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Europa, Asia :: 25/05/2023

El cártel de la guerra

Nahia Sanzo
La destrucción y la muerte son solo daños colaterales que el régimen de Ucrania está dispuesta a soportar mientras el G7 continúe financiando a sus personeros

Volodymyr Zelensky culminó su sospechosa semana de viajes, eventos, premios y conmemoraciones, que le habían llevado a Roma, Berlín, París y Londres (coincidiendo con la desaparición del jefe de su ejército, según analistas herido grave en un ataque ruso), con una estelar aparición en la cumbre del G-7 que se celebró el pasado fin de semana en Hiroshima, Japón. En la cumbre destacaron dos temas principales: el ansia del cártel de las siete grandes economías occidentales de contener a China y su lucha común contra Rusia. En ese contexto, la aparición de Zelensky no podía no ser la guinda del pastel.

Como había hecho ya en sus cuatro paradas europeas, el presidente ucraniano ha buscado un mismo objetivo: lograr de sus socios la promesa de entrega de aviación occidental. Como ocurriera en el caso del desbloqueo de la entrega de tanques Leopard (que finalmente se redujo a unas pocas decenas, en su mayoría tanques viejos o con desperfectos), a lo largo de la semana, varios países se han comprometido a entrenar a pilotos ucranianos, paso previo necesario para la deseada entrega.

Con los países europeos ejerciendo de avanzadilla, EEUU, país que debe aprobar las entregas, respondió, como hiciera Alemania en el pasado en el caso de los carros de combate, cumpliendo las expectativas de Kiev. Aunque Biden no anunciara la entrega de los tan ansiados como dudosos cazas, el presidente estadounidense sí avanzó el inicio de la instrucción de los pilotos ucranianos. Sin embargo, las garantías de suministro no eran el único objetivo de Zelensky, que ha querido utilizar su aparición en Japón para presentar la causa ucraniana como una causa mundial. De ahí que el presidente ucraniano quisiera culminar su semana de ofensiva diplomática en el foro más deseado. Que al no incluir a China perdió mucho de su preponderancia.

Sin embargo, la ofensiva no se limita a sus habituales aliados. Según recogía la semana pasada Foreign Policy, consciente de la importancia de expandir las relaciones internacionales más allá de sus socios occidentales, Ucrania prepara una actuación en África que debería dar como resultado la apertura de legaciones diplomáticas con las que el país quiere mostrar, a pesar de su deuda y déficit enormes, la importancia de su presencia en el continente.

En el más de un año transcurrido desde el inicio de la intervención militar rusa contra la OTAN, Kiev ha tratado de atraer a su postura a todo tipo de países, también a aquellos con los que sus relaciones eran prácticamente inexistentes. Dmitro Kuleba ha llegado a visitar este año países que ningún ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania había visitado anteriormente.

El objetivo es triple: buscar una apariencia de apoyo mundial a Ucrania para su propaganda, arrebatar aliados a su enemigo ruso y exigir ayuda. Con escaso pudor, Ucrania ha exigido armamento y munición a países africanos y latinoamericanos, intentando así involucrar a países que se han mantenido neutrales en una lejana guerra europea en la que, según Kiev y sus socios, han de posicionarse inequívocamente contra Rusia.

En su breve parada en Arabia Saudí para intervenir en la cumbre de la Liga Árabe, Zelensky condenó a aquellos que apoyan a Rusia y exigió de todos los países una posición de neutralidad, exigencia que obtuvo muy poco apoyo. Sin embargo, esa neutralidad que el presidente ucraniano exigía a los países árabes es la misma que condena en otros casos.

Los ejemplos más claros se refieren a aquellos países que aspiran a mediar en el conflicto. Consciente de que su poder es excesivo incluso para quien dispone del apoyo incondicional de EEUU, Ucrania no ha denunciado con dureza la postura de China, que no ha condenado los actos de Moscú y que recordó a Kiev que en una negociación, ambas partes habrán de estar dispuestas a ceder y no lograr todos sus objetivos.

Al contrario que China, otros países o personas que aspiran a mediar en el conflicto y que buscan una negociación de paz inmediata sí han recibido los reproches de Ucrania. Incluso el papa, que ha denunciado la guerra desde su inicio, ha sido objetivo de la ira de altos cargos de la Oficina del Presidente de Ucrania en mensajes publicados en las redes sociales. Pero es Lula da Silva quien ha recibido el mayor desplante de la diplomacia ucraniana.

