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Mundo :: 22/04/2021

Ecuador 2021: segunda época plutocrática

Juan J. Paz-y-Miño
Lasso ha recibido un mayoritario apoyo ciudadano y hasta “popular”, para legitimar un bloque de poder en manos de elites políticas y económicas

Hasta el día de la segunda vuelta para las elecciones presidenciales en Ecuador (realizadas el domingo 11 de abril de 2021), estaban claramente definidas tres posiciones políticas: 1. el voto por el binomio Andrés Arauz/Carlos Rabascall; 2. por el banquero Guillermo Lasso; y 3. el voto nulo. Entre 10.828.652 de sufragantes (100% del total de actas, hasta el 17/04-1h30 – https://bit.ly/2Qy2ZDF), Guillermo Lasso ha triunfado con el 52.36% de la votación (4.655.964), y lo ha hecho en todas las 11 provincias de la Sierra, Galápagos y en 5 de las 6 provincias de la Amazonía. Si se toma en cuenta que en la primera vuelta Lasso obtuvo el 19.74% de los votos, significa que en la segunda ganó 32 puntos, algo “espectacular” e inédito en la democracia ecuatoriana desde 1979. Un hecho comparable solo ocurrió en 1984, cuando el socialdemócrata quiteño Rodrigo Borja venció al empresario socialcristiano guayaquileño León Febres Cordero en la primera vuelta, pero perdió en la segunda.

Andrés Arauz obtuvo el 47.64% de los votos (4’235.996), pero solo venció en las 6 provincias de la Costa y en la amazónica de Sucumbíos. Y si bien, aunque a último momento, obtuvo el apoyo de una fracción de la CONAIE (liderada por Jaime Vargas), ese respaldo resultó insignificante, porque el voto nulo (posición de Pachakutik) ha resultado mayor que la votación por Arauz en las provincias centrales de la Sierra (Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua, Bolívar) y en Azuay. Al mismo tiempo, en todas ellas (y las otras de la Sierra) triunfó Lasso y con resultados mucho mayores a los que tuvo el voto nulo, lo que significa que también captó buena parte de la votación indígena.

Pachakutik, como brazo político del movimiento indígena, junto a otras fuerzas populares y de la izquierda anticorreísta, si bien en primera vuelta propusieron como alternativa de gobierno a Yaku Pérez/Vilma Cedeño, en la segunda, bajo el argumento de que en las elecciones finalmente se enfrentaban “dos derechas”, plantearon la consigna del “voto nulo ideológico”, considerándolo como “alternativa popular”. Pero solo alcanzaron un 17.5% de la votación nacional (1.761.250, que no cuentan para los resultados oficiales), algo que sus partidarios han magnificado como un voto “histórico”, aunque solo representa 8 puntos más que el promedio de los votos nulos (un 9%) obtenidos en las vueltas finales realizadas durante los 11 procesos presidenciales que ha tenido Ecuador entre 1979 y 2017. Y, además, es una votación menor a la que tuvo el mismo Yaku Pérez en primera vuelta, cuando alcanzó el 19.39% de la votación, así como únicamente 9 puntos más que los votos nulos de la primera vuelta (9.55%). Esto ratifica que buena parte de la votación indígena fue para Lasso, que la teoría del “fraude”, levantada incluso sobre una imaginativa “alianza” entre el “correísmo” y Lasso con el fin de perjudicar a Pérez resulta inconsistente (https://bit.ly/3sruuMv), y que la candidatura de Arauz obtuvo, a nivel nacional, más del doble de votos que los nulos.

Si bien bajo el régimen de la democracia representativa y presidencialista el proceso electoral otorga el triunfo a quien obtuvo la mayor votación y ello representa un pronunciamiento “democrático”, puede comprenderse que hoy se manifieste el respeto a esa decisión colectiva a favor de Guillermo Lasso y a la “paz” y “tranquilidad” que ha traído para el país. Tomando en cuenta la agresividad de la campaña, una serie de pronunciamientos que incluso llegaron a pedir la intervención de las fuerzas armadas para que impidan el triunfo del “correísmo” y la “guerra sucia” librada en las redes sociales, queda libre cualquier especulación para imaginar qué es lo que habría ocurrido si ganaba Arauz. Pero, como las cuestiones de la sociedad no se resuelven ni resumen en las elecciones, es posible y necesario intentar comprender, desde el análisis socio-histórico, lo que ha ocurrido en Ecuador, ya que las decisiones electorales ciudadanas deben entenderse como expresiones de la compleja trama de intereses que se confrontan en la vida nacional.

