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Mundo :: 27/10/2010

Capitalismo: interpretaciones falaces (I)

José Miguel García González
El capitalismo ha tenido desde siempre esa potestad de imponer la idea de que no hay otra alternativa, de que este es el único modelo de organización socio-política posible

La Primera de todas las falacias

Aunque nos duela y mucho, el sistema capitalista tiene una gran “virtud” que no podemos dejar de reconocer, “virtud” que le es intrínseca y que consiste en esa enorme capacidad que el propio sistema tiene de “transformar” sus peores defectos hasta hacerlos parecer como si fueran sus mayores logros. Es ese increíble poder de imponer interpretaciones falaces acerca de la realidad que, aun siendo muy negativa, termina volviéndose la mejor de todas las posibles, y mucha gente (en buena parte la más perjudicada), en vez de resistirla, termina por aceptarla.

Claro está, la porfiada Historia nos demuestra en forma implacable que --una vez y otra también-- en los hechos, el progreso que se logra con el sistema, lo terminan disfrutando muy pocos, o es utilizado para fines espurios como la guerra, la dominación y la expoliación.

Pero por sobre todo, el capitalismo ha tenido desde siempre esa potestad de imponer, con la solemnidad indiscutible de un iluminado, la idea (falaz también y que, lamentablemente, ha calado muy hondo en muchas cabezas progresistas y/o aggiornadas de izquierda), de que no hay otra alternativa, de que este es el único modelo de organización socio-política posible, el único que ha demostrado su capacidad para construir un futuro de adelantos, y más que nada, de prosperidad y de abundancia --que también como siempre--, son cada vez menos las manos que lo están acaparando.

Pues bien, sobre estas interpretaciones falaces que el discurso dominante permanentemente articula (y que los medios masivos que están a su servicio difunden con manifiesta complicidad y complacencia), es sobre las que nos vamos a dedicar en las próximas entradas de este blog.

Pero comencemos recordando, tan sólo a vuelo de pájaro, el inicio mismo del capitalismo.

Al principio fue la esclavitud. Desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XIX (y en algunos lugares un poco más allá en el tiempo), el modo de producción esclavista fue el principal motor que movió al naciente capitalismo. Durante este período, también, se consolida la expansión colonial europea y la formación de los grandes imperios de ultramar. Dejando un poco de lado a España (que a pesar de la terrible explotación que hizo padecer su conquista al suelo americano y a sus pobladores nativos --a los cuales, en algunos lugares, diezmó casi hasta la extinción--, las enormes riquezas extraídas de sus colonias, tan rápidamente como las obtuvo, las dilapidó) y centrémonos en el Imperio Británico que fue el gran disparador del capitalismo.

Pues bien, gracias a las intensivas plantaciones de las colonias (azúcar, tabaco, café y más tardíamente algodón), concretadas a fuerza de mano de obra esclava, se sentaron las bases de la acumulación de la riqueza que propició el surgimiento del sistema capitalista. Al mismo tiempo, la enorme plusvalía que el tráfico de esclavos proporcionaba –con su muy rentable ruta triangular de comercio (1) que Inglaterra acaparó mayoritariamente— creó “los capitales ociosos” que solventaron la primera revolución industrial, y con ella, la concreción definitiva del sistema capitalista.

El avance de la primera revolución industrial trae aparejado el surgimiento de la clase obrera, que comienza su existencia siendo casi tan explotada como lo eran sus hermanos esclavos (14 o más horas de trabajo diarias sin descanso semanal; trabajo infantil, que resultaba aún más barato, y que penosamente era tan abundantemente utilizado en las minas de carbón de donde se extraía el combustible para las nuevas máquinas; los costos salariales de la mano de obra que en poco excedían a los costos de manutención que tenía un esclavo, etc.) lo que habla a las claras que el viejo sistema de producción esclavista bien podría ser sustituido por la clase obrera sin “alterar dramáticamente sus costos”.

Además, no olvidemos, que gracias a los telares mecánicos, a la máquina de vapor y a todos los inventos que luego les seguirían, la productividad de las fábricas aumentó en forma exponencial. Esto trajo aparejado una enorme cantidad de mercancías que debían volcarse a la venta y que no tenían compradores. El naciente capitalismo, como el aire a los pulmones, necesitaba de nuevos consumidores, no sólo dentro del Imperio mismo, sino también en todos los lugares de destino de los productos manufacturados ingleses. Y los nuevos proletarios eran mejores consumidores que los viejos esclavos.

Fue esta la verdadera razón por la cual el Imperio Británico dicta la famosa ley de abolición del comercio de esclavos (que no de la esclavitud) de 1807. No fue que a los Lores, que hasta entonces regenteaban barcos negreros, se les hubiera enternecido el corazón, ni que el capitalismo comenzara a humanizarse, sino que el sistema necesitaba nuevos consumidores para seguir creciendo, y esos mismos barcos sucios por la sangre de más de 12 millones de africanos que fueron arrancados de cuajo de su suelo para ser vendidos como esclavos, ahora se blanqueaban para cargar mercancías, porque las “condiciones del mercado” habían vuelto mucho más rentable al comercio de bienes manufacturados que al comercio de hombres, al menos para los ingleses.

La primera gran falacia

Traemos todo esto a la memoria para reafirmar que desde su nacimiento mismo, la falacia número uno del capitalismo ha sido su principal enunciado, su “virtud” más destacada, la que ha sido repetida hasta el hartazgo, la cual reafirma que: “este es el único sistema de organización económico-social capaz de asegurar una vida mejor a la inmensa mayoría de la Humanidad”. En resumidas cuentas, y a modo de etiqueta o mensaje publicitario algo así como: “con el capitalismo se vive en el mejor de los Mundos”.

