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Cuba, Argentina, Bolivia :: 24/06/2023

El Che

Armando Hart
Fidel y el Che están unidos por una misma cultura, que enlaza la pasión por la justicia y la liberación social a un saber profundo

La primera vez que oí hablar del Che, fue en los meses posteriores a la amnistía política decre­tada en mayo de 1955 por Batista, bajo la presión de la opinión pública, que facilitó la salida de Fidel y los moncadistas de las cárceles de la tiranía. Corría el segundo semestre de ese año cuando Fidel, tras dos meses de libertad en Cuba, salió para su exilio en México.

De aquellos meses de 1955 y los primeros de 1956, recuerdo a muchos compañe­ros que conocí entonces, entre ellos estaba Antonio Ñico López, quien me enseñó mucho más que algunos académicos y fue él que me mencionó por primera vez el nombre de Ernesto Guevara.

Ñico viajó a Centroamérica, después que logró escapar de la represión, tras su participación en los acontecimientos del 26 de Julio de 1953. Me dijo que durante su exilio había entrado en contacto con un médico argentino de ideas marxistas y que estaba muy interesado en que Fidel lo conociera. Aquella inteligencia clarísima de Ñico, de profunda cubanía y en la que se habían enraizado ya convicciones socialistas, veía en el encuentro entre Fidel y el Che un elemento esencial para el éxito de nuestros proyectos revolucionarios.

En 1955, Raúl Castro viajó a México antes que Fidel para abrirle camino en sus empeños libertarios, allí conoció al Che y se concertó la primera entrevista en casa de María Antonia. Allí mismo se conocieron el Che y el líder y fundador del Movimiento 26 de Julio, quien comenzaba a realizar los preparativos para la insurrección armada contra la tiranía de Fulgencio Batista. El Che se incorporó de inmediato al grupo de revolucionarios cubanos y comenzó a participar activamente en el entrenamiento de los futuros combatientes. Desde entonces comenzó a ser conocido entre nosotros con el sobrenombre con el que quedaría inmortalizado para la historia: Che.

Diez años más tarde, en su histórica carta de despedida a Fidel, el Che describió aquella escena: “Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusis­te venir, de toda la tensión de los preparativos. Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera).”

Aquellos dos hombres inmortales, el Che y Fidel, se entendieron en el acto y se inició, de inmediato y para siempre, una amistad que solo pueden profanar quienes no saben lo que es el honor y la lealtad. En el fondo de esta relación estaba la cultura espiritual de nuestra América, revelándose en una hermosa historia con caracteres de leyenda. Aquello no fue y no podía ser, un encuentro circunstancial y ligero, sino algo muy profundo que hunde sus raíces en los hilos invisibles que unen a los grandes de la historia de que hablara Martí.

Después de los acontecimientos del 30 de Noviembre —el alzamiento de Santiago de Cuba— y los del 2 de Diciembre —el desem­barco del Granma—, transcurrieron varios días de incertidumbre, pues ignorábamos la suerte que habían corrido los miembros de la expedición; pero finalmente tuvimos noticias de los expedicionarios e hicimos contacto con Fidel, por vía de Celia Sánchez.

Para mediados de febrero de 1957, fuimos llamados para una entrevista con Fidel en las inmediaciones de la Sierra Maestra, en aquella oportunidad pude conocer personalmente al Che. El encuentro tuvo lugar el 17 de febrero de ese año, cuando se celebró la primera reunión entre la Sierra y el Llano. El médico del que me había hablado Ñico (quien ya había caído en los primeros combates en los que enfrentaron a la tiranía), ya estaba en Cuba combatiendo junto a nosotros.

Pero no fue hasta después del triunfo de la Revolución que tuve oportunidad de volver a tratar al Che de manera personal, porque cuando volví a la Sierra, en diciembre de 1957, él no se hallaba junto a Fidel, pues le habían encomendado otras tareas fuera del campamento de la Columna 1 y al bajar de la Sierra para seguir cumplimentando mis trabajos clandestinos, caí preso hasta el triunfo de la Revolu­ción.

En solo un año, el Che se convirtió en nuestro país en una leyenda fundada en su heroísmo, su estrategia, su capacidad de guerrillero y su pasión revolucionaria. Junto a Camilo reeditó la hazaña de Maceo y Gómez, es decir, la invasión. Protagonizó la Batalla de Santa Clara, acción que coadyuvó de manera decisiva al desplome militar de la tiranía y a la victoria revolucionaria del primero de enero de 1959.

Tras el trágico desenlace que sufrió el ideal socialista en Europa y la URSS, la euforia conservadora proclamó el fin de la historia, el triunfo pleno y perdurable de su sistema social capitalista y la muerte definitiva de los paradigmas éticos. Sin embargo, la imagen del Che, sigue tomando fuerza renovada. Los males en el mundo de hoy tienden a agravarse y nos amenazan con el caos, los pueblos necesitan unirse alrededor de sus símbolos para forjar acciones colectivas y abordar con ellos los graves retos que tienen ante sí.

Los mitos perdurables no nacen de la simple fantasía, su fuerza y razón para afianzarse en la imaginación popular hay que buscarlas en un pasado que dejó al margen del curso histórico valores irrenunciables que se reclaman para marchar hacia adelante.

El peruano José Carlos Mariátegui, figura emblemática del pensamiento socialista de América, estudió con rigor científico y amor por los pobres una cuestión clave de la política. Nos enseñó que los pueblos solo son capaces de crear cuando hacen nacer de sus entrañas un mito multitudinario. Ya Engels había advertido hace más de un siglo que la incongruencia no estaba en levantar móviles ideales sino en no estudiar, a partir de ellos, sus causas fundamentales.

