EEUU está librando una nueva guerra fría: una perspectiva socialista (IV)
En 1980, el gran historiador y teórico marxista, E. P. Thompson, autor de La formación de la clase obrera en Inglaterra y líder del Movimiento por el Desarme Nuclear Europeo, escribió un innovador ensayo: Notas sobre el exterminismo, la última etapa de la civilización.1 Aunque el mundo ha experimentado una serie de cambios significativos desde entonces, el ensayo de Thompson sigue siendo un punto de partida útil para abordar las contradicciones centrales de nuestro tiempo, caracterizado por la crisis ecológica planetaria, la pandemia de COVID-19, la Nueva Guerra Fría y el actual "imperio del caos", todo lo cual surge de características profundamente arraigadas en la economía política capitalista contemporánea (Thompson, 1982; Amin, 1992).
Para Thompson, el término exterminismo no se refería a la extinción de la vida en sí misma, ya que alguna vida sobreviviría incluso en caso de un intercambio termonuclear global, sino a la tendencia hacia el "exterminio de nuestra civilización [contemporánea]", entendida en su sentido más universal. Sin embargo, el exterminismo apuntaba a la aniquilación masiva y fue definido como aquellos "rasgos característicos de una sociedad expresados, en diferentes grados, en su economía, su forma de gobierno y su ideología, rasgos cuya dirección conlleva como resultado el exterminio de multitudes" (Thompson, 1982: 92). Notas sobre el exterminismo fue escrito ocho años antes del famoso testimonio sobre el calentamiento global del climatólogo James Hansen ante el Congreso de EEUU en 1988 y la creación en ese mismo año del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU. Así, el tratamiento que le da Thompson al exterminismo se centró directamente en la guerra nuclear y no abordó claramente la otra tendencia exterminista emergente en la sociedad contemporánea: la crisis ecológica planetaria. Sin embargo, su perspectiva fue profundamente socioecológica. Así, la tendencia al exterminismo en la sociedad moderna se consideraba directamente opuesta a "los imperativos de la supervivencia ecológica humana", lo que exigía una lucha mundial por una sociedad igualitaria y un mundo ecológicamente sustentable (Ibid., 104).
Con la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría en 1991, la amenaza nuclear que se cernía sobre el planeta desde la Segunda Guerra Mundial parecía remitir. Como resultado, la mayoría de las consideraciones posteriores sobre la tesis del exterminismo de Thompson la han retomado principalmente en el contexto de la crisis ecológica planetaria, en sí misma una fuente de "exterminio de multitudes" (Bahro, 1994: 19-20; Foster, 2009: 27-28; Angus, 2016: 178-81). Sin embargo, el advenimiento de la Nueva Guerra Fría en la última década ha vuelto a poner la amenaza nuclear en el centro de las preocupaciones mundiales. La guerra de Ucrania de 2022, cuyos orígenes se remontan al golpe de Estado de Maidan en 2014 orquestado por EEUU, y la resultante guerra civil ucraniana librada entre Kiev y las repúblicas separatistas de la región ucraniana de habla rusa de Donbass, ha evolucionado hasta convertirse en una guerra a gran escala entre Moscú y Kiev. Esto adquirió un significado mundial ominoso el 27 de febrero de 2022, cuando Rusia, tres días después de comenzar su ofensiva militar en Ucrania, puso sus fuerzas nucleares en alerta máxima como una advertencia contra una intervención directa de la OTAN en la guerra, sea por medios nucleares o no. 2 El potencial de una guerra termonuclear global entre las principales potencias nucleares es ahora mayor que en cualquier otro momento del mundo post Guerra Fría.
Por lo tanto, es necesario abordar estas tendencias exterministas duales: tanto la crisis ecológica planetaria (que incluye no solo el cambio climático, sino también los otros ocho límites planetarios claves que se han cruzado y que la comunidad científica define como esenciales para la capacidad de la Tierra de ser un hogar seguro para la humanidad), como la creciente amenaza de aniquilación nuclear mundial. Al abordar las interconexiones dialécticas entre estas dos amenazas existenciales globales, hay que enfatizar en la actualización de la comprensión histórica del impulso hacia el exterminismo nuclear tal y como se ha metamorfoseado en las décadas de poder unipolar de EEUU, mientras la atención del mundo estaba en otro lugar. ¿Cómo es posible que la amenaza de una guerra termonuclear mundial se cierna de nuevo sobre el planeta, tres décadas después del fin de la Guerra Fría y en un momento en el que el riesgo de cambio climático irreversible se vislumbra en el horizonte? ¿Qué enfoques deben adoptarse dentro de los movimientos ecologistas y pacifistas para contrarrestar estas amenazas existenciales globales interrelacionadas? Para responder a estas preguntas, es importante abordar cuestiones como la controversia sobre el invierno nuclear, la doctrina de la contrafuerza y la búsqueda de EEUU de la supremacía nuclear mundial. Solo entonces podremos percibir todas las dimensiones de las amenazas existenciales globales impuestas por el actual capitalismo de la catástrofe.
Invierno nuclear
En 1983, equipos de ciencias atmosféricas tanto de EEUU como de la Unión Soviética produjeron modelos que aparecieron en las principales revistas científicas prediciendo que una guerra nuclear provocaría un "invierno nuclear". Esto sucedió en medio de la acumulación nuclear del gobierno de Ronald Reagan, asociado con la Iniciativa de Defensa Estratégica (más conocida como Guerra de las Galaxias) y la creciente amenaza de un Armagedón nuclear. Se descubrió que el resultado de un intercambio termonuclear global que provocara megaincendios en un centenar de ciudades o más podría reducir enormemente la temperatura media de la Tierra, al arrojar ceniza y hollín a la atmósfera y bloquear la radiación solar. El clima se alteraría mucho más abruptamente y en sentido contrario al calentamiento global, produciendo un rápido enfriamiento global que provocaría un descenso de la temperatura de varios grados o incluso de "varias decenas de grados" centígrados en todo el mundo (o al menos en todo el hemisferio) en cuestión de un mes, con horrorosas consecuencias para la vida en la Tierra. Así, aunque cientos de millones --o quizá incluso mil millones de personas o más-- morirían por los efectos directos del intercambio termonuclear, los efectos indirectos serían mucho peores, aniquilando a la mayoría de los habitantes del planeta por inanición, incluso a quienes no se vieran afectados por los efectos directos de las bombas nucleares. La tesis del invierno nuclear tuvo un efecto potente en la carrera armamentística nuclear que se desarrollaba en ese momento y contribuyó a que los estadounidense y soviéticos se alejaran del borde del abismo (Schneider, 1988: 215; Francis, 2017; Sagan y Turco, 1990).
