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Mundo, Medio Oriente :: 24/02/2012

Carta a una periodista

Jean Bricmont
La izquierda occidental se ha dejado convencer completamente por los argumentos favorables a la "injerencia humanitaria"

Una periodista (no diré su nombre ni el del periódico para el que trabaja) me ha interpelado acerca de mi «apoyo a los dictadores» (en particular a Asad), la supuesta injerencia en los asuntos internos de países como Siria que implica este apoyo, mis vínculos con la extrema derecha y con páginas «conspiracionistas», y el «aval» racionalista y progresista que les brindo. Esta es mi respuesta:

Plantea usted dos cuestiones importantes: mi «apoyo a los dictadores» y mis «vínculos con la extrema derecha». Estas cuestiones son importantes, no porque sean pertinentes (no lo son), sino porque son típicas de la estrategia de demonización de las modestas formas de resistencia a la guerra y el imperialismo que existen en Francia. Por culpa de esta clase de amalgamas a mi amigo Michel Collon no le han dejado hablar en la Bolsa del Trabajo de París, a raíz de una campaña urdida por presuntos anarquistas.

De entrada, y ya que usted habla de racionalismo, recordemos al mayor filósofo racionalista del siglo XX, Bertrand Russell. ¿Qué le pasó cuando estalló la Primera Guerra Mundial, a la que se oponía? Le acusaron de apoyar al Káiser, evidentemente. El ardid que consiste en denunciar a quienes se oponen a las guerras como partidarios del otro bando es tan viejo como la propaganda de guerra. En las últimas décadas yo también he «apoyado» a Milosévich, Sadam Hussein, los talibanes, Gadafi, Asad y mañana, quizá, dirán que apoyo a Ahmadineyad.

En realidad no apoyo a ningún régimen, apoyo una política de no injerencia, es decir: no sólo me opongo a las guerras humanitarias, sino también a las elecciones compradas, a las revoluciones de colorines, a los golpes de estado urdidos por Occidente, etc.; propongo que Occidente haga suya la política del movimiento de países no alineados que en 2003, poco antes de la invasión de Irak, abogaban por «fortalecer la cooperación internacional para resolver los problemas internacionales que tengan un carácter humanitario, respetando estrictamente la Carta de las Naciones Unidas» y reiteraban que «el movimiento de no alineados rechaza el autodenominado derecho de intervención humanitaria, que no tiene ningún asidero en la Carta de las Naciones Unidas ni en el derecho internacional».

Es la posición constante de la mayoría de la humanidad, de China, de Rusia, de la India, de América Latina, de la Unión Africana. Al margen de lo que usted piense, esta posición no es de extrema derecha.

Como he escrito un libro sobre este asunto ("Impérialisme humanitaire", Aden, Bruselas; trad. de Ángelo Ponziano, "Imperialismo humanitario", Ediciones de Intervención Cultural), no voy a exponer en detalle mis razones; me limitaré a sugerir que si los occidentales son tan capaces de resolver el problema de Siria, ¿por qué no resuelven antes los de Irak, Afganistán o Somalia? También señalaré que hay un principio moral elemental cuando un país interviene en los asuntos internos de otro país: cargar con las consecuencias. Los occidentales, por lo que se ve, piensan que hacen el bien en todas partes, pero los millones de víctimas causadas por las guerras de Indochina, África Austral, América Central y Oriente Próximo seguramente lo ven de otra manera.

En cuanto a mis vínculos con la extrema derecha, hay dos cuestiones distintas: ¿qué se entiende por vínculos, y qué se entiende por extrema derecha? Puede estar segura de que me encantaría manifestarme con toda la izquierda contra la política de injerencia, como creo que debe hacer. Pero la izquierda occidental se ha dejado convencer completamente por los argumentos favorables a la injerencia humanitaria y, en este sentido, critica con frecuencia a los gobiernos occidentales porque, a su entender, no se injieren lo suficiente.

De modo que las pocas veces que me manifiesto, lo hago con quienes están de acuerdo en hacerlo, que ni por asomo son todos de extrema derecha (a no ser que se considere de extrema derecha toda oposición a las guerras humanitarias), pero tampoco son de izquierda en el sentido usual de la palabra, dado que la mayoría de la izquierda apoya la política de injerencia. Como mucho, una parte de la izquierda se refugia en el «ninismo»: ni OTAN ni el país de turno atacado.

Personalmente considero que es nuestro deber luchar contra el militarismo y el imperialismo de nuestros propios países, no criticar a los que se defienden de ellos, y que nuestra posición no tiene nada de neutral ni de simétrica, contrariamente a lo que sugiere el eslogan nini.

Además creo que tengo derecho a reunirme y hablar con quien quiera; a veces hablo con personas que usted calificaría de extrema derecha (aunque la mayoría de las veces no estoy de acuerdo con esa calificación), pero más a menudo lo hago con personas de extrema izquierda y mucho más aún con personas que no son ni lo uno ni lo otro. Si me intereso por los sirios que se oponen a la política de injerencia es porque pueden proporcionarme informaciones sobre su país que contradigan el discurso dominante, mientras que a través de los medios conozco de sobra el discurso de los sirios favorables a la injerencia.