El inesperado triunfo de Lasso (todas las encuestadoras -excepto una- previeron la victoria de Arauz) no desvirtúa ni desnaturaliza el hecho socio-histórico de fondo: representa el triunfo del proyecto de sociedad de las derechas económicas, políticas e ideológicas del Ecuador, así como de los intereses privados de las elites empresariales, los medios de comunicación hegemónicos, el imperialismo y la internacional derechista de América del Sur. Lasso agradeció a sus partidarios de CREO, tanto como a Jaime Nebot, la figura máxima del PSC. Además, envió un especial saludo para Álvaro Uribe Vélez (https://bit.ly/3sltdXp); y recibió la inmediata felicitación de los presidentes Jair Bolsonaro (Brasil), Iván Duque (Colombia), Sebastián Piñera (Chile) y hasta del político venezolano Juan Guaidó.

Ha quedado consagrado así un bloque de poder derechista, que tiene impacto tanto nacional como internacional. Este hecho no es algo fortuito, sino que, al interior del Ecuador, ha sido trabajado y en forma exitosa, desde hace años: primero, para enfrentar al gobierno de Correa; segundo, para impedir el triunfo de Lenín Moreno en 2017 (por ello Guillermo Lasso levantó el escándalo del “fraude electoral”); tercero, logrando la subordinación del gobierno de Moreno para imponer la “descorreización” de la sociedad y definir las estructuras del Estado a favor del modelo empresarial-neoliberal, sin importar lo que diga la Constitución de 2008; y cuarto, venciendo las diferencias internas, para levantar la candidatura de Lasso y ganar en las elecciones de 2021, a cualquier precio.

El Plan de Gobierno de CREO para 2021-2025 (https://bit.ly/3slOosh; https://bit.ly/3x3tRw4), así como las ofertas “populistas” de campaña para el año 2021 (https://bit.ly/3uWDc76) -que apenas celebrado el triunfo han comenzado a revisarse por el mismo candidato triunfador-, evidentemente no impedirán que el gobierno de Lasso, en correspondencia con su propia visión del mundo, la economía y la sociedad, pero, sobre todo, por responder a las fuerzas que representa, profundice el modelo empresarial-neoliberal, que Lenín Moreno restituyó desde 2017. Es un camino bien conocido en América Latina desde fines del siglo XX, por las repercusiones que tiene sobre la institucionalidad estatal, los bienes y servicios públicos (serán privatizados), los derechos laborales (vendrá la flexibilidad laboral extrema), la mayor concentración de la riqueza y el deterioro de la calidad de vida y de trabajo de la población. Estudios como los de la CEPAL han sido contundentes en demostrarlo; y por eso, la entidad aboga por el cambio del “modelo de desarrollo” que ha prevalecido en la región.

Definiéndolo con sentido histórico, Ecuador tendrá una segunda época plutocrática, bajo los ideales oligárquicos de la primera, que rigió en el país entre 1912-1925, cuando los bancos privados y los “gran cacao” aherrojaron al Estado, no existía Banco Central (Moreno, cumpliendo con el FMI, envió a la Asamblea un proyecto de ley para “privatizar” el BCE a favor de los banqueros), tampoco seguridad social, ni impuestos directos sobre la renta y se carecía de derechos laborales (el 15 de noviembre de 1922 fueron masacrados en Guayaquil centenares de trabajadores que demandaban la jornada de 8 horas), aunque el país llegó a ser el primer exportador mundial del cacao y los negocios florecían. Pero hay un componente adicional: la alianza CREO-PSC representa a la elite económica de Guayaquil, de modo que es posible que el “modelo exitoso” revestido como supuesta “economía social de mercado”, reivindicado en esa ciudad, pretenda ser convertido en modelo nacional, lo cual podría agudizar una diferenciación regionalista similar a la que se encendió durante el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988), cuando privilegió a la Costa y a los negocios guayaquileños sobre los serranos.

Resulta hasta cierto punto incomprensible, por tanto, que Lasso haya recibido un mayoritario apoyo ciudadano y hasta “popular”, para legitimar un bloque de poder en manos de unas elites políticas y económicas que, en estricto rigor, son minorías que concentran la dominación y la riqueza socialmente creada. Para ponerlo en una frase algo gráfica: el pueblo ha elegido el neoliberalismo, para pasar a ser víctima del neoliberalismo. Y se trata de un proyecto de dominación de largo plazo, porque esas mismas elites no estarán dispuestas a que retorne cualquier fórmula progresista, izquierdista o “comunista”, que pretenda arrebatarles el monopolio del poder político alcanzado.