Sin embargo, la elite del poder en EEUU vio el modelo del invierno nuclear como un ataque directo a la industria de armamento nuclear y al Pentágono, dirigida en particular contra el programa de la Guerra de las Galaxias. Así, llevó a una de las mayores controversias científicas de todos los tiempos, a pesar de que la controversia era más bien política, ya que los resultados científicos nunca estuvieron realmente en duda. Aunque se afirmó que los modelos iniciales de invierno nuclear de los científicos de la NASA eran muy simplistas y que se produjeron estudios que apuntaban a efectos menos extremos que los previstos originalmente --"otoño nuclear" en lugar de "invierno"-- la tesis fue validada una y otra vez por modelos científicos (Browne, 1990).
No obstante, si la respuesta inicial del público y los líderes políticos a los estudios sobre el invierno nuclear ayudó a crear un fuerte movimiento para controlar y desmantelar las armas nucleares, contribuyendo al fin de la Guerra Fría, esto pronto fue contrarrestado por los poderosos intereses militares, políticos y económicos que están detrás de la máquina de guerra nuclear estadounidense. Así, los medios de comunicación corporativos junto con las fuerzas políticas lanzaron varias campañas para desacreditar la tesis del invierno nuclear (Starr, 2016: 24). En 2000, la popular revista de divulgación científica Discover llegó a incluir el invierno nuclear en su lista de los "20 grandes errores científicos de los últimos 20 años". A pesar de que lo máximo que Discover podía decir al respecto era que los científicos clave que estaban detrás del estudio más influyente sobre el invierno nuclear en los años 80 se habían retractado en 1990, afirmando que se estimaba que la reducción de la temperatura media como resultado de un intercambio nuclear global sería algo menor de lo concebido originalmente y constituiría como mucho un descenso de 20°C (36°F) en el hemisferio norte. Esta estimación actualizada, sin embargo, seguía siendo apocalíptica a nivel planetario (Newman, 2000).
En uno de los mayores casos de negacionismo de la historia de la ciencia, superando incluso la negación del cambio climático, la esfera pública y los militares rechazaron de plano estos hallazgos científicos sobre el invierno nuclear basándose en la acusación de que la estimación original había sido de alguna manera «exagerada». La acusación de exageración se ha usado en los círculos gobernantes por décadas, hasta el presente, para minimizar todos los efectos de la guerra nuclear. En el caso del capitalismo del Pentágono, tal negación estaba claramente motivada por la realidad de que, si se permitía que los resultados científicos sobre el invierno nuclear se mantuvieran, la planificación estratégica de una guerra nuclear "ganable", o por lo menos una en la que el propio bando "prevaleciera" carecería de sentido. Una vez que se consideran los efectos atmosféricos, la devastación global no se puede limitar a un teatro nuclear concreto, los efectos inimaginables harían que, a pocos años del intercambio termonuclear global, se destruyera toda menos una mínima fracción de la población de la Tierra, yendo más allá de lo previsto incluso por la destrucción mutua asegurada (MAD, por su sigla en inglés).
De cierta manera, los planificadores nucleares siempre han minimizado los efectos catastróficos de la guerra nuclear. Como señala Daniel Ellsberg en The Domsday Machine [La máquina del fin del mundo], la estimación del número de personas muertas por una guerra nuclear total que proporcionaron los analistas estratégicos estadounidenses fue una «fantástica subestimación» desde el principio, «incluso antes de descubrir el invierno nuclear», porque omitieron deliberadamente las tormentas de fuego en las ciudades resultantes de las explosiones nucleares --el mayor impacto en la población urbana en general-- por el cuestionable motivo de que el nivel de devastación era demasiado difícil de estimar (2017: 140).3 Como escribe Ellsberg:
Ya en los años 60 se sabía que las tormentas de fuego causadas por las armas termonucleares serían previsiblemente las causantes del mayor número de víctimas mortales en una guerra nuclear (...) Más aún, lo que nadie reconocía (...) [hasta que surgieron los primeros estudios sobre el invierno nuclear unos 20 años después de la crisis de los misiles de Cuba] eran los efectos indirectos de nuestro primer ataque planificado que amenazarían seriamente a los otros dos tercios de la humanidad. Estos efectos surgen de otra consecuencia descuidada de los ataques en las ciudades: el humo. En efecto, al ignorar el fuego, los Jefes [de Estado Mayor] y sus planificadores ignoraron que donde hay fuego hay humo. Pero lo que es peligroso para nuestra supervivencia no es el humo de los incendios ordinarios, incluso grandes --humo que permanece en la atmósfera inferior y pronto sería controlado-- sino el humo lanzado a la atmósfera superior de las tormentas de fuego que nuestras armas crearían en las ciudades que ataquemos.
Las feroces corrientes ascendentes de estas múltiples tormentas de fuego arrojarían millones de toneladas de humo y hollín a la estratosfera, que no se eliminarían con la lluvia y rodearían rápidamente el planeta, formando un manto que bloquearía la mayor parte de la luz solar alrededor de la Tierra durante una década o más. Esto reduciría la luz solar y las temperaturas en todo el mundo hasta el punto de eliminar todas las cosechas y matar de inanición --no a todos, pero casi a todos-- los seres humanos (y otros animales que dependen de la vegetación para alimentarse). La población del hemisferio sur --salvada de casi todos los efectos directos de las explosiones nucleares, incluso de la lluvia radiactiva-- sería casi aniquilada, así como la de Eurasia (lo que el Estado Mayor ya prevía, por los efectos directos), África y América del Norte (Ellsberg, 2017: 141-142).
Ellsberg escribía en 2017 que peor que el rechazo original de la tesis del invierno nuclear, era el hecho de que, en las décadas siguientes, los planificadores nucleares en EEUU y Rusia han "continuado incluyendo 'opciones' para detonar cientos de explosiones nucleares cerca de las ciudades, lo que arrojaría suficiente hollín y humo a la estratósfera superior para conducir [vía invierno nuclear] a la muerte por inanición de casi todos en la Tierra, incluyendo, después de todo, a nosotros mismos" (Ellsberg, 2017: 18, 142).
El negacionismo incorporado en la máquina del fin del mundo (el empuje al exterminismo atrincherado en el capitalismo del Pentágono) es aún más significativo dado que no solo los estudios iniciales sobre el invierno nuclear nunca fueron refutados, sino que los estudios sobre el invierno nuclear en el siglo XXI, basados en modelos informáticos más sofisticados que los de principios de los años 80, han continuado demostrando que el invierno nuclear puede desencadenarse con niveles de intercambio nuclear más bajos que los considerados en los modelos originales (Toon et. Al, 2008: 37-42; Robock y Toon, 2009). La importancia de estos nuevos estudios está simbolizada en la revista Discover que, en 2007, solo siete años luego de haber incluido al invierno nuclear en su lista de los "20 mayores errores científicos" de las dos décadas anteriores, publicó un artículo titulado "El regreso del invierno nuclear", en el que esencialmente repudió su publicación anterior (Saarman, 2007).
