2; Toleutay Rajimbekov, el 3,2 por ciento; Amangeldi Taspijov, el 2,07; y Zhambil Ajmetbekov, el 1,82.
Nada va a cambiar en Kazajastán tras el resultado de las elecciones presidenciales, pero no hay duda de que los cinco países del Asia central, huérfanos de la Unión Soviética y del socialismo, van a desempeñar un relevante papel en el reparto de influencias con Washington, Moscú y Pekín, en el nuevo mundo multipolar que se consolida pese a la resistencia de EEUU.
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