Conxita Grangé, en el 'puente de los cuervos'
En 1949, con el recuerdo del miedo mordiendo todavía los andrajos de rayas verticales de las deportadas, Anna Seghers, (la escritora judía y comunista que fue durante casi tres décadas presidenta de la Asociación de escritores de la República Democrática Alemana) explicaba a los muchachos alemanes quienes eran las prisioneras de Ravensbrück, el campo de concentración nazi que estuvo en aquel puente de los cuervos: eran las mujeres que, entre los niños y el futuro, interpusieron "como un escudo de acero, sus frágiles cuerpos durante todo el tiempo del terror fascista".
Ese siniestro puente de los cuervos está en Brandenburgo, junto a Fürstenberg; empezaron a levantarlo un día de mayo de 1939, y fue destinado a campo de concentración para mujeres. Hoy, pueden verse allí las casas de los oficiales alemanes de las SS y de las aufseherinnen, las crueles guardianas; el gran edificio de la kommandantur, y la lagerplatz donde formaban las deportadas soportando diariamente el frío, las palizas y la muerte al menor movimiento; allí están los barracones de las prisioneras y las ahora silenciosas torres de vigilancia, que siguen siendo escalofriantes, y más allá, el bucólico y apacible Röblinsee, el lago que acaricia la pequeña población de Fürstenberg/Havel donde las deportadas iban a cortar cañaverales, despellejándose las manos con el agua hasta la cintura en verano y en invierno. Junto al campo, la empresa Siemens construyó veinte enormes talleres donde las prisioneras trabajaban como esclavas.
Sabemos muchas cosas sobre el campo porque Urszula Wiska, una presa y miembro de la resistencia polaca, escondió documentos de la administración y pudo pasarlos a sus compañeras; después, escribió sus Memorias de Ravensbrük. También conocemos su historia por los testimonios de otras deportadas y por el trabajo de los tenaces y esforzados miembros de Amical Ravensbrük, que siguen documentando el subsuelo de la vida en aquel infierno.
La huida de los nazis ante la inminente llegada del Ejército Rojo dejó la telaraña siniestra de las atrocidades: el gigantesco cilindro de casi mil kilos que aplanaba el terreno, que tenían que arrastrar seis prisioneras, está ahora junto a las celdas de castigo; muchas deportadas murieron aplastadas por él; el callejón del corredor de la muerte, donde los guardianes de las SS realizaban prácticas de tiro con las deportadas: eran obligadas a formar en fila, una detrás de otra; cuando mataban a la primera, la que estaba tras ella pasaba a ser el próximo blanco. Las mujeres podían morir de una inyección de gasolina en el corazón, de un disparo en la sien en la lagerplatz o en las cámaras de gas, o destrozadas a hachazos por Dorothea Binz, la guardiana que disfrutaba azotando a las prisioneras hasta la muerte en un búnker de castigo. Binz paseaba con su látigo y su feroz perro pastor alemán abrigado con una manta con el símbolo de las SS: era capaz de azuzar a los perros para que matasen a dentelladas a una prisionera. Allí también estaba María Mandel, la Bestia, otra supervisora de las SS.
En el puente de los cuervos estuvo Alfonsina Bueno, una deportada de la CNT; y Neus Català, comunista del PSUC, y María, de quien sólo conocemos su nombre y que era socialista, que murió en Ravensbrück devorada por los piojos, y Conxita Grangé, entre tantas otras. El 14 de abril de 1945 las SS evacuaron a las prisioneras de Ravensbrück hacia el campo de Sachsenhausen y después, las condujeron en la marcha de la muerte, todavía vigiladas por los guardianes nazis. Algunas pudieron escapar, y en el caos del final de la guerra, algunas, como Conxita, pudieron salvarse y empezaron a vivir de nuevo cuando vieron los tanques soviéticos. El 30 de abril de 1945, llegaron a Ravensbrück los primeros soldados del Ejército Rojo.
Hace pocas semanas, a finales de este agosto de fuego, Amical Ravensbrück emitió una nota: "Hemos perdido a Conxita Grangé, última de las valerosas mujeres que lucharon por el gobierno legítimo en España, en la resistencia a los nazis en el exilio y ya deportada en Ravensbrück saboteando la fabricación de armas. Después de la liberación, su lucha fue contra el olvido. De las aproximadamente 250 mujeres de nacionalidad española que [...] pasaron por el campo de Ravensbrück [...], Conxita Grangé era la última superviviente." Ha muerto en Toulouse: tenía noventa y cuatro años, y un corazón generoso y fraterno.
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