Los estudios más recientes, motivados en parte por la proliferación nuclear, demostraron que una hipotética guerra nuclear entre India y Pakistán, librada con 100 bombas atómicas de 15 kilotones (del tamaño de la bomba de Hiroshima) podría producir un número de muertes directas comparable a todas las muertes de la Segunda Guerra Mundial, además de las muertes y sufrimiento resultantes de la hambruna mundial a largo plazo. Las explosiones atómicas detonarían inmediatamente tormentas de fuego de tres a cinco millas cuadradas. Las ciudades en llamas soltarían unos cinco millones de toneladas de humo a la estratósfera, que darían la vuelta a la Tierra en dos semanas, que no podrían ser eliminadas por la lluvia y podrían permanecer durante más de una década. Al bloquear la luz solar, la producción de alimentos disminuiría entre el 20 y el 40% en todo el mundo. La capa de humo estratosférica absorbería la luz del sol, lo que calentaría a su vez el humo a temperaturas cercanas al punto de ebullición del agua, provocando una reducción de la capa de ozono del 20 al 50 % cerca de las zonas pobladas y generaría aumentos de la radiación UV-B sin precedentes en la historia de la humanidad, de manera que las personas de piel clara podrían sufrir graves quemaduras solares en alrededor de seis minutos y los niveles de cáncer de piel se dispararían. Mientras tanto, se estima que hasta 2.000 millones de personas morirían de hambre (Starr, 2016-17: 4-5; Robock et. Al, 2007: 1-14).
La nueva serie de estudios sobre el invierno nuclear, publicados en las principales revistas científicas revisadas por pares, a partir del 2007 y hasta el presente, no se detuvo aquí. También analizaron lo que ocurriría si se produjera un intercambio termonuclear mundial en el que participaran las cinco principales potencias nucleares: EEUU Rusia, China, Francia y el Reino Unido. Solo EEUU y Rusia, que tienen la mayor parte del arsenal nuclear mundial, tienen miles de armas nucleares estratégicas con una potencia explosiva entre siete y ochenta veces la de la bomba de Hiroshima (aunque algunas armas termonucleares desarrolladas en los años 50 y 60 que han sido descontinuadas era mil veces más potentes que la bomba atómica). El impacto en una ciudad de una sola arma estratégica generaría una tormenta de fuego que cubriría una superficie de 233 a 394 kilómetros cuadrados. Los científicos calcularon que los incendios de un intercambio termonuclear global a gran escala propulsarían a la estratosfera entre 150 y 180 millones de toneladas de hollín y humo de carbono negro, que permanecerían entre 20 y 30 años e impedirían que hasta el 70% de la energía solar llegara al hemisferio norte y hasta el 35% al hemisferio sur. El sol del mediodía acabaría pareciendo una luna llena a medianoche. Las temperaturas medias globales caerían por debajo del punto de congelación todos los días durante uno o dos años, o incluso más en las principales regiones agrícolas del hemisferio norte. Las temperaturas medias caerían por debajo de las experimentadas en la última Edad de Hielo. Los periodos de crecimiento de las zonas agrícolas desaparecerían durante más de una década, mientras que las precipitaciones disminuirían hasta un 90%. La mayor parte de la población humana moriría de hambre (Starr, 2016-17: 5-6; Robock et. Al, 2019; Coupe et. Al, 2019: 8522-43; Robock y Toon, 2012: 66-74; Starr, 2015).
En su libro de 1960 On Thermonuclear War [Sobre la guerra termonuclear] el físico de la RAND Corporation, Herman Kahn, presentó la noción de "máquina del fin del mundo", que mataría a todos los habitantes de la Tierra en caso de una guerra nuclear (Kahn, 2007: 145-51). Kahn no abogaba por la construcción de dicha máquina, ni sostenía que EEUU o la Unión Soviética lo hubieran hecho o estuvieran tratando de hacerlo. Se limitó a sugerir que un mecanismo que garantizara la no supervivencia a una guerra nuclear sería una alternativa barata con la que alcanzar una disuasión completa e irrevocable de todas las partes y eliminar la guerra nuclear. Como Ellsberg, él mismo ex estratega nuclear, ha remarcado desde entonces --en línea con los científicos Carl Sagan y Richard Turco, que ayudaron a desarrollar el modelo del invierno nuclear-- los arsenales estratégicos actuales en manos de las potencias nucleares dominantes, si se detonan, constituyen una auténtica máquina del fin del mundo. Una vez puesta en marcha, la máquina del fin del mundo aniquilaría casi con certeza, directa o indirectamente, a la mayor parte de la población del planeta (Ellsberg, 2017: 18-19; Sagan y Turco, 1990: 213-19).4
La contrafuerza y el impulso de EEUU hacia la primacía nuclear
Desde la década de 1960, cuando Moscú logró una paridad nuclear aproximada con Washington, hasta la caída de la Unión Soviética, la estrategia nuclear dominante durante la Guerra Fría estaba basada en la noción de destrucción mutua asegurada (MAD). Este principio, que se refiere a la posibilidad de una devastación total en ambos bandos, incluida la muerte de cientos de millones de personas, se traduce efectivamente en la paridad nuclear. No obstante, como señalan los estudios sobre el invierno nuclear, las consecuencias de una guerra nuclear total irían mucho más allá, incluso extendiendo la destrucción a casi toda la vida humana (así como la mayoría de otras especies) en la totalidad del planeta. Aun así, ignorando las advertencias del invierno nuclear, EEUU, con muchos más recursos que la Unión Soviética, buscó trascender el MAD en la dirección de la "primacía nuclear" estadounidense para restaurar el nivel de preeminencia nuclear estadounidense de los primeros años de la Guerra Fría. La primacía nuclear, como opuesta a la paridad nuclear significa "eliminar la posibilidad de represalia", por ello también se denomina "capacidad del primer ataque" (Liber y Kreis, 2006: 44). Al respecto es significativo que la postura oficial de defensa de Washington consistentemente haya incluido la posibilidad de que EEUU lleve a cabo un ataque nuclear de primer golpe contra Estados nucleares y no nucleares.
