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Europa :: 05/10/2024

Batallas perdidas, exigencias crecientes

Nahia Sanzo
Ucrania no ha conseguido aún los misiles con los que atacar ni el permiso para hacerlo, pero ya plantea su siguiente exigencia: que sean sus aliados quienes carguen con las consecuencias

“Es probable que las fuerzas rusas tomaran Ugledar el 1 de octubre tras la supuesta retirada de Ucrania de la localidad, aunque no está claro si las fuerzas rusas conseguirán avances rápidos más allá de Ugledar en el futuro inmediato”, escribe el think-tank neocon 'Institute for the Study of War', uno de los más citados en el seguimiento diario de la guerra desde el punto de vista occidental, proucraniano y abiertamente antirruso, que añade que es improbable que la toma de la ciudad vaya a alterar significativamente las operaciones rusas en el oblast de Donetsk.

“Ugledar, una ciudad minera, sirvió como un vital bastión defensivo durante casi tres años en el este de Ucrania. Las fuerzas rusas entraron en él tras una brava batalla y Ucrania ordenó la retirada de sus tropas”, añadía, resumiendo así alegremente dos años y medio de lucha, The New York Times.

De forma generalizada, los medios y grupos de presión que siguen la guerra desde el punto de vista occidental se han adherido a la versión oficial, que Zelensky volvió a repetir el jueves: la de la retirada para preservar las vidas de los soldados. “Esta es nuestra gente y son ciudadanos ucranianos. Así que es correcto retirarse y salvarse. Por el bien del Estado y de sus valientes servidores. Son realmente los pasos correctos”, afirmó el presidente ucraniano.

El martes las imágenes probaban la presencia rusa en toda la ciudad, el miércoles Ucrania admitió su pérdida y el jueves el comando ruso anunció su captura. La lucha por Ugledar es solo una de las muchas batallas que se están produciendo ahora mismo en el sector al sur y oeste de Donetsk, por lo que no hay por parte de las autoridades rusas ningún tipo de triunfalismo ni celebración exagerada, que chocaría con el estado en el que se encuentra la ciudad, prácticamente destruida, y el sufrimiento de la población civil, que pese a las intensa batallas que se han producido desde 2022, seguía viviendo entre las ruinas de la que fue una ciudad industrial. Rusia ha mostrado imágenes de varios hombres y mujeres y afirma haber evacuado a muchos. Esa población civil no ha merecido mención durante la batalla, ni tampoco ahora.

Ucrania se ciñe al guion habitual que utilizó en Avdeevka y en los alrededores de Artyomovsk, cuando la retirada no fue planificada sino que se retrasó hasta que la batalla estaba completamente perdida, las tropas en serio riesgo de quedar aisladas y la excusa de salvar las vidas de los soldados escondían la enorme cantidad de bajas que ya se habían producido. Una tras otra, la prioridad de cada batalla para Ucrania, como Zelensky ha admitido públicamente, ha sido infligir bajas en la Federación Rusa, por lo que ha permanecido en las ciudades hasta el último momento en el que la retirada de una parte de la guarnición, ya prácticamente destruida, era posible.

En los tres casos, la derrota era un hecho mucho antes de que, in extremis, Ucrania diera la orden de retirada fundamentalmente para evitar una imagen de rendición o captura de decenas o centenares de soldados. Todo ello a costa de perpetuar la destrucción y, sobre todo, al margen de la escasa pero existente población civil que no había podido o querido abandonar sus lugares de residencia, en muchos casos a la espera de la llegada de las tropas rusas.

La batalla de Ugledar es el reflejo de la situación en la que se encuentra la guerra, escribía horas antes de que se consumara la caída de la ciudad Associated Press, que no lo hacía en referencia a la tendencia de fortalecimiento de Rusia y debilidad ucraniana, sino apoyando el argumento más repetido por las autoridades ucranianas este mes: la ausencia de permiso para utilizar armamento occidental en territorio ruso impide que Ucrania pueda defenderse con garantías.

Al igual que el régimen de Kiev, los medios que se adhieren a este discurso evitan recordar que Ucrania precisaría de una inmensa cantidad de misiles occidentales para minar hasta tal punto el esfuerzo militar ruso como para afectar a las batallas cuerpo a cuerpo en el frente de Donbass. Pese a que es posible que la autorización para el uso, al menos de los Storm Shadow británicos y Scalp-EG franceses pueda darse en el futuro, es altamente improbable que Ucrania vaya a disponer en esta fase de la guerra de la cantidad deseada de misiles para atacar los objetivos que aspira a destruir.