De otra parte, la pérdida de Andrés Arauz ha sido un duro golpe para el progresismo ecuatoriano, una amplia corriente de sectores sociales democráticos y de nueva izquierda. El triunfo en primera vuelta dio esperanzas por un segundo ciclo progresista en Ecuador, que habría fortalecido, igualmente, al progresismo latinoamericano, que puso sus ojos en los acontecimientos del país. Pero Arauz tuvo al frente al gobierno de Lenín Moreno, la persecución estatal, la criminalización, proscripción y ostracismo de los líderes históricos de la Revolución Ciudadana, el anticorreísmo de derecha y de izquierda, además de todo tipo de obstáculos oficiales que trataron de impedir el registro de los candidatos del “correísmo”. De modo que la votación alcanzada por el progresismo es un logro histórico, bajo las condiciones más adversas, pues nunca, desde 1979, una fuerza política tuvo que confrontar con un bloque monolítico tan poderoso, como el que ha representado Guillermo Lasso. Eso mismo demostró que si una sola fuerza (el correísmo) estuvo a punto de poner en “peligro” a esos poderes, la constitución de un gran frente social y popular puede lograr su derrota por la vía electoral.

Si bien el gobierno de Rafael Correa (2007-2017) fue la expresión del progresismo de nueva izquierda y su liderazgo ha sido determinante para mantener la resistencia de este sector político durante los cuatro años del morenismo, la candidatura de Arauz/Rabascal pasó a representar la posibilidad de un recambio generacional, bajo un ciclo gubernamental diferente, capaz de superar los límites del primero. Pero no se logró imponer ni esa imagen, ni esa posición, como para que la ciudadanía advirtiera que estaba en marcha una alternancia política. Incluso las intervenciones del propio Correa, unas veces necesarias y otras incontrolables (en TW se adelantaba a Arauz para señalar lo que haría o debería hacer “nuestro” gobierno), agudizó las sensibilidades de quienes no querían el “retorno” de Correa a través del “correísta” Arauz, lo cual también le restó una parte de los votos que se inclinaron por Lasso o por el voto nulo.

Pero el componente más inquietante de la pérdida de Arauz frente a Lasso ha sido la polarización entre las izquierdas. No es un fenómeno nuevo, ya que permanentemente ha estado presente en la historia de esa tendencia; pero el problema es que justamente en las elecciones de 2021 adquirió una dimensión insospechada.

Desde 1979, cuando se inició la era democrática del Ecuador, se consideraba como izquierdas a las que se identificaban con los partidos y sectores marxistas. Normalmente desunidas (el FADI fue el primer esfuerzo de unión, aunque no con el MPD), excepto cuando presentaron una candidatura común en 1988 (Jaime Hurtado/Efraín Álvarez), su participación electoral para la presidencia fue siempre poco significativa (menor al 5% y máximo un 7%), aunque lograban puestos en el legislativo, desde los cuales algunos partidos fueron ases para buscar prebendas individuales. Después del derrumbe del socialismo en el mundo, su rol político igualmente decayó y nunca lograron construir una alternativa de gobierno, ya que la mayor votación fue alcanzada en 1996, con una candidatura de “outsiders” (Freddy Ehlers/Rosana Vinueza) patrocinada por Pachakutik-Nuevo País, que logró el 20.61% de los votos.

Para 2006, las principales agrupaciones de la izquierda tradicional se hallaban en crisis, formaban parte de la “partidocracia” y no eran alternativas para el amplio sector de una izquierda nueva, que se había incubado fuera de los partidos tradicionales. También el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), otrora activo y combativo (en la década de los 80 condujo impactantes huelgas nacionales) no pasaba de ser más que una cúpula de dirigentes desconocidos y solo el movimiento indígena había ganado representatividad política y social.