Ahora bien, si tan sólo alguna vez hubiera sido así en todos estos siglos, convendría preguntarnos, ¿en qué mejor Mundo vivieron los que sufrieron el tráfico de esclavos, los que padecieron los ingenios, las plantaciones y las minas para que el capitalismo naciera vigoro y construyera los grandes imperios de ultramar de entonces?; ¿por qué mejor Mundo les tocó pasar a tantos pueblos colonizados y expoliados para que el capitalismo siguiera floreciente y enriqueciendo a las grandes metrópolis imperiales al tiempo que sumía en el mayor de los despojos, muerte de los nativos y el mayor de los atrasos, a tantas tierras coloniales?; ¿qué mejor vida tuvieron los millones y millones de obreros que trabajaron de sol a sol durante las revoluciones industriales, para sustentar con su sudor y sus vidas la acumulación de los inmensos capitales que terminaron de moldear la élite de países desarrollados que han acaparado el poder económico y tecnológico dominante, por lo menos, hasta fines del siglo XX?

El nuevo capitalismo “humanizado”

Claro está, algunos podrán argumentar que ese tipo de capitalismo ya no existe, que es cosa del pasado, pero ¿qué pasa hoy, en pleno siglo XXI cuando ni por asomo se puede cumplir con las “humildes” (por no llamarlas vergonzosas) metas del milenio? ¿Cuánto ha mejorado el capitalismo la vida de casi 1500 millones de hombres y mujeres que viven con un dólar al día o menos, en la más absoluta indigencia y con una esperanza de vida que apenas alcanza los 40 años? ¿Y cuánto las de otros tantos seres humanas cercados por la pobreza y por la falta de servicios básicos, cuyo futuro no les depara muchas más esperanzas que la de los anteriores, ni de vida, ni de ninguna otra especie? Y cuando reseñamos esto, estamos hablando que nada menos que la mitad de la Humanidad no ha sido tocada por la varita mágica del capitalismo.

Pero si nos pusiéramos a hurgar un poco más profunda y detalladamente, realmente, ¿qué porcentaje de la población mundial actual disfruta a pleno de las “enormes ventajas” que ha desarrollado el sistema? ¿Cuántos? No lo sabemos a ciencia cierta, pero estamos seguros que son muy pocos. Desgraciadamente una proporción muy minúscula de todos los seres humanos.

Mal que nos pese, el sistema de expoliación capitalista sigue tan vigente hoy en pleno siglo XXI como lo estuvo desde el primer día. A lo sumo se le han hacho algunos cambios de fachada obligados por la fuerza de las circunstancias. Su esencia no ha cambiado para nada. Su última crisis, en 2008, lo demuestra claramente.

Convenzámonos, sólo un puñado de “elegidos” es el que disfruta del capitalismo y es el que lo maneja a su antojo, pero es el Hombre todo quien lo viene sufriendo por más de tres siglos; es la Humanidad toda la que sigue siendo esclava de un sistema de organización económica, política y social que tiene por principio, y también por fin, la explotación del hombre por el hombre mismo. Es así de sencillo. Es así de desolador.

Y peor aún, estos últimos años de capitalismo desbocado nos están demostrando que con esto último ya no alcanza, la naturaleza insaciable del sistema está exigiendo mucho más. Pero ese será el tema de nuestra segunda gran falacia capitalista.


Nota

(1) “Los barcos negreros partían de Liverpool o Bristol (ciudades que crecieron y se desarrollaron gracias al comercio de esclavos) hasta el oeste de África (la ex Guinea Portuguesa) llevando ron, chucherías y algunas armas que daban como forma de pago por los esclavos hechos prisioneros por los jefes de las distintas tribus que vivían en permanentes conflictos entre si. Luego, el traslado de los mismos en los barcos negreros hasta América, donde eran vendidos a cambio de algunos de los productos que se cultivaban con mano de obra esclava, y por ende, resultaban muy baratos. Finalmente, cerrando esta ruta triangular, volvían los barcos repletos de mercancías a Inglaterra, para ser distribuidas a precios de oro por toda Europa.”

“El principal destino de los barcos negreros era las “Sugar Islands”. Islas que nada tuvieron de dulces para los esclavos que lograban sobrevivir a las inhumanas condiciones que debían soportar en su travesía por el Atlántico. Se estima que alrededor del 40% de los esclavos no lograban llegar vivos, ya sea por las condiciones de hacinamiento, por los castigos recibidos, por las nuevas enfermedades que el hombre blanco les contagiaba, o porque lisa y llanamente eran tirados al mar si se resistían a su nueva condición. Pero el destino de los que lograban tocar con sus pies engrillados las tierras del azúcar, no era mucho mejor. Las terribles condiciones de trabajo a las que eran sometidos los recién llegados, conducía a que más de una tercera parte de ellos no sobreviviera más de tres años en las haciendas y en los ingenios. Las lágrimas de sufrimiento por las penurias y los azotes recibidos caían y se mezclaban con la sangre fresca recién derramada por los hermanos cautivos que allí mismo acababan de morir.”

“Mientras tanto los duques en la City saboreaban el “five o’clock tea” bien dulce, gracias a que sus esclavos de Jamaica, Ceilán y tantos otros lugares, dejaban los “bofes cinchando”, --como dice la canción--, en las plantaciones de azúcar, tabaco, café, té y algodón.”

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