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EE.UU., Mundo :: 26/01/2022

"Don't Look Up" y el fin del capitalismo

Sergio Chaparro
Pese a la frivolidad y lugares comunes propios de la comedia estadounidense y el cine vulgar, 'No miren arriba' plantea cuestiones medulares sobre la crisis del capitalismo

En Breves respuestas a las grandes preguntas (2018), el físico teórico británico y divulgador de la ciencia, Stephen Hawking, mencionó, entre otros, el riesgo existencial para la vida humana y el resto de especies de que un mega asteroide impactara nuestro planeta azul:

El Universo es un lugar violento. Las estrellas engullen planetas, las supernovas lanzan rayos letales al espacio, los agujeros negros chocan entre sí y los asteroides se precipitan a cientos de kilómetros por segundo. Por supuesto, esos fenómenos no hacen que el espacio parezca muy atractivo. Estas son las razones por las cuales deberíamos aventurarnos en el espacio, en lugar de quedarnos quietos. No tenemos defensa contra la colisión con un asteroide. La última colisión de asteroides fue hace unos sesenta y cinco millones de años y puso fin a los dinosaurios, y volverá a ocurrir. Esto no es ciencia ficción. Está garantizado por las leyes de la física y de la probabilidad. (¿Sobreviviremos en la Tierra?, Capítulo VII).

Tal advertencia iba en orden de sumar una y mil razones en justificar la exploración espacial estratégica con fondos mixtos y la vía de fuga hacia a otro planeta habitable en los próximos seiscientos, mil años o el tercer milenio, según el futurólogo, cuando sean irresolubles los problemas terráqueos. Aunque, según la NASA y la UNOOSA, 100 toneladas de material interplanetario caen a nuestro planeta diariamente y se han contabilizado 28000 Objetos Cercanos a la Tierra (NEOS) desde 1980 --2238 de ellos potencialmente peligrosos--, cabe la posibilidad y probabilidad alta de que, cada cientos de miles de años, caiga un asteroide con potenciales destructivos para la vida y especies complejas, parecido al que cayó en la Península de Yucatán. Hawking acuñó la frase paradójica de «no mirar a los pies sino fijar los ojos a las estrellas». Mirar arriba, en un acto de «antropofuga», como forma de resolver las contradicciones del capitalismo contemporáneo.

«No mires arriba» (Don't look up), con la frivolidad y lugares comunes de la comedia estadounidense y el cine vulgar, sus saturaciones y sus excesos manieristas (muchos chistes, bobadas, imágenes rápidas y trilladas, críticas para todos los flancos, mucho kitsch), no obstante, plantea cuestiones medulares sobre la crisis del capitalismo.

El filme del director Adam Ackay, además, logra sugerir al público los paralelismos que pretende. El expresidente republicano en voz de Janie Orlean, el empresario feliz y sobrado transhumanista de una empresa biotecnológica en la mímesis de Peter Isherwell, los artistas filántropos oportunistas de pop y rap, Riley Bina y el DJ Chello, que recogen fondos y movilizan afectos más que acciones, los presentadores de noticias, Jam Bremmer y Brie Evantee, la chismorrería y la farándula de entretención, el militar veterano y patriota de U.S. Forces, Benedict Drask, los científicos Randall y Kate, que a nadie le importa lo que dicen y vaticinan... Todos son una lograda parodia de nuestro presente político contemporáneo.

Lejos de las alegorías ficcionales de la realidad virtual de Matrix y los multiversos de Spiderman, la obviedad y el realismo vulgar de Don't look up son una de las fortalezas del estreno de Netflix en la Nochebuena. El mensaje claro y directo de la película, acompañado de un humor negro y crudo, es su fuerte. La duración de dos horas y veintidós minutos no es problema. Las poderosas estrategias psicorretóricas, emotivas y comunicativas de Hollywood --que a veces tanta falta hacen al arte del agitprop de la izquierda en su seducción electoral y poselectoral de los trabajadores-- se movilizan con éxito en la película.

Síntomas culturales de crisis

Tras el estreno y su rápida viralización en todo el mundo, ya no queda duda alguna de que el problema filosófico contemporáneo y científico más importante de nuestros tiempos es la crisis de la civilización moderna del capital y el porvenir de la humanidad. La transición hacia otra civilización o su clausura disyuntiva, vital, definitiva, esto es, la barbarie, el colapso, la extinción antropogénica. Problemas menores y singulares, aunque no menos importantes, se conectan con esta preocupación principal. A su modo, con poco aire mediático pero con la misma proyección de las artes visuales y el séptimo arte, las ciencias contemporáneas de punta y la filosofía contemporánea radical están abordando el «problema de problemas»: el fin del capitalismo, la barbarie y la transición hacia una nueva civilización. Don't look up es un síntoma fílmico de este malestar cultural.