El presidente brasileño, que incluso antes de recuperar la presidencia criticó la postura de Zelensky, ha sido, y sigue siendo, uno de los blancos de las críticas de la propaganda proucraniana a nivel nacional e internacional. El lunes, por ejemplo, el conocido periodista Paul Mason, cuyos conocimientos sobre Rusia y Ucrania son escasos, una limitación que no le impide dar lecciones, escribía que “en el escenario geopolítico, Lula está actuando como un payaso”. El publicista británico añadía que Lula “está haciendo todo lo que puede para convertir a Brasil en semicolonia de China” y, en referencia a Rusia, “un Estado-cliente de un régimen fascista condenado”.

La emocional respuesta de Mason se debía a unas declaraciones del presidente brasileño en las que afirmaba que la propuesta de paz de Ucrania equivale a exigir la rendición de Rusia. En realidad, esa ha sido la actitud de Ucrania desde 2014 y a lo largo de los años del proceso de Minsk, en los que Kiev y Occidente exigían a Rusia el desarme de las Repúblicas Populares y su retorno incondicional a Ucrania, mientras esta se rearmaba a marcha forzada.

Actualmente, a esa exigencia se ha añadido la devolución de los territorios capturados desde el 24 de febrero de 2022 -que Moscú estaba dispuesta a devolver con su propuesta de acuerdo en Estambul en abril de 2022 antes de que Ucrania rechazara el plan y rompiera las negociaciones- y, sobre todo, Crimea. Como a lo largo del proceso de paz durante la guerra de Donbass, cuando el régimen ucraniano pretendía imponer la paz del vencedor sin haber siquiera ganado la guerra, Ucrania quiere imponer su paz sobre la voluntad de la población de lugares como Crimea, ofreciéndoles el Estado centralista y nacionalista contra el que se levantaron en 2014.

La guerra de la OTAN contra Rusia ha supuesto para Ucrania un aumento exponencial de la cobertura diplomática que ofrecían los países occidentales, que ahora presionan al resto del mundo en busca de un frente mundial contra Rusia que no logran crear. Contrarios muchos de ellos a la guerra, la mayor parte de los países fuera de ese bloque llamado occidental pretenden, no solo no jalear la guerra, sino que aspiran a mediar en ella para acortarla y detenerla. De ahí que en las últimas semanas se hayan producido varios movimientos en busca de una negociación inmediata que no espere a los resultados de la tan anticipada como dudosa ofensiva ucraniana.

La idea de una negociación en posición de fuerza en la que Ucrania dicte los términos, como parece defender Emmanuel Macron, contradice la lógica de evitar la muerte y destrucción que defienden los países que no están directamente implicados en la guerra. Mientras Occidente alienta la guerra y envía el material para hacerla posible, el resto del mundo trata de detenerla.

Tras la iniciativa de Lula da Silva, que en su visita a China se ganó el apoyo del gigante asiático, varios líderes africanos liderados por el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa anunciaron su misión diplomática. Todos ellos han recibido la misma respuesta y pese a las iniciales buenas palabras, Ucrania ha querido imponer nuevamente su fuerza por delegación. El lunes, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania mostraba su preocupación por la “proliferación de planes de paz”. En una dinámica de guerra hasta el final, toda iniciativa de paz es considerada una agresión a Ucrania.

Ayer, otro de los asesores de la Oficina del Presidente de Ucrania insistía en que toda propuesta de paz debe basarse en la propuesta ucraniana, una actitud que garantiza que cualquier negociación sea imposible y que la guerra continúe. En ese contexto, no es de extrañar que Zelensky, estrella de la cumbre del G-7, no tuviera tiempo para reunirse con Lula da Silva, invitado también al foro celebrado en Hiroshima. Según las fuentes brasileñas, fue Ucrania quien, a través de la embajada de Kiev, contactó con Brasil para gestionar el encuentro. El equipo de Lula, por su parte, ofreció diferentes horarios e incluso un cambio en el itinerario de Lula da Silva, pero Volodymyr Zelensky no se presentó a la reunión.

La falta de respeto no se limitó al plantón, sino que el presidente ucraniano respondió irónicamente “Lula debe estar decepcionado” a la pregunta de los periodistas sobre el fracasado encuentro. Aunque Ucrania ha afirmado desde entonces que habrá ocasión para una reunión entre los dos presidentes, la realidad es que la postura de Lula da Silva, que busca la paz, es incompatible con la visión de Occidente de luchar para imponer su victoria en una guerra hasta el final. La destrucción y la muerte son solo daños colaterales que el régimen de Ucrania está dispuesta a soportar mientras Occidente continúe financiando y suministrando los recursos que hacen posible prolongar el conflicto, algo que está garantizado mientras Zelensky siga siendo la estrella de los foros internacionales en los que participa.

slavyangrad.es / La Haine

 

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