En esas condiciones, tanto la figura de Rafael Correa, como el proyecto de la Revolución Ciudadana, logró articular al progresismo de nueva izquierda. Todavía en las elecciones presidenciales de 2006 el MPD marchó solo (Luis Villacís/César Buelva, obtuvo 1.33%), así como Pachakutik/Nuevo País (Luis Macas/César Sacoto, con 2.19%) y hasta la efímera Alianza Tercera República/ALBA (Marcelo Larrea/Miguel Morán, con 0.43%), en tanto que Correa alcanzó el triunfo en segunda vuelta con 56.67% de la votación. Para las elecciones de 2009 el binomio Rafael Correa/Lenín Moreno ganó, en primera vuelta, con 51.99% de los votos. Resulta paradójico que con Correa se creara el espacio político para la reanimación de todas las izquierdas, incluyendo a los diversos movimientos sociales. Por eso, en primera instancia, todos apoyaron a su gobierno.

El paso a la oposición de una serie de sectores y fuerzas de las izquierdas, así como de dirigentes y líderes del movimiento indígena (Pachakutik/Conaie) y del FUT, dio origen a la división entre “correístas” y una “izquierda”, que desde entonces asumió ser la única, auténtica y verdadera. El gobierno de Correa no supo cómo manejarse con esos sectores, tomó actitudes cuestionables frente al movimiento indígena y pronto quedaron fijadas las motivaciones del desencuentro, que pasó a ser total: las “izquierdas” luchaban ahora contra el “autoritarismo” de Correa, por haber “dividido” y “destrozado” a su sector y, sobre todo, por “criminalizar” la protesta social y “perseguir” a sus líderes. Además, el “socialismo del siglo XXI” era un fiasco, el gobierno de Correa no era más que un recambio de los grupos de poder, beneficiaba “al capital”, era “hiperpresidencialista”, incluso “neo-neoliberal”, etc. Esos hilos conductores pueden seguirse a través de los numerosos libros y artículos que los intelectuales de las izquierdas rupturistas han venido escribiendo por más de una década (https://bit.ly/3gg4CRu).

Se podía esperar que las izquierdas rupturistas crearían la alternativa política y electoral que el correísmo había dejado de representar. Sin embargo, en 2013, la “Unidad Plurinacional de las Izquierdas”, un frente esencialmente anticorreísta, que integró a Pachakutik, dirigencias sindicales, diversos movimientos sociales y agrupaciones políticas, impulsó la candidatura de Alberto Acosta/Marcia Caicedo, que apenas obtuvo el 3.26% de los votos nacionales. En 2017, la candidatura de Lenín Moreno/Jorge Glas, promovida por el correísmo, obviamente no tuvo el apoyo de las otras izquierdas e incluso hubo claros pronunciamientos de diversos líderes (incluidos varios dirigentes indígenas) por el voto a favor de un “banquero” (se referían a Guillermo Lasso, el candidato derechista del momento), antes que por un “dictador”, en referencia indirecta a Correa. Irónicamente, por sobre el giro económico que dio el gobierno de Moreno, esas mismas izquierdas apuntalaron la “descorreización”, ejecutada por un Consejo Transitorio de Participación Ciudadana y Control Social, presidido por Julio César Trujillo, que nació de la consulta popular de febrero 2018 (igualmente respaldada por Lasso, quien la consideró como “nuestra”, https://bit.ly/3ag9TVj) y que reinstitucionalizó el Estado, pasándose por encima de la Constitución.

Cabe añadir otra consideración: después de finalizado el gobierno de Rafael Correa, el correísmo no ha podido crear lazos con el movimiento indígena, el de los trabajadores y otras agrupaciones sociales, al mismo tiempo que han existido fuertes resistencias en las dirigencias y líderes de estos sectores para producir acercamientos. Sin embargo, en la movilización indígena y popular de octubre de 2019, que ha sido el más impactante acontecimiento de protesta nacional en cuatro décadas, convergieron progresistas e izquierdas, aunque desde el Estado la “violencia”, el “vandalismo” y la “delincuencia” fueron exclusivamente atribuidos al “correísmo”. Por cierto, la represión descontrolada e impune, condujo a que la Defensoría del Pueblo, a través de una comisión especial, elevara un Informe en el que se reconocen graves violaciones a los derechos humanos, que incluso configurarían causales de genocidio (https://bit.ly/32jw1tD).

El documento, vilipendiado por sectores de la derecha, complementa dos informes poco publicitados: uno, el de la Alta Comisionada de las NNUU (noviembre 2019, https://bit.ly/3xaX9cz) y otro, de la CIDH (enero 2020, https://bit.ly/2QwvJNc), que ya habían señalado esas graves violaciones a los derechos. Pero octubre/2019, que fue un momento de convergencia y pudo servir para reunificar las fuerzas polarizadas, a fin de enfrentar las imposiciones neoliberales del gobierno morenista, no fue aprovechado.

