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México :: 17/07/2006

Ciudad Juárez: matadero de mujeres

Elena Poniatowska
Comentario sobre el libro Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez, que nos enseña a un gobierno que cierra los ojos, a un país de culpables, y nos abofetea con la indiferencia (y también la indefensión) de 400 mil mujeres, casi la mitad de la población de Juárez, Chihuahua, que cuenta con un millón de habitantes.

En una entrevista reciente, el poeta David Huerta declaró muy espontáneamente y con toda razón a propósito de las muertas de Juárez: "Esos crímenes son un absoluto y total escándalo". Sergio González Rodríguez lo corrobora con una frase a la que le dio un giro extraordinario, el de "las muertas sin fin de Ciudad Juárez". En esa misma entrevista, David Huerta acusó a Fox y lo tildó de incapaz, así como "al estúpido gobernador de Chihuahua", y concluyó: "Tienen que resolver estos crímenes, si no, este país no vale la pena".

Desde luego el libro de Sergio González Rodríguez (*) vale la pena. Huesos en el desierto nos enseña a un gobierno que cierra los ojos, a un país de culpables, y nos abofetea con la indiferencia (y también la indefensión) de 400 mil mujeres, casi la mitad de la población de Juárez, Chihuahua, que cuenta con un millón de habitantes.

Asimismo nos advierte que entre 1993 y 1995 los cadáveres de 30 mujeres asesinadas se encontraron casi en el mismo lugar, que en 1995 la ciudad padeció 1302 delitos sexuales de los que el 14,5 por ciento fue por violaciones. Un año después, el número de delitos había aumentado 35 por ciento respecto de 1995. Los cuerpos estrangulados y violados encontrados en la arena del desierto pertenecían a muchachas pobres, morenas, de cabello largo, delgadas, bonitas (como son todas las jóvenes), que por lo general sostenían a su familia al trabajar en maquiladoras, farmacias o tiendas de autoservicio.

Señorita extraviada, el ahora célebre documental de Lourdes Portillo, filmado en el año 2000, afectó a todos sus espectadores y reavivó la indignación en contra de este crimen múltiple. Le dio además proyección internacional. Con Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez viene a unirse a la campaña de apoyo a los familiares que se enfrentan a la indiferencia total del gobierno de Chihuahua desde hace más de diez años, a lo largo de los cuales casi 300 mujeres han sido asesinadas.

¿Por qué Sergio González Rodríguez escribió Huesos en el desierto? Por lo general, los intelectuales no se aventuran a temas tan sórdidos. Sergio es un creador, un crítico literario, un escritor que opina sobre temas de alta cultura, como suele llamársele. Es un hombre que vive entre libros y se rodea de revistas y suplementos culturales. Su ámbito es la investigación y la biblioteca. ¿Por qué abandonó sus amados documentos para hurgar en la basura? ¿Por qué se lanzó, como apunta Christopher Domínguez, a un periodismo duro, a una geografía del peligro, por qué escogió un "ecosistema del mal"? ¿Por qué puso en riesgo su propia integridad?

Como cuenta González Rodríguez en su epílogo, sus razones para escribirlo fueron personales. Primero publicó reportajes para el periódico Reforma. Por ello lo asaltaron en un taxi el 15 de junio de 1999, lo golpearon, lo hirieron con un picahielos en las piernas y dos meses más tarde, al sentirse mal y darse cuenta de que se le trababa la lengua, terminó en el hospital, donde le diagnosticaron un hematoma en el cerebro, producto de los golpes del asalto. Tuvo que someterse a una peligrosa operación, desde luego mucho menos peligrosa que la violencia a la que lo habían expuesto los dos sujetos armados que lo atacaron, porque Sergio inició una investigación a fondo sobre Ciudad Juárez y sus muertas.

Lejos de amedrentarlo, la violencia ejercida en su contra le dio razones aún más poderosas para inclinarse sobre la violencia que se ejerce contra los demás. Después de varios reportajes, decidió adentrarse en la herida atroz, sanguinolenta, fresca y siempre renovada del asesinato en serie de las mujeres de Juárez. Así, como lo dice Christopher Domínguez, González Rodríguez se convirtió en un "escritor civilizatorio".

El problema de las muertas de Juárez es de impunidad y de misoginia, como deja muy claro González Rodríguez. Mujeres de 14 y 15 años han sido encontradas muertas en Ciudad Juárez sin que el gobierno se preocupe por esos asesinatos, convirtiéndolos en los más despiadados de México.

¿Por qué no hay reacción? ¿Por qué siguen libres los victimarios de las mujeres?

En 1985, después del terremoto del 19 de septiembre, las últimas en ser rescatadas fueron las costureras de las fábricas de San Antonio Abad. ¿Por qué? Porque eran mujeres, trabajaban sin seguro social en talleres clandestinos y las consideraban igual que basura. Lo mismo sucede con las muertas de Juárez.

"Las mujeres no valen nada, puede matarlas cualquiera", concluyen las autoridades, como corrobora el libro Huesos en el desierto. Como un kleenex, un vaso de plástico de usar y tirar, un plato desechable, la vida de 300 muchachas se ha ido por el caño. Estas jovencitas no eran basura: estudiaban, tenían esperanza, amigos, novio; una de ellas enseñaba catecismo, otra a reconocer las letras a parvulitos, y ahora que han muerto no se da ningún valor a lo que fueron cuando tenían vida. Al contrario, las autoridades parecen decir: "Se lo buscaron".

Como dije al principio, los intelectuales, salvo escasas y honrosas excepciones, no suelen preocuparse, ni mucho menos tratar temas escabrosos. Los derechos humanos son prioridad de Amnistía Internacional y de otros organismos, no de individuos enmarcados por el bastidor de la literatura. Sólo José Revueltas se pasó la vida en la cárcel por defender a sus congéneres. Sergio González Rodríguez lo hizo por un imperativo moral y su libro habla bien de él no sólo porque es un buen texto sino porque nos muestra a un hombre para quien la condición humana tiene el valor que hizo de André Malraux un gran escritor y un ser humano excepcional.

* Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez, Anagrama, 2006, 378 páginas.


Otros casos similares

Sergio González Rodríguez

Una situación similar y tan grave como la que se vive en Chihuahua es la que sufren las mujeres de Centroamérica, si bien los casos tienen mucha menos difusión. Del 2001 a mayo del 2005 aparecieron asesinadas 1780 en Guatemala, 462 en Honduras, 117 en Costa Rica, alrededor de cinco al mes en El Salvador. No hay datos de Panamá, Belice y Nicaragua; pero, por ejemplo, se sabe que en Nicaragua cada diez minutos hay una situación de maltrato familiar: en el 2003 se denunciaron 51 mil casos de abuso a niñas y mujeres en un país de poco más de 5 millones de habitantes.

Las autoridades suelen acusar a las "maras", pandillas de jóvenes delincuentes involucrados en todo tipo de actividades, pero las activistas creen que, como en Juárez, se señala a este "culpable" puntual sólo para encubrir una trama mayor, política y económica.

Según un informe de Amnistía Internacional, Agencia Cerigua y portal mujereshoy.com, Guatemala ya ocupa el segundo lugar mundial donde más mujeres son asesinadas -el primero le corresponde a la Federación Rusa-: en los primeros meses del 2006, el número ascendía a 50. A pesar de la gravedad de la situación, sólo se ha investigado el 9 por ciento de las muertes. El 40 por ciento sólo se archiva.

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