Bolivia: Cuando el MAS se hace menos
Se ha desatado -contra el vicepresidente David Choquehuanca- una guerra injusta y hasta inútil; porque lo que ha de provocar no es, ni siquiera, acabar con la supuesta "competencia" del "líder único", sino desarticular irremediablemente al bloque popular.
El maniqueísmo es desastroso en política, sobre todo en la izquierda. Fue una de las razones coadyuvantes del golpe; pues el celo dogmático y el llunkerío, condujeron a censurar la deliberación y la crítica interna, así como expropiarle al pueblo su poder de decisión política y quitarle protagonismo; de ese modo se privó, el propio gobierno, de advertir los tremendos equívocos y hasta traiciones que, en consecuencia, estaban provocando un desencanto creciente en el campo popular, inhabilitando su respuesta orgánica anticipada ante la escalada golpista del 2019.
Es bueno recordar que, en política, los actores no valen por sí mismos sino por lo que representan; creer que se lucha contra personas significa reducir la política al puro maniqueísmo, donde los fundamentalismos nos conducen a la guerra como único escenario. Lo que representan los actores políticos son perspectivas y proyectos; no saber distinguir eso conduce, al celo político, a su propio suicidio.
En ese sentido, la actual y falsa disputa por el liderazgo (además de inútilmente prematura) sólo habrá de conducirnos al desgobierno, mediada por una anacrónica cúpula ebria de poder, que no sale del estupor que significa haber sido desplazada y se toma, ilegítimamente, atribuciones de gobierno paralelo, desgastando una gestión atrapada en el desconcierto.
Esa ceguera no sólo nos conduce al anacronismo (pues este nuevo momento del "proceso" parte de otro acontecimiento fundante, como es la resistencia y derrota al golpe y la dictadura), sino al rapto del propio horizonte político; porque el chantaje es obvio: "si no es conmigo, no es con nadie". Por eso el nuevo acontecimiento reclamaba también un nuevo tipo de liderazgo. No sólo un cambio de líder sino la redefinición de lo que significa ser líder.
Un nuevo momento del proceso de cambio significa la restitución del horizonte plurinacional, la descolonización y el vivir bien. Y lo que representa el vicepresidente Choquehuanca es precisamente eso. Porque es lo que ha redefinido al "proceso de cambio" y ha recuperado sus banderas iniciales; aquello que hizo posible la resistencia al golpe del 2019 y la recuperación democrática del 2020. Entonces, el marginamiento y la difamación desatada contra el vicepresidente, no sólo divide peligrosamente a las organizaciones populares y desarticula la unidad del pueblo como bloque político, sino, lo que es más grave, desplaza el horizonte popular por el más crudo y pedestre cálculo político, es decir, la reconquista del poder a toda costa.
¿A quien le interesa desarticular el bloque popular? En una situación hipotética, de desgaste provocado por la beligerancia y conflictividad creciente, ya no tanto por parte de la derecha sino, infelizmente, provocada desde el propio MAS, la ingobernabilidad sólo lograría, de nuevo, el retorno inmerecido de la derecha; así la izquierda, en este caso, el MAS, reafirmaría su eterna maldición: rifar, de nuevo, el horizonte popular para el disfrute fascista de una derecha empoderada.
Si hay algo que se fue diluyendo, infelizmente, en las dos últimas gestiones del "gobierno del cambio", fue precisamente el horizonte político que se había plasmado en la nueva constitución: el proyecto plurinacional del "vivir bien". Y si algo compendia ese horizonte, lo grafica de modo diverso y plural, lo ondea como algo vivo y prometedor, es la Wiphala. Por eso el ensañamiento fascista contra la Wiphala, porque en ella iba a renacer el espíritu del Estado plurinacional.
Sin espíritu, o sea, sin ajayu, el pueblo deja de ser sujeto y, en consecuencia, sólo obedece y se somete, se vuelve objeto. Un pueblo que recupera su ajayu, no se somete; y eso fue lo que derrotó al golpe y la dictadura: la recuperación de nuestro ajayu, la qamasa, nuestro amuyu, el saphi, nuestro thakhi. Recuperar el espíritu, significó recuperar la fuerza, el poder, nuestro pensamiento, nuestra raíz y nuestro camino. Como pueblo derrotamos al golpe y la dictadura. No venció la sigla política y menos la cúpula política desplazada. El triunfo fue del pueblo, como pueblo autoconvocado, demostrando, otra vez, su vocación democrática, restituyendo al Estado plurinacional y sus contenidos indígena-populares.
Eso es lo que representa el vicepresidente Choquehuanca; por eso fue él quien rearticuló el voto popular en torno al MAS (como también Felipe Quispe, el Mallku, u Orlando Gutiérrez, líderes despreciados por la cúpula), restituyendo la confianza perdida y la esperanza aplazada.
El pueblo, con la derrota del golpe y la dictadura, abrió un nuevo momento del "proceso de cambio"; un nuevo momento que posicionó a nuevos actores y nuevos liderazgos, restaurando el diferido contenido plurinacional del Estado, el "vivir bien" y la descolonización.