Además de introducir el concepto de máquina del fin del mundo, Kahn, uno de los principales planificadores estratégicos estadounidenses, también acuñó los términos clave de contravalor y contrafuerza (Sagan y Turco, 1990: 215). Contravalor se refiere a atacar a las ciudades del enemigo, la población civil y la economía y tiene como objetivo la aniquilación completa, conduciendo a MAD. La contrafuerza, en contraste, se refiere a atacar las instalaciones de armas nucleares del enemigo para evitar represalias.
Cuando la estrategia de contrafuerza fue originalmente introducida por Robert McNamara, el secretario de Defensa de EEUU en el gobierno de John F. Kennedy, fue vista como una estrategia de "no ciudades" que atacaría las armas nucleares del oponente en lugar de la población civil y desde entonces a veces se ha justificado falazmente en esos términos. Sin embargo, McNamara pronto se dio cuenta de los defectos de la estrategia de contrafuerza, a saber, que provoca una carrera armamentística nuclear dirigida hacia alcanzar o negar la primacía nuclear. Más aún, la noción de que un ataque de contrafuerza "preventivo" no implicaba ataques a las ciudades era incorrecta desde el principio, porque los blancos incluían centros de mando nucleares en las ciudades. Por lo tanto, abandonó el esfuerzo enseguida a favor de una estrategia nuclear basada en MAD, que consideró el único enfoque verdadero para la disuasión nuclear (Correll, 2005; Ellsberg, 2017: 120-23, 178-79.).
Esta estrategia nuclear estadounidense prevaleció durante la mayor parte de las décadas de 1960 y 70 y se caracterizó por la aceptación de una paridad nuclear aproximada con la Unión Soviética y así la posible realidad de la MAD. Sin embargo, esto se rompió en el último año del gobierno de Jimmy Carter. En 1979, Washington presionó a la OTAN para que permitiera el emplazamiento en Europa de misiles nucleares de crucero y Pershing II, ambas armas de contrafuerza dirigidas contra el arsenal nuclear soviético, una decisión que inflamó el movimiento antinuclear europeo (Magdoff y Sweezy, 1981: 4; Barnet, 1984: 461-62). Durante el siguiente gobierno estadounidense, el de Ronald Reagan, Washington adoptó por completo la estrategia de contrafuerza (Correll, 2005). La administración Reagan introdujo la Guerra de las Galaxias dirigida a desarrollar un sistema de misiles antibalísticos completo, capaz de defender el territorio estadounidense. Aunque esto fue posteriormente abandonado por impráctico, igualmente llevó a otros sistemas de misiles antibalísticos en posteriores gobiernos (Pifer, 2015). Además, durante el gobierno de Reagan, el gobierno de EEUU presionó el misil Mx (que luego se conocería como el Pacificador), visto como un arma de contrafuerza capaz de destruir los misiles soviéticos antes de ser lanzados. Todas estas armas amenazaban con la "decapitación" de las fuerzas soviéticas en un primer ataque, así como la capacidad de interceptar con sistemas de misiles antibalísticos los pocos misiles soviéticos que hubieran sobrevivido (Roberts, 2020; Correll, 2005). Las armas de contrafuerza requerían mayor precisión ya que no eran concebidas para atacar ciudades como en los ataques de "contravalor", sino para apuntar con precisión a silos de misiles endurecidos, misiles terrestres móviles, submarinos nucleares y centros de comando y control. Fue aquí, en las armas de contrafuerza, que EEUU tuvo una ventaja tecnológica.
Esta gran acumulación de armas nucleares, que comenzó en 1979 con el despliegue planificado en Europa de sistemas de lanzamiento de misiles con ojivas nucleares, generó las grandes protestas contra la guerra nuclear de la década de 1980 en Europa y Norteamérica, así como la crítica de Thompson del exterminismo y la investigación científica sobre el invierno nuclear. No obstante, actualmente "la contrafuerza sigue siendo el principio sacrosanto de la estrategia nuclear estadounidense" encaminada hacia la primacía nuclear, en palabras de Janne Nolan de la Asociación de Control de Armas (Nolan cit. en Correll, 2005).
Con la disolución de la URSS en 1991 y el fin de la Guerra Fría, Washington comenzó inmediatamente el proceso de traducir su nueva posición unipolar en una visión de supremacía permanente de EEUU en todo el mundo, comenzando con la Defense Policy Guidance [Guía de Política de Defensa] de 1992 lanzada por el Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz ("Excerpts from Pentagon's Plan...", 1992). Esto debía llevarse a cabo mediante una expansión geopolítica de las zonas de dominio occidental a regiones que antes formaban parte de la Unión Soviética o estaban dentro de su esfera de influencia, con el fin de frustrar el resurgimiento de Rusia como gran potencia. Al mismo tiempo, en un clima de desarme nuclear y con el deterioro de la fuerza nuclear rusa en el gobierno de Boris Yeltsin, EEUU procuró "modernizar" sus armas nucleares, reemplazándolas con armamento estratégico más avanzado tecnológicamente no para mejorar la disuasión, sino para lograr la primacía nuclear (Lieber y Press, 2006: 45-48).
La búsqueda estadounidense de primacía nuclear en el mundo de la posguerra fría mediante el fomento de armas de contrafuerza fue conocida como la estrategia "maximalista" en los debates sobre política nuclear de la época y se oponían a ella los que abogaban por una estrategia "minimalista" basada en la MAD. Al final, los maximalistas ganaron y el Nuevo Orden Mundial fue definido tanto por la ampliación de la OTAN, con Ucrania vista como el último pivote geopolítico y estratégico, como por la búsqueda de EEUU de un objetivo maximalista de dominio nuclear absoluto y capacidad de primer ataque (Paulsen, 1994: 84; Mazarr, 1992: 185, 190-94; Brzezinski, 1997: 46).
En 2006, Keir A. Lieber y Daryl G. Press, publicaron el artículo "The Rise of U.S. Nuclear Primacy" [El auge de la primacía nuclear de EEUU] en Foreign Affairs, la revista insignia del Consejo de Relaciones Exteriores. En este artículo, que se convirtió en un hito, los autores sostuvieron que EE. UU. estaba "a punto de alcanzar la primacía nuclear" o capacidad de primer ataque, y que este había sido su objetivo al menos desde el final de la Guerra Fría. Como dijeron, "el peso de la evidencia sugiere que Washington está, de hecho, buscando deliberadamente la primacía nuclear" (Lieber y Press, 2006: 43, 50).
