El conflicto de Gaza ha mostrado el fracaso total de la política de Trump-Netanyahu
Israel y Hamás han concluido su “guerra” de 11 días, pero este conflicto ha transformado el panorama político incluso antes de que cesaran los disparos. El enfrentamiento entre Israel y Palestina ha dejado de centrarse exclusivamente en Gaza y se ha trasladado a múltiples frentes –Jerusalén, Cisjordania y el propio Israel– y un recrudecimiento en cualquiera de ellos podría empezar una nueva ronda de violencia.
Los sucesos represivos de Jerusalén desataron la presente crisis y hay muchas probabilidades de que vuelvan a repetirse. Los grupos de ultraderecha israelíes están resueltos a reforzar su control sobre la ciudad y a eliminar la presencia palestina allá donde puedan. “La temperatura política se va a mantener elevada, acercándose al punto de ebullición”, ha afirmado Daniel Levy, un antiguo diplomático israelí, presidente del Proyecto EEUU/Oriente Próximo. “Un nuevo estallido en Jerusalén haría rebosar la olla”.
Los dirigentes del régimen israelí tenían la esperanza de que la cantonización de los palestinos (tres millones en Cisjordania, dos millones en Israel, otros dos millones en Gaza y 300.000 en Jerusalén) causaría su fragmentación tanto política como geográfica. Durante un tiempo esta estrategia pareció funcionar, pero en las últimas dos semanas la crisis represiva en un cantón palestino se ha extendido como la pólvora a los otros tres.
Los intentos de la policía israelí de expulsar a los palestinos del barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén y su empleo de granadas aturdidoras y gases lacrimógenos en la mezquita de al-Aqsa durante el Ramadan provocaron como respuesta el lanzamiento de una lluvia de cohetes desde Gaza por parte de Hamás. A esto se sucedieron las protestas de palestinos en Israel, de una magnitud superior a cualquier cosa vista desde la segunda intifada, hace 20 años. En Cisjordania los manifestantes llenaron las calles de todas las ciudades ignorando y haciendo objeto de burla a la Autoridad Palestina, reconocida por Occidente pero no internamente.
Por encima de toda la retórica hueca que ha acompañado la solución de los dos Estados o de uno para el conflicto Israel-Palestina, el resultado de la cuarta guerra centrada en Gaza demuestra que todo el territorio comprendido entre el río Jordán y el Mediterráneo es una única unidad política. Lo que afecta a una parte afecta a todo el resto.
La última guerra de Gaza ha mostrado que el régimen de Israel no posee una estrategia militar o política viable para luchar o enfrentarse a los palestinos. Sus generales y oficiales afirman haber deteriorado la infraestructura militar de Hamás, matado a algunos de sus comandantes y destruido parte de su sistema de túneles. Lo cierto es que Israel fue dolorosamente sorprendido por el lanzamiento de 3.700 cohetes contra su territorio, a pesar de haber mantenido a Gaza aislada los últimos 15 años.
Pero aunque Hamás haya demostrado tener más poder militar del esperado, no cabe ninguna duda de la absoluta superioridad militar de Israel frente a las fuerzas paramilitares a las que se enfrenta en Gaza. Pero esta superioridad se niega testarudamente a producir una victoria, o más bien Israel conoce el aspecto que tendría dicha victoria. Sabe que no es realista pensar en la eliminación de Hamás y el cambio de Gobierno en Gaza sin volver a ocupar el territorio, lo que provocaría una resistencia palestina aún mayor. Ya se ha visto que mantener a los palestinos en un estado de asedio permanente, como ha ocurrido en los últimos 15 años, no funciona.
Decir que el supuesto éxito militar sionista ha posibilitado el acuerdo de alto el fuego es una cortina de humo que oculta la incapacidad israelí de lograr una ventaja real de los bombardeos que han matado a 232 palestinos, incluyendo a 65 menores, pero no ha servido para mucho más. Los analistas israelíes son más francos y están mejor informados sobre este fracaso que sus homólogos occidentales. Cuentan el terror de la población israelí, los días sin trabajar ni salir a la calle por tener que estar en los refugios, los cientos o miles de heridos judíos y más de una docena de muertos, y sobre todo el fracaso de la "Cúpula de hierro". El editor jefe del diario israelí Haaretz, Aluf Benn, ha afirmado que el conflicto simplemente acabó con “la operación más fallida e inútil de Israel sobre Gaza”.
