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Brasil :: 01/11/2022

Brasil: los grandes capitalistas y la campaña electoral

Armando Boito Jr.
¿Por qué los grandes actores económicos e incluso poderosas asociaciones empresariales se distanciaron del régimen de Jair Bolsonaro?

A lo largo del mes de julio, al menos un gran empresario publicó por día un artículo en la prensa declarando que votaría por Lula, por primera vez, y que lo haría a pesar de no acordar con las políticas propuestas en el programa de gobiernoi del Partido de los Trabajadores; la Federación de Bancos (Febraban) firmaba un manifiesto en defensa de la democracia y del sistema electoral brasileño, sin decir nada sustancial sobre el acuerdo o desacuerdo con la política económica; la Federación de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP) publicaba un documento en el que, además de defender la democracia y las elecciones, hacía observaciones críticas sobre la política económica del régimen y dejaba entrever su nostalgia por el neodesarrollismo de los régimens del PT; la Confederación Nacional de la Industria, inmovilizada por su propio gigantismo, prefirió mantenerse al margen, favoreciendo la candidatura de Bolsonaro.

¿Cómo se explica este movimiento? Para dar algunas claves de respuesta a esta pregunta tenemos que considerar al menos cuatro incógnitas: (a) las relaciones de la clase capitalista con el neofascismo de Bolsonaro, (b) las distintas relaciones que las diferentes fracciones de la burguesía mantenían con el régimen de Bolsonaro, (c) la situación política del movimiento popular, y (d) la orientación y las iniciativas de la campaña electoral de Lula y el PT.

Los observadores y comentaristas han destacado el primer y el último término. Sin embargo, han ignorado el segundo y han pasado por alto la importancia del tercero. En este texto analizaré únicamente este movimiento de los grandes capitalistas. No voy a entrar en consideraciones sobre la táctica que debe adoptar el movimiento democrático y popular.

Conflictos de la burguesía con el fascismo de Bolsonaro

Había conflictos entre la burguesía y el régimen neofascista de Jair Bolsonaro. El movimiento social de Bolsonaro, como los movimientos fascistas clásicos, no es un movimiento burgués. Es un movimiento socialmente asentado en la clase media alta, la pequeña burguesía y amplios sectores de terratenientes. Es cierto que estos últimos pertenecen a la clase dominante, pero no constituyen la fracción de la clase capitalista que tiene la hegemonía en el bloque dominante, es decir, la fracción de la clase capitalista cuyos intereses específicos de fracción son priorizados por las políticas económicas, sociales y exteriores del régimen de Bolsonaro.

El régimen de Bolsonaro priorizó los intereses del gran capital financiero internacional y de la fracción de la burguesía brasileña asociada a estas fracciones internacionales. Priorizaba, es decir, no dejaba de contemplar los intereses de otras facciones burguesas -los cambios en la legislación laboral y la reforma neoliberal de la seguridad social son suficientes para demostrarlo-, pero daba prioridad al capital extranjero y a sus socios internos. En este punto se abrió una brecha, propensa a generar conflictos, entre, por un lado, la clase que ocupa el poder del Estado y la fracción burguesa hegemónica; y, por otro, la base social leal al bolsonarismo.

Ejemplos: (a) La grotesca gimnasia política de Bolsonaro que atendiendo sobre todo a los intereses de los accionistas extranjeros y nacionales de Petrobras, intentaba no perder el apoyo militante del que goza entre los camioneros autónomos; (b) el silencio y casi la omisión de Bolsonaro ante la reforma de las pensiones que también castigó a una parte de la clase media y cuya implementación, muy astutamente, dejó en manos del ex presidente de la Cámara de Diputados, el neoliberal Rodrigo Maia de los demócratas; (c) el descontento de una parte de la burguesía con el objetivo de Bolsonaro de implantar una dictadura en un momento en que esta misma burguesía no veía ninguna amenaza del movimiento popular. En el proceso electoral de 2018, la gran burguesía decidió mayoritariamente cooptar al movimiento bolsonarista, ante la inviabilidad electoral de los candidatos de los partidos burgueses tradicionales, pero fue una operación política que implicaba riesgos: el movimiento fascista está al servicio de la burguesía, pero no es un mero instrumento pasivo que la burguesía pueda manipular a su antojo.

Los manifiestos y textos de los grandes empresarios y asociaciones empresariales que se pronuncian sólo en defensa de la democracia y las elecciones pueden estar motivados, exclusivamente, por este conflicto con el fascismo bolsonarista.

Conflictos de la gran burguesía nacional con la política económica

Una parte de la clase empresarial, sin embargo, estaba insatisfecha con la política económica del propio régimen de Bolsonaro. Como he afirmado, este régimen representaba al capital financiero internacional y a la fracción de la burguesía brasileña asociada a él y, en esta medida, relegaba a un plano secundario o contradecía ciertos intereses de otra fracción de la burguesía brasileña, más ligada al mercado interno. Esa burguesía mercado-internista había obtenido la hegemonía política durante los régimens del PT, pero fue desplazada de esta posición por el impeachment en 2016. Michel Temer y Jair Bolsonaro retomaron las políticas económicas neoliberales de los años 90, en una versión más radical; políticas dirigidas contra lo que aún existe en Brasil del estado de bienestar. Esto marcó una diferencia con los régimens de Fernando Henrique Cardoso (FHC), cuyo neoliberalismo se dirigía principalmente contra el estado desarrollista.