Al mismo tiempo, si se atiende a los planteamientos, idearios y propósitos políticos del progresismo, incluyendo el programa de Arauz y se compara con el programa de Pachakutik (https://bit.ly/3giCjSu), que es reivindicado como el proyecto histórico para toda la sociedad y a la vanguardia en la insurgencia de los sectores populares, se encontrará que, en esencia, comparten posiciones, como la defensa de los derechos individuales y colectivos, los roles del Estado y el fortalecimiento de los servicios públicos, condenas al capitalismo, el extractivismo o el rechazo al neoliberalismo y la visión sobre una auténtica democracia social, por lo cual las diferencias, como en el pasado tradicional de las izquierdas, siguen siendo simplemente de carácter ideológico.

Las razones históricas para la profunda división entre el progresismo de nueva izquierda y la izquierda “auténtica” y “verdadera”, ha vuelto a pesar, esta vez en forma trágica, durante las elecciones de 2021. El prestigioso politólogo Emir Sader es uno de los intelectuales que da cuenta de ello, al resaltar cómo las izquierdas (identifica como tales a Andrés Arauz, Yaku Pérez, pero también a Xavier Hervas) fueron “profundamente divididas”, por la “falta de sentido de unidad” de Pérez y Hervas, que “han privilegiado contradicciones secundarias con el gobierno de Rafael Correa”, mientras la izquierda mayoritaria “no fue capaz de restablecer la unidad de su campo en la segunda vuelta y fue derrotada. Tiene que ver también con la forma en que el gobierno de Correa -el más importante de la historia de Ecuador- trató los temas de divergencias dentro del campo popular” (https://bit.ly/3x1UGkt).

Adicionalmente, queda la inquietud sobre la existencia de una estrategia del gran capital internacional para infiltrar los movimientos sociales y dividir a las izquierdas, a fin de garantizar los triunfos derechistas, en lo cual Ecuador sería el campo político de exitosa experimentación, que permitiría la réplica en otros países (https://bit.ly/3uXLFXG).

El triunfo de Lasso deja temporalmente desarmadas a todas las izquierdas. Las bases sociales del progresismo de nueva izquierda han demostrado ser una categórica mayoría nacional, con capacidades de movilización y de resistencia a las embestidas del poder dominante. Sin embargo, no ha quedado en claro, al menos por el momento, quiénes encabezarán la responsabilidad de mantener su fortaleza, ni cuál es la organización que dirigirá sus ideales e intereses, sin reducir los objetivos a los procesos electorales, ni agotarse en activismos individuales.

De otra parte, si bien el movimiento indígena ha demostrado sus capacidades históricas de resistencia, lucha, unidad y organización, enfrenta serios problemas internos por las posiciones asumidas entre líderes de Pachakutik y de la CONAIE (a estas alturas, resulta inconcebible que aparezcan “análistas” que acusan a los líderes indígenas Jaime Vargas y Leonidas Iza de “correístas”, “infiltrados” y hasta “traidores”, al mismo tiempo que se sostiene que el triunfo de Lasso se debe al “correísmo”). Y entre los movimientos sociales la situación también es compleja, como ocurre con el FUT, que continúa reducido a cúpulas tradicionales, sin lograr la representación del amplio conjunto de los trabajadores ecuatorianos. Las izquierdas diferenciadas con el correísmo, además de minoritarias, tampoco han sido capaces de ofrecerse como alternativas nacionales, sino que responden a partidos tradicionales y a reducidos círculos voluntaristas, que no pasan de ser membretes políticos.

Bien podría hacerse una lista interminable de consideraciones sobre la polarización entre el progresismo de nueva izquierda y las otras izquierdas anticorreístas. Ambos sectores seguramente encontrarán razones para extenderse en ataques mutuos como en justificaciones de sus comportamientos políticos. Sin duda, también hay personas y colectivos con posiciones dogmáticas e irreductibles. Y en ese ambiente, resulta un paso de singular importancia el que ha dado el sociólogo e intelectual Alejandro Moreano, que por años se ha identificado con la izquierda marxista vinculada al sector crítico al correísmo, para zanjar algunas posiciones. En una reciente entrevista con La Línea de Fuego, ha realizado una lúcida reflexión sobre los alcances que tiene la elección de Guillermo Lasso (https://bit.ly/3dl50wc). Advierte que las discusiones se han entrampado entre correísmo y anticorreísmo, sin hacer conciencia de que “ha ocurrido el hecho más grave en la historia del país en los últimos 50 años”, pues han triunfado Moreno, Lasso, las extremas derechas latinoamericanas. Es algo “trágico”, “espantoso” y “abominable”.