“Sin las armas necesarias, no podemos parar a la Federación Rusa”, volvió a insistir ayer Volodymyr Zelensky. Lo hizo a raíz de la visita del flamante secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que realizó lo que la Agencia EFE calificó como un viaje “por sorpresa”, un calificativo que difícilmente puede utilizarse para una llegada que era solo cuestión de tiempo. Desde su discurso inicial en su toma de posesión del cargo, el exprimer ministro neerlandés insistió en una línea continuista a la de su predecesor, es decir, equiparando el futuro de la Alianza con el de Ucrania y presentando la guerra como una de las principales prioridades.

Con la presencia de Rutte en Kiev la misma semana en la que se ha producido el relevo al mando de la OTAN, la organización quiere transmitir que continuará apoyando militarmente a Ucrania, a la que sigue realizando promesas de futuro: “Ucrania está más cerca que nunca de la OTAN”, afirmó Rutte junto a Zelensky, una afirmación que ya no es suficiente para el presidente ucraniano, cuya credibilidad se reduce a medida que su discurso se llena de triunfalismos que no llegan a convertirse en realidad.

Al igual que con el suministro de armamento, en el que exige una lista de armas que debe recibir de forma inmediata, Kiev no busca vagas referencias al futuro, sino un calendario claro de acceso a la Alianza. “Nuestro objetivo principal sigue siendo el mismo: adhesión a la OTAN”, escribió ayer Andriy Ermak, principal colaborador de Zelensky. Sin embargo, el jefe de la Oficina del Presidente ha reafirmado recientemente que esa entrada no debe realizarse a costa de la pérdida de territorios.

Pese a su actitud exigente y general falta de realismo en lo relativo a sus fortalezas, expectativas y posibilidades, Ucrania parece ser consciente de que esa condición de recuperar los territorios implica que no podrá soñar seriamente con la adhesión a la OTAN hasta finalizar la guerra. El plan con el que Ermak y Rassmusen trataron hace un año de acelerar el acceso a la Alianza y la activación del Artículo V de forma inmediata, una forma de exigir a sus aliados la entrada en guerra con Rusia en el frente, que en ese caso actuaría de frontera de facto, no obtuvo ningún apoyo y cayó rápidamente en el olvido.

La OTAN, al igual que EEUU o el Reino Unido, potencias más implicadas en la guerra, están cómodos con la naturaleza actual del conflicto, su continuación y su escalada progresiva (en realidad, escalada en sentido contrario al que desea Occidente), aunque buscan evitar la participación directa. La percepción de cruce de la línea de la beligerancia, como definió el canciller Scholz a que soldados occidentales participen en el lanzamiento de misiles contra objetivos rusos (se hablaba de objetivos rusos en territorio ucraniano en aquel momento), así como el peligro de caminar hacia una confrontación directa contra una potencia nuclear, son los principales motivos políticos, que se unen a los dos motivos militares -la esperada falta de eficacia de la medida y las dificultades logísticas y de producción- para completar la explicación de por qué Biden aún no ha autorizado los ataques en la Federación Rusa con misiles de la OTAN.

El jueves, EEUU insistió nuevamente en que Kiev no tiene que pedir permiso a Washington para utilizar el armamento fabricado en Ucrania en territorio ruso. Esa sigue siendo la respuesta de EEUU a las plegarias de Ucrania que, sin embargo, no renuncia a conseguir una participación directa de sus aliados en la guerra.

Al igual que en abril, cuando se produjo el primer ataque iraní como respuesta a los asesinatos selectivos israelíes, o tras la temible respuesta de Teherán a las muertes de Hasan Nasrallah e Ismail Haniye, Zelensky exige que sus aliados occidentales derriben los misiles rusos en territorio ucraniano, una solución que Mijailo Podolyak califica de “humanista”. Eso sí, no se trataría únicamente de lograr que sus países afines activen sus sistemas de defensa como hicieron para ayudar a Israel, un país mucho más importante para Washington de lo que será nunca Ucrania, sino como la parte defensiva de una actuación claramente ofensiva.

“Derribar misiles o drones rusos en el espacio aéreo soberano ucraniano. Y suministrar las autorizaciones obligatorias para ataques con armas de largo alcance en cualquier país productor contra las infraestructuras rusas en su territorio”. Con esa extraña redacción, en la que no queda claro si se quiere bombardear territorio ruso o también aquellos países en los que se producen armas que son utilizadas por Rusia, que sería una clara referencia a Irán, enemigo común de Ucrania y Occidente, Podolyak recuerda que ningún arma defensiva -en este caso los sistemas de defensa aérea- se utiliza sin que intervenga también el aspecto ofensivo.

Con el argumento del humanismo o eufemismos como “acortar la guerra”, Ucrania busca que sus aliados le cubran las espaldas para contrarrestar el aumento de la intensidad de los bombardeos rusos que previsiblemente se produciría con el inicio de operaciones de ataque en profundidad en territorio de la Federación Rusa. Ucrania no ha conseguido aún los misiles con los que atacar ni el permiso para hacerlo, pero ya plantea su siguiente exigencia: que sean sus aliados quienes carguen con las consecuencias.

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