La gran burguesía nacional ganó con parte de la política social del régimen de Bolsonaro, pero perdió con la política económica. Resultan ejemplos destacados los posicionamientos de los grandes bancos comerciales de capitales nacionales, la industria naval, y la FIESP, como muestra del conflicto que llevó a estas fracciones de la burguesía a distanciarse de Bolsonaro, al punto que la FIESP se encontró dando un giro de 180 grados. Tras ser presidida por un agitador de Bolsonaro, esta se reposicionaba y presentaba en un documento público reservas críticas a la política económica del régimen de Bolsonaro.

La presencia de los grandes bancos nacionales en esta lista de ejemplos puede causar extrañeza. Después de todo, si el régimen de Bolsonaro era neoliberal, ¿cómo podría el capital financiero estar en contra? Lo que muchos que utilizan el concepto de capital financiero no perciben es que este capital está atravesado por la división entre la burguesía doméstica y la burguesía asociada. Los bancos de inversión, cuyo negocio es captar fondos en el exterior, designados en el lenguaje periodístico por la metonimia “Faria Lima”, estaban con Bolsonaro, pero los grandes bancos comerciales nacionales, que también estaban con él, se alejaron.

Jair Bolsonaro y Paulo Guedes amenazaban la posición dominante de estos bancos en el mercado brasileño. Guedes se pronunció más de una vez, incluso en Davos, contra la “esclavización de la economía brasileña por media docena de bancos” e impulsó la reducción del diferencial bancario. Bolsonaro transfirió a un burócrata del Banco Central la competencia, que pertenecía a la Presidencia de la República, de autorizar la entrada de bancos extranjeros en el mercado nacional. Se trataba de una repetición de las políticas de FHC y Pedro Malan, contra las que Febraban se posicionó en los años 90. El sector de la construcción naval también estaba siguiendo el mismo movimiento.

Estos sectores reclamaban políticas neodesarrollistas que les garanticen reservas de mercado en el suministro de plataformas y barcos para Petrobras, y financiación subvencionada y abundante del BNDES, para salir de la crisis en la que se encuentran los astilleros nacionales. Las políticas de Temer y Bolsonaro han recortado el presupuesto del BNDES, han acabado con la tasa de interés subsidiada a largo plazo (TJLP) y han suprimido la política de contenido local: hablaron de flexibilización, pero lo que hicieron fue supresión.

Resumen de la ópera: la gran burguesía nacional, a diferencia de la gran burguesía asociada, tuvo, por tanto, dos razones para alejarse del régimen de Bolsonaro: el neofascismo y la política económica neoliberal radicalizada. Como dice el documento de la FIEPS, faltaron obras de infraestructura, crédito barato, inversión en ciencia y tecnología, etc. Por otro lado, la gran burguesía asociada, en general, permaneció con el régimen, aunque algunos de sus segmentos, debido al neofascismo, se alejaron también de él. El Estado y el régimen desempeñaron un papel activo en la organización de la hegemonía en el bloque dirigente. De ello se desprende que la fracción hegemónica de la burguesía presentó conflictos con el régimen que buscaba organizar su propia hegemonía, aunque estos conflictos fueron de modalidad, intensidad y frecuencia diferentes a los que separaban al régimen de las fracciones burguesas subordinadas.

En este sentido, cabe recordar los recientes movimientos de Biden en relación con el régimen de Bolsonaro. De la misma manera que Jimmy Carter, con su política de DDHH, socavó la dictadura militar brasileña que, sin embargo, representaba una alianza hegemónica de las multinacionales con la burguesía nacional, también Biden, involucrado en un conflicto más complejo e importante con China y Rusia, ha tomado iniciativas que lo alejan del régimen de Bolsonaro y su posición golpista. Una parte de la burguesía asociada puede ser neutralizada debido a la posición de EEUU.

El movimiento popular y la campaña electoral de Lula

Dos elementos de fondo ayudan a explicar este desplazamiento político de los grandes empresarios: la situación defensiva del movimiento popular y la creciente amplitud de las alianzas que estableció la campaña electoral de Lula.

Creo que la burguesía como clase tiene preferencia por el régimen político democrático-burgués. Sólo recurre a la dictadura en momentos de crisis. La democracia permite a la burguesía una participación amplia e institucionalizada en el proceso de toma de decisiones del Estado, lo que no ocurre en los regímenes de dictadura burguesa: por eso la burguesía sólo renuncia a esta democracia cuando evalúa que existe una amenaza real a su dominación de clase por parte del movimiento popular.

El movimiento popular brasileño está a la defensiva, segmentado en movimientos reivindicativos y desprovisto de un proyecto político viable y alternativo tanto al neoliberalismo como al neodesarrollismo. A su vez, la campaña electoral de Lula prometía sólo retomar el programa de sus dos primeros gobiernos -sin considerar con la debida atención las dificultades y obstáculos que ahora enfrentará y que no enfrentó en el período 2003-2010. En esta situación, teóricamente, la burguesía podía renunciar al régimen neofascista, lo que no significa que necesariamente lo haga porque, además de la determinación de clase, cuenta también, como hemos intentado demostrar, la determinación de fracción.

Las tendencias dominantes fueron las siguientes: la gran burguesía asociada se mantuvo mayoritariamente fiel al régimen, mientras que la gran burguesía nacional, al verse contemplada después de 2016 con una nueva ronda de reformas neoliberales contrarias a los intereses de los trabajadores, se alejó del régimen y retomó la lucha por su hegemonía dentro del bloque en el poder.

Alai / La Haine

 

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