En el filme, el presentador de noticias Mr. Pawketty, vocero caníbal del medio conservador Patriot, de manera escéptica, negacionista y antintelectual, reta en vivo a los científicos Dr. Mindy y Kate Dibiasky: «¿Así que esos dos marxistas alardean con la palabra "ciencia" y que todos debemos hacer lo que ellos dicen? Sí, ¿y cómo sabemos que hay un cometa?». La anestesióloga de la NASA y amiga corrupta de la presidente, Dr. Calder, dice que se trata de paranoia y llama a la mesura, a no ser dramáticos, aconseja no generar el pánico público. La presidenta sugiere pasar del 99,78% de probabilidades al 70% para hacer el anuncio público.

Mientras tanto, en la vida real, miles de científicos del mundo (como los 11000 de 153 países que en 2019 lanzaron la advertencia sobre la emergencia del cambio climático) sufren episodios de ansiedad ante el nubarrón de catástrofes que se avizoran en el horizonte de lo que el filósofo español Jorge Riechmann ha llamado «El siglo de la gran prueba».

Algunos, embebidos en el nihilismo de la voluntad de poder destructivo, su pancratos y la sinrazón posmoderna, trazan el camino del genocidio y el ecocidio --incluso, en términos filosóficos, el omnicidio-- de toda la vida compleja, la clausura de la biosfera y, con él, el fracaso del proyecto de la modernidad, de todo tipo de civilización humana. La ciencia llama a este escenario la «Sexta gran extinción masiva de especies».

La narrativa de la no salvación del filme, reflejada en la imposibilidad de desviar o fragmentar el curso del cometa Vibiasky, podría leerse en clave de fracaso de todo tipo de civilización humana. Sin embargo, la intención de sus creadores va en el sentido opuesto: busca generar un sacudón en la audiencia, sacar a los espectadores de su zona de confort, evidenciar --de manera burda-- las consecuencias del accionar de gobiernos estúpidos. Si para generar el efecto que desean apelan al absurdo y a la comedia (cuestión que todavía no han podido hacer otras, como Black Mirror y Squid Game), la normalización de las opresiones puesta en escena habrá valido la pena.

Otros, más mesurados pero no menos conscientes de la lógica de las catástrofes inmanentes del capital (algunos de ellos doomers) nos hablan del colapso de la civilización industrial en base en una simultaneidad de crisis sincronizadas: climática, energética, alimentaria, económica, militar y geopolítica. La consecuencia de ello sería un mundo distópico de nuevas tiranías o, en el mejor de los casos, civilizaciones descomplejas y míseras, con menos tecnología, menor calidad de vida pero con promesas consoladoras de una mayor vida democrática y auténtica: el paraíso trágico del decrecimiento.

A contramano, otros ven posibles alternativas civilizatorias donde los trabajadores derroten a la burguesía, instauren una civilización socialista y gestionen mejor las crisis del calentamiento climático (entre otras calamidades y catástrofes evitables e inevitables). En su defecto, la mayoría de pensadores y tomadores de decisiones --incluidos actores de cine como DiCaprio-- depositan su inseguridad y deseos en una civilización capitalista 2.0. y en la reforma de lo existente. Confían en que, más temprano que tarde, por fin se cumplan con los tan anhelados Objetivos de Desarrollo Sostenible y del Milenio de la ONU. El neorreformismo mundial es ejemplo de ello.

Disgusto de audiencias y frenesí de comedia

El disgusto por la narrativa de Don't look up se debe, en última instancia, a la impotencia de la inacción más que a una cuestión estética propia de la crítica especializada de cine. La banalidad del mal, la idiocracia, la trivialidad, la estética de la farsa, el culto a lo absurdo, el reinado de la sinrazón y la deshumanización, el junk-food del cine gringo y el frenesí de la comedia son accesorios al desenlace de la inacción, a la negación de la agencia social intersubjetiva. Su saturación fílmica causa reacciones negativas en algunas audiencias y asombro en otras.

Es que también en el cine (la mejor de las artes, según Lenin) «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo», según la ya famosa expresión de Fredric Jameson y Joel Kovel, retomada por ?i?ek y otros intelectuales de izquierda. Esto es algo nuevo: como señala Leigh Phillips, Hollywood ha comenzado a incursionar en formatos de finales infelices y trágicos, en los que los buenos son derrotados y los norteamericanos ya no son los cowboys salvadores del mundo al estilo de Armagedón (1998).

Aunque los villanos triunfan (entre comillas, esta vez), los CEO y las figuras públicas de poder también mueren. No logran escapar a la venganza de la naturaleza que suplanta a la justicia social de la clase obrera. 22740 años después de la caída del cometa en la Tierra, luego de salir de capsulas criogénicas y al pisar una nueva tierra con oxígeno y vida paradisíaca, los ricos son devorados por otro animal dominante, una especie de avestruz extraterráquea, los Bronterocs. El 42% restante muere durante el viaje interestelar. A la postre, el Plan a-b-c (desviar el cometa con armas nucleares, fragmentar el cometa con robots y colonizar otro exoplaneta y repoblarlo), abanico de opciones estratégicas que barajan las oligarquías para perpetuar una fracción ilustrada de la especie humana, también fracasa.

