Cuentas todo el día
Endeudadas para poder pagar un aborto, para pagar la luz o el gas, para tener teléfono y no quedar fuera del mercado laboral, para comprar las semillas que crecerán en la quinta; la deuda no es sólo esa abstracción que se nombra en miles de millones de dólares y asociada a la palabra “externa” sino un sistema de obediencia a largo plazo que opera en el presente y explota de manera diferenciada cuerpos y territorios. En Una lectura feminista de la deuda “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos” –editado por la Fundación Rosa Luxemburgo–, Verónica Gago y Luci Cavallero se proponen “sacar del clóset” a la deuda, situarla, hacerla visible y darle cuerpo para que, como sucede con la herramienta del Paro Internacional Feminista, se abra la pregunta urgente: ¿cómo desobedecemos, cómo nos rebelamos frente a la lógica de las finanzas, sus tasas de interés, su expropiación de nuestro tiempo?
El paro internacional feminista investiga de modo práctico las múltiples formas de explotación que se anudan en nuestras vidas precarizadas. Así ha logrado poner de relieve una conexión para nada evidente entre vida cotidiana, feminización del trabajo y explotación financiera. A través de la expansión del microcrédito, la deuda con tarjetas y préstamos formales e informales y la financierización de alimentos y medicamentos pero también de las garantías para poder alquilar, vemos cómo sostenemos la crisis, la inflación y los recortes de infraestructura pública a costa de nuestros cuerpos y esfuerzos permanentes, haciendo malabares en el día a día.
Así, vemos que las deudas son un modo de gestión de la crisis: nada explota pero todo implosiona. Hacia adentro de las familias, en los hogares, en los trabajos, en los barrios, la obligación financiera hace que los vínculos se vuelvan más frágiles y precarios al estar sometidos a la presión permanente de la deuda. La estructura del endeudamiento masivo que lleva más de una década es lo que nos da pistas de la forma actual que toma la crisis: como responsabilidad individual, como incremento de las violencias llamadas “domésticas”, como mayor precarización de las existencias.
La pregunta política se vuelve urgente: ¿cómo se hace huelga y sabotaje contra las finanzas? ¿Cómo se desobedece a ese patrón invisible que aparece como tasa de interés exorbitante? ¿Cómo nos rebelamos frente ese robo del tiempo que nos tiene haciendo cuentas todo el día e, involuntariamente, financiando el tiempo del patriarcado?
SACAR DEL CLÓSET A LA DEUDA
Sacar del clóset a la deuda de cada quien (cada persona, cada hogar, cada familia) significa primero hablar de ella. Narrarla y conceptualizarla para entender cómo funciona. Investigar con qué economías se enhebra. Hacer visible de qué formas de vida se aprovecha y cómo interviene en los procesos de producción y de reproducción de la vida.En qué territorios se hace fuerte. Qué tipo de obediencias produce. Sacar del clóset a la deuda significa hacerla visible y ponerla como problema común. Desindividualizarla. Porque sacarla del clóset implica desafiar su poder de avergonzar y su poder de funcionar como un “asunto privado”, con el cual nos enfrentamos haciendo cuentas a solas. Pero sacar del clóset es también mostrar el modo diferencial en que la deuda funciona para las mujeres y las lesbianas,trans y travestis. Investigar qué “diferencial de explotación” se produce cuando las endeudadas, las que hacemos cuentas todo el día, somos mujeres, amas de casa, jefas de familia,trabajadoras formales y trabajadoras de la economía popular, trabajadoras sexuales, migrantes, habitantes de las villas o favelas,negras,indígeneas,travestis, campesinas, estudiantes.
Ambos movimientos -visibilizarla y mostrarla en su diferencia sexual y de géneros-son modos de quitarle su poder de abstracción. Ambos movimientos se inscriben también en una geopolítica: no es lo mismo la subjetividad endeudada del estudiante norteamericano de las universidades privadas que la de una trabajadora subsidiada de una cooperativa del barrio de Flores.