Lo que puso esa capacidad de primer ataque aparentemente al alcance de Washington fue el nuevo armamento nuclear asociado a la modernización nuclear que, en todo caso, se aceleró tras la Guerra Fría. Armas como los misiles crucero con armamento nuclear, submarinos nucleares con capacidad de lanzar misiles cerca de la costa y los bombarderos furtivos B-52 de vuelo bajo que llevan tanto misiles crucero con armamento nuclear como bombas nucleares de gravedad, podían penetrar con mayor eficacia las defensas rusas o chinas. Misiles balísticos intercontinentales más precisos podrían eliminar completamente los silos de misiles reforzados. Una vigilancia mejorada podría permitir el rastreo y la destrucción de misiles terrestres móviles y submarinos nucleares. Mientras tanto, los misiles Trident II D-5 más precisos, que se estaban introduciendo en los submarinos nucleares estadounidenses, llevaban ojivas de mayor rendimiento para utilizarlas en los silos reforzados. La tecnología de sensores remotos más avanzada en la que EEUU ha llevado la delantera y ha mejorado enormemente su capacidad de detectar misiles terrestres móviles y submarinos nucleares. La capacidad de apuntar a los satélites de otras potencias nucleares podría debilitar o eliminar su capacidad de lanzar misiles nucleares (Ibid.: 45).
El emplazamiento de armas estratégicas en países recientemente admitidos en la OTAN y cerca o en las fronteras rusas serviría para aumentar la velocidad con la que las armas nucleares podrían alcanzar Moscú y otros objetivos rusos, sin dar tiempo al Kremlin para reaccionar. Las instalaciones de defensa contra misiles balísticos Aegis que EEUU estableció en Polonia y Rumania son también potenciales armas ofensivas capaces de lanzar misiles cruceros Tomahawk con armamento nuclear (Detsch, 2022; Baud, 2022; Starr, 2021).5 Las instalaciones de defensa antimisiles nucleares, útiles sobre todo en el caso de contrarrestar la retaliación a un primer ataque de EE. UU., podrían derribar un número limitado de misiles que hubieran sobrevivido y fueran lanzados al otro lado, pero estos sistemas antimisiles balísticos serían ineficaces ante un primer ataque ya que se verían desbordados por la gran cantidad de misiles y señuelos. Además, en las últimas décadas, EEUU ha desarrollado un gran número de armas aeroespaciales no nucleares de alta precisión para ser utilizadas en un ataque de contrafuerza contra misiles o instalaciones de comando y control del enemigo que son comparables a las armas nucleares en sus efectos de contrafuerza, debido a la precisión de los objetivos basados en los satélites (Sankaran, 2022).
De acuerdo a lo que Lieber y Press escribieron en 2006, "las probabilidades de que Beijing adquiera en la próxima década una fuerza nuclear disuasoria capaz de sobrevivir son escasas" y la capacidad de supervivencia de la fuerza disuasoria soviética estaba en cuestión de cara a un primer ataque estadounidense masivo. "Lo que nuestros analistas sugieren es profundo: los líderes rusos ya no pueden contar con un disuasor nuclear sobrevivible". Como señalan, EEUU estaba "buscando la primacía en todas las dimensiones de la tecnología militar moderna, tanto en su arsenal convencional como en sus fuerzas nucleares", algo conocido como "dominio en escalada" (Ibid.: 48-49, 52-53; Lieber y Press, 2017).6
La firma del Nuevo Tratado Estratégico para la Reducción de Armas Estratégicas o New START (Nuevo Comienzo, por su sigla en inglés) entre EEUU y Rusia en 2010, aunque limitó las armas nucleares, no impidió una carrera hacia la modernización de las armas de contrafuerza que podrían permitir a una parte destruir el armamento de la otra. De hecho, limitar el número de armas nucleares permitidas hizo más factible el fortalecimiento de la estrategia de contrafuerza. En este ámbito, EEUU tenía la ventaja, ya que una de las tres bases principales para la capacidad de supervivencia de un arsenal nuclear de represalia (junto con el reforzamiento de sitios de misiles terrestres y el ocultamiento) es el gran número y por tanto, la redundancia de dichas armas (Lieber y Press, 2017: 16-17). Con la primacía nuclear como el objetivo fijado en Washington, EEUU comenzó a retirarse unilateralmente de los principales tratados nucleares establecidos en la Guerra Fría. En 2002, en el gobierno de George W. Bush, se retiró unilateralmente del Tratado de Misiles Antibalísticos. En 2019, en el gobierno de Donald Trump, se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, alegando que Rusia lo había violado. En 2020, de nuevo en el gobierno de Trump, se retiró del Tratado de Cielos Abiertos (que ponía límites a los vuelos de reconocimiento sobre otros países); a esto le siguió la retirada de Rusia en 2021. Hay pocas dudas de que retirarse de estos tratados fue favorable a Washington, porque le permite ampliar sus opciones de contrafuerza en su búsqueda de la primacía nuclear.
Dada la búsqueda de EEUU de dominio nuclear global, Rusia ha intentado modernizar su sistema de armas nucleares en las dos últimas décadas, aunque se encuentra en clara desventaja en términos de capacidad de contrafuerza. Por lo tanto, su estrategia nuclear fundamental está determinada por el temor a un primer ataque de EEUU, que pudiera eliminar efectivamente su disuasión nuclear y su capacidad de represalia. Por ello, se ha esforzado por reestablecer una disuasión creíble. Como escribió Cynthia Roberts del Instituto de Guerra y Paz de la Universidad de Columbia en Revelations About Russia's Nuclear Deterrence Policy [Revelaciones sobre la política de disuasión nuclear de Rusia] en 2020, los rusos perciben las mejoras estadounidenses de sus fuerzas estratégicas, tanto convencionales como nucleares, como parte de un esfuerzo continuo por "acosar la disuasión nuclear rusa y negar a Moscú una opción viable de segundo ataque", eliminando efectivamente su disuasión nuclear por completo vía "decapitación" (Roberts, 2020; Sankaran, 2022). Mientras EEUU ha adoptado una postura de "defensa" nuclear máxima amenazando un "primer uso nuclear y escalada escalonada" en la que mantiene el dominio en cada nivel de escalada, esto se compara con el enfoque de Rusia de "guerra total si la disuasión falla", al mismo tiempo que continúa confiando sobre todo en la MAD (Arbatov, 2016; Roberts, 2015).
Sin embargo, en los últimos años, Rusia y China han dado saltos adelante en tecnología y sistemas de armas estratégicas. Para contrarrestar los intentos de Washington de desarrollar la capacidad de primer ataque y neutralizar su capacidad de disuasión nuclear, tanto Moscú como Beijing han recurrido a sistemas de armas estratégicas asimétricos para contraponerse a la superioridad estadounidense en defensa antimisiles y objetivos de alta precisión. Los sistemas de misiles balísticos intercontinentales son vulnerables porque, aunque alcancen velocidades hipersónicas --usualmente definidas como Mach 5 o cinco veces o más la velocidad del sonido--, cuando reingresan en la atmósfera siguen un arco que constituye una trayectoria balística predecible, como una bala. Por lo tanto, carecen de sorpresa, sus blancos son predecibles y en teoría pueden ser interceptados por misiles antibalísticos. Los silos de misiles reforzados que albergan misiles balísticos intercontinentales también son blancos distintivos que ahora son más vulnerables, debido a los misiles nucleares y no nucleares estadounidenses de alta precisión y guiados por satélite.
