Chile, ahora comienza la transición
Y, en caso de que la respuesta afirmativa fuese mayoritaria, qué clase de órgano debería ser el encargado de redactar la nueva Carta Magna. Había dos alternativas: o bien una “Convención Constitucional” compuesta por 155 personas exclusivamente electas con este fin y que una vez finalizado el proceso deberá disolverse o, en caso contrario, una “Convención Mixta” conformada por 172 integrantes, un 50 por ciento de los cuales parlamentarios y el 50 por ciento restante por ciudadanos también electos con este único fin.
Esta consulta no fue una concesión graciosa de la casta política post-pinochetista sino el corolario de un largo proceso de luchas populares que alcanzaron su apogeo en las jornadas que tuvieron lugar a partir del 18 de octubre del 2019. Éstas dieron por tierra con la fantasiosa imagen del “modelo chileno”, ese supuestamente virtuoso paradigma de la transición democrática y del éxito económico publicitado sin escrúpulos y sin pausa por los intereses dominantes y el imperio.
Las protestas desbarataron en un furioso abrir y cerrar de ojos la espesa telaraña de mentiras oficiales dejando al descubierto un país con uno de los mayores índices de desigualdad económica del mundo, con los hogares más endeudados de Latinoamérica y el Caribe, con un sistema previsional que durante más de cuarenta años estafó a jubilados y pensionados, y un país en el cual según lo demuestra una investigación, las mujeres que nacen en las comunas populares del Gran Santiago tienen una esperanza de vida 18 años menor que las que tienen la suerte de nacer en Providencia, Vitacura o Las Condes. “Chile limita al centro de la injusticia”, cantaba Violeta Parra a mediados de los sesentas, en una época en donde aquélla no había llegado a los extremos inimaginables que alcanzara gracias al pinochetismo y sus sucesores.
Las resistencias y luchas nunca cejaron, y alcanzaron una inercia acumulativa que produjo el estallido social de octubre. Del subsuelo profundo de Chile irrumpió la verdad que el dictador y los protagonistas de la fallida “transición democrática” trataron de ocultar. Nadie fue más elocuente que la esposa del presidente Sebastián Piñera para describir lo que ocurría en el país cuando, angustiada, le confesó a una amiga que “estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena.”
Su reacción es comprensible: esos rostros crispados y hartos de tanta opresión e injusticia, esos cuerpos que se oponían heroicamente a los criminales disparos de las fuerzas de seguridad habían sido invisibilizados durante casi medio siglo y para la cultura dominante eran “alienígenas”, un amenazante populacho que venía a perturbar la confortable existencia de los dueños del país y sus riquezas. Y, después de los resultados del plebiscito parece que los “invasores” no quieren regresar al pasado. Quieren construir un nuevo orden constitucional que les devuelva los derechos que les fueran conculcados apelando a mañosas trapisondas y a las malas artes de la propaganda política perversamente administradas por el sicariato mediático, con El Mercurio a la cabeza.
El resultado del plebiscito es categórico e inapelable. Tras un parto durísimo la sociedad chilena reinicia su transición hacia la democracia. La nueva Constitución deberá desmontar el complejo y tramposo entramado de privilegios y enclaves autoritarios establecidos a lo largo de medio siglo, y para ello será indispensable que las masas mantengan su presencia en calles y plazas. Su desmovilización o su repliegue al quietismo anterior a los eventos de octubre sería fatal.
La redacción de una nueva Constitución, un delicado trabajo de relojería, será apenas el primer paso de la larga marcha que se inicia para que Chile se reencuentre con la democracia, brutalmente tronchada por el golpe de 1973 y sólo reconstruida en sus apariencias externas en los largos treinta años de gobiernos de la derecha de viejo y nuevo cuño. ¡Salud Chile, toda Latinoamérica te abraza con alegría y esperanza!
Página 12