Según él, todo el aparato de relaciones públicas del ejército israelí es “incapaz de ocultar la verdad: los militares no tienen ni idea de cómo paralizar a las fuerzas de Hamás y conseguir ventaja. Ha mostrado las capacidades estratégicas de Israel sin causar daño a las capacidades de combate del enemigo”.
Otros Estados han afrontado una frustración similar cuando combatían alguna de las llamadas guerras asimétricas contra un adversario inferior en el aspecto militar pero al que eran incapaces de derrotar. Esto le ocurrió a Francia y EEUU en Vietnam, y a Gran Bretaña en Irlanda del Norte entre 1968 y 1998. La respuesta más sensata de un gobierno incapaz de conseguir sus propósitos mediante la fuerza física es trabajar con la otra parte para lograr un compromiso político.
Pero esto es precisamente lo que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y sus socios políticos no pueden hacer. Durante prácticamente un cuarto de siglo, su estrategia desde que fue elegido para el cargo por primera vez en 1997 ha sido defender que Israel puede lograr una paz permanente sin comprometerse con los palestinos. Esta opinión, la dominante desde el centro izquierda hasta la derecha más dura, sostenía que los palestinos habían sido completamente derrotados y que no había necesidad de ofrecerles ninguna concesión. Con el apoyo total a esta postura maximalista otorgado por el presidente Trump durante sus cuatro años en la Casa Blanca, muchos israelíes se convencieron de que Netanyahu tenía razón.
El brutal asedio de Gaza parecía haberla aislado por completo, Cisjordania estaba despedazada en bantustanes palestinos y cada vez más llena de colonias israelíes, Jerusalén rodeada desde el exterior y cada vez más “despalestinizada” en el interior, mientras que los palestinos de Israel seguían siendo una minoría resentida pero impotente. Los Estados árabes estaban normalizando sus relaciones con Israel y la Cuestión Palestina había dejado de formar parte de la agenda internacional.
Fue todo un milagro. La última guerra de Gaza puede parecer similar a las tres anteriores en 2008-2009, 2012 y 2014, pero su importancia es mucho mayor porque ha echado por tierra la política Trump-Netanyahu y no hay gran cosa para sustituirla. La antigua crisis israelí-palestina ha regresado, mucho más emponzoñada y generalizada que antes. Una novedad amenazadora de la misma es el hecho de que los palestinos de Israel salgan a las calles para demandar igualdad y el fin de la discriminación. Los colonos israelíes de Cisjordania han regresado a Israel para ponerse a la cabeza de manifestaciones antipalestinas en las ciudades y pueblos mixtos.
Estos acontecimientos no significan que el equilibrio de poder entre Israel y los palestinos se haya inclinado de repente a favor de estos últimos. Por el contrario, uno de los obstáculos para convencer a los israelíes de que deben comprometerse con los palestinos es que no creen que exista la necesidad de hacerlo. Puede que el último conflicto haya vigorizado a Hamás y desacreditado aún más a la Autoridad Palestina, pero existe un vacío general de liderazgo y organización en Palestina, fomentado por Occidente. Esta no es una desventaja tan paralizante como pueda parecer, pues los movimientos políticos palestinos mantienen la larga tradición de dar más importancia a su permanencia en el poder que a cualquier otra cosa.
El alto el fuego entre Israel y Hamás que entró en vigor el viernes pasado marca el inicio de un periodo de inestabilidad acentuada. Daniel Levy considera que Israel se encuentra en un estado de crisis permanente porque no tiene una solución militar para Gaza/Hamás mientras que sus líderes derechistas están bloqueados por obsesiones ideológicas y son incapaces de abrir opciones diplomáticas y políticas.
La idea de debilitar a los palestinos fragmentándolos ha resultado contraproducente. Ahora los dirigentes sionistas tendrán que lidiar con cuatro versiones diferentes de la crisis israelí-palestina, cada una de las cuales puede, como el coronavirus, convertirse en la cepa dominante y detonar una nueva explosión.
counterpunch.org. Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo. Revisado por Las Haine.