En lo que respecta a las páginas web, me expreso donde puedo, y si el NPA, el Frente de Izquierda o el PCF quieren escucharme o debatir conmigo sobre la política de injerencia, no tengo ningún inconveniente en hacerlo. Pero no se da el caso. He observado que las páginas «conspiracionistas», como usted las llama, son mucho más abiertas, porque suelen estar al tanto de que no comparto sus análisis, en particular sobre el 11 de septiembre, y de todos modos me aceptan. Además las personas que conozco y que publican en estas páginas no son ni mucho menos de extrema derecha, y el simple hecho de mostrar escepticismo frente a la versión oficial del 11 de septiembre no es en sí una postura de extrema derecha.

El mundo es demasiado complicado para tener una actitud «pura» que sólo nos permita juntarnos y hablar con gente de «nuestra cuerda». No olvidemos que en Francia fue el parlamento elegido en el periodo del Frente Popular el que dio plenos poderes al general Pétain (una vez excluidos los diputados comunistas, y con el concurso de los senadores). Y la oposición a la colaboración reunía a los estalinistas (por entonces los comunistas lo eran) y los gaullistas, muchos de los cuales, antes de la guerra, eran muy de derechas. Algo parecido sucedió durante la guerra de Argelia o la de Vietnam: la oposición a estas guerras reunía, entre otros, a comunistas, maoístas, trotskistas, cristianos de izquierda y pacifistas ―a propósito, ¿acaso Stalin, el FLN argelino y Ho Chi Min eran demócratas? ¿Era malo «apoyarlos», es decir, oponerse con ellos al nazismo y al colonialismo? Y en las campañas anticomunistas de los años ochenta, ¿acaso la izquierda de los derechos del hombre no hizo causa común con una serie de nacionalistas extremos o antisemitas (como Solzhenitsin)? Y hoy los partidarios de la injerencia en Libia y en Siria, ¿no hacen causa común con Catar, Arabia Saudí y una serie de movimientos salafistas?

También tengo un problema con la definición de «extrema derecha». No sé muy bien lo que usted entiende por eso, pero para mí lo que cuentan son las ideas, no las etiquetas. Agredir a un país que no te está amenazando (tal es la esencia del «derecho de injerencia»), para mí, es una idea de extrema derecha. Castigar a las personas por sus opiniones (como hace la Ley Gayssot), para mí, es una idea de extrema derecha. Arrebatar a los países su soberanía y con ella el fundamento de la democracia, como hace cada vez más la «construcción europea», para mí, es una idea de extrema derecha. Decir que «a Israel lo critican mucho porque es una gran democracia», como si no hubiera otros motivos para criticar a Israel ―la frase es del político por el que casi toda la izquierda votará en la segunda vuelta (François Hollande)―, para mí, es una idea de extrema derecha. Oponer de manera simplista a Occidente al resto del mundo y en particular a Rusia y China, como hace hoy gran parte de la izquierda en nombre de la democracia y los derechos humanos, para mí, es una idea de extrema derecha.

Si quiere que le diga un lugar donde estaré de acuerdo, sin dudarlo, con la «izquierda», viaje un poco y vaya a América Latina. Allí verá que toda la izquierda es antimperialista, popular, soberanista y democrática; que líderes como Chávez, Ortega y Fernández son elegidos y reelegidos con porcentajes aquí impensables, incluso para la «izquierda democrática», y se enfrentan a una oposición mediática mucho más peligrosa que un simple Faurisson, una oposición que ha llegado a apoyar golpes de estado; pero nunca se les ha ocurrido prohibirla.

Lamentablemente, en Europa y sobre todo en Francia, la izquierda ha capitulado en muchos terrenos: la paz, el derecho internacional, la soberanía, la libertad de expresión, el pueblo y el control social de la economía. Esta izquierda ha remplazado la política por la moral: ella decide quién es demócrata y quién no en todo el mundo, quién es de extrema derecha y con quién se puede uno juntar. Se dedica a «denunciar» con voz campanuda a los dictadores y sus cómplices, las expresiones políticamente incorrectas, o a los antisemitas, pero en realidad no propone ninguna medida concreta que responda a las preocupaciones de los pueblos que pretende representar.

No cabe duda de que este abandono general de las causas progresistas despeja el camino a cierta extrema derecha, pero la culpa es de quienes han hecho y aceptado estos cambios, no de quienes intentan oponerse modestamente al orden mundial.


Jean Bricmont es profesor de física teórica en la Universidad de Lovaina (Bélgica). Es autor de "Humanitarian Imperialism" y coautor, con Alan Sokal, de "Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals’ Abuse of Science" [Imposturas intelectuales, Paidós, Barcelona, 1999]. Miembro del Tribunal de Bruselas.

"http://larevolucionvive.org.ve" class="linebreak" target="_blank">http://larevolucionvive.org.ve - Traducido para "La Revolución vive" por Juan Vivanco

 

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