Assange y los villanos
Poco resta por agregar a todo lo que ya se ha dicho, y se venía diciendo, del caso Assange. Una operación absolutamente violatoria del derecho internacional tal como lo estableciera el Grupo de Trabajo de la ONU contra las Detenciones Arbitrarias que, ya en una extensa resolución fechada el 4 de diciembre de 2015, establecía que la detención del fundador de la Wikileaks era arbitraria e ilegal y debía ser puesto en libertad. No sólo eso, en su numeral 100 requería que “los gobiernos de Suecia y el Reino Unido … garantizaran la situación del Señor Assange para asegurar su seguridad e integridad física, facilitar el ejercicio de su derecho a la libertad de movimientos de manera lo más expedita posible y para asegurar el pleno disfrute de los derechos garantizados por las normas internacionales relativa a la detención de personas”.
En un sistema internacional en el cual cada vez con más frecuencia se atropella la legalidad laboriosamente construida desde fines de la Segunda Guerra Mundial no sorprende para nada lo ocurrido. En esta verdadera tragedia para la humanidad -porque eso es lo que significa la persecución de Julian Assange-hay unos cuantos villanos.
Primero, Lenín Moreno, (a) “Judarrás”, repugnante síntesis de Judas y Barrabás que le privó al australiano nacionalizado ecuatoriano del asilo diplomático concedido hacía ya siete años poco después que aquél, privado de acceso a internet y telefonía, habría supuestamente sido quien sacó a la luz pública los turbios negociados de Moreno. Lo de “Judarrás” es además doblemente detestable porque ni siquiera tuvo la valentía de expulsarlo de la sede de la embajada ecuatoriana en Londres sino que solicitó a la Policía Metropolitana que, violando su inmunidad diplomática, entrase a dicho recinto a apresar por la fuerza al asilado. Pocas veces se ha visto un ejemplo de tanta vileza y servilismo ante las órdenes del imperio, deseoso de propinar un escarmiento ejemplar a Assange como señal intimidatoria a los muchos que como él quieren garantizar el derecho a la información, componente esencial de un orden político democrático.
Segundo, la Casa Blanca es el otro villano, que desde los tiempos del “progre” Barack Obama hizo lo imposible para lograr que Assange fuese extraditado a los EEUU. Si esto llegara a ocurrir al periodista le espera, en caso de que esa solicitud sea aceptada, el sometimiento a “durísimas técnicas de interrogación” (eufemismo para evitar decir torturas), una interminable sucesión de juicios y acusaciones, la cárcel y, probablemente, su asesinato en una bien orquestada “riña de convictos” en una prisión poblada de hampones, narcos y criminales de la peor especie. Su eventual deceso en una pelea de reos evitaría a EEUU la acusación de haber condenado a muerte a un hombre que quiso que la verdad fuese conocida.
Tercero, los impresentables “representantes del pueblo” en la Cámara de los Comunes del Reino Unido y los congresistas de EEUU. Los primeros estallaron en grandes manifestaciones de júbilo cuando la primera ministra Theresa May informó del arresto de Assange. Otro tanto ocurrió en el Senado y la Cámara de Representantes del Congreso de EEUU, constituido en buena parte por politiqueros que se enriquecieron en su función legislativa protegiendo a los lobbies y las empresas que financiaron sus carreras políticas y condenando a la mayoría de la población de su país a crecientes penurias económicas al punto tal que “el 1 por ciento más rico de EEU detenta mayores ingresos que el 90 % de la población”. Estos personajes son los que hicieron posible que el asalariado medio de ese país “necesitate trabajar más de un mes para ganar lo que un CEO gana en una hora.” Bien: esta es la gentuza que celebró con alborozo la detención de Assange. (Ver estos y otros datos en: Nicholas Kristof: "An Idiot's Guide to Inequality", en New York Times, 22 de Julio, 2014 y en la nota de William Marsden, “Obama’s State of the Union speech will be call to arms on wealth gap”, en https://o.canada.com/news, 26 de enero 2014.)
Cuarto y último, los gobiernos europeos que consienten no sólo este ataque de Washington al libre flujo de la información y la imprescindible transparencia de la gestión pública sino que admiten, como indignos vasallos, que los deseos de la Casa Blanca y las leyes que dicte el Congreso de ese país posean validez extraterritorial y se apliquen en sus propios países sin intentar el más mínimo asomo de protesta o resistencia. En ese sentido, su bochornoso acompañamiento de las decisiones de Washington: desde el caso Assange hasta las sanciones económicas a Rusia; o desde la criminal campaña en contra de Gaddafi en Libia hasta la brutal agresión a Siria; o desde el bloqueo a Cuba hasta la payasesca opereta montada en torno a la figura de Juan Guaidó en Venezuela, hablan bien a las claras de que el arte del buen gobierno es algo que parece haberse perdido en una Europa que arrojó por la borda toda pretensión de soberanía y dignidad nacionales y resignada a cumplir el deshonroso papel de compinche de cuanta tropelía desee perpetrar el emperador de turno.