Frente a estas amenazas de contrafuerza contra sus elementos básicos de disuasión, Rusia y China se han adelantado a EEUU en el desarrollo de misiles hipersónicos que pueden maniobrar aerodinámicamente para esquivar las defensas antimisiles y evitar que el adversario conozca el blanco final previsto. Rusia ha desarrollado un misil hipersónico llamado Kinzhal que tiene la fama de alcanzar Mach 10 o más por sí solo, y otra arma hipersónica, Avangard, que está impulsada por un cohete y puede alcanzar la asombrosa velocidad de Mach 27. China tiene un misil crucero hipersónico "waverider" [montaolas] que alcanza Mach 6. Tomando prestado del folklore tradicional chino, se lo conoce como "maza de asesino", un arma eficaz contra un adversario mucho mejor armado (Stone, 2020: 176-96; Brito, 2022). Rusia y China, por su parte, han estado desarrollando armas antisatélite "contraespaciales" diseñadas para eliminar la ventaja de EEUU en armas nucleares y no nucleares de alta precisión (Sankaran, 2022; Lieber y Press, 46-48).7
La supuesta primacía nuclear ha permanecido justo fuera del alcance de Washington dada la destreza tecnológica de las otras potencias nucleares. Además, una carrera armamentística nuclear espoleada por una estrategia de contrafuerza es fundamentalmente irracional, ya que amenaza una conflagración termonuclear global con consecuencias mucho mayores que las previstas en un escenario MAD con sus cientos de millones de muertes en ambos lados. El invierno nuclear significa que, en un intercambio nuclear global, todo el planeta quedaría envuelto en el humo y el hollín que rodearían la estratósfera, matando a casi toda la humanidad.
Dada esta realidad, la postura nuclear de EEUU, que se basa en la noción de prevalecer en una guerra nuclear total, es particularmente peligrosa ya que niega el papel de las tormentas de fuego en las ciudades y por tanto los efectos del humo que se elevaría a la atmósfera superior y bloquearía la mayor parte de los rayos solares. La búsqueda de la primacía nuclear, por lo tanto, conduce de la MAD a la madness [locura] (Johnstone, 2017, 272-86). Como escribe Ellsberg:
La esperanza de evitar con éxito la aniquilación mutua por un ataque decapitador ha sido siempre tan infundada como cualquier otra. La conclusión realista sería que un intercambio nuclear entre EEUU y los soviéticos (rusos) era --y es-- prácticamente una catástrofe sin paliativos, no solo para las dos partes, sino para el mundo (...) [Los responsables políticos] han elegido actuar como si creyeran (y tal vez crean realmente) que tal amenaza no es lo que es: una disposición a desencadenar el omnicidio global (2017: 307).8
La Nueva Guerra Fría y el teatro europeo
En "Notas sobre el exterminismo" y en su posición general como uno de los líderes del Movimiento por el Desarme Nuclear Europeo en los años 80, Thompson argumentaba que la acumulación de armas nucleares en Europa que se estaba produciendo en ese momento era un producto de las máquinas militares y de los imperativos tecnológicos: "se produce con independencia del flujo y reflujo de la diplomacia internacional, si bien se produce un avance por cada crisis y por cada innovación del 'enemigo'" (Thompson, 1982: 72). Su argumento formaba parte de una estrategia para unir a los movimientos pacifistas de Oriente y Occidente contra sus respectivas élites basándose en la premisa de que la acumulación nuclear era un producto de ambos bandos. Sin embargo, a este respecto, desmintió sus propias pruebas, que apuntaban a la agresiva acumulación nuclear de armas de contrafuerza por parte de Washington y al emplazamiento de armas estratégicas en Europa dirigidas a la Unión Soviética. En el artículo de Harry Magdoff y Paul M. Sweezy titulado «Nuclear Chicken» [Gallina nuclear] en el número de septiembre de 1982 (3-6) de Monthly Review, se desafía esta parte del argumento de Thompson, señalando no solo las expansiones estratégicas de la OTAN bajo el mando de EEUU, sino el hecho de que el orden imperial estadounidense dependía mucho de amenazas creíbles de primeros ataques dirigidos a otros países, tanto nucleares como no nucleares.
En la introducción a la edición estadounidense de Protest and Survive [Protesta y supervivencia] editado por Thompson y Dan Smith en 1981 (1-26), Ellsberg enumeró una larga serie de instancias documentadas, comenzando en 1949, en las cuales EEUU utilizó amenazas de primeros ataques nucleares para presionar a otros países (nucleares y no nucleares) para que retrocedieran con el objetivo de lograr sus fines imperiales. Solo entre 1945 y 1996, se documentaron 25 casos de amenazas nucleares, aunque se han producido otros desde entonces (Ellsberg, 2017: 319-22). En este sentido, el uso de la guerra nuclear como amenaza está incluido en la estrategia estadounidense. El desarrollo de la primacía nuclear a través de las armas de contrafuerza hizo posible que dichas amenazas pudieran volver a dirigirse de forma creíble incluso a las principales potencias nucleares como Rusia y China. Magdoff y Sweezy denominaron a este planteamiento un juego de "gallina nuclear", en el que EEUU era el jugador más agresivo.
La gallina nuclear no acabó con la Guerra Fría. El estado de seguridad nacional de EEUU --influenciado por figuras clave como Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional de Carter y uno de los principales arquitectos de la expansión de la OTAN tras la Guerra Fría-- siguió buscando la hegemonía geopolítica definitiva sobre Eurasia a la que se refería como el "gran tablero de ajedrez". El jaque mate, según Brzezinski, consistiría en incorporar a Ucrania a la OTAN como una alianza nuclear estratégica (aunque Brzezinski cuidadosamente excluyó el aspecto nuclear al presentar su estrategia geopolítica), lo que supondría el fin de Rusia como una gran potencia y posiblemente llevaría a su desintegración en varios Estados, marcando así la supremacía de EEUU sobre todo el planeta (1997: 46, 92-96, 103). Este intento de convertir el poder unipolar de EEUU después de la Guerra Fría en un imperio mundial permanente requería la expansión de la OTAN hacia el este, que comenzó en 1997 durante el gobierno de Bill Clinton, anexionando gradualmente a la Alianza Atlántica prácticamente todos los países entre Europa Occidental y Ucrania, con este último como el premio final y una daga en el corazón de Rusia (The Editors, 2022). En este caso se produjo una especie de unidad entre la estrategia de expansión de la OTAN dirigida por EEUU y el impulso de Washington por la primacía nuclear que procedió casi al unísono.
