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Mundo :: 01/05/2019

Atrévete a dar por muerto el capitalismo antes de que nos mate

George Monbiot
Afirmar que "el capitalismo ha dejado de funcionar" en el siglo XXI equivale a la afirmación del siglo XIX "Dios ha muerto": es una blasfemia secular

El capitalismo se derrumba sin crecimiento, pero el crecimiento perpetuo en un planeta finito conduce inexorablemente al desastre medioambiental

Durante la mayor parte de mi vida adulta me he opuesto al "capitalismo corporativo", al "capitalismo de consumo" y al "capitalismo del amiguismo". Me tomó mucho tiempo caer en la cuenta de que el problema es el sustantivo. Mientras que algunas personas han rechazado el capitalismo alegre y rápidamente, yo lo he hecho lenta y con reservas.

Parte de la razón era que no veía una alternativa clara: a diferencia de algunos anticapitalistas, nunca he sido un entusiasta del comunismo de Estado. También me inhibió su estatus sagrado. Afirmar que "el capitalismo ha dejado de funcionar" en el siglo XXI equivale a la afirmación del siglo XIX "Dios ha muerto"; es una blasfemia secular. Hacerlo requiere una confianza en uno mismo que yo simplemente no tenía.

Sin embargo, a medida que he madurado, he llegado a dos conclusiones. La primera: que el sistema, más que cualquier variante del mismo, es lo que nos conduce inexorablemente hacia el desastre. Y la segunda: que no hay que presentar una alternativa definitiva para afirmar que el capitalismo está fracasando. La declaración se sostiene por sí misma. No obstante es cierto que afirmar que el capitalismo ha fracasado requiere que se haga el esfuerzo, y diferente, de formular un nuevo sistema.

Los fracasos del capitalismo surgen de dos de sus elementos definitorios. El primero es el crecimiento continuo e infinito. El crecimiento económico es el efecto agregado de la búsqueda de acumular capital y extraer beneficios. El capitalismo se derrumba sin crecimiento, pero el crecimiento perpetuo en un planeta finito conduce inexorablemente al desastre medioambiental.

Quienes defienden el capitalismo sostienen que, a medida que el consumo pasa de los bienes a los servicios, el crecimiento económico puede disociarse del uso de los recursos materiales. La semana pasada un artículo del antropólogo Jason Hickel y del economista Giorgos Kallis publicado en la revista New Political Economy, examinó esta premisa. Los expertos descubrieron que, si bien en el siglo XX se produjo una disociación relativa (el consumo de recursos materiales aumentó, pero no tan rápidamente como el crecimiento económico), en el siglo XXI se ha producido un reacoplamiento: el aumento del consumo de recursos ha igualado o superado hasta ahora la tasa de crecimiento económico. No se ha logrado el desacoplamiento absoluto necesario para evitar la catástrofe medioambiental (una reducción del uso de recursos materiales) y todo parece indicar que es imposible que se logre mientras continúe el crecimiento económico. El crecimiento "verde" es una mera ilusión.

Un sistema basado en el crecimiento perpetuo no puede funcionar sin periferias y externalidades. Siempre debe haber una zona de extracción de la que se obtengan las materias primas sin un pago completo y una zona de eliminación, donde se vierten los costes en forma de residuos y contaminación. A medida que la escala de la actividad económica aumenta –hasta el punto que el capitalismo afecta a todo el sistema, desde la atmósfera hasta el fondo del océano–, el planeta se convierte en una zona de sacrificio: todos habitamos en la periferia de la máquina del beneficio.

Esto nos lleva al cataclismo a tal escala que la mayoría de la gente no puede ni siquiera imaginárselo. La amenaza de colapso de nuestros sistemas de soporte vital es mucho mayor que la guerra, el hambre, la peste o la crisis económica, aunque es probable que cuando se produzca también se den los otros cuatro. Las sociedades pueden recuperarse de estos acontecimientos apocalípticos, pero no de la pérdida de suelo, de una biosfera abundante y de un clima habitable.