(…) Por otro lado, lo que nos interesa poner de relieve es la posibilidad de desobediencia a la deuda y, en particular, las formas de desacato práctico que se vienen impulsando desde el movimiento feminista (…). Nos parece decisivo poder afirmar que no hay una subjetividad del endeudamiento que pueda universalizarse ni una relación deudor-acreedor que pueda prescindir de sus situaciones concretas y en particular de la diferencia sexual, de géneros, de raza y de locación, porque justamente la deuda no homogeniza esas diferencias sino que las explota. Es central (y no un rasgo secundario) el modo en que el dispositivo de la deuda se aterriza en territorios,economías, cuerpos y conflictividades diversas. En este sentido, sacarla del clóset es practicar un gesto feminista sobre la deuda: es desconfinarla, desprivatizarla, y ponerle cuerpo, voz y territorio y; desde ahí, investigar los modos de desobediencia que se están experimentando. Por eso hay un tercer movimiento (luego del desconfinamiento y su corporización) que es inseparable de ese gesto feminista: conspirar para el desacato de la deuda. No se trata sólo de una perspectiva analítica, sino que proponemos una comprensión que hace parte de un programa de desobediencia. Sacar del clóset a la deuda es entonces un movimiento político contra la culpa, contra la abstracción de la dominación que quieren ejercer las finanzas y contra la moral de buenas pagadoras con que se propagandiza a los cuerpos feminizados como sujetxs responsables predilectos de la obligación financiera.
UNA LECTURA FEMINISTA DE LA DEUDA
1) Una lectura feminista de la deuda es la que opone los cuerpos y las narraciones concretas de su funcionamiento a la abstracción financiera. Las finanzas se jactan de ser abstractas, de pertenecer al cielo de las cotizaciones misteriosas,y de funcionar según lógicas incomprensibles. Se quieren presentar como una verdadera caja negra donde se decide de manera matemática, algorítmica, qué vale y qué deja de valer.A través de la narración de su funcionamiento en las economías domésticas, populares (mayoritariamente no-asalariadas) y asalariadas desafiamos su poder de abstracción, su intento de ser insondables. En las entrevistas que realizamos para este libro esto queda claro. La deuda es un mecanismo concreto de generación de dependencia con los agrotóxicos para las productoras de la tierra. La deuda es la expresión del encarecimiento y la financierización de los servicios básicos. La deuda es un dispositivo de conexión entre el adentro y el afuera de la cárcel, y la cárcel misma se evidencia como un sistema de deuda. La deuda es lo que se contrae cuando el aborto es clandestino. La deuda es lo que motoriza un consumo popular donde los intereses exorbitantes que se pagan hacen estallar la vida doméstica, la salud y los lazos comunitarios. La deuda es lo que dinamiza la capacidad de las economías ilegales de reclutar mano de obra a cualquier precio. La deuda contraída por lxs jóvenes incluso “antes” de entrar al mercado de trabajo o en empleos híper precarios (ya que se les da una tarjeta de crédito junto a los subsidios estatales y al primer sueldo) aparece como dispositivo de captura y precarización de esos mismos ingresos. La deuda es lo que suple infraestructuras básicas de la vida: servicios de salud que no se tienen, insumos ante la llegada de unx hijx,la compra de una moto para poder trabajar de delivery. La deuda es el recurso que aparece ante las emergencias frente al despojo de otras redes de apoyo. La deuda es un mecanismo de desposesión generalizado de poblaciones migrantes y negras.La deuda es lo que anuda la dependencia a relaciones familiares violentas. La deuda es una forma de garantizar el acceso al alquiler de una vivienda.