No debería sorprender a nadie el hecho de que Rusia se viera obligada a considerar la cuestión de su propia seguridad nacional de cara al intento de la OTAN de expandirse militarmente hacia Ucrania. Una década después de la expansión de la OTAN, que ya incluía 11 países que antes formaban parte del Pacto de Varsovia o de la URSS, y solo un año después de que se pusiera de manifiesto la casi primacía nuclear de EEUU en Foreign Affairs, el presidente ruso Vladimir Putin sorprendió al mundo declarando inequívocamente en la Conferencia de Seguridad de Munich en 2007 que "el modelo unipolar no solo es inaceptable, sino imposible en el mundo actual" (Johnstone, 2017: 277). Sin embargo, consistente con su estrategia de largo plazo de extenderse hacia lo que Brzezinski había llamado el "pivote geopolítico" de Eurasia, debilitando así fatalmente a Rusia, en 2008 la OTAN declaró abiertamente en su Cumbre de Bucarest que planeaba traer a Ucrania a la alianza militar-estratégica (nuclear).
En 2014, el golpe de Estado de Maidan en Ucrania, promovido por EEUU, derrocó al presidente democráticamente elegido, e impuso en su lugar a un líder elegido por la Casa Blanca, poniendo a Ucrania en manos de las fuerzas ultranacionalistas de derecha. La respuesta de Rusia fue incorporar Crimea a su territorio, tras un referéndum que dio a la población de Crimea --predominantemente rusófona, que se consideraba a sí misma independiente y no parte de Ucrania-- la posibilidad de escoger entre permanecer en Ucrania o unirse a Rusia. El golpe (o "revolución de colores") condujo a que Kiev reprima violentamente a las poblaciones de habla rusa de la región de Donbass en Ucrania, resultando en la guerra civil ucraniana entre Kiev (apoyado por Washington) y las repúblicas separatistas rusófonas de Donetsk y Lugansk (apoyadas por Moscú). La guerra civil ucraniana --que causó más de 14.000 muertes entre 2014 y comienzos de 2022-- ha continuado a rajatabla durante los ocho años siguientes, a pesar de la firma de los acuerdos de paz de Minsk en 2014, destinados a poner fin al conflicto y dar autonomía a las repúblicas del Donbass dentro de Ucrania. En febrero de 2022, Kiev había concentrado 130.000 efectivos en las fronteras del Donbass en el este de Ucrania, disparando contra Donetsk y Lugansk (The Editors, 2022; Johnstone, 2022; Mearsheimer, 2022).
A medida que la crisis ucraniana se agravaba, Putin insistía en una serie de líneas rojas de Rusia relacionadas con las necesidades esenciales de seguridad del país, consistentes en:
1. Adhesión a los acuerdos de Minsk (elaborados por Rusia, Ucrania, Francia y Alemania y firmados por las repúblicas populares de Donbass y con el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU), garantizando así la autonomía y la seguridad de Donetsk y Lugansk.
2. Fin de la militarización de Ucrania por parte de la OTAN.
3. Un acuerdo para que Ucrania permanezca fuera de la OTAN (Episkopos, 2021; Associated Press, 2021).
La OTAN, urgida por EEUU, siguió cruzando todas estas líneas rojas, proporcionando cada vez más ayuda militar a Kiev en su guerra contra las repúblicas del Donbass, en lo que Rusia interpretó como un intento de facto por incorporar a Ucrania en la OTAN.
El 24 de febrero de 2022, Rusia intervino en la guerra civil ucraniana del lado de Donbass, atacando a las fuerzas militares del gobierno de Kiev. El 27 de febrero, Moscú puso sus fuerzas nucleares en alerta máxima por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, enfrentando al mundo con la posibilidad de un holocausto nuclear global, esta vez entre grandes potencias capitalistas en competencia. Figuras en Washington como el senador Joe Manchin III (demócrata, estado de Virginia Occidental) han apoyado la idea que EEUU imponga una zona de exclusión aérea en Ucrania, lo que significaría derribar aviones rusos, lo que con toda probabilidad desembocaría en una Tercera Guerra Mundial (Broadwater y Cameron, 2022).
Exterminismo en dos direcciones
Es común reconocer actualmente que el cambio climático representa una amenaza existencial global que pone en peligro la propia supervivencia de la humanidad. Nos enfrentamos a una situación en la que la continua expansión del capitalismo basada en la quema de cantidades cada vez mayores de combustibles fósiles apunta a la posibilidad --incluso probabilidad, si el sistema de producción no se modifica radicalmente en materia de décadas-- de la caída de la civilización industrial, poniendo en cuestión la supervivencia de la humanidad. Este es el significado del exterminismo ambiental en nuestro tiempo. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, es necesario alcanzar emisiones netas cero de dióxido de carbono en 2050 para que el mundo tenga una esperanza razonable de mantener las temperaturas medias globales por debajo de 1,5°C, o muy por debajo de 2°C. No conseguirlo es invitar a la devastación de la tierra como un hogar seguro para la humanidad e innumerables otras especies.
El cambio climático forma parte de una crisis ecológica planetaria más general asociada con haber cruzado nueve límites planetarios, entre los que se encuentran --más allá del propio cambio climático-- los relacionados con la extinción de las especies, el agotamiento del ozono estratosférico, la acidificación de los océanos, la alteración de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, la pérdida de bosques y cobertura vegetal, el declive de las fuentes de agua dulce asociadas con la desertificación, la carga de aerosoles atmosféricos y la introducción de nuevas entidades como nuevos productos químicos sintéticos y nuevas formas genéticas (Stephen, 2015: 736-46). A esto hay que añadir el surgimiento de nuevas zoonosis, como la pandemia de COVID-19, que resultan principalmente de la transformación de la relación de los seres humanos con el medio ambiente, espoleada por los agronegocios (Wallace, 2020).