Este nuevo momento debía consolidar el poder popular en cuanto continuo ejercicio deliberativo de la revolución democrático-cultural. Pero, otra vez, el tufillo del triunfo despertó, en los restos de la cúpula anterior, la ilusión de que el triunfo era de ellos y que el pueblo había votado por ellos. El desatino se demostró en las elecciones subnacionales, cuando el dedazo se impuso de nuevo y arrinconó, otra vez, al pueblo, a mero obediente de decisiones cupulares que condujeron a un nuevo fracaso.
La resistencia popular fue ninguneada y marginada, del mismo modo como se pretende marginar, mediante el embuste, a quien aparece como el nuevo articulador de los necesarios nuevos liderazgos que requiere un proceso renacido en el peor de los escenarios, como fuel el golpe híbrido balcanizador.
El binomio que fue propuesto por el pueblo fue, como la nueva constitución, "abierta" y revisada en ilegítimos espacios de decisión de quienes, habiendo abandonado al pueblo, todavía se dieron ínfulas de poder, siempre al margen de la decisión popular. El "evismo" impone su presencia en este nuevo momento y, a la fuerza, insiste en un liderazgo que sólo provocará un rechazo creciente, logrando que la derecha se unifique, gracias a esa desatinada insistencia.
El pueblo apostó por el MAS, porque la derecha había hecho de esa sigla un estigma racial que desató el odio señorialista urbano-fascista contra el propio pueblo. La derecha fascista asaltó el poder político con una soberbia manifiesta porque creyó que se iba a quedar para siempre; por eso robó de modo impune, porque en sus cálculos, el pueblo había sido derrotado. Porque, de nuevo, creyó que, acabando con alguien señalizado, acababa con lo demás. Dos pésimas lecturas políticas que trascienden ideologías opuestas y muestran que sus desavenencias son coincidentes en sus cálculos políticos. Pues el mismo ensañamiento que se le tenía al Evo, ahora sus seguidores y hasta él mismo, lo desata sobre quien sintetiza la recuperación del horizonte plurinacional.
De ese modo el MAS no sólo socava su propia proyección política sino pone en riesgo la propia democracia recuperada; en tal escenario, la derecha no necesita de una estrategia ofensiva, le basta ver, de palco, la pelea intestina (provocada por los afanes de poder absoluto) en las organizaciones.
Cuando nos referíamos, en anteriores ensayos, a la derechización del gobierno del cambio, destacábamos la incapacidad de distinguir el proyecto plurinacional, como el horizonte político, y el gobierno del MAS, como su determinación política circunstancial; esto llevó a confundir al proyecto con el líder.
Pero el verdadero liderazgo es aquél que desaparece, es decir, el que sabe retirarse detrás del pueblo y darle su lugar, para hacer del pueblo sujeto y actor definitivo, creador de su propia transformación. Por eso el verdadero líder es aquél que sabe potenciar las capacidades histórico-políticas del pueblo, despertar su propio poder, su potencia y su autodeterminación. Por eso puede retirarse dignamente, cubierto de la alegría de un pueblo agradecido, pasando a ser consejero y mentor, ejemplo siempre a seguir.
Por ello no es raro el encono desatado contra el vicepresidente; porque a ninguna cúpula de poder le conviene que alguien siembre en las bases la rebeldía sabia, el espíritu crítico, la descolonización del poder, la cultura de la vida, el pensar en libertad, etc.
Al cálculo político, que es el credo de los políticos tradicionales y sólo consiste en la acumulación de más poder, le conviene convertir la formación en mera y básica información. A toda cúpula de poder, no le interesa educar al pueblo, sólo sacarlo a marchar y votar. En eso, la izquierda y la derecha no se distinguen; su proceder histórico ha decantado también en la apuesta aristocrática, de desprecio al pueblo.
Por eso el golpe desconcertó a un pueblo que padecía ya el desencanto de ver reducidas sus expectativas políticas. Sólo la Wiphala, su indigna defenestración, pudo hacer posible la restauración de un espíritu humillado. Entonces el pueblo pudo activar su memoria milenaria y ascender al máximo de autoconsciencia histórica, levantando la Wiphala, como quien levanta su cuerpo abatido.
Estamos en otro tiempo, el tiempo del Pachakuti, del vuelco del mundo. Por eso el vicepresidente habla un lenguaje que los medios no entienden, hace una política que descoloca a los ortodoxos y se presenta, incluso, como un "articulador" de los nuevos liderazgos jóvenes.
En él se decanta este nuevo momento. Por eso la guerra desatada es injusta e inútil. Lo que representa es lo que la propia juventud del cambio está pariendo como horizonte definitivo: el "vivir bien" como una nueva forma de vida, como la alternativa verdadera al colapso civilizatorio del mundo moderno-occidental. Un horizonte incomprensible para los liderazgos tradicionales, que hablan demasiado, pero ya no dicen nada.
CALPU