2) Una lectura feminista de la deuda implica detectar cómo la deuda se vincula a las violencias contra los cuerpos feminizados. De la narración concreta del endeudamiento surge su vínculo con las violencias machistas.La deuda es lo que no nos deja decir no cuando queremos decir no. La deuda nos ata a futuro a relaciones violentas de las que se desea huir. La deuda obliga a sostener vínculos estallados pero que continúan amarrados por una obligación financiera a mediano o largo plazo. La deuda es lo que bloquea la autonomía económica, incluso en economías fuertemente feminizadas, protagonizadas por mujeres. Y al mismo tiempo no podemos dejar de marcar su ambivalencia: la deuda también permite ciertos movimientos. O sea, la deuda no sólo fija; en algunos casos, permite el movimiento. Pensemos, por ejemplo, en quienes se endeudan para migrar. O en quienes se endeudan para impulsar una iniciativa económica propia. O quien se endeuda para fugarse. Pero algo queda claro: sea como fijación o sea como posibilidad de movimiento, la deuda explota una disponibilidad de trabajo a futuro; constriñe a aceptar cualquier tipo de trabajo frente a la obligación preexistente de la deuda. La deuda flexibiliza compulsivamente las condiciones de trabajo que deben aceptarse, y en ese sentido es un dispositivo eficaz de explotación. La deuda, entonces, organiza una economía de la obediencia que es, ni más ni menos, que una economía específica de la violencia.
3) Una lectura feminista de la deuda mapea y comprende las formas de trabajo desde una clave feminista, visibilizando los trabajos domésticos, reproductivos y comunitarios, como espacios de valorización que las finanzas se lanzan a explotar. Los paros internacionales de mujeres, lesbianas, trans y travestis permitieron debatir y visibilizar un mapa de la heterogeneidad del trabajo desde una perspectiva feminista. Se impulsó, desde los feminismos diversos, un método de lucha a la altura de la composición actual de lo que llamamos trabajo, incluyendo trabajo migrante, precario, barrial, doméstico, comunitario. En ese movimiento, se produjeron elementos también para leer de modo nuevo el trabajo asalariado.Y, aún más, la dinámica sindical. Agregar la dimensión financiera nos permite ahora mapear los flujos de deuda y completar el mapa de la explotación en sus formas más dinámicas, versátiles y aparentemente “invisibles”. Entender cómo la deuda extrae valor de las economías domésticas, de las economías no asalariadas, de las economías consideradas históricamente no productivas, permite captar los dispositivos financieros como verdaderos mecanismos de colonización de la reproducción de la vida. También renovar los modos en que la deuda aterriza en las economías asalariadas y las subordina. Y un punto más: entender la deuda como dispositivo privilegiado de blanqueamiento de flujos ilícitos y, por tanto, de conexión entre economías legales e ilegales.
CONTRAOFENSIVA
1. La corrida verde
En mayo de 2018,durante la misma jornada en que vencían las Lebac (las letras del Banco Central con que se estuvo haciendo bicicleta financiera para atraer dólares del exterior a cambio de altas tasas de interés por bonos en pesos), humearon ollas populares frente al Banco Central. Se tituló por anticipado el día como “martes negro”, anunciando que la venta de bonos coronaría una semana de corridas bancarias y de aumento sin pausa del billete verde. Además de las ollas, previamente militantes de algunas organizaciones populares habían leído manifiestos en el interior de dos instituciones financieras: el Banco Provincia de Buenos Aires y la Bolsa de Valores. En junio de 2018, al otro día de la masiva primera vigilia frente al Congreso por la media sanción de la ley de aborto legal, seguro y gratuito, se quiso contraponer la marea verde con la corrida verde: es decir, sobreimprimir el salto del precio del dólar el día posterior al triunfo feminista. No son hechos desconectados. Más bien leemos ahí una competencia de fuerzas: como si se hubiese querido aplastar los cuerpos teñidos de verde en la calle con el verde descorporeizado de la especulación financiera.