Retomar la agencia

En conclusión, ¿qué nos queda? Tal vez la nada, el nihilismo total. La película acaba con un cuadro a lo Última Cena: Dr. Randall, su esposa June Mindy, sus dos hijos nerds, el funcionario negro de defensa, la científica pelirroja hermosa y su novio, el joven punk rocker protestante y aprendiz de predicador. Antes del fin del mundo, invocan a Dios y se despiden comiendo; hacen un brindis con vino y unen sus manos como familia hacia el descanso eterno. Se suceden las imágenes devastadoras de destrucción de vidas valiosas en la Tierra, nuestro hogar finito, mientras una minoría gusana escapa.

Aunque, por otra parte, tal vez el mensaje fílmico nos pueda decir algo más. La esperanza socialista de redención yace en apenas unas pocas secuencias. Por ejemplo, cuando la científica Katty Dibiasky, en un acto de parresia en el restaurante de mariscos Bojo Mambo le cuenta la verdad a los trabajadores sobre la empresa de la minería espacial y el enriquecimiento de los megáricos. Estos simplemente estallan: «¡Dejarán que choque la Tierra para que un grupo de gente rica sea aún más asquerosamente rica!». Lo mismo sucede en el show Ripple Day y en una suerte de programa tipo Plaza Sésamo, cuando el científico Randall dice que los gobernantes y los businessmen son unos dementes: «¡Díganle a sus padres que la presidenta e Isherwell son sociópatas y fascistas!», «Sí, ¡la presidente de los EEUU está mintiendo, carajo!», «La verdad es que creo que ¡todo el gobierno ha perdido la cabeza por completo!».

El efecto social de ello moviliza las mentes y cuerpos de los de abajo: quema del restaurante, autos y salidas a la calle, lanzamiento de botellas contra políticos del sistema; los «brutos rednecks», la clase obrera blanca, al fin le corta la cara al jefe de gabinete e hijo de mami, Jason Orlean. El eco resonante del grito «¡Just look up, just look up!» genera un profundo descontento social, a lo The Joker, aunque en las redes los trolls repliquen el mensaje opuesto del concierto de la cantante pop, Riley Bina y el DJ Chello: «¡No mires arriba, tú, zorra marxista!». El uso efectivo del poder comunicativo de las redes sociales, los medios y la música, la divulgación científica, para la acción política de masas también se hacen presentes en el escenario apocalíptico de Don't Look Up.

El movimiento social que se va gestando, si bien no logra sus objetivos civilizatorios por la desconexión política de los científicos Kate, Randall y Teddy con el pueblo trabajador, sí logra trazar alternativas de cambio: desfinanciar a la empresa suicida promotora de la minería espacial en detrimento de la sostenibilidad vida humana, animal y vegetal; oponerse y revocar cuanto antes al gobierno norteamericano; incentivar y apoyar los planes de países no alineados para fomentar misiones que conlleven a desviar el cometa y salvarnos.

***

A inicios del 2021, a raíz de la pandemia del COVID-19 y la recesión mundial, un estudio probabilístico del FMI pronosticó numerosos estallidos sociales. Los estallidos recientes de Chile, EEUU (que venía de protagonizar una huelga climática de jóvenes y trabajadores), Ecuador, Haití y, cómo no, Colombia, lo confirmaron. El ciclo no parece haber finalizado, puesto que persisten (y en algunos países se profundizan) las causas profundas del malestar: desempleo, pobreza, falta de oportunidades a todo nivel.

Tal vez, es posible que futuros levantamientos y nuevos gobiernos transformadores puedan capitalizar el descontento civilizatorio y alterar el desenlace de nuestra historia, evitando la hecatombe antropológica y ecológica a la que nos abocamos. Este es, en parte, el deseo de cambios y despertar social del director del filme, el efecto que busca con su sátira y, tal vez, el miedo consciente y calculado de los gobernantes actuales, que se encuentran retratados y literalmente desnudos de inocencia en esta peli comercial.

Aunque sea incierto el desenlace, es altamente probable que el fin de la civilización capitalista venga acompañado de un «mirar arriba» para tomar los cielos por asalto. Es probable, también, que una miríada de olas de dignidad recorra los cinco continentes. Una avalancha descomunal de rebelión universal de los condenados de la tierra luchando por su subsistencia y derechos, su sed de justicia ante los responsables del desastre. Una recreación de las bastillas francesas-haitianas y las gestas soviéticas, hitos de la democracia moderna.

Después de todo, como dijo Buenaventura Durruti, los proletarios, la juventud, «sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones».

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