Auge de la extrema derecha en Alemania
La clase política alemana está atónita ante los resultados de una encuesta de YouGov publicada el viernes 16 de junio, según la cual el 20% de los votantes alemanes daría su voto a la ultraderechista AfD (Alternativa para Alemania), lo que la convierte en el segundo partido más votado, por detrás de la centroderechista CDU (28%) y por delante del SPD del canciller Olaf Scholz (19%). No cabe duda de que se trata de un terremoto político.
Dado el sistema representativo proporcional de Alemania -que no se parece al de EEUU o el Reino Unido, donde también la política es conflictiva pero está protegida por el sistema de votación por mayoría-, es razonable estimar que la actual coalición «semáforo» entre el SPD de centro-izquierda, los Verdes (que obtuvieron un 15%) y los neoliberales Demócratas Libres o FDP (7%) ya carece de mandato para gobernar, tras sólo un año y medio en el poder.
En las elecciones generales de 2021, el SPD había obtenido el 25,7%, el FDP el 11,5% y el Partido Verde el 14,8% de los votos. Esta precipitada caída de la coalición en apenas 18 meses introduce incertidumbres políticas en una coyuntura en la que la economía se encuentra en una profunda recesión, la guerra de Ucrania está en un punto de inflexión y el ascenso de la ultraderechista AfD, que por cierto abarca todo el espectro de la extrema derecha, desde los nacionalistas democráticos hasta los neonazis, significa en sí mismo un cambio seminal en la política alemana desde la Segunda Guerra Mundial, con importantes consecuencias.
El 20% es ya un umbral importante en un sistema político fragmentado como el alemán, y hay observadores políticos que sitúan el potencial de la AfD en torno al 30%. Hasta ahora, una coalición con la AfD ha sido tabú para los dos partidos mayoritarios, la CDU y el SPD. En la situación actual, la CDU se enfrenta a una disyuntiva: volver a la «gran coalición» con el SPD (para la que no hay apetito, dado el sórdido historial del periodo 2005-2009 y 2013-2021 bajo la canciller Angela Merkel). La alternativa será una coalición con la ultraderechista AfD, que, concebiblemente, puede llegar a ser inevitable en algún momento.
En realidad, en la política europea en general, esa es la tendencia actual: la extrema derecha llegando desde el frío. Ha ocurrido recientemente en Suecia y está ocurriendo ahora en Finlandia. La cuestión es que la AfD está en racha y, una vez que supere la barrera del 20%, será cada vez más difícil para los partidos centristas excluirla de la política general como socio de coalición.
La recesión en Alemania se prevé larga, lo que prácticamente garantiza que, al menos a corto plazo, el ciclo económico favorezca a la AfD. La inmigración es otra cuestión que contribuye a la base de apoyo de la AfD. Según cifras oficiales, el número de solicitudes de asilo en Alemania aumentó un 80% entre enero y marzo de 2023 en comparación con el mismo periodo del año anterior.
Otras dos cuestiones que agitan a la opinión pública son la desaprobación del apoyo de Scholz a Ucrania y el enfado por su política energética. Scholz y el SPD se han posicionado del lado de Ucrania. Ahora bien, esto supone un cambio de política y la cuestión sigue dividiendo a la gente. La AfD, que es euroescéptica y aboga por mejorar las relaciones con Rusia, está capitalizando el hecho de que alrededor de un tercio de los alemanes no están de acuerdo con las políticas de Scholz sobre Ucrania / Rusia. ¿Importa esto? Pues sí.
Con la economía en recesión -y Alemania arrastrando a toda la eurozona-, es probable que el auge de la AfD reduzca el entusiasmo por destinar más dinero y material a Ucrania. Por ejemplo, sólo el 28% de los encuestados en el último sondeo apoyan la entrega de aviones de combate alemanes a Ucrania. Según un informe de Deutsche Welle, «en general, el apoyo a las entregas de armas a Ucrania está disminuyendo, sólo una minoría cree que las entregas de armas deben intensificarse». El llamamiento a la diplomacia es cada vez mayor: El 55% dice ahora que deberían intensificarse los intentos del gobierno alemán de llegar a negociaciones para poner fin a los combates.
Del mismo modo, existe una creciente polarización de opiniones entre los alemanes sobre su identidad «europea». Como señalaba un comentarista, quizá sólo sea una coincidencia numérica que el 18% que está totalmente en desacuerdo con la noción de una identidad europea sea el mismo número que las cifras actuales de las encuestas dan para la AfD. Lo más probable es que se trate de una coincidencia. Paradójicamente, el número de eurófobos y euroescépticos está aumentando por igual, con una clara ventaja para estos últimos, que superan en un 56% al 41% de eurófobos. Esto puede acabar poniendo a la UE en una trampa, ya que los bajos índices de aprobación de la UE dificultan que los Estados miembros acepten una mayor integración y, sin embargo, ésta es necesaria para que la UE tenga más éxito.
El panorama general es que el tipo de integración de la UE por la puerta de atrás que ha estado ocurriendo puede que ya no funcione. El potencial futuro de la AfD es significativo, ya que en el sistema alemán basado en la representación proporcional no necesita ganar mayorías absolutas para gobernar. A corto plazo, sin embargo, se avecina un bloqueo político en Alemania, agravado también por el hecho de que la Izquierda se está reduciendo y podría incluso no obtener el mínimo del 5% de los votos necesarios para entrar en el próximo parlamento.
En cuanto a los Verdes, también están atascados en el fango, con su reputación manchada por un escándalo de nepotismo, que irradiará durante mucho tiempo (ya que los Verdes son una comunidad muy unida y en adelante tendrán dificultades para utilizar el poder de los argumentos morales, que ha sido un elemento clave en su ascenso político).
Además, el año pasado los Verdes desconectaron la energía nuclear e impulsaron la transición de Alemania hacia las energías renovables a una velocidad vertiginosa, lo que está produciendo una reacción violenta entre los votantes. Una ley para obligar a los propietarios de viviendas a cambiar sus sistemas de calefacción de gasóleo y gas a bombas de calor, a partir del mes de enero el próximo año, ha sido un bombazo, ya que los costes para los hogares son potencialmente agobiantes: varían entre 15.000 y 40.000 euros, dependiendo del tamaño de la vivienda.
Los propietarios de viviendas más pobres son en su mayoría de clase media baja, y también resultan ser la parte del electorado más abierta a la extrema derecha. Basta decir que, en un futuro previsible, los Verdes no van a estar en condiciones de sustituir a los partidos tradicionales. Así pues, se está abriendo una enorme brecha en el panorama ideológico del centro político. Sin duda, las cosas se están moviendo en una dirección tal que la AfD podría llegar a ser indispensable en la formación de un gobierno federal en Berlín en algún momento.
Desgraciadamente, toda esa charla sobre Alemania como próxima superpotencia junto a China se ha disipado. Ahora parece un sueño lejano. La potencia europea se tambalea. La crisis de Ucrania ha aguado la fiesta. Pero en gran parte hay que culpar de ello a la élite gobernante alemana, que ha desempeñado un papel dudoso en Ucrania desde el cambio de régimen en 2014, especialmente en el complot para subvertir los acuerdos de Minsk que preveían la autonomía regional del Donbass dentro de una Ucrania federada.
Fundamentalmente, las élites alemanas han sido incapaces o no han querido darse cuenta de que la economía de su país y la prosperidad de la nación se han construido sobre el suministro de energía barata e ilimitada de Rusia y el potencial del creciente mercado ruso para la industria de alta tecnología de Alemania. De aquellos polvos, estos lodos.
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