2. #ConMisHijosNoTeMetas
No hay deuda sin economía de la obediencia que la sostenga. Queremos enfatizar que la deuda es también una moralización diferencial sobre las vidas y los deseos de las mujeres y los cuerpos feminizados. ¿Qué pasa cuando la moralidad de lxs trabajadorxs no se produce en la fábrica y a través de sus hábitos de disciplina adheridos a un trabajo mecánico repetitivo? ¿Qué tipo de dispositivo de moralización es la deuda en reemplazo de esa disciplina fabril? ¿Cómo opera la moralización sobre una fuerza de trabajo flexible, precarizada y, desde cierto punto de vista, indisciplinada? ¿Qué tiene que ver la deuda como economía de obediencia con la crisis de la familia heteropatriarcal? Melinda Cooper (2017) desmonta la extendida idea de que el neoliberalismo es un régimen amoral o incluso antinormativo, mostrando qué tipo de afinidad existe entre la promoción de la familia heterosexual como unidad básica de la vida social y la reificación del rol tradicional de las mujeres en esa estructura, con la necesidad de que éstas asuman cada vez más tareas de reproducción de la vida frente a la privatización de los servicios públicos. La asistencia social focalizada (forma predilecta de la intervención estatal neoliberal) también refuerza una jerarquía de merecimientos en relación a la obligación de las mujeres según sus roles en la familia patriarcal: tener hijos, cuidarlos, escolarizarlos, vacunarlos. En este sentido, se hace evidente la importancia de la dinámica que señalamos referida a la politización de la reproducción que despliegan las ollas en la calle y otras actividades comunitarias. Éstas tienen la capacidad de cuestionar la formaencierro de esas tareas reproductivas sacándolas del modelo familiar heteronormado.
Por todo ello, queremos plantear una conexión entre la deuda como organización moralizante de la vida y la consigna #ConMisHijosNoTeMetas. Como se cuenta en una de las entrevistas de este libro, la deuda se presenta cada vez más temprano para pibes y pibas de 18 años que buscan su primera inserción en el mercado laboral.La deuda se propone como”estructura”de obligación para estas trayectorias laborales incipientes y precarias. Mientras los empleos son intermitentes, la deuda es a largo plazo. Así, funciona como continuidad en términos de obligación frente a la discontinuidad de ingresos, fragilizando aun más esos ingresos (que cada vez se destinan más al pago de intereses y de cuotas), y como chantaje creciente a la hora de aceptar cualquier condición laboral. ¿Qué tipo de educación moral es necesaria para lxs jóvenes endeudadxs y precarizadxs? No nos parece casual que se quiera impulsar una educación financiera en las escuelas al mismo tiempo que se rechaza la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI), lo cual se traduce en recortes presupuestarios, en su tercerización en ONGs religiosas y en su restricción a una normativa preventiva. La ESI es limitada y redireccionada para coartar su capacidad de abrir imaginarios y legitimar prácticas de otros vínculos y deseos, más allá de la familia heteronormativa. Combatirla en nombre del #ConMisHijosNoTeMetas (como se hace en Argentina y en varios países de la región bajo el llamado combate contra la “ideología de género”) es una “cruzada”por la remoralización de lxs jóvenes,mientras se la quiere complementar con una”educación financiera”temprana. Familia y finanzas hacen máquina conjunta como dispositivos morales. Por eso, la contra-ofensiva religiosa dirigida a la marea feminista es simultánea a la contra-ofensiva económica. Finanzas y religión estructuran economías de la obediencia que se complementan. Lo que leemos en esta escena es el cuerpo de lxs jóvenes como campo de batalla sobre el que buscan extenderse los límites de valorización del capital, convirtiéndolos en trabajadorxs obedientes a la precarización, a la deuda y a la familia nuclear (aún si implosionada y violenta). Las finanzas sí están habilitadas a meterse con les hijes desde temprano.
¿CÓMO SE DESOBEDECE A LAS FINANZAS?
La economía feminista que nos interesa implica una redefinición, desde los cuerpos diversos y disidentes, de lo que es trabajo y expropiación, de los modos de hacer comunitarios y feminizados en los que hoy se disputan las economías populares, migrantes, domésticas y precarizadas.
La economía feminista que nos interesa abre una línea de investigación sobre las finanzas como guerra contra nuestras autonomías. Es así que redefinimos en la práctica qué significa desobedecer y, por tanto, marcamos los límites de la apropiación del capitalismo neoliberal de nuestras formas de vida y de deseo.
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