El apartheid israelí no acabará por sí solo
[Foto: Palestinos cruzan el ilegítimo puesto de control israelí de Qalandia de camino hacia la mezquita Al-Aqsa de Jerusalén para asistir a la oración del viernes durante el Ramadán.]
En el mensaje de video en el que celebra el 75º aniversario del establecimiento de la colonia europea de Israel sobre las ruinas de Palestina, Ursula von der Leyen puso de manifiesto el racismo colonial y la hipocresía arraigados en lo más profundo de la clase dirigente europea: “Habéis conseguido literalmente que florezca el desierto”, declaró la presidenta de la Comisión Europea, repitiendo una cantinela que borra de un plumazo a la sociedad palestina autóctona y encubre la destrucción de tierras palestinas por parte de Israel y la campaña de limpieza étnica que sigue en marcha contra su pueblo.
La displicente celebración por parte de von der Leyen del colonialismo sionista –que incluye la despiadada ocupación, el asedio y las continuadas masacres que han llevado a los dos millones de palestinos de Gaza al borde de la inanición– puede no resultar sorprendente si tomamos en cuenta el medio milenio de hegemonía occidental que ella representa, cuyo brutal legado incluye el esclavismo trasatlántico, el colonialismo y los genocidios en todos los continentes habitados. Pero a medida que la hegemonía occidental empieza por fin a declinar, lo mismo ocurrirá con las perspectivas del régimen colonial y de apartheid israelí contra el pueblo autóctono de Palestina.
Los palestinos que vemos lo que está pasando no somos ilusos. Entendemos que el actual gobierno israelí –el más ultraderechista, racista, fundamentalista, autoritario, corrupto, sexista y homófobo de todos los tiempos– es tanto un claro indicador de ese declive progresivo como su catalizador más potente hasta la fecha. Este gobierno, con sus tendencias explícitamente fascistas y genocidas, constituye una mera continuación indisimulada del régimen de opresión colonial de Israel y, simultáneamente, una ruptura con el statu quo en sus planes de gran alcance de «reformas» judiciales, sociales y culturales que afectan predominantemente a la sociedad colonial judeo-israelí basada en los asentamientos en tierras palestinas.
En el contexto de la actual resistencia palestina, estas políticas han afectado drásticamente al el sector económico y al financiero. La fuga de capitales, la migración de la alta tecnología, la rebaja de la calificación del crédito de Moody’s, la desaparición de las inversiones y el hundimiento de la confianza de los inversores se han combinado para llevar al antiguo presidente del Consejo Económico Nacional de Israel a predecir dos escenarios para la economía israelí: «un ataque al corazón o un cáncer». La economista jefe de Israel, Shira Greenberg, estimó que la reducción de la calificación crediticia de Israel eliminaría la mitad del crecimiento de su PIB en los próximos cinco años, y más de 250 líderes empresariales estadounidenses judíos advirtieron de la «destrucción» de la economía israelí, afirmando que podrían verse obligados a «reevaluar su confianza en Israel como destino estratégico para la inversión».
La campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS)
Con su teoría del cambio basado en cortar los vínculos de la complicidad estatal, empresarial e institucional con el régimen de Israel, el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), liderado por la mayor coalición palestina de la historia, es la forma más eficaz de solidaridad internacional con nuestra lucha por desmantelar el colonialismo y el apartheid.
Lanzada en 2005 por la mayor coalición palestina de organizaciones de base y de la sociedad civil, tanto en la Palestina histórica como en el exilio, la campaña BDS exige el fin de la ocupación militar israelí y del sistema de apartheid, además de reivindicar el derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares y recibir reparaciones.
Basado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el movimiento BDS se opone categóricamente a todas las formas de racismo, incluidas la islamofobia y el antisemitismo. Su objetivo es la complicidad, no la identidad. Un número cada vez mayor de judíos-israelíes anticolonialistas partidarios del BDS desempeñan un papel importante en el movimiento, y una encuesta de 2022 muestra que el 16% de los judíos estadounidenses apoyan el BDS, con un porcentaje que aumenta considerablemente entre los menores de 40 años.
A lo largo de los últimos 17 años el movimiento BDS ha construido una gran red global respaldada por sindicatos y agrupaciones de agricultores, así como por movimientos sociales, raciales y por la justicia climática, que en conjunto representan a decenas de millones de personas. Ha obligado a grandes multinacionales, como Veolia, Orange, G4S, HP y otras a terminar total o parcialmente con su implicación en los crímenes de Israel contra los palestinos. Es bien sabido que la marca de helados Ben and Jerry interrumpió el año pasado sus negocios en Israel.
Gigantescos fondos soberanos de Noruega, Luxemburgo, Países Bajos, Nueva Zelanda y otros países, así como la Fundación Bill y Melinda Gates, dotada con 55.000 millones de dólares, han desinvertido en empresas y bancos implicados en la ocupación israelí.
Los sindicatos de obreros portuarios de Oakland, California, y Durban, Sudáfrica, se han negado a desestibar barcos israelíes.
Las principales iglesias de Sudáfrica han respaldado el BDS, mientras que importantes iglesias de Estados Unidos han desinvertido de empresas cómplices y bancos israelíes.
El mes pasado la ciudad belga de Lieja aprobó cortar todos los lazos con Israel, aludiendo a su régimen de “apartheid, colonización y ocupación militar” contra los palestinos; y el consejo municipal de Oslo, capital de Noruega, anunció el fin del comercio de bienes y servicios producidos en las zonas ocupadas ilegalmente. Ambas decisiones siguieron el ejemplo sentado por la alcaldesa de Barcelona, quien suspendió todos los vínculos con el apartheid israelí a principios de este año.
Todo lo anterior refleja el creciente convencimiento de que Israel se ha convertido en un modelo para gran parte de la extrema derecha del mundo, lo que perjudica no solo a los palestinos sino también a millones de otras personas de todo el mundo; que se asocia con grupos fascistas de Occidente, la mayoría de los cuales son antisemitas hasta la médula, y con regímenes de extrema derecha y autoritarios; que vende sus tecnologías militares, de seguridad y doctrinas coloniales como “probadas en combate”. Por ejemplo, Israel exporta sus doctrinas militares y sus tecnologías de software espía –como Pegasus de NSO, y otros servicios de guerra cibernética, desinformación y manipulación de elecciones– como una herramienta diplomática por todo el mundo.
Un trabajo inacabado
A pesar de estos avances, multitud de Estados, grandes empresas e instituciones siguen siendo profundamente cómplices del apartheid israelí. Por tanto, una solidaridad significativa con nuestra lucha debe empezar por poner fin a esa complicidad. Esto requiere campañas de boicot y desinversión honestas y estratégicas, graduales y orientadas a objetivos concretos en todos los ámbitos, designar a Israel como Estado de apartheid y, en consecuencia, presionar para que se le impongan sanciones legales y concretas, empezando por un embargo militar y de seguridad global.
Hay que presionar a los ayuntamientos y a las instituciones públicas para que desinviertan y excluyan de la contratación pública a todas las empresas implicadas en graves violaciones de los derechos humanos, incluido el apartheid israelí, aunque gobiernos como el británico intenten prohibírselo.
Los palestinos hacemos un llamamiento a las personas progresistas de todo el mundo para que canalicen su indignación moral ante el régimen de opresión de Israel hacia la presión estratégica y la construcción de un poder popular que pueda contribuir de manera significativa a poner fin de una vez por todas a la Nakba que asola a nuestro pueblo desde hace 75 años.
* Cofundador del movimiento BDS por los derechos palestinos y galardonado con el Premio Gandhi de la Paz 2017.
novaramedia.com. Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.