Sin embargo, no hay duda de que el cambio climático está en el centro de la crisis ecológica actual. Al igual que el invierno nuclear, supone una amenaza para la civilización y la continuidad de la especie humana. En sus informes de 2021-22 sobre la ciencia física del cambio climático y sus impactos, el IPCC nos dice que el escenario más optimista, aunque aleja el cambio climático irreversible, sigue siendo el de una creciente catástrofe global en las próximas décadas. Es necesario actuar de inmediato para proteger la vida y las condiciones de vida de cientos o quizá miles de millones de personas que se verán expuestas a eventos climáticos extremos de un tipo que la civilización mundial nunca ha visto antes (IPCC, 2021, 2022). Para contrarrestar esto se requiere el mayor movimiento de trabajadorxs y de pueblos que el mundo haya visto jamás para restaurar las condiciones que permitan su existencia, que han sido usurpadas por el régimen del capital y para reestablecer un mundo ecológicamente sostenible y basado en una igualdad sustantiva.9
Irónicamente, el informe 2022 del IPCC, cuyo objetivo era llamar la atención del mundo hacia la naturaleza catastrófica de la crisis climática actual, fue publicado el 28 de febrero de 2022, cuatro días después de la entrada de Rusia en la guerra civil ucraniana desafiando a la OTAN, lo que provocó una creciente preocupación sobre la posibilidad de un intercambio termonuclear global. Así, la atención mundial se vio desviada de la consideración de una amenaza existencial global que pone el peligro a toda la humanidad, el omnicidio del carbono, por la súbita reaparición de otra, el omnicidio nuclear.
Mientras el mundo dirigía su atención a la posibilidad de una guerra entre las principales potencias nucleares, la real escala planetaria de la amenaza nuclear, tal como la entiende la ciencia en términos de invierno nuclear, estaba ausente de la escena. El calentamiento global y el invierno nuclear, aunque surjan de formas diferentes, están estrechamente relacionados en términos climáticos, lo que demuestra que el mundo está a punto de destruir la mayoría de las habitantes en la Tierra de una u otra forma: un calentamiento global que conduzca a un punto de no retorno para la humanidad, y/o la muerte de cientos de millones por fuego nuclear, seguido de días y meses de enfriamiento global (invierno nuclear) y la exterminación de la mayoría del resto de la población mundial por inanición. Al igual que las potencias niegan en gran medida todas las implicaciones destructivas del cambio climático que amenaza la existencia misma de la humanidad, también niegan todos los efectos planetarios de la guerra nuclear, que, según las investigaciones científicas sobre el invierno nuclear, aniquilaría efectivamente a la población de todos los continentes. Además, si el calentamiento global aumenta hasta el punto de desestabilizar la civilización mundial, algo que los científicos naturales predicen que podría ocurrir si las temperaturas medias globales aumentan en 4°C, la competencia entre los Estados nacionales capitalistas aumentará, incrementando así el riesgo de una conflagración nuclear y, por tanto, del invierno nuclear (Ellsberg, 2017: 18).
Nos enfrentamos hoy a una elección entre el exterminismo y el imperativo ecológico humano (Thompson, 1982: 105). El agente causal de las dos crisis existenciales mundiales que ahora amenazan a la especie humana es el mismo: el capitalismo y su búsqueda irracional por aumentar exponencialmente la acumulación de capital y el poder imperial en un entorno global limitado. La única respuesta posible a esta amenaza ilimitada es un movimiento revolucionario universal basado en la ecología y en la paz, que se aleje de la actual destrucción sistemática de la Tierra y sus habitantes y se dirija hacia un mundo de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica: a saber, el socialismo.
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Notas
1 Publicado en New Left Review 121 en 1980. Las citas en el presente artículo están tomadas de la traducción al español, hecha por la revista Mientras Tanto en 1982. Ver también Thompson et al., Exterminism and the Cold War, y E. P. Thompson y Dan Smith, ed., Protest and Survive.
2 Para un breve análisis de los acontecimientos que condujeron a la actual guerra de Ucrania, véase The Editors, "Notes from the Editors", Monthly Review 73, no. 11, abril 2022.
3 La no inclusión de la principal causa de muerte por armas termonucleares dirigidas a las ciudades, es decir, las tormentas de fuego, está profundamente arraigada en el Pentágono. La guía práctica desclasificada sobre el arsenal y la gestión de las armas nucleares publicada por el Departamento de Defensa de EEUU incluye más de veinte páginas sobre los efectos de una explosión de armas nucleares en una ciudad sin una sola mención a las tormentas de fuego (2008: 135-58).
4 En este caso, la máquina del fin del mundo no debe confundirse con la versión de la máquina del fin del mundo (o máquina del apocalipsis) de la película Strangelove de Stanley Kubrick. Sin embargo, la película de Kubrick se basó en la noción de Kahn y conserva un significado concreto en el contexto de la realidad nuclear contemporánea. Véase Ellsberg, The Doomsday Machine, 18-19.
5 Rusia también está preocupada por la posible reintroducción de los misiles balísticos intermedios Pershing II en Europa.
6 Un elemento clave de la disuasión nuclear de Beijing es reducir la firma acústica o el nivel de ruido de sus submarinos nucleares. En 2011, se creía que China tardaría décadas en reducir la firma acústica de sus submarinos lo suficiente como para sobrevivir a un primer ataque estadounidense. Sin embargo, en menos de una década, China hizo avances significativos hacia ese objetivo (Lieber y Press, 2017: 47; Larson, 2020; Riqiang, 2011: 91-120). El artículo de Lieber y Press dio lugar a críticas de su análisis tanto por parte de Rusia como de China, y también sirvió para generar preocupaciones en estos Estados que llevaron a la reactivación y modernización de sus capacidades nucleares. Sin embargo, la amenaza que supone el afán de primacía nuclear de EEUU sigue acechando a los planificadores estratégicos rusos y chinos. Ver también Lieber y Press, 2016: 31-42.
7 Rusia y China hacen hincapié en el desarrollo de estrategias y tecnologías de «contramedidas» para eludir los ataques de contrafuerza a la disuasión nuclear de una nación, dado el liderazgo de EEUU en materia de contrafuerza.
8 En la actualidad, en los círculos estratégicos estadounidenses se vuelve a hablar de una capacidad de primer ataque de «pocas bajas» o de «decapitación» por parte de EEUU, lo que parecería hacer menos probables las tormentas nucleares (Lieber y Press, 2017: 27-32).
9 De hecho, esta conclusión es coherente con la evaluación original de los científicos en la parte 3 (sobre la mitigación) del Sixth Assessment Report on Climate Change del IPCC de la ONU. La evaluación de los científicos Summary For Policymakers del Sixth Assessment Report on Climate Change, parte 3, se filtró en agosto de 2021, meses antes de su publicación final en abril de 2022. El Summary For Policymakers de la parte 3 publicado (conocido como el Informe de evaluación de los gobiernos) fue severamente censurado y reescrito por los gobiernos, borrando las principales conclusiones sobre mitigación proporcionadas por los científicos. Véase The Editors, «Notes from the Editors», Monthly Review (junio de 2022), https://monthlyreview.org/2022/06/01/mr-074-02-2022-06_0/