Esta conclusión del insigne compañero de Marx fue olvidada por el llamado socialismo real. Para estudiar a fondo el mensaje del Che, hay que ir a la raíz filosófica de los graves errores cometidos en relación con la importancia de los factores subjetivos, morales, que habían sido precisamente sus reclamos esenciales.

En las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, se refutó como sospechoso de idealismo filosófico el sentido heroico de la vida, la solidaridad humana y el amor, como si no fueran estos valores algo tan real que sin ellos desaparecería toda distinción del hombre con el reino animal. Han de acabarse de extraer las debidas conclusiones al hecho de que en virtud de la cultura y la espiritualidad nace y crece la vida del hombre en la tierra.

La realidad es testaruda y ejemplarizante y nos muestra que no hay régimen social perdurable, tanto menos el que aspire a establecer de forma universal los derechos del hombre, si no se reconoce la misión fundamental de la cultura y en especial de la ética en la historia humana. En ellas se sintetizan los elementos necesarios para incitar, orientar y materializar la acción.

Desde los históricos acontecimientos en la Quebrada del Yuro, el comandante Che Guevara se convirtió en un mito de la justicia universal entre los hombres y de la solidaridad entre los pueblos que, lejos de extinguirse con los años, crece y crecerá más hacia el futuro. El Che fue una síntesis de hombre de acción y pensamiento que trasciende en la historia americana y le infunde, a la vez, nuevos aliento y riqueza al ideal socialista

Esos sentimientos latinoamericanos unieron a Fidel y al Che. Si hubiera sido simplemente rebeldía la alianza podría haber sido transitoria. Si hubiera sido cultura sin rebeldía habría sido coyuntural. Fue en la rebeldía culta donde se hizo sólida la unión. Los nexos entre el Che y la patria de Martí se forjaron indisolubles: Fidel y el Che están unidos por una misma cultura, que enlaza la pasión por la justicia y la liberación social a un saber profundo.

El comandante Ernesto Che Guevara es una señal de las mejores tradiciones éticas del siglo XX y se proyecta con esa luz en esta nueva centuria. Fue el primero que habló de la necesidad de forjar al hombre del siglo XXI; hoy nos percatamos que hemos arribado al siglo XXI en medio de la más profunda crisis ética de la historia de la civilización occidental, desde los tiempos de la caída del Imperio Romano no se observaba una situación similar.

La victoria de enero de 1959 significó el ensamble del pensamiento social más avanzado de la cultura universal con el humanismo de nuestra América. Por tal razón, la síntesis que el héroe guerrillero representa nos puede conducir a conclusiones certeras en los más diversos campos de la filosofía, la cultura y la acción revolucionaria.

El Che y mi generación revolucionaria asimilaron las verdades que paso a paso fueron descubriendo los hombres y que culminaron con la exaltación de lo más avanzado de la razón y la inteligencia humana. Asimismo, conservaron y desarrollaron el sentido de la lucha y la esperanza en un mundo más justo que permanecían vivos en la tradición espiritual de nuestra América. Al asumir esos valores y elevarlos con su talento, heroicidad y decisión al plano más alto, el Che se convirtió en uno de los símbolos éticos más prominentes de la historia revolucionaria, que perdura y centelleara para siempre en nuestras conciencias.

Pero no fue simplemente un Quijote con la adarga al brazo. En él había un elemento muy particular: vocación para la conceptualización teórica. Estudió las ideas de Marx de modo autodidacta y en medio del combate político y social, que es la única forma de asimilarlo radicalmente. Antes de proclamarse socialista la Revolución Cubana le preguntaron, como dirigente de nuestro país, si era admirador de Marx, y respondió que así como un físico tiene que admirar a Newton, un trabajador social tiene que situar en la más alta estima a Carlos Marx.

Apoyado en su ética personal y en su apasionada solidaridad humana, expresa ante nuestros ojos la aspiración de encontrar los nexos entre ciencia y conciencia que pueden hallarse en la articulación del pensamiento revolucionario de Europa y de América.

El Che, que se formó como socialista sobre el fundamento de la cultura ética y humanista de América Latina, que escogió su oficio de médico por amor a los hombres y por interés de aliviar sus dolores, que había hablado con indios y con gente muy pobre, estaba dando desde el altiplano boliviano, en uno de los países más económicamente deprimidos de América y cercano a su patria chica, Argentina, una lección que no fue entendida entonces por quienes en el mundo tenían el poder y la tradición para entenderla, pero ese mensaje no ha muerto en el corazón de América.

En las tradiciones latinoamericanas no se presentó el antagonismo entre la ética y los principios y métodos científicos como sucedió en el viejo continente. Por esto él dejó huellas imperecederas en el pensamiento político y social universal.

En tanto pensador, exaltó la necesidad del rigor científico en el análisis de los hechos políticos, sociales, económicos e históricos. En tanto hombre de ética, destacó la necesidad de enseñar con su propio ejemplo y forjarse a sí mismo un carácter y un temperamento para encarar con valor a sus enemigos. Por esto, en sus horas finales, cuando se vio sin ningún recurso de defensa frente a sus captores, lanzó su última orden de combate: “¡Disparen, que van a matar a un hombre!” En las entrañas de su ejemplo se gesta el espectro victorioso de sus ideas.

¡Querido e inolvidable Comandante Ernesto Che Guevara, Hasta la victoria siempre!

Cubadebate

 

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