El segundo elemento definitorio es la extraña premisa de que una persona tiene derecho a una porción tan grande de la riqueza natural del mundo como su dinero pueda comprar. Esta confiscación de los bienes comunes causa otras tres alteraciones. En primer lugar, la lucha por el control exclusivo de los bienes no reproducibles, lo que implica violencia o truncamiento legislativo de los derechos de otras personas. En segundo lugar, el empobrecimiento de otras personas por parte de una economía basada en el saqueo tanto en el espacio como en el tiempo. Tercero, la transformación del poder económico en poder político, ya que el control de los recursos esenciales conduce al control de las relaciones sociales que los rodean.

En un artículo publicado el domingo en The New York Times, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz trató de distinguir entre el buen capitalismo, al que llamó "creación de riqueza", y el mal capitalismo, al que llamó "apropiación de riqueza" (extracción de rentas). Entiendo que haga esta distinción. Sin embargo, desde el punto de vista medioambiental, la creación de riqueza es apropiación de riqueza. El crecimiento económico, intrínsecamente ligado al uso creciente de los recursos materiales, implica el aprovechamiento de la riqueza natural tanto de los sistemas vivos como de las generaciones futuras.

No se pueden señalar estos problemas sin recibir un aluvión de acusaciones, muchas de las cuales se basan en la siguiente premisa: el capitalismo ha rescatado a cientos de millones de personas de la pobreza y ahora quieres empobrecerlas de nuevo. Es cierto que el capitalismo, y el crecimiento económico que impulsa ha mejorado radicalmente la situación económica de un gran número de personas. Sin embargo, también ha empeorado la situación económica de muchas otras cuyas tierras, mano de obra y recursos fueron confiscados para impulsar el crecimiento en otros lugares. Gran parte de la riqueza de los países ricos se construyó, y se sigue construyendo, sobre la esclavitud y la expropiación colonial .

Al igual que el carbón, el capitalismo ha traído muchos beneficios. Ahora, como el carbón, causa más mal que bien. Así como hemos encontrado medios para generar fuentes de energía que son mejores y menos perjudiciales que el carbón, también necesitamos encontrar medios para generar bienestar humano que sean mejores y menos perjudiciales que el capitalismo.

No hay vuelta atrás: la alternativa al capitalismo no es ni el feudalismo ni el comunismo de Estado. El comunismo soviético tenía más en común con el capitalismo de lo que los defensores de ambos sistemas querían admitir. Ambos sistemas están (o estaban) obsesionados con generar crecimiento económico. Ambos están dispuestos a infligir niveles asombrosos de daño en la búsqueda de este y otros fines. Ambos prometieron un futuro en el que sólo tendríamos que trabajar unas pocas horas a la semana, pero terminaron exigiendo un esfuerzo laboral interminable y brutal. Ambos son deshumanizadores. Ambos son absolutistas y repiten la noción de que el único Dios verdadero es el suyo y sólo el suyo.

¿Cómo sería un sistema mejor? No tengo una respuesta clara y no creo que ninguna persona la tenga. No obstante, creo que se empiezan a perfilar algunos conceptos básicos que lo definirían. Algunas de estas nociones provienen de la propuesta de civilización ecológica de Jeremy Lent , uno de los más grandes pensadores de nuestra era. Otras provienen de la "economía del donut" de Kate Raworth y del pensamiento ambiental de Naomi Klein, Amitav Ghosh, Angaangaq Angakkkorsuaq, Raj Patel y Bill McKibben. Parte de la respuesta está en la noción de "suficiencia privada, lujo público". Otra parte surge de la creación de una nueva concepción de la justicia basada en este sencillo principio: cada generación, en todas partes, tendrá el mismo derecho al disfrute de las riquezas naturales.

En mi opinión, nuestra labor consiste en identificar las mejores propuestas de muchos pensadores diferentes y convertirlas en una alternativa coherente. Dado que ningún sistema económico es sólo un sistema económico, sino que se inmiscuye en todos los aspectos de nuestras vidas, necesitamos que muchas mentes de diversas disciplinas –económicas, medioambientales, políticas, culturales, sociales y logísticas– trabajen de forma coordinada para crear una mejor manera de organizarnos que satisfaga nuestras necesidades sin destruir nuestro hábitat.

Nuestra elección se reduce al siguiente dilema: ¿paramos la vida para permitir que el capitalismo continúe o paramos el capitalismo para permitir que la vida continúe?

The Guardian. Traducido por Emma Reverter para El DIario.

 

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