Cómo puede explicarse, dice Moreano, que después del paro de octubre, haya sectores indígenas que votaron por Lasso y que el pueblo haya votado por el neoliberalismo. En ese marco, Moreano cuestiona la dimensión real del voto nulo, critica severamente las actuaciones de Yaku Pérez y la alianza de Pachakutik con Hervas (“es decir, con los lasistas”). Pero reconoce que, pese a todo, se han creado condiciones para un “gran frente antineoliberal”, que reagrupe a las izquierdas, un asunto que, sin embargo, lo ve difícil. Creo que el planteamiento es oportuno y cierto. De manera que a las agrupaciones políticas que lideran y conducen al amplio espectro de las izquierdas ecuatorianas -que son a las que corresponde esa responsabilidad-, toca el desafío urgente de lograr la unidad y la convergencia que por décadas sigue sin consolidarse.

Finalmente, resultaría demasiado ingenuo y poco científico concluir que el triunfo de Lasso es “culpa” de cualquiera de los sectores de izquierda. Ciertamente, todos los bandos tienen una serie de responsabilidades mutuas. Pero se ha menospreciado el hecho de que el triunfo de Lasso es obra directa de todas las poderosas fuerzas que lo apoyaron. Se ha descuidado el estudio y seguimiento de sus filas. Esas fuerzas sabían muy bien que se enfrentaban a los correístas, o que había la posibilidad de que ganaran las izquierdas patrocinadoras de Yaku Pérez; que tenían ante sí a los movimientos sociales, a los indígenas y capas populares, a buena parte de las clases medias. Que podía ocurrir la reversión del morenismo y reeditarse un proceso como el ocurrido en Bolivia con el triunfo de Luis Arce y el retorno del MAS. Sabían bien que de triunfar Arauz se ampliaba el radio de acción del progresismo latinoamericano, junto a Alberto Fernández (Argentina), Andrés Manuel López Obrador (México), el odiado Nicolás Maduro (Venezuela) y, por supuesto, la “peligrosa” Cuba.

Así es que las poderosas fuerzas del lasismo, realizaron un trabajo político exitoso, abanderándose de la lucha contra la corrupción, contando con la batalla ideológica a través de sus grandes medios de comunicación, aprovechando de cada error del progresismo, de Arauz o de Correa, y beneficiándose de las divisiones entre las izquierdas. Contaron con el gobierno de Moreno (quien hizo el “trabajo sucio”, como ha caricaturizado el sociólogo David Chávez, https://bit.ly/3tA50OE) y con el diario “periodismo de opinión” o con la “filtración” ilegal de informes de los servicios de inteligencia. Se toleraron las muestras públicas de racismo, clasismo y fascismo criollo. Confiaron en el apoyo interno y del que proviene de afuera, siempre vinculado a las geoestrategias del norte del continente, como conoce perfectamente América Latina. Ha sido el triunfo de un batallar continuo, en el cual quedaron a un lado los motivos de disgusto, para unificarse y converger en un proyecto común de gobierno. Son ellos los que vencieron; y, como solía decir el célebre sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva, ya no hace falta la “mala copia”, sino el poder directo del “original”. Sin tener la razón histórica a su lado, lograron revertirla.

Por todo ello, los sectores progresistas, democráticos, de izquierda, deberían tomar en cuenta que, si logran unirse, serán las fuerzas portadoras del futuro histórico correcto. Y que su construcción pasa por momentos de auge y otros de reflujo, como en el presente. Pero es una situación similar a la que tuvieron los liberales y radicales del siglo XIX en toda Latinoamérica, decididos, a su época, por la lucha en el largo plazo, sin detenerse por la persecución ni las derrotas. En Ecuador, tras un largo siglo que nace con la independencia, los liberales solo lograron el éxito definitivo de su revolución en 1895. Entonces su obra dejó sentadas bases y cambios que han perdurado en el siglo XX y llegan hasta nuestros días. En América Latina del presente el ascenso social y popular sigue, en medio de una era adversa. Allí también se ubica el indetenible camino ecuatoriano.

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