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EE.UU. :: 20/07/2019

Campos de concentración 'made in USA' (I)

Maciek Wisniewski
Los campos de concentración para niños inmigrantes también son prisiones: funcional e integral parte del complejo carcelario-industrial del régimen de EEUU

Acción y reacción. Pensemos en la inquietante presencia del paradigma –o la sinécdoque (véase: S. Moyn, In the aftermath of camps, en: Histories of the aftermath: the legacies of the second world war in Europe, ed. F. Biess, R. G. Moeller, 2010, p. 49-66)– del campo. En su retorno (Agamben et al). Persistencia. Vivacidad. En la manera en que permea el terreno físico (lo material) e ideológico (lo imaginario) de nuestra modernidad. ¿Un ejemplo? La controversia desatada por Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), una congresista demócrata estadounidense, que se refirió a los centros de detención en EEUU para niños centroamericanos como campos de concentración.

Primero en un live-stream, donde criticó la decisión de Trump de albergar unos mil 400 niños migrantes en una base militar que durante la Segunda Guerra sirvió como un campo de internamiento para los ciudadanos estadunidenses de origen japonés (¡reciclaje de campos es una faceta recurrente!). Luego en una serie de tuits denunciando con más fuerza los campos de concentración en la frontera sur, donde los migrantes son brutalizados, deshumanizados y donde mueren. No es una hipérbole, es una opinión experta, concluía citando –entre otros– a A. Pitzer.

En una arremetida ideológica L. Cheney, una congresista republicana −hija del ex vicepresidente– remarcó que AOC con sus palabras menospreció la memoria de 6 millones de judíos exterminados durante el holocausto, un típico intento de silenciar las críticas [desviando el eje]. Mientras los campos de concentración –masiva detención de civiles sin debido proceso− los pre-datan, se insertan sólo parcialmente en su modus operandi y las analogías con éstos no deben ser un tabú, sino algo históricamente deseado. Si el holocausto –¡Nunca más!− no sirve para defender a los más débiles, ¿de qué sirve?

Historia y antecedentes. La existencia en EEUU de (proto)campos de concentración data al menos de los años 30 del siglo XIX. Así que cuando AOC remarcó que el país tiene una larga, vergonzosa e ignorada historia de estos, otra vez ponía el dedo en la llaga. Desde los campos para los nativos domésticos en el contexto de la limpieza étnica, genocidio y la larga "solución del problema indio", donde miles de indígenas morían de sobrepoblación, enfermedades y desnutrición −y en marchas forzadas (Trial of Tears)−, hasta los campos para los nativos coloniales en Filipinas bautizados −oportunamente− suburbios del infierno, erigidos en el contexto del Destino Manifiesto, un clásico esfuerzo de reconcentración de población civil.

Entre 1942-1946 los campos de internamiento para los japoneses-estadounidenses en EEUU albergaban hasta 120 mil personas "sospechosas", mientras otros campos han sido esparcidos a lo largo de su archipiélago imperial (D. Immerwahr, How to hide an empire. A history of greater US, 2019, p. 156). Allí está también el gulag Guantánamo que empezó en los años '90 como centro de detención para los migrantes haitianos y cubanos, cobró vuelo con la guerra al terror (9/11) [o de terror] y que Obama −quien inauguró en 2014 los centros de detención para niños centroamericanos en busca de asilo...− a pesar de sus promesas se vio incapaz de cerrar (aquél ya se ancló demasiado en las periferias del sistema judicial estadunidense). Finalmente, los campos para niños también son prisiones: funcional e integral parte del complejo carcelario-industrial.

Hechos y realidades. La administración de Trump desde hace tiempo se refiere a los centros para niños como campos de verano; para el vicepresidente Pence “es un escándalo llamarlos campos de concentración: los nazis mataban a la gente; nuestros agentes de frontera y aduanas salvan las vidas (sic) todos los días”. Pero las caóticas escenas de los centros de detención que albergan ya a más de 12 mil niños centroamericanos −hacinados, negados de comida, agua suficiente, jabón/cepillo de dientes o atención médica− y otros miles de migrantes que sufren las mismas condiciones –deshumanización y crueldad sistémica evidenciada por la propia AOC− evocan sólo una imagen: el campo. Así es como empieza.

Así es como muere la gente: no por un directo afán exterminatorio, sino por hacinamiento, maltrato, abandono y falta de servicios. Por un premeditado y centralmente inducido desprecio. Recortes, falta de recursos y desborde del sistema ya son la predilecta explicación de los trumpistas que esquivan el meollo del problema: la crueldad adrede. Hasta ahora murieron en custodia 24 adultos y seis niños migrantes. Sí el debate terminológico sobre los campos tiende a ofuscar el sadismo e inhumanidad de la actual política migratoria –su facilismo en culpar a los más débiles (migrantes/pobres), etc.− y el negacionismo implícito en ella −“¿¡como es posible que una nación de tantas libertades y una que haya liberado a Dachau o Buchenwald haya edificado sus propios campos!?”−, la historia es aquí clara: estos sí son campos y los campos tienen que ser liberados.

@MaciekWizz

 

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